Mis queridos amigos.
Durante todo este año 2021, he tratado de aportar mi visión personal del
Universo Interior que envuelve al ser humano, donde la vida hierve como la lava
del volcán, tratando de manifestarse al exterior, para gritar al mundo que “yo
estoy aquí”, que mi “consciencia” está tratando de afirmar sus señas de
identidad, que mi existencia no es un capricho aleatorio de la Naturaleza, que
“no soy una casualidad”, que el Universo no sería lo mismo sin mí. Que el
Universo existe para que yo esté aquí para contemplarlo.
Por eso “la ola” quiere ser Mar por sí misma, sin percatarse de que ya es
Mar.
Esa fue la maldición de Eva al comer la manzana, la de pretender ser Dios por
sí misma, cuando ella ya era Dios, la misma esencia de Dios, Dios hecho
carne.
Ese ha sido y es el absurdo filosófico del ser humano, pretender ser lo que
ya era, pero sin aceptar que ya lo era. Por eso el hijo pródigo quiso ser como
su padre (dame mi herencia), pero sin contar con que él ya tenía la herencia de
su padre.
Un querer ser dios sin Dios, para terminar siendo literalmente “nada”, como
un cerdo atascado en un charco.
Quien quiera ver la tragedia humana como consecuencia de la tentación de un
ser diabólico, es muy libre de hacerlo. Como parábola contada a los niños en
una noche de rayos y truenos, me parece perfecto.
Pero quien quiera ver esa misma tragedia como consecuencia del nacimiento
del “yo” pegado a la naturaleza física, creo que tiene una versión más acorde
con lo que es nuestra propia vida en este mundo.
El sacerdote, durante la misa, cuando, al preparar el vino en el ofertorio,
añade una gota de agua al cáliz, pronuncia esta bella frase:
“Que esta gota de agua unida al vino nos permita gozar de la Divinidad
de Aquel que quiso compartir nuestra humanidad”.
La tragedia humana, la que ha generado un modelo de mundo que, desde las
cavernas hasta hoy, ha llevado a la Humanidad al borde de su extinción, ha sido
el desgarro salvaje de nuestra naturaleza en dos, nuestra naturaleza física,
mortal, de carne y hueso, personificada por “Marta”, el personaje de Betania
enredado en las cosas de la casa y nuestra naturaleza espiritual, eterna,
divina, personificada por “María”.
Así que el pecado de Eva fue ignorar a María y pretender ser sólo Marta y
que Marta pretenda ser como María. Por eso a María, Marta la encerró en la
Torre de Doña Urraca, que referíamos al comienzo de esta serie.
Que este error fatal lo cometiera Eva inducida por la parlanchina serpiente
o fuera una rebelión de la propia Naturaleza al tomar consciencia de sí misma,
eso queda como una “incógnita envuelta en una niebla oculta en un misterio”,
que diría Churchill.
Acaso después de esta vida nos sea revelado este misterio, pero si
echándole las culpas a Satanás, eso nos mueve a recuperar nuestras señas de
identidad como “María” y comenzar a recorrer el camino de regreso a Casa, ese
Camino de Santiago que termina haciéndonos al Océano de Dios, perfecto.
Y si entendiendo que la toma de consciencia de nuestra humana naturaleza
nos hizo creer que sólo somos Naturaleza sin que haya un más allá que nos
envuelve y nos espera y, eso es lo que nos impulse a buscar nuestra esencia
divina, también perfecto.
Ser conscientes de que tanto Satanás como nuestro raquítico y pequeño yo
físico (Marta) pueden tener la misma capacidad de movernos para buscar nuestro
personal camino de regreso a Casa, es suficiente, o debería serlo, para iniciar
ese Camino de Santiago hacia la Mar océana, que supone el despertar de María y
la unión espiritual con nuestro Creador; que la ola que, por un momento se
creía algo y alguien, se desvanezca para regresar a ser lo que siempre ha sido,
la misma esencia de Dios, la Consciencia en estado puro.
