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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
http://sociedaddistopica.com/
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“¿Es la democracia, tal como la conocemos, el último logro posible en materia de gobierno? ¿No es posible dar un paso más hacia el reconocimiento y organización de los derechos del hombre? Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no reconozca al individuo como poder superior independiente del que derivan el que a él le cabe y su autoridad, y, en consecuencia, le dé el tratamiento correspondiente” H.D. Thoureau.
La democracia, tal y como la conocemos hoy en día, que no lo es,
salvo de nombre, no es el mejor de los gobiernos posibles. La democracia se ha
burocratizado, por un lado, por otro ha sido absorbida por el poder de los
partidos políticos y, por otro, por el poder económico. Y esto conlleva que, la
democracia ha dejado al individuo sin la posibilidad de autogobierno o de
libertad. En las llamadas democracias modernas el ciudadano es un instrumento,
no es un ciudadano. Incluso en las socialdemocracias en las que se ha
desarrollado un amplio estado de bienestar, la partitocracia y la burocracia
anulan al individuo convirtiéndolo en algo mesurable y sin forma. Confundiendo
la igualdad con la equidad. La primera es cuestión matemática y anula la
subjetividad, la segunda es cuestión ético-política y conlleva tener en cuenta
la diferencia que introduce la subjetividad sin dejar de ser iguales en
derechos y oportunidades, e iguales en la construcción de la ley y de las
instituciones.
En conclusión, la
democracia realmente existente no es tal. Es una forma de totalitarismo
encubierta. Y eso sin tener en cuenta la globalidad en la que la injusticia,
ricos y pobres abunda por doquier. Vivimos una gran mentira y si no somos
sensibles a esa mentira somos marionetas en busca de nuestro narcisista
bienestar. Pero, el barco se hunde, aunque nosotros, de momento nos creamos a
salvo, pero estamos todos en el mismo barco. O nos armamos con nuestro propio
poder, nuestra libertad, o seguimos siendo esclavos y contemplaremos el fin de
la civilización anonadados por el opio del narcisismo consumista.
¿Qué es lo que nos mejora?, no es la ley impuesta, la que viene de
fuera. Ésta crea la necesidad de la obediencia. Además, esta ley suele ser una
ley interesada, puesta por los diversos poderes para beneficiar a un grupo en
detrimento de otros o de la mayoría. Esto nos lleva a pensar que las sociedades
no se pueden construir desde fuera. Que las instituciones no cambian a los
individuos. Que el individuo es tal porque tiene la capacidad de autogobierno,
de darse a sí mismo la ley. Ahora bien, el darse a sí mismo la ley ha de
conquistarse Uno no se hace mayor de edad de la noche a la mañana. Requiere
tiempo, esfuerzo y valor. Todo ello significa que una sociedad de hombres
libres, una democracia, por tanto, sólo puede surgir de dentro a fuera, no a la
inversa. Si no hay hombres libres no se los puede hacer libres por medio de
leyes en nombre de la justicia. Las leyes que emanan de las instituciones deben
ser condición de posibilidad de la justicia. Ahora bien, el espíritu de la
justicia o surge del hombre o, por el contrario, la corrupción será la nota
común de la sociedad, como es el caso hoy en día, por muchas leyes que pueda
haber, al contrario, la abundancia de leyes y burocracia favorece la corrupción
en todos los estamentos de la sociedad. Dicho en otras palabras. Una sociedad
se construye desde la ética, no desde la política. La política sin ética es
puro cálculo, interés, pasión, ambición, poder. Ya lo dejó bien claro
Maquiavelo. En la política el fin justifica los medios. En la ética, el medio
es el fin.
La cuestión es si la
condición humana es capaz de alcanzar ese grado de libertad que le lleve a un
nivel de autogobierno en el que la corrupción sea mínima.
