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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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A todas nos suena aquello de que la Historia la escriben los
vencedores. La Historia, desde el sentido común no es más que eso: el pasado
tejido como un relato coherente. Hará una década, solo existían, de manera
aceptada, e incluso consensuada en las academias de Historia, dos revoluciones
industriales. En esta década, han aparecido dos nuevas en el imaginario
popular. La última, situada en un espacio discontinuo temporal entre el
presente y un futuro cercano. Es decir, no más que una hipótesis a la espera de
ser confirmada por el tiempo. Perdón. Más bien, hablamos de la cuarta como si
fuera un hecho concebido por completo, aunque no esté confirmada. ¿Pero, de
dónde han salido estas dos revoluciones?
El supuesto momento en el que vivíamos
Hasta hará menos de diez años aceptábamos la convención de que
vivíamos en una era posmoderna, posindustrial. Al menos desde las ciencias
sociales de finales de los años 60 (Bell, Illich, Lyotard…). Es cierto que no
existía una única convención específica para nombrar el tiempo en el que aun
vivíamos.
Aunque sí estaba aceptado que nuestras sociedades, y economías, se
caracterizaban por darle importancia a la acumulación, gestión y capitalización
del conocimiento, desde los años 50 en adelante. Llamémoslo patentes, carreras
universitarias, desarrollo tecnológico, o nuevos modelos sistematizados y
estandarizados de producción.
Un cambio que había comenzado sobre todo a principios del siglo XX,
con Taylor y Ford. No fue hasta la implantación de la informática industrial y
comercial, allá por los años 60 y 70, que permitiera una aceleración a esta
lógica central de la gestión del conocimiento para el capitalismo de entonces
(y ahora).
Marcó un momento histórico distinto. Distinto respecto a lo que se
entendía como industrial: el sector de los servicios o terciario, como opuesto
a la dureza de la máquina, pasaba de ser minoritario a ser cada vez más
importante a muy diversas escalas.
La idea de lo posindustrial se amparaba con la idea de un “final
de la Historia"
Entonces, se entendía que lo industrial representaba la
manufacturación sistematizada como motor de un sistema moderno (capitalista,
comunista o socialista, para esas épocas hasta las Guerras Mundiales).
Entonces, el post de lo posindustrial simbolizaba la superación, la
transmutación del peso del conocimiento y lo creativo, de los servicios y los
procesos llamados en muchas ocasiones “blandos” o “de soporte”.
Además, lo interesante a nivel de narrativa sociológica, es que la
idea de lo posindustrial se amparaba con la idea de un “final de la Historia”:
el culmen de la civilización occidental en su punto más maduro. Idea que
promovió con fuerza en las últimas décadas el investigador Fukuyama, entre
otros.
A pesar de toda esta reflexión intelectual, recién han aparecido en
el cronograma de nuestra Historia oficial dos revoluciones hasta entonces no
consideradas.
La disputa de la Tercera Revolución, y una Cuarta que no existe
por completo
2011 y 2012 se publicaron dos libros, que fueron best-sellers.
Especulaban sobre una tercera revolución industrial inminente. De corte
silicon-valleyniano, teníamos una obra del economista Jeremy Rifkin (La Tercera
Revolución Industrial: cómo el poder lateral está transformando la energía, la
economía y el mundo, 2011), y otra del gurú tecnológico Chris Anderson (Makers:
la nueva Revolución Industrial, 2012).
En ambas obras pretendían apuntar, basándose en algunos avances
técnicos, algunas transformaciones del trabajo o en las necesidades de
recolección energética ante una inminente crisis climática, hacia posibles
revoluciones económicas a punto de estallar.
Es decir, en ambos casos tomaban como referencias lo que en
Estudios de Futuros se conoce como tendencias emergentes y “señales de cambio”
como evidencias de un futuro inequívoco, inminente y transformador.
Paralelamente, en la otra orilla del Atlántico, el economista y, no
olvidemos, fundador del World Economic Forum, Klaus Schwabb daba forma a la
tesis con la que ya estamos familiarizadas de esta institución: la Cuarta
Revolución Industrial.
De nuevo, con el mismo giro narrativo que propusieran Rifkin y
Anderson con sus respectivas propuestas de presentes y futuros en construcción,
Schwabb recopilaba aun más datos, muchos más datos, de tendencias tecnológicas
emergentes, y señales de cambio en el mundo del trabajo y la producción, para,
de nuevo, especular su propia versión de futuro probable. Todo ello condensado
en sus libros, como La Cuarta Revolución Industrial (2016), y en los
eventos anuales.
