Esto es muy importante
entenderlo, o al menos admitirlo, para no caer en ingenuas literalidades por
las que la vida eterna se nos antoja aburridísima, aunque estemos en el cielo
tocando cánticos inspirados en presencia de Dios por los siglos de los siglos
amén; o en el infierno, tratando de quitarnos las ascuas del fuego de nuestros
harapos, también por los siglos de los siglos, amén. Igual que ahora cometemos
el error de juzgar los hechos pasados con los criterios de moralidad y ética
actuales, el perverso “presentismo histórico”, es también un error de primero
de EGB juzgar la eternidad desde el corsé espacio-temporal actual, el
llamémosle, “presentismo eterno”, juzgar la eternidad como una sucesión
infinita de horas, días y años sin límite.
Pro-videncia
El Universo es una perpetua sucesión de acontecimientos, pero su
base, según la Filosofía Perenne, es el ahora sin tiempo del Espíritu divino.
Puede hallarse una exposición clásica de la relación entre tiempo y eternidad
en los últimos capítulos de la "Consolación de la Filosofía", donde
Boecio resume los conceptos de sus predecesores,
especialmente de Plotino. Recordemos la alegoría que los griegos tenían del
Tiempo, como el dios Κρόνος, (Saturno para los romanos), devorador de la
realidad, magistralmente plasmado por Goya en el cuadro “Saturno devora a su
hijo”.
Dios comprende en su simplicidad lo infinito del pasado y lo
infinito de lo por venir en un solo instante, el momento presente. De modo que
la precognición de Dios no se basa en que sepa adivinar o
conozca el futuro, sino que toda la vida, toda la existencia en Dios “es” en un
instante, el presente.
El mundo manifestado es origen en la estabilidad de la mente de
Dios. Y al ser para Dios toda la vida en un instante, el devenir que sentimos y
experimentamos, se llama Providencia, de los términos latinos
pro videntia que literalmente se traduce como "mirar por". La
Providencia es la misma razón divina, es la lógica de Dios, pero referida a las
cosas que suceden se llama “Hado”, esa fuerza desconocida
que, según algunos, obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los
sucesos. El Hado es una disposición inherente a las cosas variables, por la
cual la Providencia conecta todas las cosas en su debido orden.
En la filosofía no ha sido unánime la idea de un eterno presente.
Según sus detractores, el tiempo y el cambio son fundamentales. Así, el
principio de indeterminación de Heisenberg está servido. Ni siquiera Dios puede conocer
el futuro.
Sin embargo, mediante experimentación física y psíquica, se ha
demostrado que determinadas personas tienen el don de la precognición. Si una conciencia finita
puede ver el devenir, véase Nostradamus, no hay duda de que nada es imposible
en la conciencia infinita.
Los seres humanos vivimos en el “presente”, algo más que una
sección de transición del conocido pasado al desconocido futuro en el instante
que llamamos “ahora”.
Existe otra objeción que es la de que supuestamente es imposible
que coexistan dos órdenes, el temporal y el intemporal y que una substancia
cambiante se una a otra no cambiante. Esto tendría sentido si se trataran ambas
de sustancias materiales y espaciales. Pero para la Filosofía perenne, el eterno es una consciencia,
la base Divina es espíritu, Brahm es conocimiento. El mundo temporal es
conocido por la Consciencia, y con ello constituyen una misma esencia.
Por último están los que niegan que seres finitos puedan conocer la
eterna Base. Esto es cierto si se admitiera que el hombre es sólo mente. La
mente sólo puede imaginar fantasías, pero no realidades; ni siquiera las
materiales, de las que sólo podemos elaborar modelos limitados de la “realidad
física”. Pero aceptando la doble naturaleza del ser humano, cuerpo-mente y
espíritu, entonces, sí es posible vivir la divina unión, y por tanto la
afirmación de nuestra capacidad de conocer la divina Base es totalmente
sensata. El cuerpo-mente (Marta) es siempre temporal. El espíritu (María) es
siempre eterno. El problema es que la mente del ser humano no está siempre
identificada con su espíritu.
