Aunque ya lo
dice San Pablo, más o menos en 1corintos 13: ya podría ir yo a misa todos los
domingos y fiestas de guardar, rezar todos los días un rosario a la Virgen y
echar veinte euros de limosna cada domingo, si no tengo amor, todo eso es chatarra
inútil, ruidos estridentes y una gran mentira con apariencia de verdad.
Ritos, símbolos y sacramentos
La liturgia es valiosa en cuanto nos recuerda lo que
debería ser nuestra relación con la Divina realidad. En principio cualquier
rito o sacramento es igual de bueno y válido que cualquier otro, siempre que
sean un símbolo de la Divinidad.
El apego a los ritos
Nuestra querencia con las liturgias de nuestra etnia se debe a qué
están adaptada a nuestra mentalidad y cultura, nada más.
Si estamos acostumbrados a pensar en Dios mediante una serie de
símbolos, nos cuesta mucho cambiar y pensar en Él por medios de símbolos ajenos
a nosotros.
La palabra es el más preciado de nuestros símbolos. Las imágenes,
las pinturas, los iconos (a pesar de que una imagen vale más que mil palabras)
comunica la Verdad de una forma mucho más vaga.
Los claustros de las iglesias medievales eran el equivalente
escultórico del catecismo, del Evangelio y la teología, entre otras cosas
porque la población era en su mayoría analfabeta, y además las misas se decían
en latín, algo incomprensible para la mentalidad actual, salvo por considerar
que la liturgia era o debía ser sólo propiedad de entendidos, por lo que el
acceso a la palabra era muy limitado. Dicen (acaso sea una leyenda urbana), que
el rezo del rosario se popularizó entre las gentes durante la misa, para
mantenerla entretenida mientras el cura decía cosas ininteligibles. Pero a
través de las imágenes, pinturas y bajorrelieves las gentes adquirían ideas y sus
creencias. Los indios católicos americanos han distorsionado su fe a propósito
de mirar las pinturas que los conquistadores dejaban en las iglesias.
El abigarramiento artístico de las iglesias católicas, inducían,
según San Bernardo (refiriéndose a Cluny), a la tentación de leer antes en los
mármoles que en los libros. Por eso, la austeridad cisterciense va dirigida a
la contemplación pura y el conocimiento unitivo de la Divina
realidad.
Según el Bhagavad Gita, el culto exotérico (que ven los demás),
encierra un oculto deseo de éxito mundano en quien lo practica (para ser visto
y admirado por su piedad). Y mira que Jesús se desgañitó recomendando rezar en
lo escondido en vez de en los primeros bancos de los templos.
Nadie ve al que ora en su estancia a solas (y no puede ser
admirado), pero todo el mundo ve el que va al frente de las procesiones y
participa en las solemnidades ocupando los primeros puestos (y puede serlo).
Sigue diciendo el Bhagavad Gita, que hay cuatro tipos de adoradores
de Dios, el cansado del mundo, el que busca conocimiento, el que busca
felicidad y el hombre que alcanza el discernimiento espiritual. Este último es
el mejor, porque no está embotado por deseos mundanos (que los demás tienen).
La práctica constante de ritos sacramentales con fe y devoción
producen en la persona efectos duraderos en algo que no es ni su mente ni su
cerebro, como un vórtice que comunica con una realidad inmaterial “allá fuera”
(o “allá dentro”), distinto de algo generado por la propia imaginación y por
algo que responde a las plegarias. Se puede pensar en los devas, (santos y vírgenes de
nuestra devoción y de nuestro pueblo), o dioses locales, que centran la fe de
las gentes sencillas. Parece ser que la devoción a los santos y vírgenes del
lugar se debió a la obligación de sustituir en las aldeas rurales a los lares y
penates (diosecillos locales de los campesinos paganos) por su equivalente
cristiano, ya que Jesucristo y la Santísima Trinidad, en los primeros siglos
del cristianismo como religión del Imperio, era para ellos como Júpiter o
Saturno, dioses del Olimpo, allá en Roma.
El sacrificio ritual se basa en la creencia de que los dioses se
alimentan de ellos. Es una idea ciertamente primitiva y tosca, pero con visos
de verdad, porque cuando los rituales se abandonan y las gentes dejan de creer
en ese mecanismo de alimentación del dios, éste enferma de olvido y finalmente
muere. Esto sucede con las devociones pasajeras a un santo o una virgen (un
deva), que otrora atraía muchos peregrinos y ahora ya no. Ermitas y capillas,
centros de peregrinación, que ahora son casi restos arqueológicos que acogen el
espíritu muerto de un deva que en otro tiempo lo fue y ahora ya no. Esto parece
ser que ocurrió en Inglaterra con Thomas Becket. La razón de esta muerte del
deva no es la de su espíritu, sino la de los pensamientos y sentimientos de las
gentes hacia esa particular y limitada forma de dios.
