…De la Vida, que es
felicidad natural, creamos la dualidad para ser infelices…
Cierto día, cuando ya caía la tarde y las aves regresaban al refugio de un paraje cubierto de guamos y cedros, todo
vergel, que estaba al pié de una laguna natural que recogía las aguas de un
hermoso riachuelo, y que señalaba el camino a la montaña del “escondite” de la
vieja Jacinta, decidimos emprender el camino y visitarla para conversar un
rato. La conseguimos preparando unos abonos a base de cenizas y ortiga. Al
vernos aparecer en el senderito que llegaba hasta su casita, fue a nuestro encuentro y nos dijo que nos estaba
esperando, que sus gallinas le habían avisado de nuestra llegada. Concluyó su
trabajo. Guardó el abono en unos frascos. Se introdujo en su casita y salió con
dos sillas y dos naranjas. Con una muy tierna mirada dijo:
Siéntate y prueba estas naranjas. Saborea el sol
contenido en estas frutas.
Así lo hicimos. Las naranjas tenían un sabor a miel y sutilezas de
flores de árnica. Ella también saboreó una. Arrecostó su silla al viejo guamo,
guardián de su refugio y mirándonos fijamente inició la tertulia de esa tarde:
Cuando
yo andaba como una carajita brincona por ahí por esos campos con mi viejo, mi
papá, era descifrando las señales que la naturaleza nos daba. Papá siempre me
sacaba a burlarnos del tiempo, decía él, a vagabundear por el mundo. ¿Y sabes a
qué se refería? A que saliéramos por los caminos a escuchar los cantos de los
pájaros, pero no solamente era a escuchar esos cantos, era también a
entenderlos. Cada pájaro maneja un lenguaje y tiene un conocimiento, un saber,
claro, ellos también tienen alma, ellos son como nosotros y nosotros somos como
ellos. Al igual que nosotros, los pájaros son caminantes que también van de
rama en rama, que es como decir de una estrella a otra estrella, de una galaxia
a otra.
Asimismo
somos todos, viajeros que vamos de mundo en mundo. Un conoto, por ejemplo, se
comunica conmigo y yo lo entiendo perfectamente, pero para que nos podamos
comunicar yo tengo que sintonizar con la dimensión en la que él vibra. La gente
no sabe esto, mira, todo, desde el conoto hasta las aguas que bajan por las
quebradas de aquí de Sanarito, tienen su propio lenguaje. El viento que viene
de Los Barzales, trae mensajes, pero solo el que se conecta con él lo puede
entender. Hay que sintonizar con el viento, con la noche, con la lluvia, con
los aguaitacaminos, con la luna, con el burucucu(búho), con la mata de geranio,
con la mata de menta, con el caballo, con la vaca, con la gallina.
Ahí
tienes el caso de las gallinas. Yo me la paso hablando con las gallinas, y son
ellas las que me dicen, las que me guían para que tome decisiones para vivir.
Las gallinas saben cuál es el momento
exacto para la siembra del maíz, para la cosecha de las naranjas, para recoger
las flores de árnica para la hinchazón, para sancochar la madre del cambur y
sacarle la bebida que limpia las venas del corazón. Todo contiene la
información del todo, lo que pasa es que como la gente está ocupada en mantener
vivas sus ilusiones, no se da cuenta de la realidad que transcurre.
Pasa
la vida y cada quien ocupado en los trabajos que la sociedad impone. ¿No te das
cuenta que la gente está es pendiente de satisfacer los sentidos físicos?
Hay
una energía, que lo mueve todo, que acomoda o desacomoda todo. Eso depende de cómo
lo percibimos. Todo está en orden y en desorden. Yo, quién soy la andariega,
soy quien determino lo que voy a ver, a percibir. Las cosas que día a día
llegan a la vida mía, no es que llegan por casualidades, no, no, todo existe
porque yo existo. Yo soy la creadora de la realidad que vivo. Es como un juego.
Yo
juego a crear, tal como lo hace un árbol de pomarrosa, él es un creador, crea
su bosque, los rayos de sol que lo bañan, los nidos que los pájaros construyen
en sus ramas, las orquídeas que adornan sus alturas, los frutos sabrosos y
dulcitos con olor a rosas, las raíces que se extienden entre los barrancos,
explorando las ciénagas. Todo es creación. Y, yo, cuando voy a comer de esos
frutos, los saboreo, a sabiendas de que fui yo quien imaginó al árbol de
pomarrosa. Todo es poesía, es como decir, todo es lo que yo quiero que sea.
Poca gente se da cuenta de esto.
Esta
realidad, es como un dibujo que cada quien lo hizo de acuerdo a lo que percibe.