La
transitoria temporalidad
“Ora soy eterno, ora soy en
el tiempo”. Este es un aserto que refleja nuestra transitoria temporalidad.
Es la psique la que siente este vaivén, desde la temporalidad de su estar aquí
en el mundo físico de la vida cotidiana y la trascendencia que experimenta
cuando pasa del tiempo a la eternidad al identificarse con su espíritu.
Es lo que intenta explicar Eckhart Tole en su libro “El poder del ahora”.
Vivimos un eterno presente en cualquier caso, la diferencia está en vivirlo
consciente o inconscientemente. Se vive conscientemente cuando conscientemente
nos identificamos con nuestro espíritu, que vive en el plano espiritual, en
íntimo contacto y fusión con la Divina Base. Cuando perdemos esa consciencia,
volvemos al incierto devenir de nuestra “realidad física”; perdemos el contacto
con nuestra divina realidad.
Jalal-uddin Rumi, máxima expresión del sufismo islámico, afirma que
"El sufí es hijo del presente." El progreso espiritual es un
avance en espiral. Partimos como niños, en la eternidad animal de la vida en el
momento, sin ansiedad por el futuro ni pesar por el pasado; crecemos hasta la
condición específicamente humana de los que miran adelante y atrás, de los que
viven en gran parte, no en el presente, sino en recuerdo y espera, no
espontáneamente, sino con norma y prudencia, con arrepentimiento, temor y
esperanza; y podemos continuar, si lo deseamos, subiendo y avanzando, en
magnífica vuelta, hasta un punto correspondiente a nuestro punto de partida en
la animalidad, pero inconmensurablemente más alto.
El budismo mahayánico percibe que la existencia del hombre es
debida a la memoria que ha sido acumulada desde el pasado sin comienzo, pero interpretada
erróneamente. Esta memoria genera malos hábitos, orientados fundamentalmente a
la creencia de la multiplicidad, y que ella es la única realidad, y que la idea
de “yo”, “mí” y “mío” es la verdad auténtica. El Nirvana consiste en descubrir
el error de esta memoria y ver la morada de la realidad tal y como es, y no una
realidad “quoad nos”, como nos parece.
Quitarnos la venda de los ojos es imposible mientras exista un
“nos” para el que la realidad es relativa. De ahí la necesidad absoluta de la
mortificación, reclamada por cualquier expositor de la Filosofía perenne. Pero la mortificación no
consiste en el ayuno y la abstinencia o en fustigarse con el látigo la espalda
o herirse en las piernas con silicios. La auténtica mortificación es lo que
hace de nuestra conciencia nuestra memoria personal y nuestras hábito-energías
heredadas.
“Morir antes de morir, para comprobar que la muerte no existe”
(Eckhart Tole).
Se trata de una severa reacción en las honduras mismas de la
conciencia. Con ello se destruyen las hábito-energías de la memoria, y con ello
la creencia de tener un ser separado de la Divina Base. La realidad ya no es
percibida “quoad nos”, simplemente porque no hay un “nos” que la perciba. Esto
es, como dice el místico inglés William Blake,
“Si las puertas de la percepción fuesen limpiadas, todo se vería como
es, infinito.”
Por aquellos que son puros de corazón y pobres de espíritu, Samsara
y Nirvana, apariencia y esencia, tiempo y eternidad, son experimentados como
uno y lo mismo. El tiempo es lo que impide que la luz nos alcance.
Para Meister Eckhart, no hay mayor obstáculo
para llegar a Dios que el tiempo. Y no sólo el tiempo, sino las temporalidades;
no sólo los afectos temporales, sino la mácula y el olor mismos del tiempo: Tres cosas privan al hombre de conocer a Dios. La primera es el tiempo,
la segunda es la corporalidad, la tercera es la multiplicidad. Para que Dios
pueda entrar, estas cosas deben salir.
