Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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11/5/10

Comparte con nostr@s: "Alicia", de Teresa López

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ALICIA (2/2)

Apagó el ordenador y descubrió que se sentía bien, era el único ser humano con el que se había comunicado sin otro interés que su compañía y su palabra, además se sentía muy bien en su anonimato. Por su cuerpo corría algo extraño, era como una subida de adrenalina que de pronto la hacía sentir viva. Estaba ansiosa por recibir aquel correo de Ismael, por ver las fotos de su niña y su mujer. Ella no sabía lo que era un escáner ni cómo mandar fotos de los suyos pero daba igual, tenía algo por lo que esperar, una ilusión, muy pequeña pero ilusión al fin y al cabo.

Decidió posponer su “escapada definitiva” ante la idea de hacer algo nuevo y excitante. El tiempo se le hizo eterno y antes de las dos horas se decidió a visitar su correo y ver si había algo del hombre. Sabía que no tendría nada pero estaba ansiosa, nerviosa. Accedió con su nombre y su clave y allí estaba el mensaje. ¡Bien!.

Querida Lola:

Tal y como te prometí, te envío una foto de mi familia. Espero que al menos tú me cuentes como son tus hijos y tu esposo, dime también cosas de ti: cómo eres, qué te gusta y así, tal vez, pueda enviarte ocurrencias que te diviertan. Esperando que te guste mi pequeña familia te envío un cariñoso saludo desde Panamá.

Ismael.

La mujer, después de buscar desesperadamente las instrucciones de apertura de archivos, abrió éste y apareció, como por encanto, una pareja joven con una niña de apenas dos años. El hombre muy moreno, con los ojos negros y una sonrisa muy hermosa que miraba a una joven también muy morena que sonreía feliz sosteniendo una niña entre los brazos. Comprobó lo bonita que era la niña, también la esposa y lo guapo y joven que era el hombre. Enseguida respondió a su correo con otro.

Querido amigo,

son hermosas tu esposa y tu hija; está mal que yo te diga lo guapo que me pareces pero realmente es así. Hacéis una familia encantadora. Es una gran suerte ser tan feliz.

Saludos, Lola.

El tiempo pasaba desesperadamente despacio y ella había dado fin a una tableta de chocolate y un par de coca colas. Estaba deseando que llegase el momento de conectarse al chat. Necesitaba hablar con aquel extraño que ya no lo era tanto. Conocía su rostro, su felicidad plasmada en la imagen familiar, tan hermosa. Ella no había tenido la oportunidad de disfrutar una imagen parecida, tal vez, en el pasado cuando nació David, pero nunca más, por eso la enternecía y le provocaba envidia aquella imagen idílica, pero una envidia limpia y sana. Pasó la siguiente hora recordando los hermosos ojos negros del hombre mirando la cara sonriente de su esposa; Fernando nunca la había mirado de aquella manera: con tanto amor, con tanta delicadeza. Fumaba un cigarrillo tras otro mirando continuamente el reloj. Por fin las cuatro de la madrugada.

Volvió a entrar en el chat y con un tímido saludo se dirigido al hombre; al instante recibió el saludo de éste que le pidió pasar al chat privado en donde sólo hablasen ellos dos. Buscó cómo hacerlo sin preguntarle y en pocos segundo descubrió cómo. Quería saber todo alrededor de aquel hombre maravilloso.

Hola Ismael, muy hermosa la foto que me has enviado. Se os ve muy felices.

Hola Lola. Bienvenida, estaba esperándote. Sí, es muy hermosa, gracias.

Siguieron hablando durante horas. El hombre le escribía poemas de poetas panameños e hispanoamericanos. Ella estaba encantada porque le gustaba mucho la poesía, cuando él comenzaba un verso que conocían ambos ella lo continuaba hasta el final. El hombre le respondía con sinceridad a todo lo que ella le preguntaba y ella respondía de igual manera, no tenía nada que ocultar...bueno sí, pero no era momento. Se sentía tan plena en ese instante que apenas recordaba su drama personal.

La soledad, la angustia, el terror, la tecnología y un extraño. Un cóctel difícil de digerir pero que estaba siendo muy excitante y embriagador en ese momento para ella. Cuando se despidió, el hombre le propuso volver a chatearse a lo largo de la tarde siguiente y ella accedió encantada. Apagó el ordenador y se sorprendió cuando comprobó que en su cenicero sólo había una colilla. Había estado tan a gusto, había llenado su tiempo con tanto placer, que se había olvidado incluso del tabaco.

