Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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13/9/21

Las manifestaciones de Dios (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 37)



Encomienda a Dios tus tareas y tendrán éxito tus planes. (Prov 16, 3)

O bien: Si pones a Dios en todo lo que haces, le encontrarás en todo lo que acontece.

O bien: Por todo en manos de Dios y verás la mano de Dios en todo.

Son estas, tres formas de expresar una realidad que sólo pueden evidenciar aquellos que viven la Presencia de la Divina Realidad, aquellos que sólo ven la Divina Realidad, que todo lo que ven es Él. Evidentemente, ver a Dios en todo, poner a Dios en todo lo que uno hace y aceptar que todo lo que sucede es la manifestación de Él, es una actitud que está más allá de las cosas de este mundo. Es una actitud que requiere el final de todos los juicios y la negación de los propios deseos. Es en suma, la expresión más evidente de la santidad si, esta frase pasa de ser un noble deseo y una experiencia real.

La cosa pinta bien si lo que sucede es acorde con nuestros deseos, si pronuncias esta frase cuando te levantas por la mañana y ves cómo todo te es propicio y tus planes tienen éxito, como afirma el proverbio. Es fácil elevar un himno de alabanza.

Pero si enciendes de mañana la radio y escuchando los informativos te desayunas con una nueva cagada del Gobierno o, con algún hecho luctuoso o, tragedia natural o, un nuevo caso de violencia de género, ver a Dios en los sucesos descritos no es algo que sea fácil de aceptar.

Este es el problema, que es fácil ver a Dios en las mañanitas del Rey David, donde los pajaritos cantan con el frescor del nuevo día, las nubes se levantan y el Sol nos sonríe en un nuevo amanecer. Pero verle en las escenas de un nuevo bombardeo de una ciudad siria, resulta ser, cuando menos, heavy.

Pues la Filosofía perenne es lo que afirma al referirse a la caridad, a la mortificación, la verdad y el conocimiento de uno mismo en los acontecimientos.

Existen dos conceptos básicos que han de leerse al revés para entenderlos, uno es el Amor y el otro la Verdad. Ni uno ni otro son atributos de Dios, es decir es erróneo decir “Dios es Amor” y “Dios es la Verdad”, sino como afirma Mahatma Gandhi en su libro “Amor incondicional”, “El Amor es Dios” y “La Verdad es Dios”. Es decir, Dios no es alguien que tiene virtudes, sino que las virtudes son Dios. De modo que Dios no es Algo o Alguien, sino que “es el que es” o “lo que es”. Es el Ser, el Todo, el Sentido y el Destino. Es el Tao de Lao Tse, algo indefinible, sin atributos, inefable; tanto como para que Meister Eckhart afirme que “cualquier idea que tengamos de Dios es por principio errónea”, porque Dios no cabe en las ideas humanas, las sobrepasa tanto como el océano al hoyo en la arena de la playa que quiso hacer San Agustín para comprenderlo.

Así que Dios no es comprensible. Por eso la auténtica Espiritualidad es iconoclasta pues las imágenes tienden a la idolatría de las estatuas. Lo finito ha de quedarse a cierta distancia de lo infinito, que es lo que Yahvé trató de explicarle a Moisés, cuando este trató de ver su gloria. Sólo puedes ver mi espalda mientras pase…  

Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después, cuando retire la mano, podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás». Ex 33, 22-23

El por eso que Dios no se muestra, sino que se manifiesta, de forma que sea asimilable por el ser humano, por Marta, por la mente, mientras que María, el alma, sí es capaz de verle cara a cara, porque el alma sí es Dios, la misma esencia de Dios.

La caridad

La Caridad es la primera y más explícita manifestación sublime del Amor. Y decir Amor es decir Dios. Es desinteresada, no es un sentimiento, sino un acto consciente de la voluntad. Es humilde en total anonadamiento. Es el atributo más perfecto de la presencia de la Divina realidad en la vida de los hombres. Cuando el hombre derrama la caridad hacia los demás, es Dios mismo quien la está derramando, porque cuando amamos somos nosotros la manifestación de Dios a los demás.

Sin embargo la desviación de la Caridad es el erróneo amor a las añadiduras, los efectos colaterales del amor que son los destellos de felicidad que producen algunos estados de bienestar alcanzados por medios materiales. Aquello de que el dinero no da la felicidad pero sí todo lo demás, las añadiduras. Por eso el joven rico no superó la oferta de Jesús, porque amaba más sus añadiduras que cualquier otra cosa.

