De la misma forma que para alcanzar el conocimiento y la
experiencia sobre una disciplina es necesario trabajar el estudio y la
práctica, aprender a hacer y hacer lo aprendido, en la vida espiritual, el
conjunto de las religiones también elabora ambos contenidos, la teoría y la
práctica.
Religiones como el judaísmo o el islam requieren del doctrino el
aprendizaje de memoria de los textos sagrados, de los versículos de la Torá o
de la Sharía. Determinadas sectas cristianas protestantes también se
enorgullecen de que sus miembros reciten los textos de la Biblia de
memoria. Pero con eso, se ha conseguido,
en su caso, la primera parte del proceso, “saber”, saber que Dios nos ama, la
primera parte de la pedagogía del Amor.
La segunda parte de la vida espiritual consiste en la praxis, en el
ejercicio de la piedad. Esto es imprescindible, como la práctica es
imprescindible en cualquier proceso de aprendizaje de una profesión. Es aquello
de reza un conocido refrán castellano de que “a capar se aprende capando”. Los
estudiantes de medicina aprueban los cursos si además de saber por el estudio
las diferentes disciplinas, demuestran que han adquirido en las prácticas
tuteladas, experiencia y habilidad suficientes como para ejercer esa práctica
por ellos mismos.
De igual forma sucede en la práctica religiosa, que referíamos en
el capítulo 43 sobre la práctica religiosa, donde entra todo lo relativo a la
ritualidad, los sacramentos y demás actos religiosos, por los que los
católicos, al menos, nos dividimos en católicos practicantes y no practicantes,
chorrada máxima que quiere decir lo mismo que católicos teóricos (que
supuestamente se saben el catecismo) y católicos prácticos, (que además acuden
a los actos religiosos y practican algún tipo de rezos).
Ejercicios espirituales
La Filosofía perenne deja clara la insuficiencia de quedarse en la
mera práctica religiosa de la ritualidad litúrgica, del culto y entiende que es
necesario caminar, evolucionar hacia una relación más íntima con Dios, es
decir, ejercitar las diferentes modalidades de oración que sólo en lo
escondido, cuando el alma que empieza a despertar de su largo sueño, comienza a
practicar en su celda, en lo escondido y se pone en presencia directa de Dios,
frente a frente, sin intermediarios, intermediarios que se requieren en los
actos litúrgicos de la práctica religiosa. Y para ello, echa mano de lo que se
denominan “ejercicios espirituales” o ascética, que viene del Griego “V”, ascesis,
que Platón asignara a la gimnasia espiritual que ha de practicar el alma en pos
de su liberación de lo material, de lo corporal.
Los ejercicios espirituales son un conjunto de prácticas ascéticas
que preparan el intelecto y las emociones para formas superiores de oración de
quietud y contemplación.
Los ejercicios espirituales en Oriente comenzaron a practicarse
varios siglos antes de Cristo. El Occidente, los monjes de la Tebaida, cerca
del Delta del Nilo comenzaron a practicar la meditación de modo sistemático en
el Siglo IV. Sin embargo, la denominada oración mental no se introdujo de modo
definitivo hasta el final de la Edad
Media, por obras de los reformadores del monacato decadente, y en respuesta de
la corrupción del clero diocesano y del Gran Cisma de Oriente y Occidente en
1054 (S-XI)
Los primeros sistematizadores fueron los canónigos de Windesheim,
cuyo más conocido exponente Thomas de Kempis (1380-1471), en estrecho contacto con los
Hermanos de vida en común y autor de la Imitación a Cristo.
Pero cuando se ponen los ejercicios espirituales, como tal literalmente de moda, es a través de la obra
de Ignacio de Loyola, editados en 1548.
Entre los místicos se desató la denominada controversia quietista,
cuya conclusión fue el descrédito del misticismo, y con él los métodos para
alcanzar la contemplación.
No hay más secreto para alcanzar la contemplación que “perder el yo en el Amado”, según afirma
San Francisco de Sales.
Los sufís han seguido un camino similar, con la práctica de
ejercicios espirituales.
Si deseas la unión con Dios -afirma la obra “La Nube del desconocer”-, céntrate en las
palabras Dios y Amor, y repítelas constantemente, de modo que siempre estén
presente en tu vida, hagas lo que hagas. En la India esta repetición se
denomina mantra. El más conocido y breve es “OM”, símbolo que concentra
toda la filosofía vedanta. Los hindúes le atribuyen el poder mágico de ser el
sonido primordial. Su repetición es un acto sacramental. Su efecto es similar
que la palabra “Dios y Amor” para los cristianos.