En cualquier caso, esto es una lucha entre dos naturalezas, pero con
distinto motivo. En el primer caso, algo exterior a nosotros se ha colado en
nuestro interior y nos quiere arrebatar nuestra naturaleza espiritual, nuestro
ser divino. En el segundo, sucede el hecho de que, al ser conscientes de
nuestra naturaleza física (Marta), ésta pretende ser ella misma e ignorar su
verdadero origen y la lucha, esta vez es interior, “yo contra Yo”, yo contra mí
mismo. Y ahí les dejo a los sabios teólogos que se calienten los cascos para desenredar
este lío, que para eso tienen estudios.
La tesis de Marta y María es un supuesto más doméstico, más de andar por
casa, sin tener que acudir a que fuerzas cósmicas malignas nos obliguen a tener
que calzarnos con la armadura de la fe y empuñar flameante espada para luchar
en singular batalla contra las fuerzas del mal y etcétera, etcétera, etcétera.
La historia de Marta y de María es la de dos chicas que, viviendo una
rutinaria vida deciden ambas, esto es muy importante, iniciar el regreso
a Casa. No es una imposición de María a Marta, sino un acuerdo de ambas, al ser
conscientes ambas de que “algo no va bien en sus vidas” y han conocido a un
chico que va a iniciar su camino de regreso a Casa. No es una lucha a muerte de
María contra Marta, porque ambas son una misma esencia, sólo que por la razón
que sea, están falsamente disociadas en dos naturalezas, la física y la
espiritual.
Es la búsqueda de la No-dualidad del Vedanta advaita o el descubrimiento de
que somos Uno con el Todo del Evangelio de Juan.
¡Caray!, a los que os guste las películas de superhéroes, lo de la titánica
lucha contra el mal, encaja mejor que a los que nos gusta más reconocer que en
esta vida sólo nos dedicamos a hacer los trabajos de Sísifo y ansiáramos dejar
de subir la pesada piedra a la colina (las tareas de la casa de Marta) y salir
zumbando. O algo así.
En cualquier caso, bien sea bajo la parábola de Satanás o la de Marta y
María, nuestra realidad es la misma, que…
“La Sabiduría nos persigue, pero nosotros somos más rápidos”.
Vivimos en un continuo tratar de encontrar soluciones a nuestro particular
desastre, cuyo origen procede de las soluciones que dimos ayer y que, por
tratar de arreglar nuestros desaguisados por nosotros mismos, resultaron ser la
semilla del nuestro actual desastre. Y así una y otra vez, ilimitados ciclos de
romance, desilusión y júbilo. Y esto, como que cansa bastante.
A la Humanidad le ha pasado lo mismo, ciclos continuos de guerra y paz,
tratando de arreglar sus desastres con soluciones que, inicialmente parecen
devolver la paz, pero que son el germen de nuevas y futuras guerras, con cada
vez peores consecuencias, que nos ha llevado a esta sociedad distópica sin
salida.
Y todo es porque queremos ser aprendices de brujos, que vimos en el
capítulo anterior, el “51.- El rapto de los benditos”, y queremos hacer las
cosas nosotros solitos y, mirad cómo terminó nuestro querido Micky mouse…
“Sin mí no podéis hacer nada”, que dijo Jesús a sus discípulos, como
le diría el padre a su hijito al hacerle ver que es demasiado pequeño para
determinadas aventuras.
Cuando caemos en la cuenta, cuando María despierta y negocia con Marta llevar
a cabo el Camino de regreso a Casa, y tratamos de buscar nuestra Divina
Realidad, Marta, que es muy ingeniosa, se imagina métodos surtidos sobre cómo
alcanzar esa plenitud, ese Mindfulness, esa consciencia despierta e iluminada y
se lo monta “que lo flipas”.