“La pobreza, como
carencia de medios para producir y reproducir la vida con un mínimo de dignidad
humana, constituye la herida más dolorosa y sangrienta de toda la historia de
la humanidad. Todas las llamadas civilizaciones “históricas” de que tenemos
noticia se caracterizan por la penuria y la desigualdad. Este estigma, en lugar
de disminuir, se ha agravado cada vez más allí donde rige el modo de producción
capitalista de acumulación privada, elitista y excluyente. (…) La pobreza no es
solo un problema de conciencia moral, sino que es fundamentalmente un problema
político. Por eso no basta con una condena moral de las situaciones de pobreza,
sino que es menester un esfuerzo histórico por superarla mediante una verdadera
revolución, tanto del sistema de relaciones entre los hombres como del modo de
producción de los bienes necesarios para garantizar la vida de todos. Este es
el gran desafío que los pobres lanzan hoy en día a todas las sociedades
actuales” Leonardo Boff (San
Francisco de Asís. Ternura y vigor. pp 77-79)
Aquí nos encontramos con la
cuestión ética-política y espiritual entrelazadas. La pobreza es una cuestión
política que consiste en el modo institucional que hemos creado de relación
entre nosotros y con la naturaleza para obtener los bienes de producción. Y
esto siempre lo hemos hecho mal, desde el inicio del neolítico para acá. Todas
las civilizaciones han creado penuria, pobreza, desigualdad e injusticia. El
colmo es la situación actual en el que el barco en el que estamos todos se
hunde, hemos sobreexplotado el planeta que nos ha dado la vida y nos
autodestruimos y hemos creado la mayor desigualdad entre ricos y pobres de la
historia de la humanidad.
Pero es un problema ético,
de conciencia moral. Esto es, de capacidad de pensar en el otro como otro; es
decir como persona. Es un problema de fraternidad. De reconocimiento en el otro,
no meramente empatía, que es absolutamente necesaria, es el mecanismo
psicológico con el que contamos para ser sociales, sino fraternidad, reconocer
al otro, como otro yo, como sujeto, como prójimo. Y aquí viene la dimensión
espiritual. Uno debe ser como el otro, inspirarse en la pobreza del otro y
reconocer que no necesita de nada para Ser. Eso es el desprendimiento, el
desasimiento, el desapego. De ahí que en los evangelios se insista tanto en
abandonar las riquezas. El desapego de las riquezas es la apertura a la riqueza
del espíritu. El desapego al orden social establecido de explotación del hombre
por el hombre y de la naturaleza y dejar de participar en él y denunciarlo es
la apertura al renacimiento en la vida del espíritu.
Estos tres elementos: ética,
política y espiritualidad, son autónomos pero se funden y es necesario
trabajarlos en conjunto. Sus límites se confunden y uno puede empezar por el
que le apetezca, por el que tenga más a mano, con el que sintonice más. El caso
es que el final de todo es la eliminación de la injusticia, del sufrimiento, la
ignorancia y la violencia. Y, que de esta manera conquistemos la UNIDAD
DIFERENCIADA que todos somos. Somos olas del océano, pero en tanto que olas
somos diferenciadas, y en tanto que océano somos Unidad. Hay que encontrar el
equilibrio entre la justicia social y la igualdad espiritual. No se puede
perder uno en la mera política porque se queda en la pura forma, ni se puede
perder en lo meramente espiritual porque se cae en el narcisismo. Para ello está
la ética que es la que nos va a transformar por dentro haciéndonos conquistar
nuestra autonomía y libertad. Y desde ella podremos acceder a una política con
contenido dirigida a la justicia social, por un lado y, por otro, esa libertad
nos abrirá hacia el proceso de autotransformación para acceder a la comunión
con todo lo real, cósmicamente y humanamente (fraternalmente).
Autor: Juan Pedro Viñuela Rodríguez
Fuente:https://www.gacetaindependiente.es/index.php?option=com_content&view=article&id=22532:apuntes-sobre-anarquismo-espiritual&catid=20&Itemid=117
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