Dios en el Tiempo
Las religiones, queriendo o sin querer, han dado siempre una imagen
de Dios como un potentado que hay que aplacar con sacrificios, no el Espíritu
que hay que adorar en espíritu. Esto es lógico, si lo que tenemos de Dios es
una imagen concebida desde nuestra temporalidad, un Dios que destruye tan
rápidamente como crea. Así que desde la temporalidad no hay nada que hacer para
que el hombre comprenda la conducta de Dios. Así, Dios se manifiesta a Job como
el irresistible ser con los emblemas de Behemont y Leviatán. También así lo
describe el Bhagavad Gita.
Así, tanto en Oriente como en Occidente el hombre tiende a
acercarse temblorosamente a Dios con la expresión llena de temor “ten
misericordia de nosotros”.
Para el Antiguo Testamento, Dios vive en el tiempo y reacciona
humanamente a los acontecimientos temporales. Pero el Dios que viene tan
terriblemente como Tiempo también existe sin tiempo como la Divinidad,
beatitud, dentro y más allá de la psique del hombre, torturada por el tiempo, por
Kronos.
Según Huxley, la Filosofía Perenne, justifica la conducta de Dios
hacia el hombre afirmando —y la afirmación se basa en la observación y la
experiencia inmediata— que el hombre puede, si lo desea, morir para su separado
yo personal y así llegar a la unión con el eterno Espíritu. Afirma, asimismo,
que el Avatar, el Cristo, viene a
encarnarse para ayudar a los seres humanos a lograr esta unión. Lo hace de tres
modos: enseñando la verdadera doctrina en un mundo cegado por la ignorancia
voluntaria; invitando a las almas a un "amor carnal" de su humanidad, no como un fin
en sí mismo, sino como medio para un espiritual amor-conocimiento del Espíritu;
y finalmente, sirviendo como cauce de gracia. Es por eso que los místicos, en especial Teresa de Jesús, se aferran
a la humanidad de Jesús, porque es esa humanidad la que ellos pueden imitar, es
aquello de amar en bata y zapatillas, que decíamos al comenzar la
historia de Marta y María.
Un Dios en el tiempo exige sacrificios brutales y solemnidades
llenas de ceremoniosos ritos, no sea que se enfade, el “tanto destructor como
creador”. Así se comprende los sacrificios de sangre, incluidos los humanos,
que han elaborado todas las culturas, al sólo creer que el Gran Espíritu se
manifestaba mediante los signos externos de la temporalidad. En todas estas
manifestaciones, la divinidad a la que se le ofrecían los sacrificios era una
divinidad en el tiempo, una “personificación de la Naturaleza”, es decir, el
tiempo mismo, el Kronos de los griegos, devorador de sus hijos. Y el beneficio,
intentar evitar males futuros (en el tiempo), que es donde cree que vive el ser
humano no regenerado. La importancia del fin temporal (del beneficio)
justificaba lo terrible de la ofrenda. En el subconsciente colectivo de las
religiones, aún hoy sigue persistiendo esta atávica tendencia, expresada en el
oropel y “ceremoniosidad” de los actos de culto.
Esta mentalidad ritual de sacrificio ha llegado hasta nosotros con el sacrificio de
la misa, donde se recuerda permanentemente el sacrificio del Cristo, del Dios
hombre. Es la mentalidad de expiación que sigue en los corazones de los
creyentes como rudimentos, restos evolutivos de una mentalidad de
“tener-que-aplacar-a-un-Dios-en-el-tiempo”.
Los adoradores del Kronos
En la actualidad, los sacrificios humanos no se hacen a dioses ni
personificaciones de la naturaleza, sino a ideales políticos de fábrica humana,
con objetivos concretos de cambios de la Sociedad. Así, cuando la religión se
ocupa de los problemas temporales, se la califica de “revolucionaria”, pero
cuando se orienta hacia la mística y la eternidad, estos políticos la califican
de estática y reaccionaria.
