Si lográramos superar la tontería inherente a la pregunta por qué
consiente Dios el mal en el mundo y, además dejáramos de echarle la culpa de
nuestros males a un tercero cornudo que no hace más que pincharnos y tentarnos
para que pequemos, acaso podremos poner un poco de sensatez al gravísimo
problema del mal y del error.
Teoría
de la “atontación”
Para la Filosofía perenne, toda nuestra vida es una prueba de
inteligencia. Y cuanto mayor nuestro advertimiento, más difíciles son las
nuevas preguntas.
Rumi, el maestro sufí, dice que cuando el hombre obstinado practica
maldades, lanza polvo a los ojos de su discernimiento. Cesan en él la vergüenza
por el pecado y el acudir a Dios; “cinco capas de polvo pósense sobre su
espejo, manchas de moho empiezan a roer su hierro, el valor de su joya es cada
vez menor”.
La providencia latente, la vida confusa, el extraño mundo material,
las tragedias de la vida, estas no son las verdaderas dificultades. Aunque no
lo parezca, son realmente ayudas para nuestra vida moral, pues por ellas
aprendemos a modelar nuestro comportamiento inherentemente egoísta. Ahí está
nuestra verdadera libertad, en aprender a vivir correctamente, a responder bien
a cada una de las preguntas que la vida nos presenta en forma de
acontecimientos no siempre favorables a nosotros.
Si contestamos mal a las preguntas de la vida, crecerá nuestro
propio atontamiento, estado de atontación, que calificaría Fidel Delgado al
estado de gilipollez en el que solemos vivir los seres humanos, por nuestra natural
naturaleza, hasta hacer prácticamente imposible advertir las verdaderas
potencialidades de nuestro ser.
El atontamiento no sólo es individual, sino colectivo, y puede
contaminar a sociedades enteras que se derrumban catastróficamente en una
interminable decadencia. El final es siempre terrorífico, puesto que no hay
imperio que antes de derrumbarse definitivamente, no se haya destruido a sí
mismo desde dentro, lenta pero inexorablemente, debido a la completa atontación
de sus líderes y habitantes, como está sucediendo, justamente ahora, en el
mundo en general y en España en particular, debido a la conjura de todos los
necios que han llegado al poder gracias a nuestros votos.
Dar respuestas correctas a los retos de la vida produce un
desarrollo espiritual progresivo.
Las respuestas a los retos generan el karma, esa invisible energía
metafísica que se deriva de los actos de las personas y que condiciona nuestra
vida actual en función del karma generado en las anteriores reencarnaciones. El
hombre malintencionado viviendo prósperamente es oscurecido, sin darse cuenta
en su interior. El hombre de buena voluntad, en la aflicción, es purificado.
Con Juliana de Norwich, una de las más grandes místicas inglesas
del Siglo XIV, decimos “todo está bien”, el problema del mal
tiene solución en la eternidad que los hombres, si lo desean, pueden
experimentar, pero no describir.
El filósofo Spinoza plantea un conocido dilema. Los hombres pecan
por naturaleza. Este imponderable puede hasta cierto punto excusarles; es como
un atenuante, que no eximente. Pero somos incapaces de gozar el conocimiento de
Dios, y por ello estamos perdidos inevitablemente.
¿Por qué es ciego este? ¿Por los pecados de sus padres? No, “lo es para que las obras de Dios se
manifiesten en él”, dice Jesús. Esto es una soberana
memez para los hombres de ciencia, que atribuirán la ceguera a genes paternos o
a infecciones de la cámara anterior del ojo, pero nunca para que Dios se
manifieste en él. La respuesta de Jesús se sale totalmente de la lógica humana.
Los orientales aducen al karma y las consecuencias de los pecados de vidas
pasadas.
Las tres respuestas, la de la ciencia, la del karma y la de Jesús, no son incompatibles.