Un famoso librito conocido como “Relatos de un peregrino ruso”
(1860), anónimo, relata como un staret (abad de monasterio) ortodoxo educó a un
peregrino ruso que pasó por el monasterio, en la oración, con el consejo de que
en sus largas etapas de camino, repitiera constantemente el mantra “Señor
ten piedad de mi, que soy un pobre pecador”. El Rosario católico se puede
contar también como un mantra, dado que se repiten cincuenta veces el Avemaría
y una larga letanía.
Riesgos ocultos
Como todo instrumento de aprendizaje, los ejercicios espirituales
pueden usarse bien y mal. Unos progresan y otros se enredan en confusas
fórmulas. Creer que la práctica espiritual es sinónimo de iluminación, la
convierte en idolatría.
Según San Francisco de Sales, hablar de perfección no significa
practicarla. Cada uno tiene su idea de la perfección, cargando las tintas en lo
que más le sugiere: ayuno, limosna, lectura rezada de salmos, etc. Pero
confunden el medio con el fin, como siempre. La perfección es simplemente amar
hasta el extremo. Ni más ni menos. La propia oración es un medio para
alcanzarla, para ponerse en los brazos de Dios, pero no es un fin en sí misma. Jamás
la práctica de la oración debe anteponerse a la atención de la caridad a quien
necesita de ti. Jamás la misa dominical debe anteponerse al deber de amar
expresamente a alguien, justo en ese momento.
Estas prácticas no están exentas de peligros de desdoblamiento de
la realidad. Con la práctica de la meditación, quietud y contemplación, el alma entra en una
dimensión distinta a este mundo, y las personas no preparadas pueden verse
confundidas y creer lo que no es. Concentrarse fuertemente en una imagen puede
hacer que la persona la vea como completamente real. Son insólitas ocurrencias
psicofísicas que confunden gravemente la percepción de lo que es real o
imaginación.
Estos fenómenos casi paranormales están descritos en la casuística,
tales como éxtasis, precognición, telepatía, levitación, transverberación,
arrobamientos. Místicos como San Felipe Neri, Sta. Catalina de Siena, Santa
Teresa, San Juan de la Cruz, entre otros, han referido estos fenómenos.
En suma, tanto en el cristianismo como en el budismo, no se
recomienda la fijación obsesiva en una imagen, por ser una fábrica de la propia
mente.
La Divinidad se revela a aquellos carentes de todo egocentrismo.
Pero el camino interior se puede confundir con la introversión y el centrado en
uno mismo. Según Benoit de Canfield, sacerdote capuchino inglés del Siglo XVII,
que Dios esté en nuestro interior no significa que nos centremos en nuestro
interior, sino en Él, que está en nuestro interior, mientras caminamos hacia
nuestro aniquilamiento, el estado vacío de imágenes, el total desasimiento, y
la eternidad es aprehendida en el tiempo.
La nube del desconocimiento
Es necesario eliminar esa “nube del desconocer” que separa el alma de
Dios, aborreciendo todo lo que sea inferior a Dios. Benoit explica ejercicios
para ese total desasimiento, que son sorprendentemente similares a los que se
exponen en el Libro tibetano de los muertos.
Finalmente, Eckhart sentencia. “El que busca a Dios bajo una
forma preestablecida, toma la forma y pierde al Dios oculto en ella”. Todos
los símbolos son meras señales que indican la dirección de lo sagrado, pero
no lo son. Asistir al símbolo es como abrazar una señal de tráfico que
indica la dirección de la ciudad, creyendo que la señal es la ciudad.
La regla fundamental de la oración es el simple abandono, pues como
refieren, tanto Eckhart como Benoit de Canfield, "Cuanto más opera un hombre, tanto más es y existe. Y cuanto más es y
existe, tanto menos de Dios hay y existe en él."
Las distracciones son propias de la mente, y no deben ser ni rechazadas
violentamente, ni aceptadas, pues resultaría una barahúnda. Simplemente se
trata de no hacerlas caso, de verlas como caen las hojas de los árboles, como
van y vienen las olas en la playa. Hay que ver sin pasión, sin sentimiento las
distracciones que perturban el recogimiento.
