La cuestión es que Jesús le dejó claro a la mujer
que, bebiendo del agua del pozo de Jacob, todos los días tendría que volver a
sacar agua porque el agua del pozo sólo calma la sed, pero el agua de Jesús es
agua viva que quita la sed para siempre.
Así comenzaba un encuentro que tuvimos en 2008 con
la genial Consuelo Martín, que se titulaba así, “el final de la búsqueda”.
Comparaba el agua del pozo de Jacob con literalmente “todas las cosas de
nuestra vida”, todo aquello que tratamos de alcanzar para saciar esa extraña
sed que nos da sentirnos carentes de “algo”, que no tenemos bien claro lo que
es, pero que sentimos, nos incita a buscarlo. El problema es que no sabemos muy
bien qué estamos buscando.
La persona que no busca “algo”, es bien porque cree
que esto de aquí abajo es todo lo que existe o bien porque ha cosificado ese
“algo” y cree tenerlo y poseerlo. La primera es la persona intrascendente, que
no cree en la vida espiritual, con lo cual, todo se reduce a mejorar su cuenta
corriente y vivir lo más cómodamente posible, “carpe diem”. La segunda es la
persona adecuadamente educada en la religiosidad convencional donde Dios es una
cosa, un objeto de culto, todo lo sublime e inalcanzable que se quiera, pero un
objeto a fin de cuenta, al que adoramos (cubrimos de oro de 18 quilates), y así
el común de las gentes va al “tran tran”, reduciendo su relación con Dios al
cumplimiento de las obligaciones religiosas.
Pero cualquier calificativo y forma mental que le
demos a Dios, incluso el de la figura del Padre amoroso, no es más que su
representación mental “para entendernos”. Cualquier calificativo y atributo que
demos a Dios no es más que una burda aproximación; por eso, los hindúes a lo
sumo que alcanzan a decir es “Aquello”, la palabra que según ellos, “menos
traiciona a Dios”.
¿Cómo se puede buscar lo que no se conoce?
Y esta es la gran cuestión, ¿cómo podemos buscar lo
que no conocemos?
Esta es una pregunta de Pero Grullo, ¿cómo te pones
a buscar algo que no sabes ni qué es, ni cómo es, ni dónde está?
Los planteamientos científicos y filosóficos
preocupan a los humanos que Paul Radin, antropólogo estadounidense de comienzos
de Siglo XX denomina “hombres pensadores”. Porque por otra parte están los “no
pensadores”, que en realidad constituyen la mayoría de la Humanidad.
Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador
groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones
árticas, conoció a una tribu de inuits (esquimales) en Alaska. De una
conversación con el anciano de la tribu, llamado Aua, os pongo el siguiente
fragmento tomado de la obra de Kurt Seeberger, “Mil dioses y un Cielo”:
“-A los hombres no les gusta pensar –explicaba
Aua-. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender. Quizás sea
este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra, el origen
del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos formamos
y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin están
envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto tan
importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y sobre
los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?
-Nadie sabe con certeza el principio de la vida.
Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos y recuerda los relatos de
nuestros antepasados, siempre se entera de algo con que llenar el vacío de
nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta escuchar a nuestros sabios
ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros antepasados ya muertos.
Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las palabras de los muertos.”
Esta profunda declaración de un humilde esquimal,
que se da cuenta de hasta dónde los humanos estamos a merced de fuerzas que no
conocemos, explica por qué al común de las gentes les va mejor en la vida sin
hacerse pregunta y sobre todo seguir al rebaño guiado por el pastor, porque si
a una oveja le da por ¿pensar? Puede que termine perdida y, entonces, el pastor
tendrá que dejar las 99 a buen recaudo y buscar a la oveja perdida.
