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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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Cuando, hace 43 años, mi artículo
“Liberación animal” apareció en las páginas de The New York Review of
Books, mucha gente me dijo que era imposible abandonar la explotación de
los animales mientras viviéramos en un sistema capitalista.1Wayne Pacelle, presidente y director ejecutivo de la organización
protectora de animales más grande de Estados Unidos, la Humane Society of the
United States (hsus), opina lo
contrario. En The humane economy. How innovators and enlightened
consumers are transforming the lives of animals escribe que “el
capitalismo en su mejor versión” es una fuerza contra el sufrimiento animal,
que “aplica la creatividad humana para dar respuesta a las demandas de un
mercado moralmente informado”.
¿Tiene razón? En
la línea de quienes piensan que el capitalismo es el problema, hay que aceptar
que en Estados Unidos la presión de la competencia desenfrenada llevó a muchos
granjeros tradicionales a la quiebra. Aquellos que consideraban a sus animales
individuos y no querían tenerlos en espacios cerrados, confinados en jaulas o
contenedores, se dieron cuenta de que ya no podían sobrevivir como granjeros.
Por cada pequeño productor de huevos que existe hoy, hace cuarenta años había
veinte. En el mismo periodo, el número de productores de cerdo y productos
lácteos ha disminuido en un 91% y un 88%, respectivamente. Mientras tanto, las
granjas industriales –o, como las denomina la industria ahora, “operaciones
concentradas de alimentación de animales”– han crecido tanto que el número de
animales producidos se ha disparado de mil quinientos millones en 1960 a nueve
mil millones en la actualidad.
Sin embargo, la
culpa no es del capitalismo. Estos cambios se han producido porque los
consumidores compran productos de granjas industriales, o bien a pesar de
conocer lo que implica para los animales que comen, o bien porque ni siquiera
se lo preguntan. El especismo, que deja a tantos de nosotros en la indiferencia
respecto a los intereses de los animales, es anterior al capitalismo y ha
perdurado también en los sistemas económicos alternativos, ya sea el comunismo
de Estado de la antigua Unión Soviética o el socialismo más idealista de los
kibutz israelíes.
A diferencia de
lo que sucede en la Unión Europea, en Estados Unidos los esfuerzos por lograr
una ley nacional que proteja a los animales de granjas industriales han
fracasado. En cambio, los defensores de los animales han apostado por educar a
los consumidores y usar el mercado moralmente informado para mejorar las
condiciones de los animales. The humane economyanaliza el impacto
económico de la preocupación del público por los animales a través de una
amplia gama de abusos hacia los mismos. Como podría esperarse, el interés se
enfoca principalmente en perros y gatos, y Pacelle nos cuenta que dos grandes
cadenas de tiendas de mascotas, PetSmart y Petco, han respondido a esta
inquietud con un nuevo modelo económico. En lugar de vender mascotas, ponen a
disposición de organizaciones de rescate espacios donde ofrecer en adopción
animales que necesitan un hogar. Las tiendas dejan de percibir ingresos del
comercio de las mascotas de raza y no reciben nada de las adopciones, pero esa
pérdida se ve compensada por el incremento en ventas de productos a sus
agradecidos consumidores.
Al hablar de la
industria del entretenimiento, Pacelle plantea un contraste entre el éxito del
Cirque du Soleil, que no utiliza animales, y el declive de los circos
tradicionales cuyo atractivo se basa en “tigres feroces y elefantes que
bailan”. El público ya cuenta con la información suficiente como para no
disfrutar un espectáculo en el que animales exóticos hacen trucos que nunca
harían si no los obligara el miedo que les producen sus entrenadores.
Aquellos que se
oponen a la experimentación con animales llevan años insistiendo en el
desarrollo y práctica de experimentos in vitro y simulaciones por computadora.