El celo del Templo consume
La presencia que las gentes experimentan de la divinidad en los
edificios consagrados, en los centros de peregrinación, sostenida por el
continuo ir y venir de gentes que centran su fe en ese lugar, expresada en un
conjunto de ritos sacramentales, no es en sí la de Dios o el Avatar, sino de
algo que “evoca” la Divina realidad, pero que es distinto de ella. Es un “algo”
que atrae a la devoción y el recogimiento. Pero nadie puede afirmar que Dios
está más en esos edificios que en cualquier otro lugar.
w, (phanos) es el verbo griego que significa “dar luz”, alumbrar,
hacer brillar, mostrarse. Así i(Epifanía) es la “manifestación sobre”
unas gentes. Este mismo término se emplea para denominar a lo que en latín es
un templo, un lugar de “manifestación” de lo sagrado, heroico, un lugar de hsiHierofanía. hrowV “héroe”). De
esta raíz, "profano" es lo que se hace y vive delante del templo sin
entrar en él, pero “fanático” se refiere a alguien dedicado a las cosas del
templo, el protector del templo, tradicionalmente, el sacerdote (por alusiones
se ha extendido a protector de la religión, y ha degenerado en aquellos con
pasión exacerbada e irracional hacia algo, sobre todo aplica a los temas
religiosos, de donde viene la etimología. De las etimologías, podemos deducir
que los templos son lugares “más sagrados” que el resto, porque en ellos,
mediante los rituales “se manifiesta lo sagrado” de un modo más explícito que
en el resto de los lugares. Pero entre lo que es una sana devoción y la
expresión del exceso devocional rayando en el “fanatismo” (obsesión por las
cosas del templo) hay una imperceptible línea de separación, tan imperceptible
que se puede cruzar sin darse uno cuenta.
Resulta pues que lo sagrado de los templos no está en función tanto
de una presencia real de Dios de un modo más intenso que en otras partes, sino
que el imaginario popular atribuye a ese lugar esa propiedad, “real”, en tanto
se mantenga esa fe en ese lugar. Es decir, no depende de Dios, sino de la fe de
las gentes. Cuando un templo se consagra, y antes no había nada sagrado, a
partir de la consagración “ya está allí lo sagrado” cuando ¿antes no estaba
allí lo sagrado? Pero si por razones las que sean, ese templo tiene que
desmontarse y deja de dar servicio, ¿deja de estar allí lo sagrado? Es todo
cuestión de la fe de las gentes.
Por tanto, la fe intensa de muchas gentes, objetivada en la
práctica ritual en determinados lugares hacen de estos lugares, lugares
sagrados, numinosos.
Ritualismo vs espiritualidad
Hay dos grandes formas de vivir la religión, y no siempre van
parejas; a veces desgraciadamente se contraponen. Es la ritualidad y la espiritualidad.
La ritualidad, el
ritualismo religioso, supone una fe expresada en ritos visibles,
externos, que hace sutil frontera con el ocultismo y la magia blanca (refinada
y bienintencionada). Rito, etimológicamente procede del latín “ritus”,
algo que tiene que realizarse según una secuencia preestablecida e inalterable
de acciones. Mientras se sea consciente
de que esto es sólo un medio de expresión externa de la espiritualidad, es
correcto, y tiene grandes beneficios como aglutinante comunitario de la fe
común de las gentes. El problema es cuando se convierte en un fin en sí mismo,
como si fuera la única forma válida de mostrar a la deidad la fe y la devoción.
Entonces el ritualismo y todo lo que le rodea se convierte en auténtico
fanatismo.
La espiritualidad en
[sentido amplio], es una cualidad humana que permite o favorece el desarrollo
de la dimensión trascendental del ser humano bien a través del conocimiento
ya sea proveniente de alguna religión o filosofía, o bien a través de la experiencia empírica. La
espiritualidad, en el extremo, puede prescindir de cualquier manifestación
ritual, porque la relación entre el alma y la Divina realidad es directa, sin
intermediarios, sin expresiones elaboradas. Sólo hay una expresión total que
manifiesta clarísimamente la espiritualidad de una persona, el Amor que derrama
en los demás. Así, el Amor se convierte en la expresión visible y evidente
de la fe que lleva una persona dentro de sí, en su alma, en su cuerpo, que
se ha convertido literalmente en Templo del Espíritu Santo.