Eran las ocho de la mañana de un sábado de un agonizante otoño, no tenía sueño ni cansancio así que pasó a la cocina y preparó café. Cuando pensaba que le quedaba tan poco tiempo para llegar al domingo le dolía hasta la raíz del pelo. Aún no se atrevía a consumar lo que tenía planeado y decidido. Prefirió fantasear sobre su nuevo amigo. Parecía tan educado y tan dulce con aquel sentido del humor tan delicioso. Se preguntaba cómo sería vivir con un hombre tan interesante, que te llenase la vida de hermosas palabras, un hombre con el que hablar absolutamente de todo, con quien compartirlo todo y que te amase de la forma en que parecía amar. Envidiaba a su esposa, se la veía tan feliz con él, pero ella estaba encantada de, aunque fuera por unas pocas horas de su vida, él fuese su amigo. Se conformaba con eso, pero no podía evitar soñar cómo sería su vida con un hombre como él. También se preguntaba cuántas horas de diferencia habría entre un país y otro, el hombre no parecía tener prisa por el trabajo o el regreso a casa, solo le había dicho que hasta la tarde. La diferencia parecía ser de cinco o seis horas. Bueno... qué más daba.

Rendida y con una mueca de sonrisa asomando a sus labios, se quedó por fin dormida en el sofá de la sala. Las horas de sueño se continuaron hasta las cuatro de la tarde en que despertó sobresaltada. No, aún no era hora de hablar con Ismael, en Panamá sería más o menos media mañana y él había dicho hasta la tarde, aún tendría que esperar unas horas para volver a hablar con él. Volvió a dormirse y despertó cerca de las siete envuelta en sudor frío y castañeando los dientes. Estaba aterrorizada por los sueños y la desazón volvió a anidar en su corazón. Tenía algo por hacer: una cuenta pendiente que tenía que poner fin a su agonía pero... esperaría un poco más.

Alrededor de las diez de la noche se preparó un bocadillo y volvió a sentarse ante el ordenador de su hijo. Volvió a entrar en el chat y, gracias a Dios, Ismael ya estaba esperándola. Tras los saludos previos notó cierta tensión en el hombre y esa sensación le dio miedo. ¿Qué trataba de decirle?. El hombre escribía sin tregua y ella leía con un nudo en el estómago.

Lola, creo que en las horas que hemos compartido juntos, hemos descubierto que tenemos muchas cosas en común, me caes realmente bien y me gustaría tenerte como amiga, por eso hay algo que quiero decirte pero que me cuesta mucho. – ella seguía leyendo paralizada, como si fuese a recibir una mala noticia- Tengo el corazón lleno de miedo, de dolor y me avergüenza abrirlo porque temo que pienses o deduzcas en mis palabras algo contrario a lo que no sé cómo transmitir. – Lola leía las letras atragantándose de terror- .Me alegro que te haya gustado mi familia, cuando te dije que soy casado no te mentí, he estado casado hasta hace dos meses que falleció mi esposa. Tal vez creas que yo busqué el consuelo del extraño por no tragarme mi realidad, por no relacionarme con todos los que nos conocieron y ver el reflejo de la pena en sus caras, pues... crees bien. – Ella seguía leyendo- .Tengo treinta y seis años y llevaba cuatro casado, éramos muy felices. Tan felices que no ha podido ser verdad. Unos beben su desesperación, otros lloran, yo prefiero comunicarme, ver que el mundo está lleno de gente que también necesita de los demás.

La mujer no sabía qué decirle. Su confesión espontánea la había dejado sin palabras. El volvió a escribir:

Te ruego que no me des una frase de consuelo, me provocaría aún más dolor. Ya no las necesito.

Era muy fuerte lo que acababa de leer, el corazón le latía con mucha rapidez, estaba impresionada. La sinceridad del hombre la había dejado confusa. Tenía la bonita imagen familiar grabada en la mente. Pobre hombre, en lo único que pensaba era en escribirle un: lo siento mucho. No, él no quería frases que le hicieran volver a pensar en todo lo que había perdido, pero ¿qué podía decirle?. La verdad, su verdad, ¿porqué no decirle la verdad igual que él había hecho con ella?. No tenía a quién contarle su desesperación pero ¿cómo abrirse a una persona de la que no conocemos más que el rostro?. ¿Cómo abrir el alma a un extraño y hacerlo partícipe en tanta amargura?. ¿Cómo contar a alguien que te falla tu persona, que te fallas tú misma?. Sentía en su interior que no se iba a equivocar, al fin había encontrado a alguien. Respiró hondo y puso sus dedos en el teclado.