Dichos métodos están cada vez más extendidos, en gran medida por motivos
económicos, lo que ha permitido acabar con experimentos excesivamente dolorosos
como la prueba de irritación ocular de Draize, en la que sustancias que van
desde cosméticos hasta limpiadores cáusticos para el hogar se introducen sin
anestesia en los ojos de conejos inmovilizados.
El uso
económicamente más significativo que les damos a los animales, no obstante, es
como alimento. Yuval Noah Harari, autor de De animales a dioses, una
brillante historia de nuestra especie, ha descrito el trato que reciben los
animales en las granjas industriales como “quizás el peor crimen de la historia”.
Esto pone la producción industrial de animales en el centro de cualquier
investigación sobre las posibilidades que tiene el mercado de lograr una
transformación humana de nuestra relación con los animales, ya que si falla en
eso estará fracasando en enfrentarse a la mayor fuente de sufrimiento que
infligimos a los animales.
Tanto en el
ensayo “Liberación animal” como en el posterior libro del mismo título describí
tres formas extremas de confinamiento que prevalecen en granjas de cría
intensiva: contenedores para becerros, contenedores para cerdas preñadas y
jaulas en batería para gallinas ponedoras. Todas estas formas de confinamiento
ahora son ilegales a lo largo y ancho de la Unión Europea –veintiocho países
con más de quinientas millones de personas–. Este extraordinario logro es
consecuencia, principalmente, del apoyo enérgico que organizaciones y
coaliciones europeas de defensa animal han recibido por parte de la sociedad,
pero la ciencia también ha desempeñado un papel importante.
El Reino Unido y
Suecia fueron precursores. Gracias a votantes suficientemente preocupados por
el bienestar animal como para convertirlo en un tema electoral, se prohibieron
los contenedores para becerros y cerdas preñadas, y se hicieron esfuerzos para
prevenir una ola de importaciones de países miembros de la Unión Europea que
tuvieran estándares más bajos de bienestar animal. La Unión Europea es un área
de libre comercio, así que requiere estándares homogéneos entre países. La
Comisión Europea solicitó al Comité Científico Veterinario un informe acerca de
los requerimientos básicos de bienestar para becerros, cerdas y, más tarde,
gallinas ponedoras. La comisión de expertos declaró de manera inequívoca que
las granjas industriales no cumplían adecuadamente los requisitos en sus
contenedores y jaulas de uso estándar. Los informes recomendaban reformas de
gran alcance, que el Parlamento Europeo apoyó y la Comisión Europea aceptó. Actualmente,
en Estados Unidos estos tres métodos están prohibidos solo en California, como
resultado de una votación realizada en 2008 por iniciativa ciudadana, aunque a
partir de 2019 también serán ilegales en Michigan.
¿Por qué en
Estados Unidos los esfuerzos por proteger a los animales de granjas
industriales no se han concretado en el tipo de cambio legislativo que sí se ha
logrado en Europa? ¿Será que a los estadounidenses les preocupan menos los
animales? La experiencia de California sugiere que no es así: cuando los
electores tuvieron la oportunidad de expresar sus puntos de vista acerca de si
debían permitirse métodos de confinamiento que impidieran a los animales
moverse o estirar sus extremidades, la respuesta fue un rotundo no. (Ese mismo
año Barack Obama resultó elegido presidente y California fue uno de los estados
más favorables a su causa; sin embargo, más californianos votaron a favor de
dar libertad de movimiento a los animales en granjas industriales [63%] que a
favor de Obama [61%]).
Es improbable
que este cambio hubiera ocurrido en California de no haber existido la
posibilidad de un referéndum impulsado por los ciudadanos. Sin embargo, ante la
ausencia de dicho mecanismo, a nivel federal no han aparecido signos de una
legislación de tipo europeo en la materia. No podemos ignorar el hecho de que
los legisladores estadounidenses son menos receptivos a las opiniones de los
ciudadanos que sus contrapartes europeos, especialmente cuando una industria
que cuenta con recursos financieros considerables se opone a estos puntos de
vista.
