1.-
El motor de nuestro comportamiento
Cuando se aborda el estudio de los
sistemas biológicos y sociales, que son estos últimos los que nos interesa
analizar ahora, hay que entender dos cosas fundamentales. La primera, que los
sistemas biológicos tienen sus leyes como tales, expresan una serie de
características que son inherentes a la naturaleza sistémica, esencialmente
compleja, tomando como complejo el concepto que se ha venido sosteniendo hasta
ahora. Con este enfoque, en las entregas anteriores se expresan las normas de
comportamiento propias de sistemas que, como los biológicos y los humanos,
muestran una considerable complejidad, tanto de estructura, de detalle, como
funcional y dinámica.
La segunda característica, propia ya de
los sistemas humanos, es el comportamiento de las personas. El ser humano, con
toda su carga de complejidad intrínseca es el protagonista de los sistemas que
él mismo crea, desarrolla y destruye constantemente.
Una primera aproximación a este motor del
comportamiento sistémico lo constituyen los elementos, las fuerzas que nos
impulsan todas las mañanas a levantarnos, vestirnos y salir a la calle a
desarrollar aquella actividad que deseamos, que tenemos por obligación o
simplemente que nos toca hacer para vivir y llegar a la noche. Se trata de las
teorías sobre la motivación, como las teorías de Mc Gregor, o la de Maslow.
Este último explica de modo bastante lógico qué nos mueve a los seres humanos;
y lo describe apoyándose en su famosa pirámide sobradamente conocida.
Está claro que, empezando por la base,
las necesidades esenciales empiezan por inhalar el aire que respiramos, beber,
comer, protegerse de las inclemencias del tiempo, y podernos alojar en algún
refugio o vivienda, un sitio donde poder vivir con cierta intimidad.
Si estos mínimos no están garantizados,
la persona que sufre estas carencias está en situación absolutamente
refractaria para entender algo que no sea la forma de cubrirse esos mínimos. Un
sistema humano donde haya personas en esta situación sufrirá perturbaciones muy
importantes, que impedirán cualquier proyecto de mejora y cambio, que no pase
previamente por satisfacer estos mínimos.
En estas circunstancias, el hombre se
conforma con lo que sea, un empleo temporal, ayuda pública, seguro de
desempleo, el subsidio mínimo vital, limosna, lo que sea con tal de
“pordiosear” (pedir – por – Dios, suplicar) para satisfacer esos mínimos.
Pasada esta fase, el siguiente paso en la
pirámide es la búsqueda de la seguridad en el empleo. Se pretende que el pan de
cada día no sea temporal, sino indefinido, y no tener que acostarse por la
noche con la incertidumbre de en qué trabajaré mañana, si tengo trabajo.
Cubiertos estos dos niveles, están
satisfechas las necesidades inferiores del hombre. Y pasamos a las necesidades
superiores. Y empezamos con el amor, el afecto. Nadie que viva o trate de vivir
en relación con los demás desea el aislamiento afectivo; por lo que, satisfecho
el aire, el pan, la cama y la vivienda, buscamos cubrir nuestras necesidades
básicas de carácter afectivo, que en esencia son cuatro, sentirse amado,
sentirse válido, vivir en pertenencia con los otros (ser alguien dentro del
grupo), y por último, sentirse autónomo, con un razonable nivel de libertad
para elegir hacer y ser lo que uno desea. Y lo primero de todo es ser uno mismo,
aunque es el desafío más difícil para el común de las gentes, porque casi nadie
sabe ni quién es ni cómo es uno mismo.
Cubiertas estas necesidades, que en muy
pocas ocasiones se cubren perfectamente, pasamos al nivel de cubrir nuestra
autoestima. Y luchamos internamente por aceptarnos como somos, con nuestras
virtudes y defectos, y aprendemos a no despreciarnos ante el espejo pensando
que somos un dechado de defectos (estas confidencias nos las quedamos para
nosotros y nuestra almohada, pues son inconfesables). Un sacerdote amigo mío me
dijo una vez que la humildad no es el autodesprecio, sino la autoestima, saber
aceptar nuestros defectos y nuestras virtudes.
Cuando logramos ser lo suficientemente
inteligentes como para haber alcanzado tamaña altura en la pirámide, podemos
atacar ya la cima del Everest, la automotivación. Es en estas circunstancias
cuando realmente somos dueños de nosotros mismos, y podemos cumplir el correcto
papel que nos corresponde ejercer dentro del sistema humano donde estemos
integrados.