Ambos, ritualidad y espiritualidad conviven y deben convivir,
porque la primera es una ayuda para entrar en la segunda. Y así debe ser. El
problema es el paroxismo expresivo de la primera, que anula todo lo demás
devaluándolo en mera idolatría. Se cae en idolatría cuando se adora una imagen
de Cristo o de la Virgen por sí misma. Se cae en idolatría cuando lo que se
valora del rito es la “suavidad afectiva y sentimental”, el “emotivismo” que provoca su práctica,
así como las facultades que supuestamente confiere.
Casi todos los profetas judíos se oponían al ritualismo: "Desgarrad vuestro corazón y no
vuestras vestiduras." "Deseo misericordia y no sacrificio."
"Detesto, desprecio vuestras fiestas; no hallo ningún placer en vuestras
solemnes asambleas." Pero el Templo de Jerusalem ha sido a lo largo de
la Historia el centro ritual de una religión esencialmente ritual (incluyendo
el sacrificio de sangre del cordero).
El cristianismo, con la total oposición de Cristo, ha seguido los
pasos de los judíos en este sentido. El Cristo del Evangelio es un predicador y
un sanador de corazones destrozados, no un repartidor de sacramentos, ni
ejecutor de ritos. Habla de las vanas repeticiones en Mateo 6, donde insiste en
que la auténtica oración debe hacerse “allí, en lo escondido” (en el corazón
del hombre) y no en los primeros puestos de los templos. No le interesa para
nada los sacrificios, y menos los templos, transfiriendo su ubicación al cuerpo
y corazón de cada persona. Pero como las religiones no las desarrollan sus
fundadores, sino sus seguidores, estos, con la innata tendencia al ritualismo
hace de una predicación pura, un elaborado código canónico y ritual, que obliga
bajo pena, que en el caso de los católicos pueden ser de ¡penas infernales! No
asistir a misa un domingo sin causa justificada era hasta hace nada (y no sé si
seguirá), nada menos que pecado mortal, o sea, pena irremisible del infierno y,
cuidado con verse uno desnudo ante el espejo demasiado tiempo…
Algo parecido ocurrió con el budismo. Para el Buda pali el rito es una
atadura que retiene el alma y la mantiene apartada de la liberación. Sin
embargo, el budismo actual es tan ritualista como el catolicismo, con sus
ritos, ceremonias, vanas repeticiones y ritos sacramentales.
Razones antropológicas del ritualismo
Pero existen razones antropológicas para esta evolución. La
primera, que el común de las gentes no desea realmente el camino de la
espiritualidad, sino la práctica ritual que le procure satisfacciones emotivas,
poder aplacar sus remordimientos de conciencia mediante ritos de perdón y
penitencia, y practicar fórmulas de plegaria para conseguir sus fines
particulares en este mundo; y finalmente una salvación apañada en alguna suerte
de cielo póstumo. Para el movimiento Cursillos de Cristiandad la máxima es
vivir una felicidad desbordante, estar “de colores”, en un clímax de frenesí espiritual,
emotivismo extremo, cosa que entendida literalmente, es humanamente imposible y
por ahí no van los tiros de la vida espiritual… “dulce pena y triste alegría”.
La segunda está en aquellos que deseando ciertamente la
espiritualidad, tratan de conseguirla y canalizarla a través de ritos,
ceremonias y mantras, pues en estas prácticas ellos reconocen la presencia del
Eterno al que tratan de llegar por estos medios. En el fondo es una exaltación
de sí mismos, y una forma de que la fuerza fluya del fascinador psíquico al
universo de los yoes encarnados.
Papel del clero profesional
Además de lo explicado, las religiones excesivamente
sacramentalizadas o ritualizadas, confieren un poder a la casta sacerdotal que
tiende al abuso a través del dominio de las conciencias. Se ha enseñado a toda
una sociedad que la salvación viene preferentemente a través de la
administración de un conjunto de sacramentos y prácticas rituales, que no se
pueden hacer sin la participación directa del clero profesional, los únicos que
pueden administrarlos. Ser conscientes de ese gran poder es una permanente
tentación a la satisfacción individual y al corporativismo.
A esta tentación sucumben prácticamente todos los seres humanos que
no sean santos. Por eso Jesús recomendaba rogar a Dios para no caer en la
tentación de la soberbia. Así que sólo reduciendo el número de ocasiones de
tentación, siendo como somos los seres humanos, podemos tener ciertas garantías
de habitabilidad.