Ante la falta de
una legislación nacional, ¿qué tan exitoso ha sido el mercado estadounidense
moralmente informado para cambiar los tres métodos más extremos de
confinamiento? Analicémoslos uno por uno.
En Liberación
animal describí el método que en ese momento recomendaba la industria
para producir carne de ternera:
+Separar a los
becerros de sus madres desde el primer día de nacidos.
+Colocarlos, por
el resto de sus vidas (aproximadamente dieciséis semanas), en contenedores de
1.5 por 0.6 metros (dimensiones que les imposibilitan mover el cuerpo al menos
durante su último mes de vida).
+Alimentarlos
hasta su muerte con una dieta a base de líquidos, a pesar de que para entonces
ya habrán pasado por mucho la edad en que, normalmente, deberían estar comiendo
pasto (esta técnica mantiene la carne de un color rosa pálido, que el productor
puede vender a un precio alto).
+No colocar paja
para que los becerros se recuesten, porque se la comerían (véase punto
anterior).
+Asegurarse de
que los becerros no tienen acceso a ninguna fuente de hierro, un elemento que
oscurece su carne.
+Revisar niveles de hierro en el suministro de agua y usar un filtro si estos son altos.
+Construir los contenedores de tal modo que los becerros no alcancen ninguna pieza oxidada, porque podrían lamerla para obtener hierro.
+Revisar niveles de hierro en el suministro de agua y usar un filtro si estos son altos.
+Construir los contenedores de tal modo que los becerros no alcancen ninguna pieza oxidada, porque podrían lamerla para obtener hierro.
La producción de
carne de ternera fue el primer asunto relativo a las granjas industriales en
despertar el interés público. En la década de los ochenta, señala Pacelle, las
imágenes de estos miserables becerros se grabaron de tal modo en la cabeza de
los estadounidenses que el consumo per cápita de carne de ternera se redujo de
un máximo de 3.9 kilogramos a 136 gramos. Tomó dos décadas de cabildeo para que
la industria aceptara cambiar, en 2007, los contenedores individuales por un
método de alojamiento en grupo que se hará efectivo en 2017. Desde entonces, el
consumo de carne de ternera no se ha recuperado.
Las cerdas de
cría –madres de los cerdos utilizados para producir carne– eran, y en muchos
casos todavía son, mantenidas en contenedores apenas medio metro más espaciosos
que los utilizados para los becerros. Estas cerdas alcanzan un gran tamaño, de
modo que no pueden caminar ni moverse. De estar libres en un bosque, pasarían
el día buscando comida, socializando con otras cerdas o cuidando de sus crías.
Pero en los contenedores de gestación, como los llaman, no hacen más que estar
paradas o sentadas, excepto por el breve periodo en que están comiendo.
Desarrollan un comportamiento estereotípico para liberar estrés: se balancean
hacia atrás y hacia adelante o roen las barras de sus contenedores. Solo se les
permite salir de los contenedores para parir, amamantar a sus crías y pasar a
otra variedad de confinamiento severo llamado “contenedor de parto”. (Los
productores de cerdos no dicen que sus cerdas están “embarazadas” o que “dan a
luz”, eso sería decir que se parecen a nosotros. Las cerdas “gestan” y después
“paren”.) Tan pronto como las separan de sus crías las madres quedan de nuevo
preñadas, a menudo por inseminación artificial. Entonces regresan a sus
contenedores de gestación.
La estrategia de
Pacelle para cambiar esta práctica requería consumidores moralmente informados.
Durante muchos años el progreso fue lento, pero en 2011 recibió una llamada
telefónica de Carl Icahn, un inversionista decidido que le ofrecía su ayuda en
la lucha contra la crueldad hacia los animales. En una inspirada maniobra,
Pacelle lo puso al tanto de los esfuerzos de hsus por persuadir a McDonald’s de dejar de comprar
carne de cerdo a productores que utilizaban contenedores de gestación.