Entra en el mercadillo espiritual, agarra el carro de la compra y va
recorriendo las estanterías y tomando un poco de esto y otro poco de aquello;
un poco de yoga, otro poco de pilates, por aquello del vientre plano que mola
para lucir bikini, y otro poco de flores de Bach y, ahora cuarto y mitad de
meditación trascendental y algo de constelaciones familiares para resolver mis
cuitas con el cuñado. Y que no falte en casa una decoración a lo Feng shui,
para aportar un ambiente doméstico de paz y serenidad. Incluso, hasta se puede
inventar ella misma un método superchuli para alcanzar la iluminación
consciente y, puede que funcione, ¿por qué no?
Nada que objetar a esto, porque los católicos también tenemos nuestro
mercadillo de rosarios, novenas, jaculatorias y ejercicios espirituales; que
todo vale para salir de nuestro pequeño mundo hacia las alturas batiendo
nuestras alas, que para eso las tenemos, por cierto.
Pero pasado el tiempo, cuando finalmente nos hayamos dejado atrapar por la
Sabiduría y dejemos de buscar soluciones particulares a nuestros problemas,
que, ¡cuidado!, nos habrán permitido llegar a Finisterre, estaremos ante el
desafío de la Mar océana. Entonces nos daremos cuenta de que la ascética sirve
para lo que sirve, como Marta da para lo que da, pero llegado un cierto punto,
o reconocemos que hasta aquí hemos llegado, que no está mal y, como hacen casi
todos los que llegan a Compostela, tomamos el tren o bus de regreso a casa,
pero a la casa de donde salimos, donde Marta y María vivían su rutinaria vida
o, cerramos los ojos, embarcamos en esa nave sin timón pero con mástil y velas
y, “que sea lo que Dios quiera…”.
Es decir, es formidable atreverse a hacer el Camino de Santiago y tiene un
valor humano incalculable, pues detrás está el deseo de ser personas íntegras,
de buena voluntad, sincero corazón y conscientes de sí mismas. Pero al
concluirlo en Compostela (¡ojo! con la compostela en mano, es decir, con el
reconocimiento oficial del esfuerzo realizado), estaremos como el joven rico al
preguntarle a Jesús si tenía algo más que hacer. Al responderle Jesús ese “déjalo
todo y sígueme, lánzate al Océano conmigo”, el joven tuvo miedo de perder
el control de su vida tan apañada y, tomó el camino de regreso; eso sí, se fue
muy triste.
Pues hasta aquí hemos llegado, queridos amigos, con esta conclusión, damos
fin a este ciclo de entregas sobre el apasionante Universo de la Vida Interior,
entre la física y la espiritualidad, ante la que las hermanas de Betania se
encuentran, dispuestas (o no), a dar el paso definitivo a la Vida Eterna,
dispuestas a recorrer las Sendas de la Vida Interior.
Y como decíamos en las conclusiones del “Primer Congreso de Consciencia y
Sociedad distópica”, nuestro Visado para el Futuro no es otro que
dejarnos atrapar por la Sabiduría, que ella nos lleve en volandas hacia nuestro
destino final que no es otro que Dios mismo, que jamás debería haber salido de
la ecuación de nuestra vida.
Y el Visado no es otro que:
1.- Ama al que tienes a tu lado como a ti
mismo; incluso a tu propio
enemigo. No ames al otro porque te hace feliz, ámale para hacerle feliz a él,
sin esperar recompensa.
2-. No juzgues a los demás y no serás juzgado. Al juzgar mal hacemos daño e impedimos el
crecimiento del otro. Recordemos que nosotros somos hacedores de santos o de
almas perdidas…, según.
3.- No hagas nada, déjate llevar, confía en la Divina Providencia y nada quedará sin
hacer.
4.- Y si buscamos un ejemplo práctico,
“Ama a tu hermano como Él te ha amado a ti, y te sigue amando”.
NADA PUEDE ROBARNOS EL AMOR.
En resumidas cuentas…
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las
diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este blog, todos los lunes
desde el 4 de enero de 2021.
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