Pero el Amor, la Caridad, son términos adulterados que se aplican a expresiones erróneas y hasta despectivas, como confundir la caridad con la beneficencia hacia los menesterosos. La palabra “caridad”, tanto en inglés como en español se ha convertido en la acción de aportar limosna. Y se sabe que esta acción caritativa se basa en el derecho imperfecto, que no obliga legalmente a hacer obras de caridad o misericordia. Así caridad se ha terminado asociándola a la acción de atender las necesidades de los pobres de solemnidad. Así que el concepto “amor” tiene que llenar todos los huecos del espectro, desde lo más carnal como es realizar el acto sexual (con afectividad o sin él, da lo mismo, al coito se le llama “hacer el amor”), hasta la entrega total hasta dar la vida por los demás, o la actitud contemplativa de los místicos. Y entre medias están todas las iniciativas orientadas a sacar provecho para uno mismo en términos de satisfacción (de satis: bastante y factio: acción) es decir de considerar suficiente para nuestros deseos o aspiraciones. Pero la cuestión es de nuevo lo mismo ¿qué y cuánto es suficiente? Porque, en el extremo, nuestro mayor pecado no es tanto el daño a los demás (que también), sino no haber amado lo suficiente. La lectura de 1 Corintios 13, resuelve perfectamente la cuestión de qué es el Amor, que es lo mismo que decir qué es Dios.

Mortificación, desprendimiento y vida recta

Para la Filosofía perenne, la primera marca del Amor es el desinterés con el que actúa, es decir, el Amor no es interesado, no busca la compensación, no espera nada a cambio. El amor no busca ninguna causa. Se ama porque sí. Es el propio fruto y goce. No hay razones para amar, porque lo fundamental es que no hay razones para no amar.

El amor no puede sufrir decepción, porque todo, incluso el desamor le ayuda a llevar a cabo su obra. Eckhart dice que no podemos amar a Dios según nos vayan las cosas, de igual modo que no podemos amar a los demás en función del amor que recibamos de ellos. Si un hombre permanece en este estado del espíritu, todo el tiempo que está despierto, se realiza entonces el discurso de Buda sobre el amor incondicional “aún en este mundo se halló la santidad”.

San Juan de la Cruz dice que ninguna cosa que puede gozar la voluntad es Dios. Para unirse a Él hay que vaciarse, despegar cualquier afecto, apetito de deseo, gusto de todo lo temporal o espiritual. La unión con Dios no es el apetito del deseo sino por amor. El deleite, la suavidad y el gusto en que pueda caer la voluntad no es Dios, no es amor. Es imposible que la voluntad pueda llegar a la suavidad y deleite de la divina unión, sino es mediante la desnudez y el desapego a todo deseo y gusto particular, tanto de esta vida como del espíritu.

El ser humano vive con su interior poblado de múltiples “yoes”, cada uno chillando y queriendo prevalecer sobre los demás. La eterna plenitud obliga al desvanecimiento del “yo”, morir uno mismo para sí mismo, de modo que la mortificación es el camino de la Sabiduría a través de la humildad cotidiana, el desapego de todo lo que uno se cree que es y tiene.

La mortificación es un canto a la simplicidad y a la quietud del espíritu. Y el lado oscuro de la mortificación es el puritanismo, que centra todo su esfuerzo en un estoicismo vano que se engríe en su propia capacidad de penitencia.

La auténtica mortificación es la base de la vida recta, expresada en el constante amor a los demás y a la naturaleza. Y la antítesis de la vida recta, la negación del amor se fundamenta en la soberbia. Y la soberbia es la energía que alienta el deseo de poder.

La Verdad

Axioma de Eckhart: “cualquier cosa que digamos y pensemos sobre iDios es en sí misma falsa”, por lo que hemos dicho; Dios, como el océano, no cabe en el cubo de arena de la mente. Eckhart afirma como teólogo, que hay algunos asertos sobre Dios (sólo algunos), que pueden ser ciertos, pero como místico, sabe que cualquier fábrica humana sobre Dios es una aproximación tan burda, que “stricto sensu” no puede ser verdad. Por eso, Santo Tomás, cuando recibió la iluminación infusa, comprendió cómo todo lo escrito sobre Dios en su magna obra sólo era una vanidosa pretensión de atrapar el Océano De dios con las manos.

