Con motivo del anuncio de una nueva
ley sobre el aborto, el polémico tema ha retornado al debate público. Las
diferentes fuerzas políticas se apresuran a hacer valer de nuevo sus
posiciones. Sin embargo hay cuestiones que deberían quedar fuera del recurrente
contencioso. El respeto a la intimidad de una mujer debería ser sagrado. Nadie
tendría que juzgar sus decisiones a propósito de ese vientre que crece día a
día. Flaco favor hacen a la causa del respeto a la vida quienes exhiben
pancartas acusatorias o realizan declaraciones que apuntan con el dedo.
Igualmente para muchos de nosotros y nosotras, sagrada es también la criatura
que late en el interior de la mujer. No lo sería menos la objeción del médico
que no desea entrar en un quirófano en el que la diminuta criatura será
depositada en un cubo. ¿Es posible aunar los respetos, compatibilizar
todas estas sacralidades? Hay que por lo menos intentarlo. Nos jugamos la
madurez de una sociedad en el intento.
Para que así sea posible, todas las
partes concernidas en el debate han de ser impecables. Huelgan declaraciones
como las de la Directora del Instituto de la Mujer, Toni Morillas, en el
sentido de que hay que “normalizar que el aborto es una prestación sanitaria
más.” Por lo menos la trivialidad debiera ausentarse cuando el bisturí rompe,
rasga y quita, cuando se acalla el latido. Si acabar con el embrión físico de
un ser, representa una “prestación” más de la Seguridad Social, es que nuestra
sociedad manifiesta preocupantes síntomas de deshumanización. No puede ser mero
“trámite” frustrar un proyecto de vida.
La inconsciencia puede hacer daño,
pero lo generará en mayor medida si es fomentada desde instancias políticas. La
cultura del progreso a veces arrasa con la vida. Los políticos y políticas de
izquierda tienen pendiente una necesaria e íntima catarsis a la hora de encarar
las cosas trascendentales o lo que es lo mismo, las cuestiones vitales, las que
atañen a la esencia de lo que somos. Libertad siempre, clínicas abiertas
también, si la mujer desea consumar el comprometido acto, pero falseamiento de
la información nunca.
Después de una era profana, en la que
el dislate llega a asaltar titulares, ha de venir una era de mayor conciencia y
responsabilidad. Tiene que alcanzarnos un nuevo tiempo, no un tiempo de
izquierdas, por supuesto tampoco un tiempo de derechas; tiene que venir un
tiempo definitivamente nuevo e integrador en el que la vida torne sagrada, en
el que torne sagrado cuanto nos rodea, por supuesto el reino vegetal, los
árboles y las plantas, por supuesto los animales que ya no explotaremos en
granjas, ni llevaremos a los platos, por supuesto la vida humana en todas sus
formas y estados que nadie osará ya cuestionar.
Anhelamos rehacer el cordón umbilical
que nos une a lo desconocido, a la embrionaria magia destinada a romper en
sollozo. Aspiramos a que lo sagrado, lo intocable reencuentre el lugar del que
ha sido desplazado. No estamos reivindicando un púlpito trasnochado, tampoco
llamando a otra cita en una anacrónica plaza de Colón. No estamos
contraponiendo, estamos sólo afirmando. No hay ánimo de beligerancia, sino de
defensa. La cultura del mal entendido progreso debería ir agotando su cuota de
quirófanos y silencios. Nunca pujaremos para cercenar libertades, pero sí y
tenazmente para que no se hurte la verdad, para que no se propague la confusión
en la que tantos caímos.
Necesitamos un tiempo sagrado
desbordado de un nuevo amor, de una cultura de donación, en el que toda
vida, no importa su manifestación, dimensión u origen, sea escrupulosamente
respetada. Venimos de vuelta de las clínicas a las que jamás hubimos haber
llamado y pedido turno. Ya hemos dejado demasiadas cunas enmudecidas. Nuestra
culpa acusa cierta rebeldía cuando se banaliza esa muerte tan temprana que
llamamos aborto. La culpabilización de la joven que pide cita en esas clínicas,
las manifestaciones intimidatorias a sus puertas son mayúsculo desatino, pero
el debate ha de estar abierto y sin trampas, ni ocultamientos en el campo
necesariamente amable y transparente del cruce de ideas y valores.
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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)
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