Y llegamos a la vida cotidiana, de cómo mantener la Presencia
durante las horas largas de trabajo y actividad que nos exige atender a “las
cosas de la casa”, los negocios y los placeres. Depende de las tareas. Hay
tareas que requieren total concentración. No pasa nada, debemos estar a lo que
es menester para cumplir correctamente con nuestro trabajo y responsabilidad
para con los demás. Pero siempre hay momentos de aflojamiento en el que el alma
puede recuperar la presencia (que en realidad nunca ha perdido).
Tranquilidad y Sabiduría
El examen de las diferentes técnicas de meditación, recogimiento y
presencia hace ver que existe una convergencia en las principales escuelas,
tanto orientales como occidentales. Todas estas técnicas se denominan “medios
convenientes” para alcanzar la Unidad. Lo fundamental es la caridad y la
compasión para con todos los seres. Hay ejercicios espirituales de liberación
de todo deseo y apego. De todos los medios convenientes, los más interesantes
son el “método de la tranquilidad” y el “método de la Sabiduría”.
Están recogidos en un texto
budista, “El despertar de la Fe” escrito durante el Siglo primero
después de Cristo, y cuyo original se perdió. Fue escrito por Ashvaghosha, sabio Mahayana que vivió en la India en el Siglo II.
El objeto del método de la Tranquilidad es detener todos los
pensamientos turbadores. Es la detención de todo discurso. Práctica de
advertimiento no analítico, no reflexivo de la realidad. La práctica de la detención
recomienda el retiro a un lugar tranquilo. Hay que comenzar centrándose en el
prana de la respiración. La técnica encamina a la pura Esencia.
El objeto del método de la Sabiduría es la capacidad de la aplicación de la
penetración adquirida, a desterrar todo estorbo a la contemplación. El alma se va
desprendiendo poco a poco de pensamientos que necesitan consuelo.
El método católico más conocido es el de los ejercicios
espirituales de San Ignacio de Loyola, escrito en un librito, a modo de manual,
que describe los ejercicios de piedad y espiritualidad que ha de hacerse a lo
largo de treinta días. San Ignacio los define así: “Por este nombre se entiende todo modo de examinar
la conciencia, de meditar, de razonar, de contemplar; todo modo de preparar y
disponer el alma, para quitar todas las afecciones desordenadas (apegos,
egoísmos, ...) con el fin de buscar y hallar la voluntad divina”.
En suma, todos estos métodos, que se dan en todas las religiones,
están orientados a minimizar la densidad del alma, para que la luz del Eterno
penetre completamente y anule todo resquicio de sombra. El conocimiento así
adquirido es la Sabiduría.
El yoga es otra de las disciplinas tradicionales del hinduismo que
enfatiza la meditación y la liberación corporal para unir al alma con la
divinidad. Curiosamente, yoga es una palabra sánscrita que significa unión, de
donde procede, no sabemos bien por qué el término español “yugo” (el que une a
dos bueyes) y “con-yugo” (unir con un yugo) de donde deriva “cónyuge” y “conyugal”.
Y como esta disciplina, están otras tantas conocidas como el
Tai-Chi, en Kung fu, el Chi-Kung y la propia meditación trascendental, una
técnica bastante reciente, pues nació en los años cincuenta por, Majararishi
Majesh Yogi (1917-2008), y que en esencia consiste en la repetición de mantras
unida a técnicas de relajación.
La conclusión de todo lo referido al ejercicio espiritual, refleja
cómo todas las culturas tienden esencialmente al abandono del “yo”, para poder
impregnarse el alma de la Luz divina, fuente de todo conocimiento. Pero este
camino es un adentrarse en terreno ignoto. Se han desarrollado métodos,
técnicas; unos con más éxitos que otros, unos con más detalle que otros, pero
todos están orientados al abandono de uno mismo para dejar paso a la Luz
divina, porque la luz de la mente y la de Dios no son compatibles.
De la espiritualidad a técnicas antiestrés
La exposición sobre la ascética y los ejercicios de espiritualidad
deja el terreno abonado para entrar a matar en cómo Occidente ha desvirtuado la
ascética, cuyo objetivo es la unión del alma con Dios para transformarla en un
conjunto de técnicas entre físicas y psicológicas cuyo objetivo queda muy lejos
del origen e
34spiritual, sino en la necesidad de desestresar al personal.