La Verdad es realmente aquella que cada uno descubre en el interior de sí mismo,  como afirman los sutras mahayánicos, porque está escrita en rollos de papel en blanco, según el filósofo chino de la dinastía Ming Wu Ch’eng-en.

Para la Filosofía perenne, según el místico sufí Al Ghazali, hay tres formas lde verdad. La verdad como hecho, la verdad como aprehensión directa de la realidad y la verdad como aplicación explicada de lo Real. Siempre que oigamos el término “la verdad” hay que reconocer sobre cuáles de las tres formas se afirma, porque el objeto de la Filosofía perenne es la naturaleza de la realidad eterna, pero el lenguaje en que debe formularse está concebido para explicar la realidad visible y temporal. Esto lo explica muy bien Alan Watts en su libro “El camino del Zen” cuando refiere que las experiencias espirituales sólo se pueden explicar, al menos en lenguaje occidental, como experiencias físicas, tal y como hemos hecho al explicar la historia de Marta y de María, con una parábola, la del Camino de Santiago y la oceánica navegación. Por eso en las formulaciones de la Filosofía perenne ha de haber siempre inevitables paradojas; y por eso Jesús hablaba del Reino de Dios en parábolas. Porque no hay otra forma de siquiera intuirlo.

La verdad como “hecho” no puede tal cual describirse. El Zen y el Tao utilizan símiles grandilocuentes, casi descomunales. Así usa el dislate para representar el Reino de los Cielos. El resultado es una reducción al absurdo, un súbito salir de la razón hacia el intelecto intuitivo. Porque a lo sumo Dios se manifiesta en la mente como una intuición. Y aunque sea extraño para el occidental, es efectivo hasta el punto de producir finalmente la “metanoia”, la transformación espiritual.

Las extravagancias, los cuentos o parábolas se usan para que el oyente no tome en serio las palabras, sino que supongan un escalón para imaginar, intuir algo más allá de la escena que describen. Es por eso por lo que tomar al-pie-de-la-letra las enseñanzas no conduce a la verdad nunca. Las palabras son a la vez indispensables, pero fatales. El fanático ultraortodoxo llega a ser tan estúpido que ante la máxima de Jesús “si tu mano te escandaliza, córtatela”, es capaz de hacerlo, pero de verdad.

Me ocurrió una vez en Nueva York, que haciendo en sábado, el “tour contrastes” por la ciudad para turistas, llegamos al barrio ultraortodoxo judío en Brooklyn, Williamsburg, donde se pueden ver una comunidad judía absolutamente radical. El guía nos contaba cómo una vez una familia, que llegaba a su casa en sábado, les pidió a un turista del tour que se había bajado del autobús, le hiciera el favor de abrir la puerta de su casa, porque en sábado ellos no podían usar la llave para abrir puertas ni encender las luces de la casa, por aquello del Sabbat.

O también, y al hilo del Sabbat, hace muchos años, un simpático radioyente le escribió a una telepredicadora que atacaba la homosexualidad, porque así lo indica Levítico 18, 22: “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación”. El radioyente le explicaba que tenía un vecino que insistía en trabajar en el sábado. “El Éxodo 35, 2, claramente establece que ha de recibir la pena de muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo yo mismo? ¿Me podría apañar usted este tema de alguna manera?”. Y también; “el Levítico, 25, 44, establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. (Literalmente: Los siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y siervas). Y le pregunta a la telepredicadora: Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mejicanos, pero no a los canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer canadienses?

Y algo que no tiene ni pizca de gracia es lo que sucedió al coger las palabras con pinzas. La palabra en cuestión es “filioque” (y el hijo). La discrepancia sobre su significado provocó, según cuentan las crónicas, el Cisma de Oriente. En la teología cristiana la cláusula filioque, o controversia filioque, hace referencia a la disputa entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa por la inclusión en el Credo de este término latino, filioque que significa: «y del Hijo». La Iglesia de Oriente difiere de la Occidental en lo que expone el Credo Niceno acerca del Espíritu Santo. En la forma Oriental se dice: el Espíritu Santo «procede del Padre». En la forma Occidental se añaden las palabras: «y del Hijo» (escrito en latín: filioque). La Iglesia Occidental confiesa una doble procesión del Espíritu Santo: «del Padre y del Hijo». La Iglesia Oriental considera que esto es una herejía. Y ¡ala! El cristianismo se divide en dos por cómo se interpreta una palabra (en el fondo la razón fue política por el predominio de Bizancio sobre Roma).

