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14/7/09

Lecturas para el verano: biografía de un emperador bético

Conocedor de mi conexión con Marco Aurelio, Pepe Navajas me aconsejó la lectura de una biografía del filósofo-emperador escrita por Anthony Birley y recién publicada por Gredos Editorial -aunque su edición inglesa data de hace más de 20 años-. De hecho, Birley es uno de los más reputados historiadores de la época de los Antoninos, una dinastía que reinó de 96 a 192 y cuyos primeros representantes, los llamados cinco emperadores buenos -Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio-, tuvieron raíces andaluzas y sevillanas (Provincia Bética e Itálica) y llevaron al Imperio Romano a su máximo esplendor.
Siguiendo el texto, se puede llegar a la conclusión de que Marco Aurelio fue el emperador perfecto, con la pequeña salvedad de que eligió como sucesor a un canalla, su hijo Cómodo. Se le podría reprochar también no haber sido un gran comandante, resultar demasiado serio y reservado (coherente con su pensamiento estoico) y carecer de sentido del humor. Pero persiguió la verdad, trató de ser justo y compasivo, practicó la introspección y no se dejó arrastrar por los placeres y la vanagloria, exhibiendo una modestia, una serenidad y una austeridad ejemplares.
Marco Aurelio dirigió el imperio entre los años 161 y 180 de nuestra era y ofrece la excepcional posibilidad de adentrarnos en sus pensamientos al haberse conservado tanto sus célebres Meditaciones como la correspondencia con su querido tutor Frontón. La biografía sigue pormenorizadamente los pasos del personaje desde su nacimiento en el 121, en el seno de una familia arraigada en la Bética, hasta su muerte en el 180, durante la última de sus campañas contra los bárbaros.
Tuvo 13 hijos -entre ellos dos parejas de gemelos-, de los que buena parte murieron de niños (el emperador expresa conmovedoramente su pena en sus escritos); su mujer Faustina se haría famosa por su infidelidad; poseía nula experiencia militar, tenía una idea muy personal del amor físico -fricción de las entrañas y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión-, era propenso a los catarros y consumía opio. Se preocupó de mejorar la condición de los esclavos, no le gustaba ver sangre (se llevaba un libro al anfiteatro) y llamó a filas a los gladiadores para compensar la escasez de legionarios. Tras la época de paz y seguridad de sus antecesores, se encontró con un panorama dramático: guerras en el este y en la frontera norte (el inicio de las grandes invasiones bárbaras), una gran plaga (probablemente peste) y una crisis económica galopante para paliar la cual no dudó en subastar mobiliario imperial (todo un ejemplo para los tiempos actuales).
Agradezco a Pepe su orientación y, pensando en las lecturas de verano, me permito recomendar este libro de Birley, acompañado, eso sí, de las geniales Meditaciones.

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