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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de la web del Proyecto se puede tener información detallada sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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En la batalla que libra
la humanidad contra el hambre, los seres humanos vamos perdiendo. En 2017, 821
millones de personas se iban a la cama cada día sin haber ingerido las calorías
mínimas para su actividad diaria, son 15 millones más que el año anterior, lo
que supone un retroceso a niveles de 2010. Los datos recogidos en el informe La
seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de la ONU, publicado este
martes, confirman que no se trata de un repunte aislado; aunque los expertos se
resisten a hablar de un cambio de tendencia, ya se encadenan tres años de
subida.
Los conflictos, los
eventos climáticos extremos y las crisis económicas son los principales
responsables de esta regresión, según el estudio elaborado por la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) junto con
otras cuatro agencias de la ONU. Las graves sequías vinculadas al fuerte
fenómeno El Niño de 2015 y 2016 son especialmente culpables. Sin agua, no
crecen los cultivos ni el pasto para los animales. Eso significa que, en los
países altamente dependientes de la agricultura, millones de personas se quedan
sin alimentos suficientes que llevarse a la boca y sin fuente de ingresos con
los que adquirir comida en el mercado. La falta de precipitaciones, de hecho,
causa más del 80% de los daños y pérdidas totales en la producción agrícola y
ganadera.
"Si no hacemos más,
los tres años de subida serán cuatro. Reducir el hambre no es una cuestión de
fe, sino que depende de nuestras acciones", advierte Kostas Stamoulis,
director adjunto de la FAO. Si el año pasado este organismo pedía el cese de la
violencia para una mejora de la situación alimentaria mundial, esta edición se
enfoca en la necesidad de mejorar la resiliencia de las personas ante los
eventos climáticos extremos, es decir, fortalecer su capacidad de adaptarse,
resistir y reponerse ante una adversidad.
"Piensa en un
terremoto. En función de cómo de fuerte sea una casa, aguantará o colapsará. No
podemos cambiar la intensidad del seísmo, pero sí la resistencia de la
vivienda". Explica Stamoulis que lo mismo hay que hacer con las personas:
prepararlas para lo peor. "Tenemos los conocimientos y las herramientas
para ello, pero debemos ponerlos en marcha". Y hay que hacerlo "a
mayor escala y de forma acelerada", añade Marco Sánchez-Cantillo, director
de economía y desarrollo agrícola de la FAO. "Por ejemplo, los sistemas de
alerta temprana que permiten anticipar soluciones en caso de una eventualidad
se han mostrado eficientes. Hay países en los que se han implantado, pero no es
generalizado", lamenta.
La mayoría de los países
que afrontan crisis alimentarias relacionadas con el clima —20 de 34— son
contextos de paz. Pero cuando los choques climáticos se producen en zonas en
conflicto, se desencadena la tormenta humanitaria perfecta. Esto sucedió en los
14 países restantes, entre ellos, los ribereños del lago Chad (Níger, Nigeria,
Camerún y Chad), donde 10,7 millones de personas necesitan ayuda para
sobrevivir cada día debido a la espiral de violencia del terrorismo de Boko
Haram y las sequías. "El ejemplo más claro es que el año pasado se declaró
la hambruna en Sudán del Sur. Y Yemen, Somalia y el norte de Nigeria estuvieron a punto. En los
cuatro hay una situación de conflicto grave y condiciones climáticas extremas y
desfavorables", anota Blanca Carazo, responsable de programas y
emergencias del comité español de Unicef.
África fue la región
donde el hambre azotó en mayor proporción. Casi el 21% de su población estaba
subalimentada el año pasado: 256 millones de personas, de las que 236 millones
eran de la región subsahariana, un 30,4% más de los 181 millones de hambrientos
que se contabilizaron en esta zona del mundo en 2010. En términos absolutos,
Asia está en cabeza con 515 millones, un 11,4% de sus habitantes. No solo el
clima y los conflictos explican estos datos, apunta Stamoulis. "No fue
exclusivamente El Niño, aunque tuvo mucho que ver. No tenemos que olvidar que
hay países que no están en conflicto, no atraviesan una crisis económica ni
enfrentan eventos climáticos extremos, y tienen elevadas tasas de hambre".
