La práctica religiosa y los ejercicios espirituales, todo el
componente ascético, se puede explicar, como han hecho todos los teólogos y
ascetas, pues en estas fases de lo que se trata es de hacer cosas, celebrar
liturgias, rezar oraciones, leer textos sagrados en determinadas horas del día,
como se hace en la liturgia de las horas cristiana o en el Zalat musulmán, los
cinco momentos del día en el que un fiel se ha de acordar de Alá.
Se trata, en suma de acordarnos de Dios durante todo el día,
entendiendo que en el ínterin entre rezos, los fieles están a sus asuntos y, si
no se detuvieran durante esas prácticas, Dios, poco a poco desaparecería de sus
vidas. En el catolicismo, la liturgia de las horas es obligada para los
consagrados, curas y monjas; para los seglares se recomienda, pero no es
obligatorio y, al menos, se nos “obliga” a acudir a misa los domingos y fiestas
de guardar, para que, al menos una vez a la semana, nos acordemos de que Dios
existe.
Pero todo esto es práctica, ejercicio, ascética, con sus normas,
reglas, protocolos y obligaciones. Es la hoja de ruta del Camino de Santiago,
las sendas marcadas con flechas amarillas, albergues y demás señales para que
los peregrinos caminen sin riesgo de perderse.
Y puede que hasta cada cual pueda saber dónde está en relación con
el origen y el destino del Camino. Esto da seguridad y puntos de referencia, lo
que demuestra que la práctica religiosa no es, ni mucho menos, algo baladí o
superfluo o innecesario. Todo lo contrario, para el principiante en la fe
resulta absolutamente necesaria esa praxis y esa acción, apoyada de ese código
de buenas prácticas y costumbres que nos estimulan para no putear demasiado al
vecino y para practicar las obras de misericordia.
Todo correcto, como una casa ordenada, cada cosa en su sitio y un
sitio para cada cosa.
Fractales místicos
La Mística es otra cosa, no tiene nada que ver con todo lo
anterior. No se puede explicar, porque no tiene normas, ni reglas, ni
protocolos, ni hoja de ruta, nada, no tiene nada. Se podría decir que es un
caos, porque cuando alma y mente entran en la barca, comprender por la mente,
que ha hecho sus deberes religiosos religiosamente y que a partir de ahora ya “no
tiene que hacer nada, para que nada quede sin hacer”, es inadmisible y todo
se le vuelve del revés. Se le vuelve del revés a la mente y al alma, a ambas.
Las dos están desorientadas, mareadas por el balanceo de la barca por las olas.
En el fondo, yo calificaría la navegación mística oceánica como un fractal.
Según Benoit Mandelbrot, un fractal es un
objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente
irregular, se repite a diferentes escalas. La mente, en principio no le ve ni
sentido ni significado alguno, pero el aparente caos que en principio
manifiesta, encierra un sutil orden que sólo al introducirnos en él, somos
capaces de intuir. Es el orden del caos o los renglones torcidos de Dios.
Teresa de Jesús describe la
fase mística de la vida espiritual, en las moradas quintas y sextas, tras la
metamorfosis del gusano de seda en la blanca mariposilla.
“Ya habréis oído sus maravillas en cómo se
cría la seda, que sólo Él pudo hacer semejante invención” …
Y comienza la
describir en el capítulo segundo de las moradas quintas, la comparación. De
cómo con las hojas del moral los gusanos hacen las hilaturas de seda forjando
unos “capuchillos” muy apretados, de donde este gusano se transforma en
una “mariposilla blanca muy graciosa”. “El pobre gusanillo pierde la
vida en tal demanda. La casa de seda es Cristo, nuestra morada. El trabajo
nuestro no es hacer y poner, sino en quitar, dejar sitio, para que Él habite en
nosotros”.
Cuando el
gusano, ya muerto, libera a la blanca mariposa, esta, la verdad es que no sabe
qué hacer ni dónde posarse. Y siente algo extraño, pues siente paz, que no
descanso.