Porque todo, en definitiva, es manifestación de la Divina base en la
existencia. Los genes, las infecciones, el karma, son expresiones de la Divina
base. Es así de simple y así de misterioso. Los humanos, al hacer a Dios a
nuestra imagen y semejanza, creemos que Dios piensa como nosotros, razona como
nosotros y se comporta como nosotros. Según este patrón de comportamiento,
totalmente humano, las manifestaciones de Dios son incomprensible. ¿Por qué
permite el mal si es misericordioso? ¿Por qué ha permitido que un inocente
muera de hambre, o nazca ciego?
Sólo en el estado de “no yo”, sino de “Dios en mi”, el alma puede
comprender a Dios. Lo demás es una pretensión tan hueca como inútil. Sólo hay
posibilidad de comprender cuando nos salimos del tiempo y del espacio, y
logramos ver un mínimo atisbo de eternidad, de un continuo presente. Algunos llaman a esto vivir en la Quinta
dimensión.
Es por eso, que la conducta no es lo más importante, sino la
oración, a consecuencia de la cual, la conducta se modela, esto según Temple,
arzobispo anglicano del Siglo XX.
El objeto y designio de la vida humana es el conocimiento unitivo
de Dios. Entre los medios indispensables para tal fin figura la recta conducta,
y por el grado y clase de virtud lograda puede aquilatarse el grado de conocimiento
libertador y avaluar su calidad. En una palabra, el árbol se conoce por sus
frutos…
Dios no puede ser burlado
Las creencias y prácticas religiosas, aunque no son el objetivo
final de la vida humana, conforman un conjunto de factores que ciertamente
determinan el comportamiento de la gente. Forman parte de la conciencia
colectiva, y son una ayuda muy importante para el caminar de las gentes como
colectividad, como grey, y “por sus obras
le conoceréis”, si estas prácticas religiosas se corresponden con un
comportamiento que refleje lo que predican. En este punto, Huxley reflexiona
sobre la tragedia del cristianismo, la religión de unas naciones europeas que,
en una época emprendían guerras y cruzadas contra los infieles y trataban de
mantener la pureza de la doctrina con medios tan coercitivos y expeditivos como
la Inquisición, para, con el tiempo, entregarse abiertamente a la adoración del
becerro de oro de la economía neoclásica y a las excentricidades de los
nacionalismos. La razón fue que la Filosofía perenne predicada por Jesús de Nazareth ha sido recubierta por una gruesa
capa de creencias erróneas que derivaron en actos históricamente erróneos.
Estas creencias erróneas partieron de la base errónea de sobrevalorar el
poder temporal y la devaluación de la eternidad, considerándola como lo que
no es (un estado interminable dentro del tiempo, los adoradores de Cronos). Se
ha considerado como absolutamente importante los hechos históricos acaecidos
hace dos mil años, sin comprender su auténtico significado, incurriendo en
disputas y cismas que han convertido los dogmas cristianos en fuente no de
unión sino de conflictos y separación con consecuencias muchas veces
sangrientas. Entre los errores más deletéreos, está el de elevar con atributos
prácticamente divinos a las instituciones eclesiásticas que se configuraron
tras la caída del Imperio Romano, y que en la práctica fueron sus
continuadores. Los herederos de los emperadores han sido los papas. Todo esto
originó por una parte el enriquecimiento desmedido de la Iglesia católica, su
tremendo poder político y financiero y el florecimiento de rencores y luchas en
las que se vio envuelta, sin que ello tuviera absolutamente nada que ver
con lo que debería haber sido su auténtica misión, la propagación de la fe en
Jesús de Nazareth.
Lo acepte o no la Iglesia católica; lo trate de remediar ahora con
un nuevo enfoque de su misión pastoral, el hecho es que la desconfianza que la
clase política de la Iglesia ha generado en el común de los pueblos de Europa
ha hecho un daño tremendo en el mensaje de Jesús, que se mira con
escepticismo; un escepticismo que se manifiesta en la sospecha de que la
auténtica intención de la labor evangelizadora de la Iglesia no es la
transmisión del Evangelio, sino la captura de prosélitos que ayuden a financiar
una organización que precisa cada vez más capital económico para tenerse en pie.
