Encomienda a Dios tus tareas y tendrán éxito tus planes. (Prov
16, 3)
O bien: Si pones a Dios en todo lo que haces, le encontrarás en
todo lo que acontece.
O bien: Por todo en manos de Dios y verás la mano de Dios en
todo.
Son estas, tres formas de expresar una realidad que sólo pueden
evidenciar aquellos que viven la Presencia de la Divina Realidad, aquellos que
sólo ven la Divina Realidad, que todo lo que ven es Él. Evidentemente, ver a
Dios en todo, poner a Dios en todo lo que uno hace y aceptar que todo lo que
sucede es la manifestación de Él, es una actitud que está más allá de las cosas
de este mundo. Es una actitud que requiere el final de todos los juicios y la
negación de los propios deseos. Es en suma, la expresión más evidente de la
santidad si, esta frase pasa de ser un noble deseo y una experiencia real.
La cosa pinta bien si lo que sucede es acorde con nuestros deseos,
si pronuncias esta frase cuando te levantas por la mañana y ves cómo todo te es
propicio y tus planes tienen éxito, como afirma el proverbio. Es fácil elevar
un himno de alabanza.
Pero si enciendes de mañana la radio y escuchando los informativos
te desayunas con una nueva cagada del Gobierno o, con algún hecho luctuoso o,
tragedia natural o, un nuevo caso de violencia de género, ver a Dios en los
sucesos descritos no es algo que sea fácil de aceptar.
Este es el problema, que es fácil ver a Dios en las mañanitas del
Rey David, donde los pajaritos cantan con el frescor del nuevo día, las nubes
se levantan y el Sol nos sonríe en un nuevo amanecer. Pero verle en las escenas
de un nuevo bombardeo de una ciudad siria, resulta ser, cuando menos, heavy.
Pues la Filosofía perenne es lo que afirma al referirse a la
caridad, a la mortificación, la verdad y el conocimiento de uno mismo en los
acontecimientos.
Existen dos conceptos básicos que han de leerse al revés para
entenderlos, uno es el Amor y el otro la Verdad. Ni uno ni otro son atributos
de Dios, es decir es erróneo decir “Dios es Amor” y “Dios es la Verdad”, sino
como afirma Mahatma Gandhi en su libro “Amor incondicional”, “El Amor es Dios”
y “La Verdad es Dios”. Es decir, Dios no es alguien que tiene virtudes, sino
que las virtudes son Dios. De modo que Dios no es Algo o Alguien, sino que “es
el que es” o “lo que es”. Es el Ser, el Todo, el Sentido y el
Destino. Es el Tao de Lao Tse, algo indefinible, sin atributos, inefable; tanto
como para que Meister Eckhart afirme que “cualquier idea que tengamos de
Dios es por principio errónea”, porque Dios no cabe en las ideas humanas,
las sobrepasa tanto como el océano al hoyo en la arena de la playa que quiso
hacer San Agustín para comprenderlo.
Así que Dios no es comprensible. Por eso la auténtica Espiritualidad es iconoclasta pues
las imágenes tienden a la idolatría de las estatuas. Lo finito ha de quedarse a
cierta distancia de lo infinito, que es lo que Yahvé trató de explicarle a
Moisés, cuando este trató de ver su gloria. Sólo puedes ver mi espalda mientras
pase…
Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura
de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después, cuando retire la mano, podrás ver mi
espalda, pero mi rostro no lo verás». Ex 33, 22-23
El por eso que Dios no se
muestra, sino que se manifiesta, de forma que sea asimilable por el ser humano,
por Marta, por la mente, mientras que María, el alma, sí es capaz de verle cara
a cara, porque el alma sí es Dios, la misma esencia de Dios.
La caridad
La Caridad es la primera y más explícita manifestación sublime del
Amor. Y decir Amor es decir Dios. Es desinteresada, no es un
sentimiento, sino un acto consciente de la voluntad. Es humilde en total anonadamiento.
Es el atributo más perfecto de la presencia de la Divina realidad en la vida de
los hombres. Cuando el hombre derrama la caridad hacia los demás, es Dios mismo
quien la está derramando, porque cuando amamos somos nosotros la manifestación
de Dios a los demás.
Sin embargo la desviación de la Caridad es el erróneo amor a las
añadiduras, los efectos colaterales del amor que son los destellos de felicidad
que producen algunos estados de bienestar alcanzados por medios materiales.