A partir de
ese momento, como que se rompe la baraja y las reglas a las que el alma y mente
se aferraban, ya no son tales, y todo se convierte en un fractal aparentemente
caótico, que desconcierta a la mente y al alma, hasta que ambas dejan de
luchar, aceptan que no pueden ni tienen que hacer nada, y así, ven sentido y
destino (ambas cosas) al fractal en el que se ha convertido la vida interior.
A partir de
aquí, Teresa describe en estas quintas y sobre todo, en las extensas sextas
moradas (con diez capítulos), las transformaciones sobrenaturales del alma y de
la mente, hasta que consiguen fusionarse en una sola entidad.
En suma, la
vida mística no se puede describir, es inefable; por eso nuestros místicos la
describen acudiendo a las parábolas del castillo, de la subida al Monte Carmelo
o describiendo algo parecido a una noche oscura.
Preguntas sin respuestas
“Sí, este buscar y querer
encontrar a Dios en todas las cosas siempre deja un margen a la incertidumbre.
Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y
ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo tengo esto por una
clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante
una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que
usa la religión en bien propio.”
Si alguien lee esta frase, de la última persona que se podría
imaginar que viniera es de un sacerdote católico, muy puesto él en estudios
teológicos. Y aún más raro e increíble de un pastor de la Iglesia, de un obispo
o alguien así. Pues es de Francisco, el Papa.
Reconozco que es la primera vez en 2021 años de historia de cristianismo
que nada menos que un Papa (en 2014) dice algo así. Lo que le honra por
reconocer que somos seres humanos con derecho a dudar casi de todo.
En los dos milenios de cristianismo, el mensaje ha sido justamente
el contrario, la duda como pecado, y mucho menos, la duda sobre Dios, sobre la
doctrina, sobre los dogmas. Ha sido el paradigma de la infalibilidad del Papa.
Para al final el mismo infalible Papa reconocer que nada hay cierto
absolutamente bajo las estrellas.
Vivir la mística es vivir el misterio absoluto. El alma que entra
en la mística entra en la noche del sentido, de la mente y del espíritu. Todo
queda en suspenso.
Mi zona de confort frente a otras más chungas
Se nos ha educado para vivir en nuestra zona de confort, donde nos
sintamos seguros ante un Universo desconocido, incógnito, ante un más allá de
la vida humana totalmente desconocido. Las dosis doctrinales de seguridad han
servido como una droga, para alejar el fantasma del miedo.
Se nos ha educado para vivir como el avestruz, con la cabeza debajo
del ala. Y no es que el avestruz se sienta muy a gusto, pero al menos no ve lo
que pasa; pasa de problemas.
Al hacer referencia a la existencia de una zona de confort, uno se
malicia que deben existir otras zonas en nuestras vidas que no son tan
confortables. La Mística es la máxima expresión de “zona chunga”, al menos para
la mente y una sorpresa para el alma, pues se imaginaba otra cosa, sobre todo a
tenor de los cuadros barrocos que pintan a los santos rodeados de ángeles
tocando el arpa, entre la bruma del incienso.
Efectivamente, en el terreno de la psicología empresarial, el
concepto de zona de confort está en contraposición a otras zonas más chungas
desde una perspectiva de la seguridad, que son la zona de aprendizaje, donde
uno se atreve, no sin cagarse de miedo, a sacar los pies del plato y ver que
pasa en un terreno algo diferente de lo que le ofrece su cotidiana vida. Se
llama de aprendizaje porque digamos que te atreves a hacer pequeños ensayos de
caminos alternativos, tales como viajar en vacaciones más allá de Benidorm o de
tu casita de la Sierra, incluso de salir al extranjero y conocer algo de mundo.
Te atreves a hacer algún curso de reciclaje, otra carrera, un máster, o
incluso, si la situación económica (que no es el caso en la actualidad) no te
impone demasiadas barreras a la salida, cambiar de trabajo.
