Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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29/7/09

La Nube del No-Saber: Orientación Particular (VIII)

La Nube del No-Saber y El Libro de la Orientación Particular son obras escritas en inglés por un autor anónimo del siglo XIV. A medida que las leo y medito, escribo y cuelgo en el Blog estas Variaciones sobre las mismas, respetando sus respectivas estructuras, lo que supone un total de 99 breves capítulos (fecha de publicación del primero: 20/07/09)
Pero ahora me dices: "cómo he de juzgar las ideas que actúan sobre mí cuando intento desarrollar la actividad contemplativa?; ¿son buenas o malas?". A esto te respondo: son las ideas claras de tu inteligencia natural que la razón concibe en tu mente. Son siempre buenas en si mismas, ya que tu inteligencia es un reflejo de la inteligencia divina. Pero corrompen tu mente cuando se hinchan por el orgullo, la curiosidad y el egoísmo. Entonces abandonas la mente humilde de un maestro para ser como esos sabios orgullosos, expertos en vanidades y mentiras.
Lo digo como una advertencia para todos. La inteligencia natural se inclina al mal siempre que se llena de orgullo y de curiosidad innecesaria sobre negocios mundanos y vanidades humanas; o cuando egoístamente anhela las dignidades, las riquezas y los placeres vanos.
Me insistes ahora planteándome el caso de que tales ideas no sólo sean buenas en sí mismas, sino que, además, puedan usarse para el bien: "¿también entonces las debo dejar bajo una nube de olvido?".
Responder a esto precisa cierta explicación. Comenzaré diciendo que desde la perspectiva espiritual hay dos clases o formas de vida: la activa y la contemplativa. La primera es inferior; la segunda, superior. Y, a su vez, dentro de cada una de estas modalidades de vida hay dos grados: uno bajo y otro más alto.
La vida activa es de tal naturaleza que comienza y termina en la Tierra; y se ve turbada y preocupada por muchas cosas. La contemplativa, sin embargo, puede empezar en la Tierra, pero continuará sin fin en la eternidad; y se siente en paz con la única cosa necesaria.
Siendo diferentes entre sí, ambas formas de vida son tan complementarias que ninguna puede existir independientemente de la otra. Y es que el grado superior de la vida activa se introduce en el inferior de la contemplativa, de manera que, por activa que sea una persona, es también al mismo tiempo parcialmente contemplativa. Y cuando el ser humano es tan contemplativo como puede ser en esta vida, en cierta medida sigue siendo activo.
En el grado inferior de la vida activa, la persona hace el bien ocupándose en buenas acciones y obras de amor. En su grado superior -que se funde con el inferior de la vida contemplativa-, comienza a meditar en las cosas del Espíritu. Pero en el grado más alto de la contemplación -tal como la conocemos en esta vida-, todo es oscuridad y una nube del no-saber. Aquí uno se vuelve a Dios con deseo amoroso de sólo Él mismo; y permanece en la ciega consciencia de su desnudo ser.
Las actividades del grado inferior de la vida activa dejan sin explotar gran parte del potencial natural del ser humano. En este etapa vive "fuera" de sí mismo. A medida que avanza hacia el grado superior de la vida activa, va viviendo más desde las profundidades de su ser y haciéndose más verdaderamente humano. Pero en el grado superior de la vida contemplativa se trasciende a sí mismo porque consigue por la gracia lo que por naturaleza está "dentro" de él. Es ahora cuando palpa la Unidad de cuando existe y su unión con Dios en una comunión de amor y deseo.
La experiencia enseña que es necesario dejar a un lado por un tiempo las obras del grado inferior de la vida activa a fin de adentrarse en el grado superior de la misma. De la misma manera, llega un momento en que igualmente es preciso abandonar estas obras al objeto de avanzar hacia el grado superior de la vida contemplativa.
Mientras vivimos en estos cuerpos mortales, la agudeza de nuestro entendimiento permanece embotada por limitaciones materiales siempre que trata con las realidades espirituales y, más especialmente, con Dios. Nuestro razonamiento, pues, no es jamás puro pensamiento; y sin la asistencia de la misericordia divina, nos llevaría muy pronto al error.

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