También "la marginación, la desigualdad y la pobreza provocan que la gente
no pueda acceder a una alimentación suficiente y nutritiva",
profundiza.
El 21% de la población de
África estaba subalimentada el año pasado: 256 millones de personas, de las que
236 millones eran de la región subsahariana.
Las estadísticas y la
realidad que reflejan van en dirección contraria al objetivo marcado en la
Agenda 2030 de la ONU: lograr erradicar el hambre para esa fecha. "Es
arriesgado hablar de una tendencia al alza aún. Los datos de este año muestran
un incremento menor que el del año pasado. Quiero pensar que se trata de una
anomalía en la disminución que se venía produciendo en la última década",
considera Jennifer Nyberg, directora de la oficina en España del Programa
Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, entidad coautora del informe.
"Tenemos que ser positivos y creer que lograremos alcanzar los objetivos,
porque si nos damos por vencidos ahora, no lo conseguiremos", añade un
poco de esperanza el director adjunto de la FAO.
"Esto es una llamada
de atención para que pongamos más innovación y recursos para combatir el
hambre. Hay que preguntarse qué no funciona", afirma Nyberg. Es misión
imposible, sin embargo, calcular la financiación total que se destina a esta lucha
y, por consiguiente, conocer si se han producido recortes en los últimos
ejercicios. Lo que sí se sabe es que los llamamientos de fondos para atender
emergencias alimentarias casi nunca recaudan lo que se necesita. Un ejemplo: el
PMA solicitó 9.100 millones de dólares para realizar su labor de distribución
de alimentos en zonas en crisis en 2017; recibió 6.800 millones.
"Básicamente, cuando no tenemos dinero, tenemos que decidir quién no va a
conseguir comida", lamentaba Peter Smerdon, portavoz de esta agencia en
África oriental, en una entrevista para PNR el pasado enero.
Urgen soluciones, nuevas
o conocidas, para conseguir las metas que la comunidad internacional se ha
marcado en materia alimentaria para 2030. En solo tres años, se ha revertido el
avance conseguido desde 2003 en la lucha contra el hambre, de tal manera que en
2017 había exactamente la misma cantidad de hambrientos que en 2010. Otros
indicadores del estado alimentario y nutricional en el mundo tampoco van mejor.
Las prevalencias de anemia en mujeres en edad reproductiva y la obesidad en
adultos también aumentan.
En cuanto a las primeras,
se ha pasado del 30,3% en 2012 al 32,8% en 2016. "Es vergonzoso",
escriben los redactores del informe, "que una de cada tres mujeres en edad
reproductiva todavía padezca anemia, con importantes consecuencias tanto para
su salud como la de sus hijos". Por otra parte, el número de adultos
obesos no ha dejado de crecer desde 1975. En 2016 había 672,3 millones, un
13,2% de la población que habita el planeta, lo que representa un punto y medio
más que en 2012 (11,7%).
En resumen: hay más
hambrientos y más obesos. Aunque los primeros se concentran prácticamente en
las naciones pobres, los segundos no viven exclusivamente en las ricas; de
hecho es un problema de salud pública creciente en países en desarrollo.
"¿Cómo pueden darse estas dos tendencias aparentemente contradictorias de
la seguridad alimentaria y la nutrición?", lanzan los autores del estudio.
Varios factores explican esta paradoja. Uno de ellos es, según los
investigadores, que los cambios demográficos, sociales y económicos rápidos en
muchos países de ingresos bajos y medios han conducido a una mayor urbanización
y una alteración de los estilos de vida y los hábitos, que se han volcado hacia
un mayor consumo de comida procesada e hipercalórica, con un alto contenido de
grasas saturadas, azúcares y sal, y un bajo contenido de fibra.