El filósofo temporal tiene su fin en lo temporal, en un mundo
temporal donde todos seremos felices, bien en un escenario completamente nuevo
(revolucionario) o recuperando el esplendor del pasado (conservadores). El bien
está en el mundo, en este mundo. Esto justifica cualquier método temporal para
lograrlo. Y ¿qué vemos y hemos visto? Veamos las acciones de los que han
apostatado del Dios eternidad y se han pasado a adorar al dios griego Kronos:
1.- Que la Inquisición quema y tortura para perpetuar un credo, un
rito y una organización eclesiástico-político-financiera considerada para la
salvación eterna de los hombres. 2.- Que los protestantes adoradores de la
Biblia luchan en guerras largas y salvajes para asegurar en el mundo lo que
ellos apasionadamente imaginan que es el auténtico cristianismo antiguo de los
tiempos apostólicos. 3.- Que los Jacobinos y bolcheviques están dispuestos a
sacrificar millones de vidas humanas por la causa de un porvenir
político-económico suntuosamente distinto del presente. 4.- Que toda Europa y
la mayor parte del Asia han tenido que ser sacrificadas en la Segunda Guerra
Mundial a la visión de la Coprosperidad y el Reich milenario que descubrió un
vidente en su bola de cristal. Y 5.- Que la Humanidad de fin de siglo y
comienzos del Siglo XXI se rinde totalmente al becerro de oro de la economía de
mercado origen y consecuencia de todas las guerras imaginables y de la más
inconcebible pobreza de las cuatro quintas partes de la Humanidad.
De los anales de la historia parece surgir con abundante claridad
que la mayoría de religiones y filosofías que toman el tiempo demasiado en
serio están relacionadas con teorías políticas que inculcan y justifican el uso
de la violencia en gran escala. Las únicas excepciones son esas simples fes
epicúreas en que la reacción ante un tiempo demasiado real es "Comed,
bebed, divertíos y alegraos, porque mañana moriremos", ¡Carpe diem!.
Morir no es un pasaporte para la felicidad, ni la matanza al por
mayor puede hacer nada en pro de la liberación, ni de los matadores ni de los
matados. Es por eso por lo que las filosofías y religiones de eternidad son
pacíficas, tolerantes y no violentas, pero las que atan a Dios al tiempo,
suelen ser violentas y mutuamente excluyentes.
Si pasamos de la teoría a los hechos, observamos con pena y
tristeza que tanto el judaísmo como el cristianismo y el islam, a lo largo de
la Historia (y por sus obras les conoceréis), se han manifestado abiertamente
obsesionados con el tiempo. Desde que el cristianismo se constituyó en religión
oficial del Imperio de Occidente, no ha dejado de mantener sangrientas guerras
contra el mundo no creyente, llámese islam (cruzadas y reconquista), llámese
colonización de África y América (devastando las culturas nativas). Aunque de
modo particular muchos cristianos han tratado de mitigar estas atrocidades
(véase la película “La Misión”, véase la obra de Fray Bartolomé de las Casas,
“breve historia de la destrucción de las indias”), las iglesias oficiales
mayores no han condenado estos hechos oficialmente. Del islam se puede decir lo
mismo con sus guerras santas contra el infiel.
Los primeros que se levantaron contra la esclavitud introducida por
ingleses y españoles en el nuevo Mundo fueron los Cuáqueros, secta por otra parte poco
preocupada por lo temporal. Predicadora de la no violencia, su filosofía de
eternidad les preservaba del culto ciego al progreso. Rechazaban todo signo de
violencia.
No obstante, ha habido otros personajes que han luchado individualmente
contra la esclavitud, pero como es el caso de San Pedro Claver, jesuita; éste
no se levantó contra el comercio de esclavos de su época, porque para él era
más importante la obediencia debida a sus jefes superiores de la orden, que no
condenaron la esclavitud, que sus propias convicciones. ¿quién podría ser Pedro
Claver para erigirse contra el magisterio de una iglesia que al menos no
condenaba el tráfico de esclavos? Y como él otros muchos sumisos a la autoridad
eclesiástica que enarbolaban con una mano la cruz y con la otra el látigo de
los negreros.