La tentación a considerarse superiores al resto de los mortales, en
una sociedad que acepta la administración sacramental como única vía de
salvación, es tan descomunal que difícilmente un sacerdote puede escapar a
ella, salvo que sea realmente un santo. En el extremo, que un hombre proclamado
Papa, sepa que toda la iglesia católica le considera nada menos que el
representante de Jesucristo en la Tierra… en fin; hay que estar en la séptima
morada y haberse desvanecido el yo personal, para no caer en la tentación del
poder total y absoluto.
Todos los maestros de la vida espiritual, desde los autores de los
Upanishads a Sócrates, de Buda a San Bernardo, convienen en que sin
conocimiento de sí mismo no puede haber adecuado conocimiento de Dios; en que
sin constante recogimiento no puede haber liberación completa. El hombre que
aprende a mirar las cosas como símbolos, las personas como templos del Espíritu
Santo y los actos como sacramentos, es un hombre que aprende a recordarse
constantemente quién es, dónde está en relación con el universo y su Base, cómo
debería conducirse con sus semejantes y qué debe hacer para alcanzar su
finalidad última.
Liberación de los sacramentos
Cuando el concepto sacramental consigue liberarse de su soporte
ritual, es como si se produjera una total liberación del pensamiento simbólico,
que es la base de la espiritualidad. Entonces, el alma descubre que cualquier
cosa, cualquier ser vivo, cualquier acontecimiento de la vida puede ser y es
una manifestación de lo sagrado, en sí mismo un sacramento. El rostro de un
niño, de un enfermo, de un pecador, un amanecer, la noche oscura, la muerte de
un ser querido. Todo, puede ser, si el alma vive la Divina realidad, un
sacramento. Pero para la mayoría de los creyentes, los sacramentos son sólo los
siete que define la doctrina católica, y que administra el clero profesional.
No hay más manifestación oficial de lo sagrado, que sea cauce de salvación.
Que el Logos está en las cosas, vidas y mentes conscientes, y ellas
en el Logos, fue enseñado mucho más enfática y explícitamente por los
vedantistas que por el autor del cuarto Evangelio, afirma Huxley. A no ser que
no se haya querido entender al evangelista, cosa bastante probable.
La historia de Europa durante la baja Edad Media y el Renacimiento
es en gran parte una historia de confusiones sociales, que se presenta cuando
gran número de los que hubieran debido ser videntes abandonan la autoridad
espiritual por el dinero y el poder político. Y la historia contemporánea es la
horrenda crónica de lo que ocurre cuando caudillos políticos, hombres de
negocios o proletarios con intensa conciencia de clase asumen la función
brahmánica de formular una filosofía de la vida, cuando los usureros conducen
la política y discuten el problema de la guerra y la paz, y cuando el deber de
la casta del guerrero es impuesto a todos, sin tener en cuenta la constitución
psicofísica ni la vocación.
Todo
lo que ves, soy Yo
El final del Camino que emprendieron
Marta y María las llevó a su fusión con el Océano, a que la ola comprendiera
que es el Mar. Cuando ello sucede, abres los ojos y todo lo que ves es Dios o,
Dios está presente en todo lo que ves, así que todo lo que ves es un sacramento
de Dios, con lo que tienes todo el camino libre para amar sin tasa ni límites.
Mientras el ritualismo de la práctica
religiosa se ayude a avanzar en tu particular camino de perfección, bendita sea
la práctica religiosa. Pero llega un momento en el que esa práctica, sin ser un
estorbo, supone tan sólo un valor añadido y, por supuesto, un entrañable nexo
de unión con tu comunidad, como “punto de encuentro” espiritual. Pero entonces
eres consciente de que la práctica religiosa no es sino un importante valor
añadido al hecho fundamental de que “sólo Dios basta”, de que lo tienes
dentro de ti y guía tus pasos, e impide que caídas en la tentación y te aporta
el pan de cada día (aunque pases necesidad económica) y, por supuesto, te libra
de todo mal.
El signo más evidente de este proceso es
cuando comienzas a sentir que te cuesta trabajo rezar (plegarias y oraciones
verbales) y, que lo que deseas es simplemente contemplar en silencio, “cómo caen las hojas de los árboles”. En ese momento, querido amigo, querida amiga, has entrado en la
auténtica vida de Oración contemplativa, donde…
“En todo lo que ves, le ves a Él”
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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