Los intentos por
hacer que McDonald’s adoptara exigencias más sólidas de bienestar animal en sus
suministros no eran ninguna novedad. En 1994 Henry Spira, pionero en temas de
derechos animales, compró acciones de la empresa con el fin de promover una
resolución en la junta directiva y exigir a sus proveedores la “alternativa
menos restrictiva” para albergar animales. Tras ciertas disputas legales, Spira
retiró su resolución a cambio del compromiso corporativo, asumido a través de
una declaración pública, de exhortar a sus proveedores a tomar “todas las
acciones razonables” para garantizar un trato digno a los animales. Spira era
consciente de que eso podía quedarse solo en el papel, pero aceptó el trato
partiendo de que “si McDonald’s se mueve un milímetro, todos los demás se
mueven con ellos”. Fue la primera vez que la empresa aceptó su responsabilidad
sobre la manera en que sus proveedores trataban a los animales.
Durante los dos
años siguientes no hubo ningún cambio. Después la cadena tomó la decisión
equivocada de demandar a un grupo de activistas londinenses por haberla
difamado en un folleto. La mayoría de los activistas cedieron y pidieron
disculpas, pero Helen Steel y David Morris decidieron enfrentarse al gigante
corporativo y representarse a sí mismos ante el tribunal. Así comenzó el juicio
por difamación más largo en la historia legal británica, después del cual un
juez determinó que las declaraciones sobre la responsabilidad de McDonald’s en
el trato cruel de animales no eran difamatorias, porque eran ciertas.
Tras la mala
publicidad que McDonald’s recibió por este juicio, Spira renovó sus esfuerzos
para persuadir a la compañía de que debía hacer transformaciones sustantivas.
En 1997 lo acompañé a una reunión con Bob Langert, director de sostenibilidad
de McDonald’s. Langert aceptó emplear a la experta en temas de ganadería Temple
Grandin para hacer una revisión de los mataderos en los que adquirían carne, y
dijo que considerarían poner en práctica cualquier cambio que ella recomendara
a fin de mejorar el bienestar de los animales. Le propusimos que exigiera a sus
proveedores una reducción progresiva del número de los contenedores de
gestación para las cerdas, pero no hubo un gran avance en este punto. Después
de la muerte de Spira en 1998, otras organizaciones –entre ellas,hsus– dieron seguimiento a la campaña. A
lo largo de la siguiente década algunos de los proveedores más importantes de
McDonald’s comenzaron a reemplazar sus contenedores, pero la empresa mantuvo su
negativa de exigirles nuevas alternativas.
Pacelle y Spira
estaban convencidos de que cualquier movimiento por parte de McDonald’s
marcaría una tendencia para la industria entera, y sabían también que los
directores ejecutivos de las grandes empresas suelen escuchar a un activista
multimillonario con un historial sólido de compra de acciones para convertirse
en miembro de la junta directiva e impulsar cambios a nivel administrativo. Si
Icahn había hecho esto para que él y sus inversionistas obtuvieran ganancias,
¿qué le impediría hacerlo para reducir el sufrimiento animal?
Con Icahn a su
lado, Pacelle pudo saltarse la oficina de sostenibilidad de McDonald’s para
hablar directamente con Don Thompson, el director ejecutivo. Le expuso el
argumento de que siempre que la ciudadanía ha logrado someter a referéndum el
tema de los contenedores para cerdas –en iniciativas en Florida en 2002,
Arizona en 2006 y California en 2008– el resultado ha sido la prohibición. Los
ejecutivos de McDonald’s eran también conscientes, sin duda, de que la cadena
Chipotle había experimentado un rápido crecimiento desde que años atrás se
había comprometido a no comprar a productores que mantuvieran encerrados a sus
cerdos.