Más allá de esta zona de aprendizaje está un terreno
“acojonantemente apasionante y a la vez peligroso”, es la zona de riesgo o de
pánico. Por ella caminan criaturas extrañas, como las que se imaginaban los
europeos antes de la aventura de Cristóbal Colón, imaginándose en el mar
tenebroso gigantescos monstruos que se zampaban los barcos que se atrevían a
adentrarse en la mar océana. “No te aventures por allí, que vas a correr un
gran peligro”, dicen los sensatos a los incautos que siquiera piensan en
meterse dentro de esa zona de pánico. A lo peor pierdes tu empleo y ya no vas a
poder ir a ver al Betis (o al equipo de fútbol de tu santa devoción) los
domingos. Total una tragedia de proporciones bíblicas le aguarda a todo aquel
que se atreve a pensar en irse de España a otro país a trabajar; o montar su
propio negocio, o vender su piso y comprarse una casita en la sierra, etc.
El hecho cierto es que tras dos mil años de historia, la Iglesia no
ha conseguido consolidar la seguridad absoluta en las gentes, entre otras cosas
porque sencillamente es imposible.
Traigo a colación la conocida narrativa sobre la “zona de confort”,
para asemejar la vida mística, la aventura en el Océano, a esa salida de la
zona de confort que ofrece la práctica religiosa y la ascética, para
introducirnos en una zona de pánico, en un terreno tan desconocido como
inmanejable para la mente y el alma.
https://www.youtube.com/watch?v=i07qz_6Mk7g
David Carse, un anónimo carpintero de Vermont, tiene una curiosa
historia personal, tras un viaje que realizó a la selva ecuatoriana, donde
convivió y fue introducido en el chamanismo por la tribu del lugar, y allá tuvo
la experiencia de la iluminación, que describe magistralmente en su libro “Perfecta
y brillante quietud”, del que extraigo el siguiente párrafo.
El ego no es más que la
historia que él se cuenta constantemente de sí mismo: las experiencias que ha tenido, la senda que ha seguido, las
heridas que acarrea...
Aquí la invitación es,
precisamente, dejar de contarse la historia. Cuando desaparece el sentido de
ser un yo individual, esta historia, que parece tan extremadamente importante y
con la que uno está tan profundamente encariñado que acaba por convertirnos en
lo que creemos ser, se ve como lo que es, una novela barata y trivial
pobremente contada; y sin el lustre y el recuento, el sentido de yo se
desvanece cual humo en el aire. Esta es la invitación al despertar espiritual:
abandonar este contante alimentar la creencia en ti mismo como yo individual, y
así emerger de las sombras.
Entre las azucenas olvidado
S. Juan de la Cruz
(Noche oscura)
Esta es la única alternativa, dejar de luchar y abandonarse entre
las azucenas.
Cuando uno lee sobre el progreso en la vida interior, y llega al
final, lo que se llama la unión íntima del alma con Dios, la séptima morada, el
nirvana, o como se le quiera llamar a ese estado de “máximo éxtasis”, piensa
que “debe ser la leche”. Sobre todo cuando uno contempla la escultura de
Bernini “La transverberación de Santa Teresa”, que está en la Iglesia de Santa
María de la Victoria en Roma. Sin embargo, todo esto es artefacto, frutos de la
imaginación del artista, que pretende reflejar el séptimo cielo en la Tierra.
Pero la cosa no va de eso. El asunto es mucho más prosaico.
Santa Teresa te chafa las moradas al tratar la Séptima, diciendo
que Marta y María han de vivir juntas, que la cosa no es estar en levitación
permanente, sino fregando platos o haciendo tu trabajo de todos los días; que
no consiste en quedarse en el Tabor diciendo “qué bien se está aquí, hagamos
tres tiendas”, sino “ala, pabajo”, que queda mucho tajo que cortar. Y sin
embargo, en esa situación, el alma ya está olvidada entre azucenas.
San Juan de la Cruz concluye su noche oscura expresando como nadie
esa sensación de olvido y quietud, que te deja “entre las azucenas olvidado”.
