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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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En un contexto en el que el capitalismo está
siendo duramente atacado como principal responsable de todos los males que
acechan a la humanidad, términos como responsabilidad social corporativa,
economía del bien común, corporaciones B, triple impacto (también conocido como
triple resultado o triple rentabilidad) o Capitalismo Consciente empiezan a ser
de uso cotidiano. Aunque por diferentes vías, todos estos movimientos persiguen
un objetivo común y probablemente sea el capitalismo consciente el que mejor ha
sabido sintetizar, en tan solo dos palabras que para muchos serían dignas de
constituir un oxímoron, la intuición subyacente a dicho objetivo: El problema
no es el Sistema en sí, sino el nivel de consciencia que lo dirige. En otras
palabras, actuando sinérgicamente con las fuerzas que constituyen la verdadera
naturaleza humana, el sistema ha sido capaz de llevar a la humanidad a un nivel
de prosperidad y bienestar sin precedentes en un tiempo récord. Por el contrario,
cuando los peores instintos del ser humano se han puesto al volante, el paraíso
se ha vuelto distopía.
Resulta paradójico que un mismo sistema esté
avanzando paralelamente en direcciones tan diametralmente opuestas. Para
entender como hemos llegado hasta aquí, es necesario examinar, aunque sea
brevemente, de dónde venimos. Partamos de la base que los mercados han existido
desde tiempos inmemoriales con el fin de facilitar el intercambio de bienes
entre seres humanos. Durante miles de años los procesos de intercambio en el
mercado fueron altamente ineficientes y no fue hasta aproximadamente el s. VII
a.c. que alguien tuvo la brillante idea de crear una herramienta que facilitara
dichos procesos. Así nació lo que hoy llamamos dinero. Una mera herramienta al
servicio del intercambio de bienes en el mercado. Todavía tuvieron que pasar
unos dos mil años más para que el hombre fuera capaz de sentar los pilares de
la economía liberal: el derecho de propiedad y el estado de derecho. A partir
de ahí, el despegue del progreso fue meteórico. Los incentivos a la innovación
que la nueva coyuntura puso encima de la mesa desataron el espíritu emprendedor
innato del ser humano, canalizándolo a través de un sistema donde dinero y
mercado creaban un círculo virtuoso cuyo resultado era la generación a
velocidad exponencial de bien común. Hasta aquí la cara amable de la historia
del capitalismo.
En palabras del historiador Fernand Braudel,
el problema del sistema capitalista es que se presta muy fácilmente a pervertir
la función para la que el mercado fue originalmente concebido. Para Braudel, el
capitalismo transforma la función del mercado como sistema de intercambio de
bienes a través del dinero, en un medio cuya finalidad se reduce a convertir
dinero en más dinero. En el momento en que el dinero se convierte en un fin por
si mismo y se asocia maquiavélicamente dicho fin a la consecución de la
felicidad, la perversión del Sistema está servida. La moral y el bien común
quedan atrás y el ser humano empieza a confundir la búsqueda de la felicidad
con la búsqueda de riqueza. Una confusión que alcanza su máxima expresión en el
materialismo y que es la responsable última de las plagas con que los medios de
comunicación azotan nuestras mentes a diario: guerras, cambio climático, hambre,
crisis financieras, contaminación, extinción de especies…
Inyectar consciencia en el sistema capitalista
equivale a reencontrarnos con nuestra verdadera naturaleza humana y abandonar
la catastrófica visión del dinero como la última parada en nuestro camino a la
felicidad. Numerosos estudios demuestran que los valores materialistas, lejos
de conducirnos a la felicidad, constituyen una autopista hacia todo lo
contrario. Una vez obtenemos la cantidad de dinero necesario para satisfacer
nuestras necesidades vitales, multiplicar dicha cantidad por 10, por mil o por
diez mil no nos ayuda a ser más felices. De hecho, los estudios demuestran que
cualquier esfuerzo destinado a incrementar nuestros ingresos por encima de
nuestras necesidades vitales, va en detrimento del tiempo que necesitamos para
satisfacer nuestras necesidades intrínsecas, aquellas de las cuales emana
nuestra auténtica felicidad. Lo que Daniel Pink describe como los 3 pilares de
la motivación humana: autonomía/libertad, excelencia y propósito. La ciencia,
la tecnología y el progreso no son más que el resultado de la interacción de
estos tres impulsos naturales. La economía de libre mercado es el contexto que
ha hecho posible dicha interacción a escala global.
Las catástrofes que se asocian al capitalismo
no son por tanto una consecuencia inherente al sistema, sino el resultado de
haber olvidado quienes somos y lo que realmente nos hace felices. Sin ser
conscientes de ello, vivimos prisioneros de un marco mental de creencias que no
se basan en nuestra experiencia empírica y que pervierten por completo el
espíritu evolutivo del ser humano. La búsqueda del propósito, la necesidad de
conexión y el anhelo de libertad han quedado desplazados por la farsa
psicológica que sitúa el dinero en el epicentro de nuestra existencia y que nos
sumerge en un ficticio camino a la felicidad basado en la espiral destructiva
del consumismo. Cuando esta disfunción se propaga a la esfera empresarial, es
cuando perdemos de vista el verdadero propósito evolutivo de la naturaleza
humana y nuestros peores instintos hackean el sistema para que trabaje a su
favor.
El siglo XXI pondrá al ser humano ante el reto
más grande de su historia: El de decidir colectiva y conscientemente que mundo
queremos para nuestros hijos. La decisión no puede aplazarse y no es una
cuestión de inteligencia sino de consciencia. Mientras la gente vive aterrada
ante la posibilidad de que la inteligencia artificial algún día iguale o
incluso supere la humana, nuestra inteligencia biológica está destruyendo el
planeta sistemáticamente. Si no somos capaces de inyectar consciencia a
nuestros actos y vivir en conexión con nuestra verdadera naturaleza, la
inteligencia artificial será sin duda el menor de los problemas de esta
centuria. La próxima gran revolución será consciente o no será.
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Autor: Xavier Ginesta
(Fundador y presidente de Voxel Group y miembro de la
junta directiva de la Fundación Capitalismo Consciente)
Fuente: El Economista
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