Es lógico pensar que en las
organizaciones humanas nos vamos a encontrar una mezcla de personas respecto
del nivel de la pirámide en que se encuentren. Y también parece razonable
pensar que, con este abanico tan amplio de motivaciones, los patrones de
comportamiento serán muy variopintos. Es decir, los elementos de los sistemas
humanos no son células que muestran un comportamiento uniforme, o animales con
atributos etológicos determinados. Las razones por las cuales nos comportamos
de una determinada manera son a la vez muy dispares, pero también agrupables en
estos niveles de la pirámide.
No cuesta demasiado admitir que, si un
sistema alberga a personas que no superan el umbral de la supervivencia, no
puede presentar un estado estable. Calificar de caótica la situación, resulta
ser hasta amable. Sólo si el gran porcentaje de personas se encuentra en la
segunda mitad de la pirámide, los proyectos de futuro tienen visos de hacerse
realidad.
Sin embargo, no nos engañemos, esta
situación ideal es prácticamente inexistente. Siempre estaremos bordeando la escasez.
Por definición, los recursos son siempre escasos, y esto origina una lucha
feroz por la competencia, y siempre existirán en las organizaciones algunas
personas a las que no le llegue la paga a fin de mes. Por ello, en general la
actitud de las personas es básicamente conservadora, donde intencionalmente se
trata de consolidar el puesto y el sueldo. Esto hace que colectivamente se
aspire a la estabilidad, y sobre esa estabilidad al crecimiento; pero en
general el ser humano es bastante averso al riesgo. A veces no queda más
remedio que arriesgarse, pero es preferible tener redes de protección por si
algo falla. Véase los seguros de vida, del hogar, el seguro a todo riesgo del
automóvil, los seguros sanitarios, los seguros de transporte, de mantenimiento
y averías, planes de pensiones. Tenemos nuestra vida asegurada, y nos asusta
quedar al descubierto en algunos de los aspectos mencionados.
Desde este comportamiento colectivamente
conservador, las organizaciones humanas en el siglo XX han atravesado diferentes
fases en las que la supervivencia de las empresas, de los grupos sociales e
incluso de los Estados, han dependido de la capacidad de adaptación, siempre
superando esa tendencia a la estabilidad.
Es curioso que uno de los elementos
básicos de todo sistema abierto es la búsqueda del estado estable, pero uno de
los elementos que más los caracterizan es su permanente tendencia a la
inestabilidad, fruto, como ya hemos visto de las múltiples ligaduras externas
con el entorno, por donde fluyen continuamente corrientes de información, de
materia y de energía que provocan continuas perturbaciones.
Pues bien, el comportamiento de los seres
humanos, muestra una serie de características peculiares 1º.- en un medio
ambiente cambiante, con características caóticas, es decir, de
impredecibilidad, donde las reacciones sistémicas tipo efecto mariposa pueden
ser y son en realidad hechos que podemos observar con mucha frecuencia, y 2º.-
en unos sistemas organizativos que - en sus tres niveles, social, empresarial y
de grupo humano -, tienen sus propias leyes como sistemas abiertos, que les
confiere una complejidad dinámica que hemos examinado en entregas anteriores.
Peter Senge describe muy bien estas características en su obra “la quinta
disciplina”, y que este autor atribuye fundamentalmente a problemas de
aprendizaje.
2.- Leyes temporales
La gran diferencia de
comportamiento entre la Naturaleza y la sociedad humana es que la primera se
rige por leyes naturales, permanentes, que no varían a lo largo del tiempo.
Podrán variar las condiciones climáticas, geológicas, ecológicas, biológicas,
pero los principios por los que se rige la Naturaleza serán siempre los mismos.
Son leyes eternas, atemporales, permanentes, invariables.
Los seres humanos, si
bien todos los comportamos sobre la base, más o menos, de los impulsos
motivados por la pirámide de Maslow, sin embargo, las normas de comportamiento
social, aquellas que nos permiten sentirnos en pertenencia a un colectivo
humano concreto, son leyes variables, temporales según las épocas y distintas
según las etnias, países e incluso regiones o comarcas. Las leyes de un país
difieren bastante a las de otros, salvo acuerdo bilateral o multilateral. El
paso del tiempo también va modificando continuamente las leyes. Mientras se
derogan unas, se publican otras nuevas, dado que, con el paso del tiempo, las
circunstancias sociales también varían y, eso está permanentemente influyendo
en la necesidad de adaptación legal a nuevas circunstancias.