En febrero de
2012, McDonald’s aceptó reducir gradualmente sus compras de carne de cerdo a
productores que usaran contenedores. A pesar de que un vocero del Consejo
Nacional de Productores de Puerco había declarado “no sé quién les ha
preguntado a las cerdas si querían moverse”, aquí operaban las reglas del
mercado, no las del gobierno, de modo que a pesar de la resistencia de la
industria sus cabilderos en Washington no tuvieron posibilidad de bloquear la
medida. Durante los siguientes tres años, más de sesenta marcas grandes
siguieron el ejemplo de McDonald’s. Entre ellas había cadenas de comida rápida
especializadas en hamburguesas como Burger King y Wendy’s, supermercados como
Safeway y Kroger, megatiendas minoristas como Costco y Target y, el año pasado,
Walmart.
Si los
contenedores para becerros y cerdas son malos, las jaulas en batería para
gallinas ponedoras son aún peores. En Liberación animal cité
el informe de un comité de expertos del gobierno británico encabezado por el
eminente zoólogo F. W. Rogers Brambell. El Informe Brambell, que se dio a
conocer en 1965, recomendaba que los animales deben tener “cinco libertades”:
la capacidad de moverse, acostarse, ponerse de pie, estirarse y acicalarse sin
restricciones de movimiento. El referéndum californiano de 2008 mostró un apoyo
abrumador por un principio similar que ahora está incorporado en la ley estatal
de California.
En 2013 Joy
Mench y Richard Blatchford, del Departamento de Ciencias Animales y Centro de
Bienestar Animal de la Universidad de California en Davis, llevaron a cabo una
investigación financiada por el Departamento de Alimentos y Agricultura de
California acerca de lo que las medidas sugeridas por Rogers Brambell implican
para las gallinas. Tras filmarlas y procesar las imágenes obtenidas con un
software diseñado para generar el espacio tridimensional requerido para cada
una de las “cinco libertades”, concluyeron que agitar las alas, dejando una
pulgada entre la punta de cada ala y el límite del contenedor, es lo que más
espacio requería: 1916.1 centímetros cuadrados. Girarse requería 1316.1
centímetros cuadrados y ponerse de pie 561.2 centímetros cuadrados. (En
comparación una hoja de papel tamaño carta tiene 603.2 centímetros cuadrados).
No obstante, las
directrices actuales establecidas por United Egg Producers, la organización de
comercio de la industria del huevo, apenas permiten 432.2 centímetros cuadrados
por gallina. Con ese nivel de hacinamiento, las aves no son capaces de aletear
y solo pueden girarse si hay otra gallina que está acostada y por lo tanto
ocupa menos espacio. Hasta ponerse de pie ocasiona que las aves se aplasten
unas contra otras o contra el cable que rodea las jaulas. Las gallinas
permanecen en esa aglomeración por lo menos un año, hasta que declina su tasa
de producción de huevo o las matan.
A pesar de que
United Egg Producers presume que el 76% de los huevos producidos en Estados
Unidos vienen de gallinas mantenidas de acuerdo a sus estándares, ¿qué hay del
otro 24%, que equivale a setenta millones de gallinas? Pacelle nos cuenta que
Rembrandt, el tercer productor de huevos más grande del país, tenía millones de
gallinas en jaulas de solo 309.6 centímetros cuadrados por animal. Rembrandt no
tenía las gallinas aglomeradas en espacios tan reducidos porque su dueño fuera
un sádico, sino como resultado de lo que podríamos llamar la “economía
inhumana”. Aunque el hacinamiento matara a más gallinas, y aunque cada gallina
pusiera menos huevos que otra en mejores condiciones, esos inconvenientes eran
menores que los beneficios económicos que producía obtener un mayor número de
huevos por el capital invertido en cada unidad de producción. Las gallinas son
baratas, pero los cobertizos, las jaulas, la maquinaria de ventilación, los
instrumentos para recolectar y separar los huevos y otros costos fijos no lo
son. Si la competencia amontona a sus gallinas más que tú, puede vender los
huevos a un precio más bajo y dejarte fuera del negocio.
