Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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29/11/21

El final de la búsqueda (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 48)


 ¿Os acordáis del pasaje de Jesús y la samaritana? Juan 4:5-43. Aquel en el que Jesús y sus discípulos, atravesando Samaria, se sentó en el pozo de Jacob a descansar, y allí tuvo esa interesante conversación con una samaritana que se asombraba de que Jesús le pidiera beber, porque judíos y samaritanos no se llevaban bien. Y Jesús le dice “si supieras quién te pide de beber, tú le pedirías que él te diera de beber” y, etc., etc.

La cuestión es que Jesús le dejó claro a la mujer que, bebiendo del agua del pozo de Jacob, todos los días tendría que volver a sacar agua porque el agua del pozo sólo calma la sed, pero el agua de Jesús es agua viva que quita la sed para siempre.

Así comenzaba un encuentro que tuvimos en 2008 con la genial Consuelo Martín, que se titulaba así, “el final de la búsqueda”. Comparaba el agua del pozo de Jacob con literalmente “todas las cosas de nuestra vida”, todo aquello que tratamos de alcanzar para saciar esa extraña sed que nos da sentirnos carentes de “algo”, que no tenemos bien claro lo que es, pero que sentimos, nos incita a buscarlo. El problema es que no sabemos muy bien qué estamos buscando.

La persona que no busca “algo”, es bien porque cree que esto de aquí abajo es todo lo que existe o bien porque ha cosificado ese “algo” y cree tenerlo y poseerlo. La primera es la persona intrascendente, que no cree en la vida espiritual, con lo cual, todo se reduce a mejorar su cuenta corriente y vivir lo más cómodamente posible, “carpe diem”. La segunda es la persona adecuadamente educada en la religiosidad convencional donde Dios es una cosa, un objeto de culto, todo lo sublime e inalcanzable que se quiera, pero un objeto a fin de cuenta, al que adoramos (cubrimos de oro de 18 quilates), y así el común de las gentes va al “tran tran”, reduciendo su relación con Dios al cumplimiento de las obligaciones religiosas.

Pero cualquier calificativo y forma mental que le demos a Dios, incluso el de la figura del Padre amoroso, no es más que su representación mental “para entendernos”. Cualquier calificativo y atributo que demos a Dios no es más que una burda aproximación; por eso, los hindúes a lo sumo que alcanzan a decir es “Aquello”, la palabra que según ellos, “menos traiciona a Dios”.

¿Cómo se puede buscar lo que no se conoce?

Y esta es la gran cuestión, ¿cómo podemos buscar lo que no conocemos?

Esta es una pregunta de Pero Grullo, ¿cómo te pones a buscar algo que no sabes ni qué es, ni cómo es, ni dónde está?

Los planteamientos científicos y filosóficos preocupan a los humanos que Paul Radin, antropólogo estadounidense de comienzos de Siglo XX denomina “hombres pensadores”. Porque por otra parte están los “no pensadores”, que en realidad constituyen la mayoría de la Humanidad.

Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones árticas, conoció a una tribu de inuits (esquimales) en Alaska. De una conversación con el anciano de la tribu, llamado Aua, os pongo el siguiente fragmento tomado de la obra de Kurt Seeberger, “Mil dioses y un Cielo”:

“-A los hombres no les gusta pensar –explicaba Aua-. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender. Quizás sea este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra, el origen del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos formamos y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin están envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto tan importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y sobre los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?

-Nadie sabe con certeza el principio de la vida. Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos y recuerda los relatos de nuestros antepasados, siempre se entera de algo con que llenar el vacío de nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta escuchar a nuestros sabios ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros antepasados ya muertos. Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las palabras de los muertos.”