Pero “todo está bien”. Dios no puede ser burlado ni por los
necios, ni por los poderosos, ni por los que han tratado de utilizarle para
medrar políticamente. En palabras de San Pablo:
“No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará”
Gal 6,7
La Historia es irrepetible, y ha sucedido lo único posible,
teniendo en cuenta la naturaleza humana, para Gloria de Dios y vergüenza de los
hipócritas y soberbios con o sin mitra. Porque en el otro extremo, dentro de la
esfera cristiana siempre han florecido los sabios maestros de la espiritualidad
que, con un gran sufrimiento causado por sus superiores y autoridades
oficiales, han sabido denunciar los excesos y maldades de unos poderosos que
han cometido el mayor de los pecados posibles, por los que más les hubiera
valido no haber nacido, el escándalo de toda la gente humilde a la que han
confundido, tratado de someter y esclavizar el espíritu.
El
lado oscuro de la Fuerza
Para William Law, la tragedia del cristianismo tiene una causa totalmente
lógica. Determinados príncipes de la Iglesia, (lamentablemente más de los que
sería deseable) a lo largo de la Historia se han dirigido a Dios sin apartarse
de sí mismos. Han querido ver a Dios sin morir antes a su propia naturaleza,
así que la religión en manos de sus “yoes”, de naturaleza corrompida, no puede
producir otra cosa que lo que ha producido. Desordenadas pasiones de papas,
obispos, sacerdotes y hombres supuestamente consagrados, escándalo descomunal
para la gente sencilla, pasiones desordenadas en hombres que debían haber sido
“luz del mundo”, pero en quienes han ardido las llamas de las peores pasiones,
queriendo santificar actos que la naturaleza se avergonzaría confesar.
Y por ellos, la Iglesia ha sufrido lentamente el gran descrédito
que padece en la actualidad (pongamos en contexto esta reflexión de Aldous
Huxley en los años previos al Concilio Vaticano II, cuando escribió el libro),
pues es clara la sospecha de que detrás del esfuerzo evangelizador exista el
oscuro deseo de aumentar el número de clientes y agradecidos contribuyentes al
sostenimiento y más que sostenimiento, enriquecimiento económico de la
organización católica - vaticana. Y esto es una descomunal injusticia para
todos aquellos que luchan por difundir el mensaje de Jesús de Nazareth, y
mueren por ello.
Estos falsos hombres, son tentados a practicar ritos mágicos, con
los que pretenden obligar a Dios a acceder a sus peticiones y ocultos fines
particulares. Feo negocio este de los sacrificios, contrario a la máxima de
Jesús “misericordia quiero, no sacrificios”, “vana repetición” ni rezos
repetidos. Usan el nombre de Dios en el vano deseo de lograr poder.
La Historia ha sido testigo de una cadena interminable de maldades
perpetradas por ambiciosos idealistas, usando una vana palabrería, en nombre de
Dios, de la Iglesia, de la Fe, de la revolución, del nuevo orden, de las
libertades, etc… Cada época tiene su conjunto de palabras talismanes con las
que alucinar, hipnotizar y enardecer a las masas. Siempre es igual.
Los sacrificios y la vana repetición, finalmente tiene sus frutos,
sobre todo cuando son practicados con austeridad y sugestión. Los hombres que se dirigen a Dios sin
renunciar a sí mismos, a Dios no alcanzarán, eso está claro, pero si obtienen
curiosos resultados. Primero para sí mismos mediante la autosugestión (hasta se
curan enfermedades). Segundo por la emergencia de ese algo distinto de nosotros
que siempre hay en nuestra esfera psíquica (una objetividad de segunda mano).
Con esto, incluso impresionan de poseer facultades paranormales, tales como la
percepción extrasensorial.
La pregunta es esta: ¿es deseable obtener lo que uno desea? ¿es
deseable poseer facultades milagrosas?
Cualquier sacrificio que no sea el de uno mismo, nos coloca al
mismo nivel de los cerdos de Chang Tse, que preferirían vivir de afrecho que
cebarse de pienso para después ir al matadero.
Con el sacrificio de Jesús, el único sacrificio digno es el de uno
mismo, cualquier otro ceremonial es pura y vacía vanidad.