Puede que alguno, al leer estos apuntes, a lo largo
de estos 44 capítulos, piense que critico demasiado a la religión y a la forma
en la que la Iglesia procede con la gente. Pero la cuestión es que,
probablemente, sobre la base del desarrollo consciencial y evolutivo de los
seres humanos en esta quinta raza raíz, que refiere la Teosofía (las anteriores
fueron los lémures y atlantes y la próxima aparecerá en la Era de Acuario), el
común de las personas es espiritualmente simple y puede que se aturdan si se
salen del sota, caballo y rey de los dogmas y doctrinas religiosas. Meister
Eckhart tuvo este problema con el Vaticano. Fue condenado con el Acta “In
agro dominico” por el riesgo en el que ponía a las gentes sencillas al
hablar en sus sermones del modo en que lo hacía, es decir, por hablarles de
mística y espiritualidad. Por eso no se le admite como uno de los mejores
teólogos de la Historia.
De este modo, el común de las gentes no se puede
plantear una búsqueda de algo que nadie sabe, por mucho que se esfuerce, qué es
ni dónde está. Por eso las religiones elaboran a lo largo de los siglos
doctrinas fáciles de cumplir y de seguir, de modo tal que el común de las
gentes, que ni sabe, ni quiere saber ni hacerse preguntas, esté razonablemente
encarrilada y no se pierda.
El problema está cuando, con el desarrollo
intelectual y espiritual de los seres humanos, cada vez es más numeroso el
porcentaje de personas que se hacen preguntas y se cuestionan ese “me falta
algo” que no encuentran en la rutina religiosa que les enseñaron sus mayores. Y
claro, cuando esa rutina religiosa cambia tan lentamente que apenas evoluciona
a lo largo de los siglos (entre el Concilio de Trento y el Vaticano II han
pasado cuatro siglos), mientras la Humanidad evoluciona cada vez más rápido, el
desfase entre las necesidades intelectuales y espirituales de la gente y lo que
le puede ofrecer la doctrina religiosa, es cada vez mayor, lo que se manifiesta
por una pérdida cada vez mayor de ovejas del rebaño. La Iglesia lo califica de
ovejas perdidas, echadas a la perdición del pecado, cuando realmente lo que
sucede es que son ovejas que han evolucionado a ciervos que se echan al monte
buscando nuevas fuentes de agua y de sabiduría. Son buscadores de “Algo”, de
“Aquello”, que dirían los hindúes, de lo que han perdido toda referencia y sí,
puede que estén perdidos.
El proceso de búsqueda
San Juan de la Cruz, uno de los grandes buscadores
de Dios que, tanto molestaban a la Iglesia, que fue encarcelado y perseguido
por ella, en el Cántico Espiritual describe cómo, al sentirse perdido con
ese “¿A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido?” el alma
busca desesperadamente al Amado por bosques y espesuras y pregunta a las
criaturas “decidme si por vosotros ha pasado”, a lo que ellas le
responden ese genial “mil gracias derramando, pasó por estos sotos con
presura y mirándonos, vestidos nos dejó de su hermosura”.
De este modo, los pensadores, los nuevos
buscadores, buscan “Aquello” que no conocen en lo más hermoso por nosotros
imaginado, pero las criaturas dicen que “por ellas ha pasado y las ha dejado
vestidas de su hermosura”, pero se fue. Eso causa a la postre un gran
desengaño, y sucede lo que decíamos al principio de la Historia de Marta y
María, el búho diciéndole a María “error, por aquí no”.
Al final, después de pasarnos años, muchos años,
acaso toda nuestra vida buscando con nuestros propios medios (esto es muy
importante), lo que no sabemos qué es ni dónde está, ojalá nos pase lo de aquel
joven que quería escuchar las campanas del templo sumergido tras la
construcción del embalse, como describe Toni de Melo en esa preciosa alegoría
en “El canto del pájaro”. Sólo cuando dejó de esforzarse en escuchar y quedó en
silencio a la orilla del pantano, mientras esperaba el autobús de regreso, fue
cuando escuchó las campanas del templo sumergido.
