Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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17/1/19

El tratado de la sencillez (2ª parte de 3)



Escrito por Nakaiet. Versionado por Deéelij.


         Nakaiet, no parecía haber concluido en nuestro encuentro cuando a la mañana siguiente, tras dormir al raso, desperté al olor de algo que se estaba haciendo en una especie de cazuela, que no adivinaba cómo había “fabricado” sobre el fuego de una pequeña candela.

-          Buenos días – dijo al advertir que mis ojos habían vuelto  a ver la
luz del día - ¿Quieres probar unas patatas cocidas con algo de hierba buena?
-          Va a ser un desayuno distinto, pero sí, lo quiero probar.

¿Iba a desayunar eso? Sería la primera vez en mi vida para ser la primera vianda en llevarme a la boca. Tenía pensado comer las galletas que llevaba en la mochila acompañadas de un buen trago de agua. Era lo previsto, y luego bajaría al pueblo donde aprovisionarme para los dos siguientes días que tenía previsto en esa escapada campestre.
La verdad es que había hecho un plato rico consiguiendo una textura en la patata que no sabría describir, no era crujiente en modo alguno, aunque la parte externa estaba algo más dura que el interior que se deshacía como gelatina acariciando el paladar a modo de caricia… sorprendente, ese bocado matinal. Lo curioso es que Nakaiet no se alimentó.

-          Por cierto, ¿de dónde has sacado estas patatas y  en  especial, por
qué no desayunas?
-          Este cuerpo que observas – decía con  una mirada chisposa – es una
proyección física de mi cuerpo real en este mundo que habitas, por ello no necesita de alimento; y las patatas las he cogido de un sembrado que existe a unos momentos más al norte.

         Si bien me había más que sorprendido, asombrado, por lo de su proyección física que parecía un cuerpo material y sólido, la pregunta que me salió fue bien distinta.

-          ¿Has robado las patatas?
-          ¿Aquí lo llamáis así?
-          Sí, evidentemente, si te hubieran visto te habrían denunciado.
-          ¿Crees que me han podido ver? Espetó a carcajada limpia.

Una vez más me asombró. ¿Acaso es que nadie la ve más que yo? Iba a preguntárselo, obstante ella se pronunció antes que yo hiera algo al respecto.

-          Anda, andemos un poco y te amplío lo que solicitaste anoche.

Recogí la mochila. Ella se recogió a sí misma; y empezamos a andar, hacia el norte, alejándonos del pueblo inmediato al que había llegado el día antes en un bus desde la ciudad. El Sol iba amaneciéndose, amaneciéndonos, dejando una sombra alargada a nuestra izquierda; no obstante, me di cuenta que sólo había una sombra, la mía; eso me asombró de golpe; pese al asombro más me inquietaba resolver algunas otras cuestiones que ésta de la única sombra; pese a ello, la dejé florecer en su verbo; lo que quería que me contara tenía mucho más interés que el resolver el asombro de la sombra, pues mi entendimiento ronroneaba acertando qué podía ser eso que me asombró; así que dejé  esa cuestión aparcada; y la cuestión, central, es que por el momento no quería comprender lo excelso de lo que me acontecía. Me dejaría llevar.

-           Has de considerar que cuando se produce  el rechazo  a  alguien, e
incluso a una opinión e idea, sea del índole que sea, al mismo instante, se está produciendo una acusación a la persona, a la opinión e idea expresada. Distinto a reprochar algo así, es establecer un diálogo, en incluso un intercambio de pareceres, lo que es un debate, sin que jamás se produzca una discusión. Lo menciono, porque en este, tu mundo de acogida, es muy fácil confundir un debate con una discusión. Lo habitual, y no por ello es lo normal, es que se establezcan discusiones cuando hablan de debates. Añado – apuntaló, observando que quería hablar -, habéis normalizado lo anormal: habéis establecido que lo “normal” es discutir,  cuando esto es lo “anormal”. ¿Comprendes?
-          Comprendido, no obstante, me gustaría que aclares más el por qué
tras un reproche llega una acusación, no termino de observarlo exactamente.
-          Es sencillo, como todo, de veras, todo es sencillo, sólo que se hace
complicado cuando no se está en la labor de escuchar; y esto es un apunte a lo que preguntas. Observa, que si te reprocho, por ejemplo, esas botas que llevas puestas, y aludo a que son horrendas, al instante, te estoy acusando, por ejemplo, de mal gusto, o de lo que sea que puedas pensar que va tras el reproche; que lo que va, primero, es un adjetivo, el de horrorosas las botas, y luego le acompaña la acusación con un descalificativo, pues lo que he usado en el reproche es un adjetivo calificativo, en este caso descalificativo, y por ello hay una acusación. ¿Lo comprendes ahora?
-          Sí, un reproche lleva una adjetivo calificativo, que al mismo tiempo
le acompaña la propia calificación que asimilo como descalificativa. Por tanto, y acabo de darme cuenta, cualquier adjetivo, con el que reprocho algo a algo, tiende a ser una descalificación y, por ende, una acusación. Pillado.
-          Perfecto. Pues lo que sucede en el reproche,  es  que  la otra parte
se siente acusada; y acto seguido la discusión, e incluso la pelea ya están servidas.

