A los “magos de Oriente” o “astrólogos de
las partes orientales”, según las traducciones, que viajaron para rendir
homenaje al Niño Jesús, solo hace mención el Evangelio de Mateo, (2:1-12). E indica tan poco, ni siquiera
especifica su número concreto, que las tradiciones posteriores inventaron casi
todo.
Fue en el siglo III cuando Tertuliano los
transformó en Reyes de Oriente, al objeto de evitar la mala fama de los magos
persas, si bien originariamente se les representaba con el gorro frigio de
mago. Y en el primer cuarto de la misma centuria, Orígenes afirmó taxativamente
que habían sido tres, aunque hasta ese momento, según la fuente, su
cuantificación exacta había oscilado entre dos y sesenta. En cuanto a la
celebración del evento, no fue hasta el siglo V cuando empezó a festejarse “la
adoración de los magos”.
En un mosaico bizantino de mediados del
siglo VI, en San Apollinare Nuovo de Rávena (Italia), aparecen por primera vez
sus nombres actuales. Y Baltasar fue blanco hasta el siglo XVI, época a partir
de la cual se le representó de raza negra por necesidades estratégicas
de la Iglesia. En la centuria anterior, la XV, incluso se
les puso edad. Se encargó de ello Pedtus de Natalibus, quien haciendo caso
omiso de las descripciones físicas de las narraciones existentes hasta la
época, fijó 60 años para Melchor, 40 para Gaspar y 20 para Baltasar. Por lo
demás, los Reyes Magos no empezaron a traer juguetes a los niños hasta mediados
del siglo XIX, coincidiendo con la popularización de la hoy imprescindible
Carta a los Reyes.
Hay una bella simbología en los presentes
que le llevan al Niño al “portal de Belén”: oro, incienso y mirra. A los
profanos les parece la bella historia de la adoración y sin embargo tiene un
significado disfrazado. La mirra es el regalo que se hace a un hombre; el oro,
el que se efectúa a un rey; y el incienso es propio de un Dios. Aunados los
tres en la figura de Jesús lo significan cual hombre, rey de Israel, por su
linaje davídico, e Hijo de Dios y Ser de Luz.
Hasta aquí la tradición navideña. Pero tras
ella se encierra otra realidad que, como en otros muchos de los símbolos y
mitos de la Navidad, engarza con prácticas muy anteriores al nacimiento de
Jesús.
En este caso, se
trata de una conmemoración que se hunde en la noche de los tiempos: la de
Hermes Trismegisto, esto es, el “Tres veces Mago”, el “Tres veces Grande”, el
“Tres veces Maestro”, que con distintas denominaciones está presente en
bastantes culturas, siendo el Mercurio latino o el Idris árabe. Por lo que
referirse a la triada de Reyes Magos es hacerlo en verdad a una única figura,
la de Hermes Trismegisto. Y a él en realidad está dedicado, aunque actualmente
se haya perdido la consciencia al respecto, el 6 de enero.
Su nombre es un
sincretismo entre el Hermes heleno y el dios egipcio Dyehuty, al que los
griegos llamaron Thot. Dyehuty representaba la Sabiduría y se le relaciona con
un personaje, que se mueve en épocas muy remotas, considerado autor y
recopilador de la mayor parte de los textos y papiros acumulados en el Templo
de la diosa Neit, en Sais, cuyas salas, según narra Platón en Timeo y Critias,
contenían registros históricos secretos que se había mantenido 9.000 años. Para
algunos, Hermes, Dyehuty o Thot, que tanto da, fue el inventor de la escritura,
redactando por primera vez, para que no se perdieran, conocimientos y saberes
provenientes del mundo atlante.
Clemente de
Alejandría estimaba que los egipcios poseían cuarenta y dos escritos sagrados
de Hermes, que encerraban toda la información atesorada durante milenios por
los sacerdotes y que hoy podemos encontrar volcada y resumida en textos
como El Kybalión. En el presente, son muchos los textos impresos
que reclaman tener a Hermes Trismegisto como autor remoto.
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