Pero hay buenas
noticias: Rembrandt está sacando a sus gallinas de las jaulas. También Rose
Acre Farms, el segundo productor de huevos más grande de Estados Unidos. Sus
directores ejecutivos le dijeron a Pacelle que querían adelantarse a la marea
creciente de consumidores preocupados por el bienestar animal. O acaso quieren
seguir vendiendo su producto en California, que ha prohibido la venta de huevos
que no hayan sido producidos conforme a las leyes del estado. Quizá se dieron
cuenta de que los sistemas desarrollados en Europa, donde las jaulas estándar
usadas en Estados Unidos están prohibidas desde 2012, podrían funcionar para
ellos. Tal vez, piensa Pacelle de manera optimista, tenían conciencia después
de todo.
El mayor avance
para el bienestar tanto de gallinas como de cerdas ha venido de McDonald’s, que
en septiembre de 2015 anunció que empezaría un proceso de retiro gradual, a
diez años, de huevos producidos en condiciones de confinamiento. McDonald’s usa
dos mil millones de huevos al año –un 3% de la producción total
estadounidense–, por lo que la retirada gradual condena a aproximadamente
setenta millones de gallinas a pasar su vida enjauladas. La empresa argumenta
que precisamente porque es un consumidor tan grande de huevos tomará tanto
tiempo asegurar un abastecimiento adecuado. De cualquier modo, como era de
esperar, las políticas de McDonald’s han provocado que otras marcas se deshagan
de sus jaulas: desde septiembre de 2015 hasta el momento de escribir este
artículo ha habido cerca de cien pronunciamientos, incluyendo a Kroger y
Albertsons, las dos cadenas de supermercados más grandes de ese país; en abril,
Walmart, la tienda minorista más grande del mundo y el mayor vendedor de comida
de Estados Unidos, anunció que ellos también retirarían gradualmente los huevos
de gallinas confinadas de todas sus tiendas en Estados Unidos y Canadá.
En conjunto, y
una vez implementadas por completo, estas reformas –la eliminación de
contenedores para becerros, contenedores de gestación para cerdas y jaulas de
batería para gallinas– reducirán la inmensa cantidad de sufrimiento que padecen
millones de animales en las granjas industriales de Estados Unidos. La gran
mayoría de los becerros, cerdos y gallinas ponedoras, sin embargo, seguirán
estando en condiciones de hacinamiento, y las reformas no modifican en absoluto
la manera de transportarlos o matarlos. Ninguna de estas reformas tendrá
tampoco impacto en la producción industrial de pollo para alimento, eso que
John Webster, profesor de crianza animal en la Escuela de Ciencias Veterinarias
de la Universidad de Bristol y fundador de lo que es hoy el centro de
investigación de bienestar y comportamiento animal más grande del mundo, ha
descrito como “en magnitud y severidad, el ejemplo más grave y sistemático de
la crueldad del hombre hacia otro animal sensible”.
Los problemas de
la producción de pollo no se deben solamente al hecho de que las aves se críen
en enormes cobertizos multitudinarios, rodeadas del hedor a amoniaco que
ocasiona la acumulación de sus heces. El asunto fundamental es que hoy en día
las gallinas han sido criadas para crecer tres veces más rápido que hace
sesenta años: con solo seis semanas de vida están listas para el mercado y sus
piernas, todavía inmaduras, no pueden soportar a menudo el peso alcanzado. En
consecuencia, dice Webster, un tercio de ellas padecen dolores crónicos durante
su último tercio de vida.
Si partimos de
que cada año ocho mil millones de pollos son producidos como alimento en
Estados Unidos, 2.6 mil millones de ellos experimentan dolores crónicos durante
las últimas dos semanas de sus vidas. Los informes de la industria y
publicaciones científicas brindan evidencia de que, cada año, 139 millones de
pollos mueren antes de llegar al matadero. Sus piernas se desploman por el peso
y ellos, incapaces de moverse para alcanzar comida o agua, mueren de sed o de
hambre. O simplemente no pueden resistir las condiciones en que viven y sus
corazones se dan por vencidos. O mueren del estrés derivado de estar hacinados
en jaulas y ser transportados al matadero. De una u otra manera, sufren hasta
el momento de su muerte.6 La economía compasiva [humane economy]
todavía no ha afectado a esta gran industria y al sufrimiento inimaginable que
genera.