Esta profunda declaración de un humilde esquimal, que se da cuenta de hasta dónde los humanos estamos a merced de fuerzas que no conocemos, explica por qué al común de las gentes les va mejor en la vida sin hacerse pregunta y sobre todo seguir al rebaño guiado por el pastor, porque si a una oveja le da por ¿pensar? Puede que termine perdida y, entonces, el pastor tendrá que dejar las 99 a buen recaudo y buscar a la oveja perdida.

Puede que alguno, al leer estos apuntes, a lo largo de estos 44 capítulos, piense que critico demasiado a la religión y a la forma en la que la Iglesia procede con la gente. Pero la cuestión es que, probablemente, sobre la base del desarrollo consciencial y evolutivo de los seres humanos en esta quinta raza raíz, que refiere la Teosofía (las anteriores fueron los lémures y atlantes y la próxima aparecerá en la Era de Acuario), el común de las personas es espiritualmente simple y puede que se aturdan si se salen del sota, caballo y rey de los dogmas y doctrinas religiosas. Meister Eckhart tuvo este problema con el Vaticano. Fue condenado con el Acta “In agro dominico” por el riesgo en el que ponía a las gentes sencillas al hablar en sus sermones del modo en que lo hacía, es decir, por hablarles de mística y espiritualidad. Por eso no se le admite como uno de los mejores teólogos de la Historia.

De este modo, el común de las gentes no se puede plantear una búsqueda de algo que nadie sabe, por mucho que se esfuerce, qué es ni dónde está. Por eso las religiones elaboran a lo largo de los siglos doctrinas fáciles de cumplir y de seguir, de modo tal que el común de las gentes, que ni sabe, ni quiere saber ni hacerse preguntas, esté razonablemente encarrilada y no se pierda.

El problema está cuando, con el desarrollo intelectual y espiritual de los seres humanos, cada vez es más numeroso el porcentaje de personas que se hacen preguntas y se cuestionan ese “me falta algo” que no encuentran en la rutina religiosa que les enseñaron sus mayores. Y claro, cuando esa rutina religiosa cambia tan lentamente que apenas evoluciona a lo largo de los siglos (entre el Concilio de Trento y el Vaticano II han pasado cuatro siglos), mientras la Humanidad evoluciona cada vez más rápido, el desfase entre las necesidades intelectuales y espirituales de la gente y lo que le puede ofrecer la doctrina religiosa, es cada vez mayor, lo que se manifiesta por una pérdida cada vez mayor de ovejas del rebaño. La Iglesia lo califica de ovejas perdidas, echadas a la perdición del pecado, cuando realmente lo que sucede es que son ovejas que han evolucionado a ciervos que se echan al monte buscando nuevas fuentes de agua y de sabiduría. Son buscadores de “Algo”, de “Aquello”, que dirían los hindúes, de lo que han perdido toda referencia y sí, puede que estén perdidos.

El proceso de búsqueda

San Juan de la Cruz, uno de los grandes buscadores de Dios que, tanto molestaban a la Iglesia, que fue encarcelado y perseguido por ella, en el Cántico Espiritual describe cómo, al sentirse perdido con ese “¿A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido?” el alma busca desesperadamente al Amado por bosques y espesuras y pregunta a las criaturas “decidme si por vosotros ha pasado”, a lo que ellas le responden ese genial “mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura y mirándonos, vestidos nos dejó de su hermosura”.

De este modo, los pensadores, los nuevos buscadores, buscan “Aquello” que no conocen en lo más hermoso por nosotros imaginado, pero las criaturas dicen que “por ellas ha pasado y las ha dejado vestidas de su hermosura”, pero se fue. Eso causa a la postre un gran desengaño, y sucede lo que decíamos al principio de la Historia de Marta y María, el búho diciéndole a María “error, por aquí no”.

Al final, después de pasarnos años, muchos años, acaso toda nuestra vida buscando con nuestros propios medios (esto es muy importante), lo que no sabemos qué es ni dónde está, ojalá nos pase lo de aquel joven que quería escuchar las campanas del templo sumergido tras la construcción del embalse, como describe Toni de Melo en esa preciosa alegoría en “El canto del pájaro”. Sólo cuando dejó de esforzarse en escuchar y quedó en silencio a la orilla del pantano, mientras esperaba el autobús de regreso, fue cuando escuchó las campanas del templo sumergido.