Estamos tan acostumbrados a distorsionarlo todo con nuestra
imaginación, con nuestro ego, aquel que no hace más que contarse historias a sí
mismo, hasta convertirse él mismo en su propia historia, sin base real, que lo
malo lo vemos como terrorífico y lo bueno como sublime. Y así, los compositores
de todos los tiempos han compuesto sinfonías, corales y cantatas que terminan
con un pleno de orquesta y coro que te deja privado de aliento. Y después del
final de la coda final y de una conclusión a base de timbales, órgano, coro y
orquesta a tope, ¿qué viene? Aplausos ensordecedores de un público entregado y
delirante. Y ¿después?
Silencio. Se acabó. El éxtasis es un instante. El silencio, la paz,
la quietud son eternos.
La agitación máxima es un fogonazo que se enciende y se apaga en un
parpadeo. Es un susto de repente. El silencio, la paz, la quietud son
permanentes, eternos, infinitos. No hay cuerpo ni mente ni corazón que aguante
un éxtasis muy dilatado en el tiempo. Sería insoportable. Por tanto, y con
perdón de los grandes artistas entregados a las expresiones plásticas
apoteósicas, Dios no es una exuberante sublimación ni un éxtasis, ni una
transverberación, ni una apoteosis, ni una luz cegadora. Como diría Lao Tse,
cualquier cosa que digas del Tao, no es el Tao. Cualquier cosa que digas de
Dios, no es Dios. Ni siquiera Dios es un concepto real, porque ni siquiera es
un concepto. Porque no es nada que la mente pueda imaginar.
Así que imaginarnos el escenario de un alma que alcance la
perfección, simplemente es imposible. Porque la dualidad Creador y creación se
desvanece. ¿Cómo se experimenta eso? Es imposible de expresar. Esto se resume
en algo parecido a “Dios es inefable”.
Filosofía perenne y “la no dualidad”
La Filosofía perenne, al menos, tal y como yo la he estudiado y
tratado de asimilar y, con el debido respeto a los que saben más que yo de
estas cosas, nos conduce inexorablemente a la Divina Realidad que se manifiesta
en la No dualidad, en esa evidencia exclusivamente empírica, que
sólo se adquiere mediante la experiencia personal y no en los libros de
estudio. La señal de que la persona ha alcanzado la no dualidad, más allá de
fenómenos místicos sobrenaturales con efectos especiales, es cuando
simplemente, al despertar por la mañana y abrir los ojos
“todo lo que ves, soy Yo”;
Dios está en todo lo que ves, porque todo es consciencia de la que
tú, no formas parte añadida, sino que eres esa misma consciencia.
En la No dualidad es donde la Mística cristiana, el Sufismo
islámico y el Hinduismo advaita se dan la mano y, da igual que da lo mismo, que
opción tomes, porque llegarás al mismo estado, la No dualidad.
En sánscrito, “no dual”, “no dos”, se denomina con el término
“advaita”. Adi Shankara, en el Siglo VIII llevó a cabo la última revolución del
hinduismo que, como suelen hacer habitualmente las autoridades religiosas, se
enredó en un sin fin de ritos, liturgias, dioses y sectas, que estaba echando a
perder la sabiduría veda de los Upanishad. La reforma definitiva que llevó a
cabo desembocó en el “Advaita vedanta” los últimos vedas basados en la no
dualidad.
Haciendo abstracción de todo lo ritual del hinduismo advaita, la
filosofía de Shankara es la expresión más pura de la Filosofía perenne. De la
misma forma, haciendo abstracción de todo lo ritual del cristianismo en general
y del catolicismo en particular, la mística cristiana es también la expresión
más pura de la Filosofía perenne. Y lo mismo con el sufismo o el budismo. Todos
convergen en la unión íntima del alma con Dios, transformando el alma en Dios,
la ola en el mar.
Cualquiera que aspire a la Plenitud como persona tiene que recorrer
las tres sendas del camino, la ritual, la ascética y la mística. Aunque también
cabe la vía directa, porque Dios así lo disponga. Pero al final, todo consiste
en:
“Dejar de ser yo, para transformarme en Dios, que vive en mí”.
…Y dejar que mi “yo” que, siempre he creído ser, sea tan solo,
polvo esparcido por el viento.
“Dust in the wind”.
http://www.youtube.com/watch?v=2-I-BhaiTzw&feature=kp
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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