Tú estás aquí hoy en esta casita, en ese banco, sentado, escuchándome,
escuchando el silencio, imaginando cosas, solo porque tu imaginación te trajo
aquí, pero a su vez, yo vivo esta realidad, solo a su vez porque yo la imaginé.
Tú estás en mi imaginación y yo en la tuya. Tu creas tu realidad y yo la mía ¿Y
cómo la construimos? Pues con una cosa
que llaman la verdad, es ella la que permite construir la realidad. Pero, ¿y
que es la verdad? Lo que cada quien percibe, lo percibe según sus pautas
culturales, según sus propios códigos para contemplar.
La
naturaleza no se nos presenta tal y como ella es. Ella “es”, por decirlo de
algún modo, lo que cada quien percibe según el método que utiliza para
contemplarla. Yo veo eso todos los días
aquí en la montaña. Veo como la montaña se contempla asimisma, con sus
propios métodos. Por momentos, es una montaña cubierta de neblina. Quien la
contempla, la dibujó así; en otros momentos es una montaña misteriosa, oscura,
algún andariego la dibujó así. La montaña que es en la mañana, para un
andariego, puede ser la montaña que es en la tarde o en la noche para otro
andariego.
Cada
andariego tiene su verdad, es decir su libertad de darle color y música a lo
que contempla. Lo que pasa es que hemos olvidado que somos andariegos, que
somos creadores, que tenemos poder. Hay otros caminantes que han descubierto
esto y según sus verdades, han percibido o dibujado en los bocetos de sus
memorias que pueden mantener bajo su dominio, manipulándolos, a otra porción de
andariegos que ignora lo que ellos saben.
Esta
sociedad está hecha de esta manera. Una minoría controla a la mayoría, pero es
porque la minoría construye sus realidades sobre esa base y la mayoría está
manipulada, bajo control, porque también lo imagina o crea de esa manera,
dirían los científicos de la física cuántica: el observador controla lo observado. Pero todo
es una ilusión. La verdad no es la realidad, o de otra manera: ves la realidad
hasta donde llegan tus límites. ¿Y quién fija esos límites?
Mira,
un árbol de esta montaña, tiene componentes que tienen dimensiones o formas.
Yo, que lo observo, veo esas formas y esas formas deciden los límites. Las
raíces tienen una forma, el tallo otra, las hojas otras, las flores otras, los
frutos otras, las semillas otras. Pero, ¿y de donde vino esa forma? La ciencia
nos dice que a través de la energía del sol, el agua y el carbono, mediante el
proceso de fotosíntesis, se sintetiza la forma. ¿Y esa energía, que forma
tiene? ¿Cuáles son sus límites? La gran mayoría de esta humanidad vive
prisionera de sus propios límites, ignora lo que la naturaleza le muestra en
abundancia.
Lo
que pasa es que la cultura imperante, que no es más que la cultura del miedo
mantiene secuestrada a la consciencia. Y eso es lo que hay que rescatar para
salir de la ignorancia, volver a lo que todo es: consciencia. Consciencia es
libertad y libertad no es otra cosa que ausencia de miedo.
Los
sistemas que dominan y manipulan a su antojo, saben esto, por eso, construyen
programas de creencias religiosas, políticas, económicas, sociales, cuyo elemento
principal es el miedo, el temor. De esa manera, el rebaño siempre estará en el
corral. Siempre creerá que el poder lo tienen otros. Y entonces sigue a ciegas
un programa de verdades inventado, controlado por los que “saben”. Y este
programa lo que dice es que la vida, esta vida es un valle de lágrimas, este
mundo es un plano de expiación a donde se viene a sufrir, a competir, a ganar,
a poseer cosas y personas, a controlar a
conseguir el bienestar. Ello conlleva al malestar. Eliges una cosa o la otra.
De la vida, que es integral, creas la dualidad, para ser infeliz.
La
vieja andariega se levantó de su silla y acto seguido se dirigió a un huerto de
plantas medicinales que estaba ubicado a un costado de la casita. La seguimos
con la mirada. Hizo una reverencia a una planta de geranio que señoreaba
majestuosa entre dos pencas de sábila. Tomó una ramita y entró con ella al
interior de la casita. Al cabo de unos momentos salió, llevando en cada mano
una humeante infusión de geranio, cuyo olor penetró el suave paisaje de la
tarde que ya se entregaba a la brisa color de noche enamorada.
Compartimos
la infusión y la conversa se hizo boceto de un hasta luego. Quedamos en vernos
al día siguiente, nuevamente al caer la tarde.
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Autor: Héctor
Honorio Rodríguez Orellana (forimakius@gmail.com)
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