Avanzaba la caravana en lucha con el amanecer que se adivinaba en el horizonte. Más de doscientos dromedarios y camellos forzaron el paso, animados por los gritos de sus cuidadores, ansiosos también del merecido descanso.
Cabalgaban durante toda la noche para evitar el calor del sol y aliviar a las bestias de sus pesadas cargas. Bajaban hacia Tombuctú y el camino se hacía cada vez más duro y ardiente.
Con las primeras luces del alba montaban el campamento al socaire de una duna o de unas palmeras, si tenían la suerte de encontrarlas. Colocaban en círculo los animales para descargarlos. Con las monturas e impedimenta formaban un muro de protección dentro del que se acomodaban por grupos los camelleros, después de haber maniatado a las bestias para que no se extraviaran durante la fuerza del calor y del viento chergui del mediodía.
Estaba el jefe de la caravana, Omar ben Yussef, refrescándose con sus ayudantes, para disponerse a descansar con las primeras horas del día, cuando llegó corriendo Nabril, el camellero responsable de una de las bestias más intratables.
- ¡Omar, Omar! - gritaba -. ¡Ay qué desgracia! ¡Ay qué desgracia!
- ¿Qué sucede, Nabril, para que grites de ese modo?
- Durante el camino hemos perdido la estaca a la que ataba mi camello.
- ¿Y, entonces?
- Que no puedo amarrarlo, ¡Padre de todos nosotros! Y cuando apriete el sol y sople el chergui se escapará con toda la carga encima ya que no puedo descargarla. ¡Ay qué desgracia!
- Tranquilo, Nabril. Lleva en alto ese martillo que tienes en la mano derecha. Aprieta con fuerza el puño de la izquierda como si tuvieras una estaca y dirígete con el ceño fruncido ante tu camello.
- ¿...?
- Sí. Haz lo que te digo. Cuando llegues ante él, agáchate y comienza a cavar con fuerza y a hundir con brío el martillo en el suelo, ¡de espaldas al camello, claro! Verás cómo se arrodilla y podrás descargarlo y maniatarlo
- Pero...
- Haz lo que te digo, Nabril.
Asombrado e incapaz de responder a su amo, Nabril hizo lo que le había mandado. Su sorpresa fue mayúscula cuando todo sucedió como si hubiera clavado la estaca. Pasó el día sin dormir acercándose a vigilar a la bestia que rumiaba tranquila. No se lo podía creer. ¡Su amo era sabio!
Al atardecer del día siguiente, cuando todos se aprestaban para ponerse en camino y Omar ben Yussef bromeaba con sus compañeros, llegó Nabril gritando y gesticulando como el día anterior.
- ¿Qué sucede ahora, Nabril?
- ¡Que el camello no quiere levantarse!, ¡Padre de todos nosotros! Le he puesto la carga encima, lo he azuzado, y nada, allá sigue tumbado. ¡Qué desgracia! porque todos los demás ya se ponen en reatas.
- ¿Pero, tú lo has desatado?, - preguntó el jefe de la caravana.
- ¿Cómo lo voy a desatar si no hay estaca?
- ¿Y el camello qué sabe? Nabril, ¡El camello qué sabe!
Y volviéndose a sus amigos, les dijo Omar ben Yussef, nieto del sabio Tarik ben Baraka
- Así hay muchos en el mundo que creen estar amarrados a estacas que no existen.
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Autor: J.C. Gª Fajardo (fajardoccs@solidarios.org.es)
Fuente: http://ccs.org.es/
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