He aquí la paradoja, cuando dejas de buscar y quedas en silencio, y te abandonas a “Aquello”, que no sabes lo que es ni dónde está, es cuando lo encuentras, porque no lo encuentras tú, sino que te es manifestado y, mira por dónde, sí que está en todas las criaturas, en todo lo que ves.

¿Qué ha sucedido? Pues que hemos tratado de buscar lo que no podemos encontrar porque no lo conocemos, con nuestras capacidades intelectuales, con nuestra mente (Marta) Y sí, descubre cosas como que “Aquello” debe estar en las cosas bellas, en lo que somos capaces de identificar como la belleza, la paz, el amor, la amistar y cosas así. Pero son cosas que vemos bajo la luz de nuestra linterna en medio de la noche. Pero sólo cuando nos rendimos a la evidencia de nuestra incapacidad, nos relajamos y dejamos que el tiempo pase y que llegue la alborada y la luz del Sol ilumine todo el horizonte, es cuando nos damos cuenta de que ¡ya está! Hemos llegado al final de la búsqueda, porque Todo nos ha sido dado con el amanecer del Sol sobre la Tierra.

Así que nuestra tarea de búsqueda termina cuando el pensamiento se vacía y aparece la quietud y la plenitud. El final de la búsqueda es simplemente despertar a la consciencia que somos, con los primeros rayos del Sol en nuestros ojos. Y ese despertar es “lo último”; no es un proceso temporal, sino la libertad primera y última. La continuidad temporal es simplemente falsa. El despertar NO ES un proceso en el tiempo, está fuera de él. Todas las religiones coinciden en la “atemporalidad” de la vida espiritual, aunque necesariamente, porque nuestra mente no da para más, porque ella sí que vive en el tiempo y en el espacio, ya lo veíamos en el “capítulo 40.-Tiempo y eternidad”, necesitamos construirnos modelos de realidad espiritual bajo símiles témporo-espaciales, tales como el Camino, la Subida al Monte Carmelo, el Castillo, etc., cosas que nos son familiares para poder imaginarnos lo que es imposible de imaginar, el camino de regreso a Casa.

En el fondo, las doctrinas religiosas, los ritos y las liturgias, no son sino una forma sencilla de conseguir que las gentes sencillas (el conjunto casi total de la sociedad) pueda relacionarse con “Aquello” que, no sabiendo ni qué es ni dónde está, pueda más o menos imaginárselo bajo la idea de “abba” papaíto amoroso que cuida de sus hijos, como cuida de los lirios del campo.

El Camino, la Verdad y la Vida

Es lo que vino a hacer Jesús; ante la imposibilidad de que el hombre se pueda salvar por sí mismo, es decir, ante la imposibilidad de que el hombre pueda encontrar lo que no conoce, Él, que es la encarnación de “Aquello”, viene a mostrarnos la forma de poder encontrarlo, trazándonos una hoja de ruta (echadle un vistazo a Mateo seis), desde la Verdad y con la Verdad de la luz de Dios y en definitiva, a enseñarnos a vivir (Las bienaventuranzas).

Es por eso que, en una época en el que la Iglesia, tras la contrarreforma, era tan espirituosa que trataba de elevar a las almas a las más altas cotas de la espiritualidad, Santa Teresa de Jesús, a la que todos tenemos la tendencia a colocarla en la cumbre de la espiritualidad con esos cuadros barrocos rodeada de angelotes trompeteros y transverberada, fue la que descubrió y nos mostró al Jesús de carne y hueso, al Jesús humano y carnal, la que nos hace pisar tierra y comprender que Marta y María han de convivir juntas, que no es momento de elevarnos por encima de las nubes celestiales, sino de aterrizar en lo concreto de nuestro día a día y en esa cotidianidad decirle a Jesús.