Es lo que Zygmunt Bauman
denomina la modernidad
Líquida como una categoría
sociológica que sirve para definir el estado actual de nuestra sociedad.
Bauman la define como una figura de cambio constante y transitoriedad, atada a
factores educativos, culturales y económicos. La metáfora de la liquidez
intenta demostrar la inconsistencia de
las relaciones humanas en diferentes ámbitos, como en lo afectivo y en
lo laboral.
Y
sí, si nos damos cuenta, la nuestra es una sociedad que con el Siglo XIX pasó
de ser razonablemente sólida (o más bien pastosa), a una sociedad que durante
el Siglo XX se ha ido licuando poco a poco, pasando de ser una pasta de muy
alta densidad (tradiciones y normas sociales conservadoras y conservadas de
siglos atrás) a emprender un alocado proceso de transformación, jaleado por guerras
mundiales, conflictos de grandes dimensiones, supuestas conquistas sociales,
avances científicos y técnicos espectaculares y la demolición de tradiciones
culturales seculares, a cambio de modas pasajeras, enclavadas en ese permanente
afán de progresismo hacia un sociológico “Eldorado”, un estado del bienestar,
la erradicación del hambre y la pobreza, donde todo tiene un precio, y tanto
las más sublimes virtudes se mezclan, como el trigo y la cizaña, en una
descomunal amalgama de verdades y mentiras, que nos ha transformado en algo
líquido, por no decir gaseoso.
Una
sociedad planetaria, fundamentada en algo tan etéreo como leyes y normas
sociales de compromisos absolutamente gaseosas, manipuladas con extrema
habilidad por la clase política y mediática para moldear la opinión pública a
su gusto, se está deslizando peligrosamente hacia un estado distópico, cada vez
más alejado al estado estable (steady state), principio básico de la viabilidad
de la Naturaleza y de los seres vivos.
Así
que, el hecho de que las leyes que rigen la vida de los seres humanos sean
temporales y que, su evolución en el tiempo y en el espacio, sea cada vez más
acelerada, hace que la persona, cada persona, cuando se plantea su razón de ser
en este mundo, la incertidumbre de cada cual sea cada vez más intensa, porque
al final, se cumple inexorablemente lo que Séneca le escribía a Lucilio en su
Carta 71, “Ningún viento es favorable cuando no sabemos hacia qué puerto
queremos dirigirnos”.
Al
MODELO 1 del Mundo le sucede ahora, justamente eso. A fe mía, que nadie sabe a
ciencia cierta (si es que la Ciencia fuera aún ahora cierta), a dónde hemos de
encaminar nuestras vidas. Veremos que, según Peter Senge, no saber para qué nos
levantamos por las mañanas, es un signo nada halagüeño de inteligencia, ni
personal, ni social.
3.- Qué motiva hoy,
ahora, nuestro comportamiento
Volvemos
a la Pirámide de Maslow, donde las metas de autorrealización, de afecto y
estima, de pertenencia al grupo, de felicidad, en suma, quedan nubladas por el
simple hecho de que esa autorrealización, ese afecto, esa autoestima, esa
pertenencia al grupo, esa felicidad, en suma, ya casi nadie sabe dónde está,
dónde se encuentra.
A
nadie le tiene por tanto que sorprender cómo en la actualidad surgen como setas
nuevos movimientos de espiritualidad, preferentemente zen (entendiendo por zen,
todo lo genéricamente relacionado –más o menos- con las filosofías orientales),
con la idea de conseguir neutralizar el desasosiego que una sociedad sin rumbo
cierto y bastante vapuleada por la propia Naturaleza, que empieza a cobrarse la
venganza de nuestra catastrófica historia de desarrollo industrial y económico.
Así
que lo que motiva en la actualidad nuestro comportamiento es simplemente: -
“Vaya usted a saber”.
Quizás
algún experto sociólogo o psicólogo o politólogo o economista o cualquier otro “–ólogo”
de los que hay por el mundo lo sepa, pero si nos miramos al espejo, sin ánimo
de mentirnos, no sé cuál sería la respuesta.
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Autor: José Alfonso Delgado (Doctor en Medicina especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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La publicación de las diferentes entregas de Visión sistémica del mundo se realiza en
este blog, en el contexto del Proyecto Consciencia y Sociedad Distópica, todos los lunes
desde el 20 de enero de 2020.
Se puede tener información detallada sobre los objetivos y contenidos de tal Proyecto
por medio de su web: http://sociedaddistopica.com/
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