He aquí la paradoja, cuando dejas de buscar y
quedas en silencio, y te abandonas a “Aquello”, que no sabes lo que es ni dónde
está, es cuando lo encuentras, porque no lo encuentras tú, sino que te es
manifestado y, mira por dónde, sí que está en todas las criaturas, en todo lo
que ves.
¿Qué ha sucedido? Pues que hemos tratado de buscar
lo que no podemos encontrar porque no lo conocemos, con nuestras capacidades
intelectuales, con nuestra mente (Marta) Y sí, descubre cosas como que
“Aquello” debe estar en las cosas bellas, en lo que somos capaces de
identificar como la belleza, la paz, el amor, la amistar y cosas así. Pero son
cosas que vemos bajo la luz de nuestra linterna en medio de la noche. Pero sólo
cuando nos rendimos a la evidencia de nuestra incapacidad, nos relajamos y
dejamos que el tiempo pase y que llegue la alborada y la luz del Sol ilumine
todo el horizonte, es cuando nos damos cuenta de que ¡ya está! Hemos llegado al
final de la búsqueda, porque Todo nos ha sido dado con el amanecer del Sol
sobre la Tierra.
Así que nuestra tarea de búsqueda termina cuando el
pensamiento se vacía y aparece la quietud y la plenitud. El final de la
búsqueda es simplemente despertar a la consciencia que somos, con los primeros
rayos del Sol en nuestros ojos. Y ese despertar es “lo último”; no es un
proceso temporal, sino la libertad primera y última. La continuidad temporal es
simplemente falsa. El despertar NO ES un proceso en el tiempo, está fuera de
él. Todas las religiones coinciden en la “atemporalidad” de la vida espiritual,
aunque necesariamente, porque nuestra mente no da para más, porque ella sí que
vive en el tiempo y en el espacio, ya lo veíamos en el “capítulo 40.-Tiempo y
eternidad”, necesitamos construirnos modelos de realidad espiritual bajo
símiles témporo-espaciales, tales como el Camino, la Subida al Monte Carmelo,
el Castillo, etc., cosas que nos son familiares para poder imaginarnos lo que
es imposible de imaginar, el camino de regreso a Casa.
En el fondo, las doctrinas religiosas, los ritos y
las liturgias, no son sino una forma sencilla de conseguir que las gentes
sencillas (el conjunto casi total de la sociedad) pueda relacionarse con
“Aquello” que, no sabiendo ni qué es ni dónde está, pueda más o menos imaginárselo
bajo la idea de “abba” papaíto amoroso que cuida de sus hijos, como
cuida de los lirios del campo.
El Camino, la Verdad y la Vida
Es lo que vino a hacer Jesús; ante la imposibilidad
de que el hombre se pueda salvar por sí mismo, es decir, ante la imposibilidad
de que el hombre pueda encontrar lo que no conoce, Él, que es la encarnación de
“Aquello”, viene a mostrarnos la forma de poder encontrarlo, trazándonos una
hoja de ruta (echadle un vistazo a Mateo seis), desde la Verdad y con la Verdad
de la luz de Dios y en definitiva, a enseñarnos a vivir (Las bienaventuranzas).
Es por eso que, en una época en el que la Iglesia,
tras la contrarreforma, era tan espirituosa que trataba de elevar a las almas a
las más altas cotas de la espiritualidad, Santa Teresa de Jesús, a la que todos
tenemos la tendencia a colocarla en la cumbre de la espiritualidad con esos
cuadros barrocos rodeada de angelotes trompeteros y transverberada, fue la que
descubrió y nos mostró al Jesús de carne y hueso, al Jesús humano y carnal, la
que nos hace pisar tierra y comprender que Marta y María han de convivir
juntas, que no es momento de elevarnos por encima de las nubes celestiales,
sino de aterrizar en lo concreto de nuestro día a día y en esa cotidianidad
decirle a Jesús.
