“La vida no debería doler tanto a tantos...”, se agradece el suspiro sincero, solidario viniendo de un miembro de la clase política. Iñigo Errejón, es uno de esos dirigentes, (no caeré en la fácil tentación de decir “escasos”) que alberga una clara y sincera voluntad de llegarse a los problemas ciudadanos hondos al tiempo que extendidos y cotidianos. Llega una nueva casta de políticos sensibilizados por los problemas más existenciales de la ciudadanía. Sin embargo, hay terrenos donde la acción política se ve francamente limitada.
El
político puede poner un árbol en el barrio gris, un tren en el pueblo olvidado,
una pizarra en la comunidad marginada, un hospital donde había un saturado
dispensario…, pero no puede decretar con su firma la felicidad en una geografía
humana donde faltaban las ganas de vivir. El joven y rompedor político habla de
“crisis profunda y estructural”, “de problema de época”, y apunta soluciones,
pero la política grande, por mucha buena voluntad de la que esté imbuida, tiene
sus restricciones. La “polis” personal y colectiva, de dentro y de fuera, están relacionadas, se retroalimentan, pero
atienden a diferentes autoridades. En la política pequeña y hogareña, de cuando
suena el despertador a la mañana y un nuevo y difícil día se viene encima, los
profesionales de la gobernación no podrán franquear la puerta. “La vida duele
para millones de ciudadanos…”, afirma el dirigente de “Más país”, pero ese
dolor es algo demasiado interior para manejar y gestionar únicamente desde un
despacho. La vida seguirá seguramente doliendo, mientras no la enfoquemos desde una
perspectiva más agradecida, esperanzada, podríamos también llamarla
trascendente.
El
político puede propiciar un mejor escenario para la existencia, pero ésta no
dejará de ser algo personal y subjetivo. El político sí puede mejorar las
condiciones de vida, pero a la postre ésta tornará más amable y amiga
encarándola como oportunidad, como escuela, como campo de experimentación, no
como rutina, imposible o condenación. El político puede ser genuino ejemplo de
servicio a la comunidad, pero todo su altruismo se puede manifestar impotente
para mitigar un dolor intransferible.
Este
“modelo que produce tanto sufrimiento”, Errejón dixit, a menudo invita al
abismo. Las once vidas que cada día se quitan en España animan a soñar un
modelo definitivamente diferente, centrado en el ser y en el crecer
humanamente, ya no más en el tener, vestir, conducir, acumular… La pastilla de
urgencia hará su papel. Nadie negará la necesidad de esa más extendida
asistencia mental de ambulatorio, pero tendremos también que avanzar hacia una
conciencia que trascienda el individualismo y hedonismo rampantes, que ofrezca
una emancipación más real y menos ficticia. En definitiva, habremos de
reencontrarnos en una humanidad más noble y esencial, enfocarnos hacia otra
civilización más verde, solidaria y fraterna. Por lo menos hacia otro modelo
que no se cobre cada mañana tantas vidas.
Pueden,
podemos decorar el horizonte, pero es cada quien el que ha de intentar iluminarlo.
Lo que sí puede hacer la política es facilitar el advenimiento de una nueva
cultura de la esperanza, frenar el progreso de la cultura del aislacionismo, de
la mutua desconfianza, del materialismo omnipresente, que derivan en
desasosiego y desesperanza y que constituyen el ciemo de ese dolor sordo y
extendido.
La vida tiene sus demarcaciones, pero en el hogar entrará la luz si la calle se ilumina, otro aire si las aceras rebosan árboles, sobre todo otra ilusión si en la ciudad se percibe la voluntad de construir un mundo nuevo. El dolor comienza a mermar con una nueva forma de estar en mundo, con una nueva mirada y por lo tanto de un nuevo sentido de la existencia. Mientras que la religión amurallada afirme doctrina inamovible y por lo tanto siente coto, tampoco podrá encarnar esperanza para la entera humanidad, sino para una porción, para unos seguidores. Una poderosa esperanza vendrá con una nueva conciencia, con un rearme de valores superiores, un despertar de lo esencial sin doctrinas, sin fronteras, una espiritualidad entendida como una forma de estar en la tierra de una forma más responsable, agradecida y devota de la vida.
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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)
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