Vuestra soy
Para vos nací.
¿que queréis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad;
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí.

Es decir, el final de la búsqueda no es haber encontrado lo que no sabemos qué estamos buscando, sino dejar que eso que estamos buscando nos encuentra a nosotros, descansar y contemplar, o como diría la genial Consuelo Martín, no interrogarnos por qué caen las hojas de los árboles sino, simplemente contemplar “cómo caen las hojas de los árboles”.

Es la actitud de María, la hermana de Marta, quedarse embobada contemplando y escuchando las palabras del Maestro.

Llegando a Compostela, las hermanas, cobre todo Marta, la mente, podría enorgullecerse de haber alcanzado el Pórtico de la Gloria, pero el encuentro con el Océano supuso la total humillación para Marta, al reconocer que hacerse a la mar era algo que jamás se podía haber imaginado. Porque simplemente fue “dejarse llevar”.

El final de la búsqueda

The End. El final de la búsqueda resulta ser simplemente un ser encontrado por Aquel al que tú buscabas, pero que era imposible que lo lograras.

Es ese reconocer quién eres en realidad; es darte cuenta de que tu auténtica naturaleza que, aún siendo temporalmente híbrida, física y espiritual, es una con el Todo; que aún siendo ola, eres el Mar.

Todo esto sólo es “esperable”, no “alcanzable”, es decir, sólo puedes abandonarte, hacer silencio y esperar. Por eso la mística está más allá de la ascética religiosa, mucho más allá.

Por eso, la Iglesia, al ver cómo tanta gente abandona el rebaño y la sociedad europea de profundas raíces cristianas está perdida en ese supuesto laicismo que el progresismo de izquierdas ha sabido astutamente abanderar con esas nuevas filosofías de pensamiento progre centrado en el feminismo, el igualitarismo, la diversidad de géneros, el regreso del socialismo-comunismo y demás tendencias que aparentemente buscan un mundo mejor, ahora una nueva normalidad, debe (la Iglesia, las religiones en general), comprender el signo de los tiempos y no considerar a toda esa gente que abandera las nuevas megatendencias sociales, como ovejas perdidas, sino como gente que busca en su corazón, lo que jamás podrán ni sabrán encontrar.

Y la actitud no es una “nueva evangelización” para conseguir que las gentes vuelvan a llenar las iglesias y acudan los domingos a misa de una, sino un tomar consciencia (el clero), de la verdad que encierra la frase que el teólogo Karl Rahner dijo allá por los años setenta, tras el Concilio…

“El cristiano del Siglo XXI será un místico, alguien que ha experimentado Algo, o ya no será nada”

Esta frase lapidaria, es una seria advertencia a todos aquellos que se empecinan en no moverse de posturas tradicionales como si el mundo no evolucionara.

La frase es de un artículo donde indica “los tres acentos que habrá de tener una espiritualidad cristiana para hoy”, 1º una relación personal e inmediata con Dios (o el cristiano es místico o no será nada), 2º la vida temporal y el servicio al mundo como espiritualidad (aquello de que Marta y María han de convivir juntas) y 3º una nueva ascética de la libertad (la capacidad de superar los apegos sin límite con una vida sencilla).

En otras palabras y en resumen, la vida mística y contemplativa ha de desprenderse del estereotipo conventual de las órdenes de clausura (aunque también), para impregnar la calle, las familias, los trabajos y la vida corriente, porque vivir la mística es el final de la búsqueda, la relación directa del ser humano con su creador.

¿Una utopía en una sociedad distópica?

Acaso sí, pero por eso, la inevitable flecha temporal nos aboca a una solución apocalíptica, con el obligado trance de grandes tribulaciones sociales.

Pero todo está bien, así debe ser, porque…

“Todo está dentro del guion de la peli”.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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