Es decir, el final de la búsqueda no es haber
encontrado lo que no sabemos qué estamos buscando, sino dejar que eso que
estamos buscando nos encuentra a nosotros, descansar y contemplar, o como diría
la genial Consuelo Martín, no interrogarnos por qué caen las hojas de los
árboles sino, simplemente contemplar “cómo caen las hojas de los árboles”.
Es la actitud de María, la hermana de Marta,
quedarse embobada contemplando y escuchando las palabras del Maestro.
Llegando a Compostela, las hermanas, cobre todo
Marta, la mente, podría enorgullecerse de haber alcanzado el Pórtico de la
Gloria, pero el encuentro con el Océano supuso la total humillación para Marta,
al reconocer que hacerse a la mar era algo que jamás se podía haber imaginado.
Porque simplemente fue “dejarse llevar”.
El final de la búsqueda
The End. El final de la búsqueda resulta ser
simplemente un ser encontrado por Aquel al que tú buscabas, pero que era
imposible que lo lograras.
Es ese reconocer quién eres en realidad; es darte
cuenta de que tu auténtica naturaleza que, aún siendo temporalmente híbrida, física
y espiritual, es una con el Todo; que aún siendo ola, eres el Mar.
Todo esto sólo es “esperable”, no “alcanzable”, es
decir, sólo puedes abandonarte, hacer silencio y esperar. Por eso la mística
está más allá de la ascética religiosa, mucho más allá.
Por eso, la Iglesia, al ver cómo tanta gente
abandona el rebaño y la sociedad europea de profundas raíces cristianas está
perdida en ese supuesto laicismo que el progresismo de izquierdas ha sabido
astutamente abanderar con esas nuevas filosofías de pensamiento progre centrado
en el feminismo, el igualitarismo, la diversidad de géneros, el regreso del
socialismo-comunismo y demás tendencias que aparentemente buscan un mundo
mejor, ahora una nueva normalidad, debe (la Iglesia, las religiones en
general), comprender el signo de los tiempos y no considerar a toda esa gente
que abandera las nuevas megatendencias sociales, como ovejas perdidas, sino
como gente que busca en su corazón, lo que jamás podrán ni sabrán encontrar.
Y la actitud no es una “nueva evangelización” para
conseguir que las gentes vuelvan a llenar las iglesias y acudan los domingos a
misa de una, sino un tomar consciencia (el clero), de la verdad que encierra la
frase que el teólogo Karl Rahner dijo allá por los años setenta, tras el
Concilio…
“El cristiano del Siglo XXI será un místico,
alguien que ha experimentado Algo, o ya no será nada”
Esta frase lapidaria, es una seria advertencia a
todos aquellos que se empecinan en no moverse de posturas tradicionales como si
el mundo no evolucionara.
La frase es de un artículo donde indica “los tres
acentos que habrá de tener una espiritualidad cristiana para hoy”, 1º una
relación personal e inmediata con Dios (o el cristiano es místico o no será
nada), 2º la vida temporal y el servicio al mundo como espiritualidad (aquello
de que Marta y María han de convivir juntas) y 3º una nueva ascética de la libertad
(la capacidad de superar los apegos sin límite con una vida sencilla).
En otras palabras y en resumen, la vida mística y
contemplativa ha de desprenderse del estereotipo conventual de las órdenes de
clausura (aunque también), para impregnar la calle, las familias, los trabajos
y la vida corriente, porque vivir la mística es el final de la búsqueda, la
relación directa del ser humano con su creador.
¿Una utopía en una sociedad distópica?
Acaso sí, pero por eso, la inevitable flecha
temporal nos aboca a una solución apocalíptica, con el obligado trance de
grandes tribulaciones sociales.
Pero todo está bien, así debe ser, porque…
“Todo está dentro del guion de la peli”.
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las
diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este blog, todos los lunes
desde el 4 de enero de 2021.
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