Por ejemplo, en Internet podemos ver un anuncio como…
Curso de Mindfulness, Basado en Mindfulness Based Stress
Reduction (MBSR) de la Universidad de Massachusetts, en ocho semanas, por
el módico precio de 185 euros. Y ahora también, cursos de Mindfulness “online”.
No pone cuántos créditos supone; lástima. Lo digo por si sirviera para hacer un
máster en Mindfulness…
Y claramente, el objetivo NO ES la unión, el yugo, del alma con la
Divina Realidad, sino reducir el estrés y la ansiedad, aprender a gestionar las
emociones, aumentar el bienestar, mejorar habilidades propias de la
inteligencia emocional, aumentar la atención y la concentración y mejorar
nuestra presencia en el momento presente.
Y etc, etc.
Sin ánimo de crítica, a mi entender, lo que se ha producido ha sido
el descubrimiento por parte de la Psicología moderna de un conjunto de técnicas
orientales milenarias, desarrolladas como métodos ascéticos para acercar al
alma humana hacia la Divinidad, pero que además, hacen evolucionar la mente
hacia unos niveles de paz y de serenidad interior del que la Sociedad moderna
carece absolutamente, debido al estresante ritmo de vida al que se nos obliga llevar
para cubrir los objetivos comerciales de nuestro trabajo.
Gente estresada, hecha un manojo de nervios, que no sabe descansar
ni en vacaciones, que echa mano de lo que sea, empezando por el Prozac, el
Lexatin y demás medicamentos antidepresivos y psicotrópicos, a fin de aliviar
en algo nuestra electrizante vida. Pero los psicólogos, allá por los ochenta,
comenzaron a estudiar las técnicas tipo yoga, reiki y demás métodos ascéticos
orientales y se dieron cuenta que eran bastante eficaces para aliviar las
angustias de pacientes que comenzaban a llenar sus consultas.
Y simplemente las técnicas orientales de meditación, se han
transformado en técnicas de relajación mental para la gente, preferentemente
mujeres, que va por la vida corriendo de un lado a otro como pollos sin cabeza.
Y además, hay ejercicios de yoga que pueden ayudar a conseguir el vientre plano
que toda persona con ganas de lucir bikini, desearía llevar a la playa.
Es decir, Occidente ha transformado la vida ascética en mera
técnica de relajación, salud y belleza física y emocional. De este modo,
mientras en Oriente la relación docente es entre maestro y discípulo, en
Occidente es entre “el profe” y el alumno, que acude a clase tres veces por
semana después de salir convulsionando de estrés del trabajo, pagándolas a un
módico precio con ofertas promocionales para el verano.
Se ha cambiado el foco. Si la ritualidad religiosa es como mirar el
dedo en vez la Luna a la que el dedo apunta, las técnicas ascéticas orientales
convertidas en meras técnicas de relajación mental, que es también el dedo que
apunta hacia la Luna pero se nos educa para mirar el dedo.
El trasfondo de todo esto no es otro que el hecho de que todos
nosotros “sentimos en nuestro interior un desasosiego, un “algo”, que no
sabemos lo que es”, y que desearíamos descubrir.
Es como una enfermedad que se puede afrontar desde dos enfoques
distintos, aunque complementarios.
Está el enfoque etiológico, que es, conociendo la causa, llevar a
cabo el tratamiento que corrija el desorden o elimine la causa que provoca la
patología. Pero está también el enfoque sintomático que consiste en calmar los
síntomas, tales como el dolor, el picor, el ardor de estómago, la inflamación,
etc.
Pues estamos ante lo mismo. Tenemos en nuestra vida una enfermedad
causada por nuestro alejamiento de la Divinidad, que nos produce tensión,
desasosiego, tristeza y demás síntomas psicológicos y lo que hemos hecho ha
sido aplicar técnicas ascéticas milenarias que abordan la etiología de la
enfermedad espiritual, además de calmar sus síntomas, para focalizar su
utilidad en el exclusivo alivio de esos síntomas.
De nuevo Marta le toma la delantera a María, pues como siempre,
dentro del cortoplacismo mental, la mente sólo quiere calmar su angustia, sin
acordarse de que “todo el problema” radica en mantener a su hermana María,
dormida en la Torre de doña Urraca.
Y así nos va…
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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