La tesis de
Pacelle conduce a la cuestión fundamental de si la economía compasiva puede
llevarnos de las reformas parciales a un mundo sin especismo. Esto está en duda
mientras sigamos comiendo carne, ya que es difícil respetar los intereses de
seres que comemos, especialmente cuando no tenemos ninguna necesidad de
hacerlo. Esta práctica diaria contamina todas nuestras actitudes hacia los
animales. ¿La economía compasiva puede transformar eso?
Pacelle nos
presenta a varios empresarios que intentan lograrlo. Ya existen en restaurantes
y supermercados alimentos derivados de plantas con el sabor y la “sensación en
boca” de la carne, que ofrecen un producto no solo libre de crueldad sino más
saludable y amigable para el medio ambiente. Si los costos se reducen lo
suficiente, es posible que más adelante podamos consumir carne proveniente de
una fábrica pero que no ha sido nunca parte de un animal. En 2013 Mark Post, de
la Universidad de Maastricht en Holanda, sirvió a un grupo de periodistas la
primera hamburguesa del mundo fabricada en un laboratorio. Modern Meadow, la
compañía de Andras Forgacs, llegó al mismo resultado en sus instalaciones en
Brooklyn. Forgacs visitó a Pacelle en Washington para mostrarle un “fritura de
carne”, una especie de carne seca producida en un laboratorio. Pacelle, vegano
durante treinta años, lo pensó bien antes de darle la mordida. Admite que no le
entusiasmó el sabor, quizá porque la carne seca de verdad tampoco le gustaba demasiado.
Más allá de la
cuestión animal, hay un amplio movimiento por reducir el consumo de carne. El
informe La larga sombra del ganado, de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, admitió que, como
resultado de su proceso digestivo, el ganado produce más emisiones de gases de
efecto invernadero que la industria del transporte. Un estudio incluso sugiere
que los animales de granjas industriales son los impulsores más importantes del
cambio climático. En cualquier caso, algo tendrá que transformarse con el
aumento en el consumo de carne en China y otros países asiáticos, porque es
simplemente imposible que todo el mundo pueda comer la cantidad de carne que se
consume hoy en los países ricos. Según Vaclav Smil, uno de los principales
expertos en los límites ambientales de la producción alimentaria, eso
requeriría un 67% más de tierra cultivable de la que existe en el planeta. Según
un estudio de la Unión Europea, si la carne producida en fábrica reemplaza a la
carne animal, el uso de la tierra y las emisiones de gases de efecto
invernadero derivadas de la producción de carne se verían reducidos en un 99% y
el uso del agua en un 94%.
¿Puede la
economía compasiva, impulsada por consumidores moralmente informados, dar este
paso adelante y convertir la carne derivada de un animal en algo tan obsoleto
como lo es hoy un carruaje impulsado por caballos? Un informe reciente del
centro de investigación londinense Chatham House insiste en las dificultades de
mantener el calentamiento global por debajo de los 2°c sin antes reducir el consumo de productos animales y
señala sin rodeos: “El mercado está fallando.” Solo la intervención
gubernamental, concluye el informe, logrará reducir el consumo de estos
productos. Recomienda transferir los subsidios que en la actualidad se otorgan
a la industria ganadera a alternativas basadas en plantas y aplicar un impuesto
sobre el carbono a la carne. Los líderes políticos europeos han avanzado mucho
prohibiendo métodos crueles de crianza animal. Pero no será fácil convencerlos
de adoptar estas nuevas medidas, y es todavía más difícil que ocurra en Estados
Unidos. Solo nos queda esperar que la economía compasiva de Pacelle, con ayuda
de filántropos visionarios e inversionistas arriesgados, pueda brindar
alternativas que terminen con los productos animales del mercado.
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Autor: Peter Singer
Fuente: The New York Review of Books
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