Aquello de que el dinero no da la felicidad pero sí todo lo demás, las
añadiduras. Por eso el joven rico no superó la oferta de Jesús, porque amaba
más sus añadiduras que cualquier otra cosa.
Pero el Amor, la Caridad, son términos adulterados que se aplican a
expresiones erróneas y hasta despectivas, como confundir la caridad con la
beneficencia hacia los menesterosos. La palabra “caridad”, tanto en inglés como
en español se ha convertido en la acción de aportar limosna. Y se sabe que esta
acción caritativa se basa en el derecho imperfecto, que no obliga legalmente a
hacer obras de caridad o misericordia. Así caridad se ha terminado asociándola
a la acción de atender las necesidades de los pobres de solemnidad. Así que el
concepto “amor” tiene que llenar todos
los huecos del espectro, desde lo más carnal como es realizar el acto sexual
(con afectividad o sin él, da lo mismo, al coito se le llama “hacer el amor”), hasta
la entrega total hasta dar la vida por los demás, o la actitud contemplativa de
los místicos. Y entre medias están todas las iniciativas orientadas a sacar
provecho para uno mismo en términos de satisfacción (de satis: bastante
y factio: acción) es decir de considerar suficiente para nuestros deseos
o aspiraciones. Pero la cuestión es de nuevo lo mismo ¿qué y cuánto es
suficiente? Porque, en el extremo, nuestro mayor pecado no es tanto el daño a
los demás (que también), sino no haber amado lo suficiente. La lectura
de 1 Corintios 13, resuelve perfectamente la cuestión de qué es el Amor, que es
lo mismo que decir qué es Dios.
Mortificación, desprendimiento y vida recta
Para la Filosofía perenne, la primera marca del Amor es el desinterés con el que actúa, es decir,
el Amor no es interesado, no busca la compensación, no espera nada a cambio. El
amor no busca ninguna causa. Se ama porque sí. Es el propio fruto y goce. No
hay razones para amar, porque lo fundamental es que no hay razones para no
amar.
El amor no puede sufrir decepción, porque todo,
incluso el desamor le ayuda a llevar a cabo su obra. Eckhart dice que no podemos amar a Dios según nos
vayan las cosas, de igual modo que no podemos amar a los demás en función del
amor que recibamos de ellos. Si un hombre permanece
en este estado del espíritu, todo el tiempo que está despierto, se realiza
entonces el discurso de Buda sobre el amor incondicional “aún en este mundo
se halló la santidad”.
San Juan de la Cruz dice que ninguna cosa que puede gozar la
voluntad es Dios. Para unirse a Él hay que vaciarse, despegar cualquier afecto,
apetito de deseo, gusto de todo lo temporal o espiritual. La unión con Dios no
es el apetito del deseo sino por amor. El deleite, la suavidad y
el gusto en que pueda caer la voluntad no es Dios, no es amor. Es imposible que
la voluntad pueda llegar a la suavidad y deleite de la divina unión, sino es
mediante la desnudez y el desapego a todo deseo y gusto particular, tanto de
esta vida como del espíritu.
El ser humano vive con su interior poblado de múltiples “yoes”, cada uno
chillando y queriendo prevalecer sobre los demás. La eterna plenitud obliga al
desvanecimiento del “yo”, morir uno mismo para sí mismo, de modo que la mortificación
es el camino de la Sabiduría a través de la humildad cotidiana, el desapego
de todo lo que uno se cree que es y tiene.
La mortificación es un canto a la simplicidad y a la
quietud del espíritu. Y el lado oscuro de la mortificación es el puritanismo,
que centra todo su esfuerzo en un estoicismo vano que se engríe en su propia
capacidad de penitencia.
La auténtica mortificación es la base de la vida recta, expresada en
el constante amor a los demás y a la naturaleza. Y la antítesis de la vida recta,
la negación del amor se fundamenta en la soberbia. Y la soberbia es la
energía que alienta el deseo de poder.
La Verdad
Axioma de Eckhart: “cualquier cosa que digamos y pensemos
sobre iDios es en sí misma falsa”, por lo que hemos dicho; Dios, como el océano,
no cabe en el cubo de arena de la mente. Eckhart afirma como teólogo, que hay algunos asertos
sobre Dios (sólo algunos), que pueden ser ciertos, pero como místico, sabe que
cualquier fábrica humana sobre Dios es una aproximación tan burda, que “stricto
sensu” no puede ser verdad. Por eso, Santo Tomás,
cuando recibió la iluminación infusa, comprendió cómo todo lo escrito sobre
Dios en su magna obra sólo era una vanidosa pretensión de atrapar el Océano De
dios con las manos.