Los ritos y las vanas
repeticiones tienen su lugar legítimo en religión como ayuda al recogimiento,
recordatorio de una verdad momentáneamente olvidada en la barahúnda de las
distracciones mundanas. Cuando se ejecutan como una especie de magia, su empleo
carece completamente de sentido o, en otro caso (y esto es peor), puede
producir una exaltación del yo, lo que no contribuye en modo alguno al logro de
la finalidad última del hombre.
Mientras el símbolo se vea como tal símbolo, no hay peligro. El
riesgo está en verlo como un fin en sí mismo.
Inclusive los sacramentos, vistos como fin en sí mismos son un
peligro, pues no son realmente otra cosa que símbolos de lo sagrado. Nadie se
salva por el sólo hecho del acto físico de bautizarse o de recibir la
Eucaristía. Estos dos máximos exponentes del dogma católico son literalmente
nada, si no hay una conversión de corazón. Es más, son pura superchería.
En el fondo es quedarse viendo el dedo que señala la Luna.
Las escrituras sagradas de las religiones pueden leerse de tres
formas diferentes; la primera, de modo literal, que suele desembocar en actitudes
cercanas al fundamentalismo. La segunda con la mente, que deriva en tratados
teológicos, con interés relativo, comprensible por los sabios, pero no por la
gente común. La tercera forma de lectura es con el corazón, desde lo más
profundo del ser. Esta forma conduce a la mística.
Pues bien, en el budismo ocurrió que la interpretación literal de
las escrituras del Buda, fue provocando un alejamiento de la esencia del propio
budismo, ahogándose la gente en un mar de letras, sin saber cómo llegar a la esencia
de la verdad. La reacción a esta situación fue lo que provocó la aparición de
los Padres del Zen, lo que se conoce como una
transmisión especial, fuera de las escrituras.
Zen es, como refiere Chang Chih–Chi, el nombre dado a la rama
del budismo que se mantiene apartada del Buda. Es también llamada la rama
mística, porque no sigue el sentido literal de las sutras. Por esta razón es
seguro que los que siguen ciegamente los pasos del Buda se burlarán del Zen,
mientras que los que no gustan de la letra son naturalmente propensos al modo
místico de abordar el tema.
Dicho en palabras sencillas, el Zen al Budismo es la rama mística,
que prescinde de cualquier artefacto adicional que impida la meditación y la
experiencia mística. Es decir, el Zen es la rama mística del budismo, como el
sufí es la rama mística del islam. No obstante, las luchas entre ramas reflejan
la poca madurez de los que se enzarzan en ellas.
Las disputas sobre el espíritu de la letra en el contexto religioso,
muchas veces desemboca en discusiones y disputas (a veces sangrientas), sin
ninguna utilidad. Es lo que se denomina “discusión bizantina” sobre el sexo de
los ángeles. Los teólogos suelen enzarzarse en este tipo de discusiones, con
resultados a veces dramáticos, pues se puede llegar a los cismas, que es el
peor daño que se le puede hacer a una religión; cismas que ocultan intereses
políticos y personales de los príncipes de las iglesias, como el famoso “filioque” que provocó en cisma de
Oriente, de los que tenemos ejemplos de sobra dolorosos en el cristianismo y en
el resto de religiones. Y esto por una sola razón, porque se dice buscar a
Dios, cuando en realidad nos estamos buscando a nosotros mismos, y nuestra
propia satisfacción auto reconocimiento y gloria ante los hombres.
La gente obtiene siempre lo que pide; la única dificultad es que no
sabe nunca, hasta que la obtiene, qué cosa es lo que realmente pidió.
Atender al servicio de Dios es aburrido; pero ¡qué divertido
discutir, vencer a los contrarios, perder los estribos y llamarlo "justa
indignación" y “santa intransigencia” que diría Monseñor Escribá de
Balaguer, y por fin pasar de la controversia a los golpes, de las palabras a lo
que San Agustín tan deliciosamente describía como la "benigna aspereza"
de la persecución y el castigo.
