Me sorprendió el amanecer, porque es
mediado de junio y hay una brisa fresca, las gaviotas cacarean cerca de la
playa y una bandada de pajarillos va en camino quién sabe a dónde.
Y la ciudad duerme aún plácidamente,
apoyada la cabeza en los árboles de la sierra cercana y los pies metidos en el
mar y sueña mil sueños de gente remolona, o se estremece al ver salir el sol en
corazones como el mío, que se ha detenido mientras late, para ser consciente de
su suerte. . .
La ciudad es una hoja en la rama del
país, en el árbol del mundo, en la selva del cosmos infinito, y yo la magia que
se da cuenta, la que fabrica amaneceres con gaviotas y pájaros en formación de
uve, con el sol asomando tímidamente su cabeza detrás de los edificios y
preguntando a la mañana si quiere un traguito de café.
Hoy ha amanecido y no estoy vivo, sino
que soy la vida. No veo los cambios, sino que soy el cambio perenne para que
cada momento se manifieste.
Y allá afuera hay un enjambre de
circunstancias, una sopa de sucesos en el campo cuántico, esperando un
observador inocente que las decodifique, que se atreva a etiquetar que son
malas o buenas, feas o maravillosas, duras o agradables, para volver la cara y
reír hasta quedar sin aliento, pensando en que “¿cómo te atreves, si ves solo
el cinco por ciento?.
Así que puedes despertar a fabricar
amaneceres, a ver gaviotas, a materializar días maravillosos. Puedes hacer una
fiesta con la caricia de la fresca brisa en tu cara y dibujar una ciudad que
despierta, como una joven sensual, con la cabeza apoyada en los árboles de la
sierra y los pies mojados en la playa.
Puedes dejar que el amor esculpa un día
divino, con brochazos de alegría por donde quiera, aderezado con generosa
compasión y una ramita de hospitalidad al servirlo, o simplemente puedes seguir
durmiendo.
El Universo te dejará hacerlo a tu
manera, cocerlo con lágrimas o sonrisas, preocupaciones o disgustos, riñas o
envidias. También puedes poner unos gramos de asombro, mucha curiosidad y
humildad al gusto. Él no conoce el tiempo y tiene de todo, menos prisas.
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Autor: José Miguel Vale (josemiguelvale@gmail.com)
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