“La Verdad es realmente aquella que cada uno descubre en el
interior de sí mismo”, como afirman los sutras
mahayánicos, porque está escrita en rollos de papel en blanco, según el
filósofo chino de la dinastía Ming Wu Ch’eng-en.
Para la Filosofía perenne, según el místico sufí Al Ghazali, hay
tres formas lde verdad. La verdad como hecho, la verdad como aprehensión
directa de la realidad y la verdad como aplicación explicada de lo Real.
Siempre que oigamos el término “la verdad” hay que reconocer sobre
cuáles de las tres formas se afirma, porque el objeto de la Filosofía perenne es la naturaleza de la realidad eterna, pero
el lenguaje en que debe formularse está concebido para explicar la realidad
visible y temporal. Esto lo explica muy bien Alan Watts en su libro “El camino del Zen” cuando refiere que las
experiencias espirituales sólo se pueden explicar, al menos en lenguaje
occidental, como experiencias físicas, tal y como hemos hecho al explicar la
historia de Marta y de María, con una parábola, la del Camino de Santiago y la
oceánica navegación. Por eso en las formulaciones de la Filosofía perenne ha de
haber siempre inevitables paradojas; y por eso Jesús hablaba del Reino de Dios en parábolas. Porque
no hay otra forma de siquiera intuirlo.
La verdad como “hecho” no puede tal cual describirse. El Zen y el Tao utilizan símiles grandilocuentes,
casi descomunales. Así usa el dislate para representar el Reino de los Cielos.
El resultado es una reducción al absurdo, un súbito salir de la razón hacia el
intelecto intuitivo. Porque a lo sumo Dios se manifiesta en la mente como una
intuición. Y aunque sea extraño para el occidental, es efectivo hasta el punto
de producir finalmente la “metanoia”, la transformación
espiritual.
Las extravagancias, los cuentos o parábolas se usan para que el
oyente no tome en serio las palabras, sino que supongan un escalón para
imaginar, intuir algo más allá de la escena que describen. Es por eso por lo
que tomar al-pie-de-la-letra las enseñanzas no conduce a la verdad nunca. Las
palabras son a la vez indispensables, pero fatales. El fanático ultraortodoxo
llega a ser tan estúpido que ante la máxima de Jesús “si tu mano te
escandaliza, córtatela”, es capaz de hacerlo, pero de verdad.
Me ocurrió una vez en Nueva York, que haciendo en sábado, el “tour contrastes”
por la ciudad para turistas, llegamos al barrio ultraortodoxo judío en Brooklyn,
Williamsburg, donde se pueden ver una comunidad judía absolutamente radical. El
guía nos contaba cómo una vez una familia, que llegaba a su casa en sábado, les
pidió a un turista del tour que se había bajado del autobús, le hiciera el
favor de abrir la puerta de su casa, porque en sábado ellos no podían usar la
llave para abrir puertas ni encender las luces de la casa, por aquello del
Sabbat.
O también, y al hilo del Sabbat, hace muchos años, un simpático
radioyente le escribió a una telepredicadora que atacaba la homosexualidad,
porque así lo indica Levítico 18, 22: “No
te acostarás con varón como con mujer; es abominación”. El radioyente le
explicaba que tenía un vecino que insistía en trabajar en el sábado. “El Éxodo 35, 2, claramente establece que ha
de recibir la pena de muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo yo mismo?
¿Me podría apañar usted este tema de alguna manera?”. Y también; “el
Levítico, 25, 44, establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como
hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. (Literalmente: Los
siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos
podréis adquirir siervos y siervas). Y le pregunta a la telepredicadora:
Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mejicanos, pero no a los
canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer
canadienses?
Y algo que no tiene ni pizca de gracia es lo que sucedió al coger
las palabras con pinzas. La palabra en cuestión es “filioque” (y el hijo). La
discrepancia sobre su significado provocó, según cuentan las crónicas, el Cisma
de Oriente. En la teología cristiana la cláusula filioque, o controversia
filioque, hace referencia a la disputa entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa
por la inclusión en el Credo
de este término latino, filioque que significa: «y del Hijo». La Iglesia de Oriente difiere de la Occidental en
lo que expone el Credo Niceno acerca del Espíritu Santo.