El encarecimiento de
determinados alimentos también tiene que ver con este fenómeno. "Los más
nutritivos y frescos son los más costosos y quienes tienen menos recursos
tienden a comprar otros más calóricos y de peor calidad nutricional",
apunta Sánchez-Cantillo, de la FAO. "El sobrepeso también tiene que ver
con la pobreza. Crece en países donde para las familias más pobres es más fácil
conseguir comida basura que alimentos saludables", coincide Carazo, de
Unicef.
Los niños, la única esperanza
Solo dos datos relativos
al estado nutricional de los niños arrojan un poco de luz en un panorama
oscuro. Hay menos niños que sufren desnutrición crónica, también llamada
stunting (retraso en el crecimiento, en inglés) por ser ese el resultado del
déficit de nutrientes esenciales como la proteína, el hierro, el ácido fólico,
la vitamina A o el yodo durante la primera infancia. "Pero no estamos
contentos con las tasas que hay", rebaja el entusiasmo Stamoulis, de
la FAO. Según sus estimaciones, el 22% de menores de cinco años padecía este
tipo de desnutrición (150,8 millones). Muchos en opinión del director
adjunto de la FAO, pero menos que en 2012, cuando el porcentaje de afectados ascendía
al 25% (165,2 millones).
Este progreso, no solo
tiene que ver con el éxito de programas alimentarios enfocados en la infancia.
La clave está, señala la experta de Unicef, en realizar "un trabajo integral
de prevención que incluye garantizar el acceso a una alimentación adecuada,
pero también a agua potable y servicios de saneamiento". Se trata, en
definitiva, de cubrir la ingesta mínima de nutrientes y evitar la pérdida de
los mismos por enfermedades como las diarreas, que contribuyen a generar la
situación de desnutrición crónica. Hay que prevenir porque, una vez se produce
el retraso en el crecimiento, recuerda Carazo, ya no tiene tratamiento y las
secuelas (físicas y cognitivas) perdurarán de por vida.
"Otro aspecto que
contribuye a la reducción del retraso del crecimiento es el fortalecimiento de
los sistemas de salud", continúa Carazo. "Primero, para que las
madres embarazadas tengan una alimentación adecuada y acceso a los suplementos
que necesitan, como el hierro", indica. El acceso a centros sanitarios por
parte de la población también facilita que los bebés reciban la atención
adecuada para su normal desarrollo durante los cruciales primeros mil días.
Finalmente, las campañas
para promocionar la lactancia materna exclusiva que recomienda la Organización
Mundial de la Salud y Unicef, surten efectos limitados. En el mundo, el 40,7%
de menores de seis meses se alimentaban solamente de este modo, frente al 37%
de 2012. "Es importante para salvar vidas y fortalecer el sistema
inmune de los niños", suelta a modo de eslogan Carazo.
En el capítulo del
sobrepeso y la obesidad infantil no hay excelentes noticias, pero tampoco
nefastas. "Se mantiene", apunta Stamoulis entre las notas
positivas de los resultados del informe de este año. Desde 2012, la proporción
mundial de niños de menos de cinco años con sobrepeso "parece haberse
estancado", dice el documento. Aquel año la tasa era de un 5,4%, y en 2017
apenas había ascendido al 5,6% (38,3 millones).
Hasta aquí las alegrías.
No hay perspectivas de que la cantidad e intensidad de los conflictos decaiga,
ni de que el clima vaya a dar una tregua en el corto y medio plazo. La pérdida
de todo lo conseguido en décadas de lucha contra el hambre, sin embargo, es
rápida. "Por eso, decimos que hay que actuar con anticipación, crear
resiliencia", zanja Carazo. Si no se pueden evitar, toca aprender a
encajar los golpes.
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Autor: FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y
la Agricultura)
Fuente:
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