Tu existencia es la vida y la vida es
tu existencia. Eres la vida en su totalidad e integridad, sin excepciones: la
vida que en ti bulle y palpita y sobre la que ahora permaneces alerta (vivo,
existo, soy); y la vida toda que se mueve y desenvuelve a tu alrededor y de la
que tú eres el espacio que la hace posible. Y en esta toma de consciencia, cesa
todo lo que antes conjugabas como “yo”, “me”, “mí”, “mío” o “mi”… Flotando en
el Río de la Vida, percibes que no es que flotes en él, sino que eres el río,
que eres la Vida: ¡la vida eterna!... Eres mucho más allá de lo que hasta ahora
venías considerando “tu” vida porque eres la propia vida –Unicidad– en todas
sus manifestaciones y expresiones –diversidad–. Eres todas las formas y
modalidades de vida de la Creación y el Cosmos y, a la vez, no tienes ninguna
identidad concreta –ni física, ni álmica espiritual; ni individual, ni colectiva–.
Eres Nada y, por lo mismo, eres Todo; eres Todo y, por lo mismo, eres Nada. Vives la experiencia de "Nadeidad", que abre las puertas a la experiencia de "talidad", y naces de nuevo -"Nataldeidad"- para no ser nada, siendo todo; para ser todo, siendo nada... Ya
no hay límites ni separación. No existe un punto, un lugar, una frontera donde
termines tú y empiecen las cosas y los otros. Ya no hay ruptura ni
fragmentación alguna… La Humanidad, la Naturaleza, el mundo y el Cosmos siguen
ahí. Sin embargo, sus componentes ya no son objetos, sino que forman parte de
ti: la roca ya no se sostiene en el exterior, sino dentro de ti; la flor ya no
florece fuera, sino que brota en ti; los pájaros ya no vuelan en el cielo, sino
en tu interior; el Sol ya no es una luz distante, sino que brilla en tu seno;
las estrellas ya no son destellos en el espacio, sino que vibran en ti; el otro
ya no es otro, sino que vive en ti y es tu propia vida. ¡Desde la Nadeidad, vives
la talidad, la totalidad! Ha saltado hecha añicos la barrera que te separaba de lo real.
Esa barrera era la mente y ya no existe. Ella hacía que percibieras objetos a
tu alrededor y a ti como sujeto distinto de ellos, pero ahora ves más allá de
la mente y te percatas de que la división entre los objetos y el sujeto era
sólo un sueño… Ciertamente, la roca, la flor, los pájaros, el Sol, la estrella
o el otro no se evaporan. Continúan estando ahí. Sin embargo, ahora carecen de
fronteras, no están limitados: la figura y el fondo se vuelven uno, sus
identidades han desaparecido. Ya no son objetos y tú dejas de ser un sujeto. Lo
observado está en función del observador; y el observador se convierte en lo
observado. Esto no significa que te hayas convertido en roca. Pero al no haber
mente, no existe ninguna línea divisoria que te separe de ella; y la roca ya no
tiene ningún límite que la separe de ti. Ambos os habéis encontrado y fundido.
Tú sigues siendo tú, la roca sigue siendo la roca, pero existe una unión… La
visión acerca de tu existencia como sujeto se debía a la percepción que tenías
de los objetos de tu entorno: tus límites existían a causa de los límites que a
través de tus sentidos corpóreo-mentales conferías a las cosas que te rodean. Y
al perder ellas sus límites, tú pierdes los tuyos. Entonces estalla la
Unicidad: la unidad de la vida, de la existencia… Ya no está el “yo”. Ya no
eres y aun así eres. Realmente, por primera vez existes. Eso sí, como el todo,
no como el individuo, lo sujeto, lo limitado, lo demarcado. Esta es la paradoja: te
pierdes a ti, pero ganas el todo. Es la paradoja implícita a la vivencia y la
experiencia del Yo Soy, que es, a la vez, la del no-ser: cuando te pierdes a ti
mismo, te conviertes en el mundo entero; cuando cesas de ser yo, te transformas
en lo que siempre has sido, es decir, Dios.
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Una nueva entrega
de Recordando lo que
Es se publica en
este blog cada domingo.
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