En la forma Oriental se dice: el Espíritu Santo «procede del Padre». En la
forma Occidental se añaden las palabras: «y del Hijo» (escrito en latín:
filioque). La Iglesia Occidental
confiesa una doble procesión del Espíritu Santo: «del Padre y del Hijo». La
Iglesia Oriental considera que esto es una herejía.
Y ¡ala! El cristianismo se divide en dos por cómo se interpreta una palabra (en
el fondo la razón fue política por el predominio de Bizancio sobre Roma).
Es por todo esto que el fanatismo de la ortodoxia fundamentalista
atraviesa la línea roja de la estupidez, convirtiendo la literalidad en algo
digno de un comic, convirtiendo así lo sagrado en algo carente de relevancia,
sólo aplicable a gente con pocas luces.
Por último, es necesario decir que las luchas dialécticas son la
adulteración más abominable de la Verdad en manos de palabras ambiguas y
confusas como “filioque”. El discurso político es el paradigma de la
adulteración de la Verdad. La Verdad muere en boca de un político, hasta
se dice que el político perfecto debe ser alguien sin escrúpulos, sin empatía y
en esencia un perfecto mentiroso compulsivo, pero con tal arte que “es capaz de
vendernos la Giralda y, al menos, cobrar el primer plazo”, es decir, capaz de
saber simular la verdad sin despeinarse y con una sonrisa profidén en los
labios. A veces, saber qué no es la verdad, es el camino para intuir qué puede
ser.
Podemos concluir, pues, con San Juan de la Cruz que, todo lo que la
imaginación puede imaginar y el entendimiento recibir y entender en esta vida
no es ni puede ser el medio próximo para la unión con Dios. Al final, aunque parezca cursi, la mejor
aproximación de la palabra a la verdad es aquella que se expresa en poesía.
Es lo que en el extremo hicieron nuestros místicos.
La moralidad intelectual es una condición previa de la
espiritualidad. Al poeta y al esteta se le otorgan aproximaciones a la realidad
análogas a la de los místicos. El poeta tiene la cualidad de combinar las
palabras de modo que algo de la cualidad de las gracias que ha recibido, pueda
hacer sentir al lector entre las líneas de cada verso leído. Pero limitarse a
la belleza de la combinación de las palabras, sin ir más allá, es idolatría. Es
como quedarse sólo en la belleza del ritmo y la armonía en la música, sin
reparar en la esencia de la melodía.
“Atended a la voz de los
pinos y cedros, cuando ningún viento se agita” (Ryo Nen) –monje Zen-
“¿Qué hijo pide pruebas a
su madre de que encontrará consuelo con su leche?” (Rumi)
“Las grandes verdades no
hallan asidero en el corazón de las masas” (Chuang Tse)
Sólo aquellos que manifiestan poseer, aún en pequeña proporción,
los frutos del Espíritu, pueden persuadir a otros de que la vida del Espíritu,
merece ser vivida.
Por ello, Marta piensa y se expresa en prosa, pero María piensa y
se expresa en poesía, porque el Espíritu supera infinitamente a las palabras, y
la Verdad a cualquier forma de expresión humana.
Así, la Verdad es tan esquiva como percibimos igualmente esquivo a
Dios
“A dónde te
escondiste Amado, que me dejaste con gemido…”
Es como un fuego fatuo, porque decir Verdad es decir Amor, que
parece que le alcanzas y echa a correr. Así que aquí, en este mundo, nos hemos
de conformar con la poesía para expresar la Verdad.
Este breve poema de, no sé quién es, (lo he tomado de
Internet), es una forma de expresar el amor de los amados, pero también es cómo
expresa Teresa de Jesús el Encuentro con Dios en el Castillo interior.
Como “la Verdad es Dios”, no nos obsesionemos con
atraparla, dejemos que ella nos atrape a nosotros, sólo así podremos conocer.
Al igual que es estúpido ver el panorama de noche con
nuestros ojos, hemos de esperar al amanecer para que sea el Sol el que nos
ilumine y permita, contemplemos el bello escenario natural que la noche oculta.
La Noche es la máxima expresión de la incapacidad humana
para ir más allá de comprender los asuntos de la casa, las tareas de Marta.
Mientras esto no se comprenda y se acepte, estaremos siempre enredados en
tratar de alcanzar la verdad de las cosas y la Verdad de Dios y, de nuevo la
severa advertencia de Nietzsche:
“El convencimiento absoluto es más peligroso para
la verdad que la propia mentira”.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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