         En ese momento habíamos llegado a lo alto del repecho que estábamos caminando, y al término de sus palabras, se giró y entró en el sembrado donde había cogido las patatas el día antes. No sabía qué iba a hacer. Me quedé observando. Siguió andando hasta casi perderse a media cintura entre las plantas de los diversos cultivos que ahí crecían. Y del mismo modo, y como si todo ello hubiera sido un tiempo sin tiempo, Nakaiet volvió al camino, a mi lado.

-          ¿Crees que alguien me ha visto?
-          Yo sí, te he visto, aunque no he visto más que paseabas.
-          ¿Ves? Sólo tú me ves. Me ves, porque así  lo  has decidido. Incluso
porque así lo has requerido. Por ello que nadie podrá acusarme de eso que dices de robar unas patatas. Al único al que pueden acusar es a ti – aludía riendo -, que es al único que se puede ver por aquí.

         Reí también, no quedaba otra. Podrían acusarme de robar patatas, si me hubieran visto tomarlas...
         En ese instante me di cuenta de la palabra “acusación” Justo de lo que estábamos hablando. Y me pregunté ¿tanto nos acusamos los unos a los demás, y los demás a uno?

-          Sí, tanto que es tantísimo. Y sí, te he leído el pensamiento. Ojalá
os comunicarais telepáticamente, entonces jamás habría el reproche, ni por tanto la acusación que le sigue, y desde luego, tampoco el reproche seguido de la acusación terminaría en una exigencia que suele sonar a anulación y/o imposición. Así os tratáis, es lo más usual en este mundo confinado en el reproche sin parar. Y que conste, que mi mundo no se libra de lo mismo, pero está aprendiendo, enmendándose hacia la sencillez.
-          Veamos, Nakaiet, ¿por qué el final del uso del  reproche  al  que  le
sigue la acusación concluye en una exigencia, por qué, no lo observo?
-          ¿En serio? Vamos, que eres muy  capaz  de  deducirlo. Tómate  tus
adecuados  instantes, medítalo. Y luego me lo expones. No querrás que haga todo el discurso yo, ¿o sí?
-          De acuerdo. Espera, reflexiono y te digo.

No me quedó otra sino que aclarármelo. Era evidente que ella no iba a dármelo mascado. Así que me dispuse a usar del entendimiento. Mientras, seguíamos caminando, sin prisas, gozando del día, de la pequeña brisa que nos envolvía, de la luz que se entrecortaba por las sombras que distintos árboles nogales plantados cerca del sendero nos ofrecían. Sus ramas cargadas y alargadas penetraban en nuestro pasear, y ello dio a tomar algunas almendras. Nakaiet, se llenó los bolsillos, parecía una niña pequeña en un juego divertido del que no podía escapar.
La caminata seguía, no quería decir nada que no hubiera concluido acertadamente. Ella seguía como explorando cada cosa que aparecía en el camino, incluso sea agachaba a recoger algunas piedras, una de las mismas era una pizarra… lo que no me imaginaba era para qué quería esas piedras que iba recogiendo, ¿acaso se llevaría de este mundo algún recuerdo en forma de rocas…?

Casi tenía resuelta la propuesta que mi interlocutora, callada hacía un buen rato mientras disfrutaba del ya largo paseo, me había formulado, cuando alcanzamos el cruce de un pequeño puente hecho con varios troncos que se apuntalaban a ambas márgenes de un riachuelo de cristalina y fresca agua.

-          Paremos aquí, es un buen sitio.
-          De acuerdo, es excelente. ¿Puedo exponer mis conclusiones?
-          Ahora es momento de preparar un rico  almuerzo. Toma  unas  uvas
de ese racimo – indicó con el dedo hacia una vid que asomaba tras unas altas piedras – mientras voy a preparar las nueces, te gustarán a mi manera.

         Hice lo solicitado, mientras ella hacía un pequeño fuego depositando la piedra de pizarra que había cogido antes en nuestra caminata. Y con otras dos fue partiendo las nueces depositando el fruto en lo alto de la pizarra caliente.  Y tengo que reconocer que salieron unas nueces a la pizarra ardiente que junto a las uvas, dulces, me dieron un almuerzo que nunca olvidaré.  Mientras ella gozaba de mi gozo en el comer y alimentarme. Fue algo hermoso, te lo aseguro…

-          ¿Te importa que durmamos un poco al borde del riachuelo, notando
 Y sintiendo su frescor?
        
         ¿No dije no? Me dormí, sin buscarlo, y desperté cuando el Sol caía. 
  

         El jueves que viene habrá más.

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