Es por todo esto que el fanatismo de la ortodoxia fundamentalista atraviesa la línea roja de la estupidez, convirtiendo la literalidad en algo digno de un comic, convirtiendo así lo sagrado en algo carente de relevancia, sólo aplicable a gente con pocas luces.

Por último, es necesario decir que las luchas dialécticas son la adulteración más abominable de la Verdad en manos de palabras ambiguas y confusas como “filioque”. El discurso político es el paradigma de la adulteración de la Verdad. La Verdad muere en boca de un político, hasta se dice que el político perfecto debe ser alguien sin escrúpulos, sin empatía y en esencia un perfecto mentiroso compulsivo, pero con tal arte que “es capaz de vendernos la Giralda y, al menos, cobrar el primer plazo”, es decir, capaz de saber simular la verdad sin despeinarse y con una sonrisa profidén en los labios. A veces, saber qué no es la verdad, es el camino para intuir qué puede ser.

Podemos concluir, pues, con San Juan de la Cruz que, todo lo que la imaginación puede imaginar y el entendimiento recibir y entender en esta vida no es ni puede ser el medio próximo para la unión con Dios.  Al final, aunque parezca cursi, la mejor aproximación de la palabra a la verdad es aquella que se expresa en poesía. Es lo que en el extremo hicieron nuestros místicos.

La moralidad intelectual es una condición previa de la espiritualidad. Al poeta y al esteta se le otorgan aproximaciones a la realidad análogas a la de los místicos. El poeta tiene la cualidad de combinar las palabras de modo que algo de la cualidad de las gracias que ha recibido, pueda hacer sentir al lector entre las líneas de cada verso leído. Pero limitarse a la belleza de la combinación de las palabras, sin ir más allá, es idolatría. Es como quedarse sólo en la belleza del ritmo y la armonía en la música, sin reparar en la esencia de la melodía.

Atended a la voz de los pinos y cedros, cuando ningún viento se agita” (Ryo Nen) –monje Zen-

“¿Qué hijo pide pruebas a su madre de que encontrará consuelo con su leche?” (Rumi)

Las grandes verdades no hallan asidero en el corazón de las masas” (Chuang Tse)

Sólo aquellos que manifiestan poseer, aún en pequeña proporción, los frutos del Espíritu, pueden persuadir a otros de que la vida del Espíritu, merece ser vivida.

Por ello, Marta piensa y se expresa en prosa, pero María piensa y se expresa en poesía, porque el Espíritu supera infinitamente a las palabras, y la Verdad a cualquier forma de expresión humana.

Así, la Verdad es tan esquiva como percibimos igualmente esquivo a Dios

“A dónde te escondiste Amado, que me dejaste con gemido…”

Es como un fuego fatuo, porque decir Verdad es decir Amor, que parece que le alcanzas y echa a correr. Así que aquí, en este mundo, nos hemos de conformar con la poesía para expresar la Verdad.

Viviremos en un castillo
hecho con amores
sostenido por dulzura
protegido con confianza
construido con felicidad
viviremos en nuestro castillo
para no salir jamás

Este breve poema de, no sé quién es, (lo he tomado de Internet), es una forma de expresar el amor de los amados, pero también es cómo expresa Teresa de Jesús el Encuentro con Dios en el Castillo interior.

Como “la Verdad es Dios”, no nos obsesionemos con atraparla, dejemos que ella nos atrape a nosotros, sólo así podremos conocer.

Al igual que es estúpido ver el panorama de noche con nuestros ojos, hemos de esperar al amanecer para que sea el Sol el que nos ilumine y permita, contemplemos el bello escenario natural que la noche oculta.

La Noche es la máxima expresión de la incapacidad humana para ir más allá de comprender los asuntos de la casa, las tareas de Marta. Mientras esto no se comprenda y se acepte, estaremos siempre enredados en tratar de alcanzar la verdad de las cosas y la Verdad de Dios y, de nuevo la severa advertencia de Nietzsche:

“El convencimiento absoluto es más peligroso para la verdad que la propia mentira”.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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