En el otro extremo están las grandes filosofías de eternidad que
tanto en teoría como en la práctica, han vivido esta visión de la existencia
han sido el budismo y el hinduismo, que además de predicar la tolerancia, la
convivencia y la no violencia, han sido respetuosos con los animales. Para la
filosofía judeocristiana, los animales son “cosas” para uso y disfrute del
hombre. Sólo hasta el Siglo XIX, en que el cristianismo perdió gran parte de su
influencia en la sociedad europea, no fue cuando comenzó a reconsiderarse la
conducta algo más humana con los animales, la Naturaleza y el medio ambiente.
Pero… por no estar fundado en una filosofía de eternidad, en una
doctrina que considere a la divinidad morando en todos los seres vivientes, el
movimiento de la primera mitad del Siglo XX en favor de la bondad hacia los
animales era perfectamente compatible con la intolerancia, espíritu de
persecución y crueldad sistemática hacia los seres humanos. A los jóvenes nazis
se les enseña a ser dulces con los perros y gatos e implacables con los judíos.
La amenaza del imperialismo teológico
En boca de William Law, el egoísmo y la
parcialidad son cualidades muy inhumanas y bajas aun en las cosas de este
mundo, pero en las doctrinas de la religión son de naturaleza más baja. Éste es
el mayor mal que ha producido la división de la Iglesia; hace surgir en cada
comunión una ortodoxia egoísta, parcial, que consiste en defender valientemente
todo lo que tiene y condenar todo lo que no tiene. Y la razón de que uno
defienda lo propio contra lo ajeno es porque no ha nacido en terreno de lo
ajeno, en cuyo caso lo ajeno sería lo propio para él, y lo que ahora es propio
sería ajeno. Es decir. Somos cristianos porque hemos nacido en Europa, porque
si hubiéramos nacido en la India, seríamos budistas o hindúes.
En otras palabras, las ortodoxias doctrinales de las sectas y
comunidades cristianas se defienden a ultranza, no por amor estricto a la verdad, sino como forma de
demostrar el error de las demás, porque si se aceptara algo que sin fuera
verdad en la “competencia” y establece nuestras diferencias, entonces, nuestra
ortodoxia se vería debilitada. De modo que al final lo que se defiende a
ultranza no es la verdad, sino las “señas de identidad”, que no son
necesariamente elementos de veracidad, sino de diferencias.
En conclusión, la verdad une, pero lo que separa no es la verdad,
sino el egoísmo y la parcialidad. Si no es la verdad, estamos en terreno de la mentira
y, la mentira es siempre apariencia de verdad, por eso los que basan su
estrategia en la mentira (véase los políticos, civiles y religiosos) consiguen
engañar a los incautos.
Aldous Huxley, en su Filosofía perenne, termina su exposición sobre
el culto al tiempo de un modo magistral:
“El reinado de la violencia
no tendrá nunca fin hasta que, primero, la mayoría de los seres humanos acepten
la misma verdadera filosofía de la vida; hasta que, segundo, esta Filosofía
perenne sea reconocida como el
máximo factor común de todas las religiones mundiales; hasta que, tercero, los
fieles de cada religión renuncien a las idólatras filosofías temporales con
que, en su fe particular, ha sido recubierta la Perenne Filosofía de eternidad;
hasta que, cuarto, haya un repudio de alcance mundial de todas las pseudo-religiones
políticas, que colocan el supremo bien del hombre en el futuro y, por tanto,
justifican y recomiendan la comisión de toda suerte de iniquidad presente como
medio para tal fin. Si no se cumplen estas condiciones, no hay planes políticos
por numerosos que sean, no hay proyectos económicos por ingeniosamente trazados
que estén, que puedan impedir la recrudescencia de las guerras y las revoluciones”.
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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