La Europa protestante obtuvo la teología que le gustaba, pero como
efecto colateral de esa teología luterana obtuvo la guerra de los treinta años,
el capitalismo y el propio nazismo, porque en palabras de Huxley, el protestantismo
luterano adora a un Dios que no es justo ni misericordioso. La ley de la
Naturaleza, tribunal de apelación de Lutero, es identificada con el orden
social. Si la recta creencia es la primera rama del óctuple sendero, la errónea
creencia o ignorancia es la raíz de la esclavitud.
Lo que en su origen tuvo una causa justificada, los excesos de la
Iglesia de Roma, al final fue un peligroso viaje a ninguna parte que ha
generado una atomización del cristianismo protestante en múltiples sectas, a
veces incompatibles entre sí, fuente de disputas y de encendidos odios. Se han
buscado a sí mismo, justificando en esta búsqueda, la búsqueda de un Dios que
no existe.
Es así que “tantum religio
potuit suadere malorun”, expresión utilizada por Huxley que significa más o
menos que la práctica religiosa puede provocar o dirigir a la gente a ejercer
el mal, cosa que puede parecer una perversión, pero que no deja de tener parte
de verdad si en el ejercicio religioso se trasluce una sutil forma de control y
dominio de las conciencias de la gente; de nuevo, mentir con apariencia de
verdad para que las gentes crean, sigan y financien a los líderes
religiosos, llegando a crucificar a Aquel que es capaz de denunciar los excesos
de los sumos sacerdotes y sanedrines. La Historia siempre se repite.
Teoría
del error humano
Sobre el error se ha desarrollado toda una teoría, por la que, ante
cualquier actividad humana, el error es siempre una probabilidad más o menos
elevada, ante la que es preciso realizar, tanto más cuanto mayor es la
peligrosidad de sus efectos, un adecuado “análisis de riesgo y evaluación de
impactos”. Y tanto más necesaria cuanto mayor sea la posibilidad de que ese
error sea intencionado. Así, en el ámbito procesal de las faltas y delitos, el
juez ha de tomar en consideración los elementos agravantes, atenuantes y
eximentes que han incurrido en los hechos.
El homo sapiens es “sapiens” en tanto tiene consciencia de sí
mismo, aunque sea una consciencia equivocada elaborada por un “pensamiento que
da para lo que da” (los problemas de Marta), y porque tiene capacidad
intencional, de optar por una entre varias opciones. Se considera “error” una
opción incorrecta, según un patrón de referencia que, vemos varía muchísimo,
según las culturas y tradiciones. En el ámbito religioso al error se le
denomina pecado, hecho inducido por un tercero con muy mala hostia, que sólo
quiere apartarnos de Dios. Y los pecados son tales según un derecho perfecto
que constituye un código moral donde, a criterio de los doctores, un error
puede terminar con tu condenación eterna mientras que en otras culturas son
hechos sin moralidad.
Y así, con ese código perfecto, los parroquianos han vivido durante
siglos, con losas sobre la cabeza o en situaciones entre la espada y la pared.
Ahora, mucho de ese código moral está en cuestión. Lo que pasa es que si, para
la Iglesia, algo ha sido pecado mortal, si ahora deja de serlo, ¿qué pasa con
los que han muerto en aquella creencia? ¿Se les saca del infierno?
Una cosa es atar y desatar y otra bien distinta, pasarse siete
pueblos atando y desatando, formando nudos que ni a Gordias, el que ató su carro
con el nudo que lleva su nombre, se le hubiera ocurrido. Así las cosas, el
problema del mal se vuelve tan relativo, según quien lo juzgue, que nadie está
libre de la parcialidad de las justicias humanas.
Sólo el espíritu libre y en presencia de Aquel que sabe, le ama, es
capaz de vivir en auténtica libertad, buscando hasta la Verdad en el error.
Sólo la Verdad es absoluta, el error y las verdades humanas, son
sólo relativos.
Sólo en el estado contemplativo uno puede llegar a ser libre y ser librado del mal.
Por eso, nos recomienda Jesús:
“No
juzguéis y no seréis juzgados.”
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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