En su proceso teórico, introdujo una revolución industrial en el
pasado. De la cual -obvio- no nos habían explicado nada ni siquiera a las
generaciones más jóvenes. Él y su institución (WEF), comprendían que la ola de
la electrónica (chips, placas, códigos, tarjetas perforadas…) y de la
informatización de las empresas de los años 70, sería esa Tercera Revolución
Industrial. También entraría el Toyotismo, el giro de tuerca que combinaba una
nueva lógica de automatización y una primera robotización con nuevos modelos y
procesos de producción.
No. No era una idea nueva ni original entender esta fase histórica
como una revolución industrial. La propia teoría de la Era Posindustrial tiene
críticas, pues en cierto modo nunca se ha visto una ruptura absoluta entre la
Segunda Revolución Industrial y nuestro sistema económico. Desde un punto de
vista tecnodeterminista y económico.
La tragedia del futuro inexistente
¿Por qué se especula sobre un hecho histórico que aún no está
finalizado? Dejando de lado posibles teorías complejas que suenan
conspiranoico, sobre la gestión de las narrativas, lo cierto es que unas
décadas atrás, un modelo viejo de proyección de escenarios ha pervivido con
nosotros. Se trata de la teoría de los ciclos tecnológicos y económicos.
Bajo esta teoría de la innovación, se entiende que toda la Historia
de la Humanidad se puede diseccionar en fases o “ciclos” tecnológicos que han
generado importantes transformaciones en otros espacios humanos.
En la forma de organizarse las sociedades, en la prosperidad de la vida
cotidiana, en sus culturas… Y que, además, se dice, ocurren cada vez con más
proximidad entre sí, viendo una completa aceleración de estos ciclos.
Nada hay más peligroso que concebir que el futuro pre-existe y
solo es uno
La idea del tiempo lineal, inexorable y cíclico tuvo su momento
álgido a finales del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX. En economía tuvo
su punto más célebre con la teoría de las ondas en torno a finales del XIX y
principios del XX (por si suenan, Kondratiev y Elliott vistieron bien dichas
teorías), y luego Schumpeter le dio más lustre e impulso con su célebre teoría
de la innovación y el emprendedor. Aunque revisitada muchas veces, es la base
que sostiene casi toda nuestra concepción de lo que es innovación.
Son los entornos tecnófilos quienes le han dado una nueva vida a la
idea de los ciclos últimamente. Una historia larga. Da para muchos más textos.
En resumen, esta forma de ver la Historia, y por extensión el Futuro, como un
único, singular e inevitable escenario, son elementos culturales que han sumado
en darle energía y validez a la teoría de que está cayendo una nueva revolución
industrial.
Porque según el reloj de los ciclos, toca. Y porque parece que se
puede apoyar en hechos e innovaciones tales como la emergencia de nuevas
tecnologías (5G, IAs, y ya sabéis el resto del estribillo), de nuevas formas de
trabajo (bueno, la gig economy tampoco es tan, tan nueva) y nuevas lógicas de
producción: el Agile, la holacracia...
En el campo de Historia cada vez está muy discutida la teoría de
los ciclos. Y en Estudios de Futuros provoca facepalms sonoros cuando solo se
presenta un único relato de futuro basado en la teoría de ciclos. Nada hay más
peligroso que concebir que el futuro pre-existe y solo es uno. Que solo lo
ganarán quiénes lo “adivinen”. Como dijo el célebre (para el gremio)
prospectivista Jim Dator, el futuro no puede ser predicho, ni adivinado, porque
no existe.
Hacia donde vamos, nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que se abre
un abanico de posibilidades y probabilidades. Si vivimos una nueva revolución
industrial, queda por ver. Lo que está claro es que existen ahora mismo
renovaciones de la lógica industrial, mientras en paralelo se advierten otras
lógicas muy diferentes de lo industrial, aunque más minoritarias.
La Cuarta Revolución Industrial podrá acabar cumpliéndose, como
podrían darse otros escenarios económicos muy distintos. Por hacer un par de
preguntas radicales: ¿Qué puede decir las lógicas P2P y los fab labs? ¿Qué
implicará la emergencia climática? Hay muchos más escenarios de lo que parece.
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Autora: Elisabet Roselló (Fundadora de Postfuturear y formadora, ponente y profesora para
diversas instituciones)
Fuente:
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