Yo también tengo algo que decirte y también me cuesta confesarlo: anoche cuando entré en el chat me esperaba un bote de píldoras como única compañía. Pensaba en quitarme la vida y aún lo pienso. Tengo tres hijos hermosos a los que quiero más que a nada en el mundo pero estoy sola, siempre he estado sola. El hombre que dice vivir conmigo es una bestia que nunca me quiso. Me desprecia, me usa como algo más que le pertenece y me escupe después. Estoy podrida por dentro de fingir delante de mis hijos una felicidad que no existe para que ellos no sufran, para que no vean la realidad de nuestro hogar. No estoy dispuesta a seguir así, no sirvo para mucho más de lo que he dado, y creo que ya nadie me necesita. No quiero seguir aquí, ese hombre está dispuesto a machacarme si levanto la cabeza. No le concederé ese placer, prefiero machacarme yo misma.

No pudo seguir escribiendo, las lágrimas no la dejaban. Un nudo en su garganta no la dejaba respirar. ¿Qué estaba pasando?. El hombre le respondió con rapidez.

Lola, por favor, ¿qué dices?, olvídate de eso, no puedes hacerlo. ¿Cómo es eso de que no sirves para más?. Ese cerdo ha sabido manipularte bien, ¿eh?. Anoche fuiste muy importante para mí, fuiste un momento de calma para mi angustia, anoche me diste muchas cosas sin saber que lo hacías: me ayudaste sin imaginar cuánto necesitaba una persona que me escuchase, que me tratase sin pena, sin lástima por mí. Por favor, no lo hagas. Piensa en tus hijos porque ellos sí te necesitan, siempre van a necesitarte y tú no puedes dejarlos así. Lola, piensa en ti misma. Márchate, busca donde ir y no continúes viviendo bajo el techo de ese hombre. Si necesitas ayuda cuenta conmigo pero no lo hagas, no puedes hacerlo. Contéstame Lola. ¡POR FAVOR, LOLA!.

Algo se había roto definitivamente dentro de la mujer. Se precipitaban las preguntas sin respuesta dentro de su cabeza: Dónde se iba a marchar, no tenía ningún sitio al que acudir. Ya lo tenía todo decidido y ahora…ahora algo estaba fallando, ya no estaba todo tan claro. La angustia de aquel hombre la había conmovido, ¿cómo era posible si no la conocía?. De manera espontánea había nacido una pequeña luz dentro de ella, ella que no había podido recibir consejos de nadie porque nadie estaba dispuesto a dárselos, estaba recibiendo los de un extraño que se desesperaba como un verdadero amigo a miles de kilómetros por ella.

La mujer quería alimentar la débil luz que nacía en su interior pero tampoco quería engañarse, no quería aferrarse a una mano de papel.

Aún estoy aquí. Ismael, por favor, no me dejes ahora. Ayúdame. Ese hombre me ha roto por dentro y por fuera, ha roto mi fe y mi vida entera. Necesito que alguien me diga que me quiere, que puedo ser útil, que no soy ese trozo de nada en el que me ha convertido. Necesito convencerme de que merezco la pena. Tengo treinta y ocho años; llevo doce años de agonía al lado de un ser arrogante y cruel. No sé lo que es un abrazo de amor, un beso de amor, ni la más mínima caricia. ¿Crees que merece la pena seguir viviendo así?.

El hombre le respondió enfadado y dolido por sus palabras. Ella estaba llena de vida y podía volver a rehacerla sin fantasmas. A él no le quedaba más remedio que cargar toda su vida con el fantasma del amor que fue su mujer.

¿Y tú?, ¿crees realmente que merece la pena vivir con esta herida, con toda la vida rota?. Tú puedes decir ¡basta!, e iniciar una vida nueva con tus hijos porque nada dejas atrás, tienes suerte de tener a tus hijos, huye con ellos o huye sola pero vete, no esperes más. Mi mujer está muerta y nada puedo hacer ya pero tú sí puedes hacer algo: vete Lola, corre y no pares hasta que estés muy lejos. Yo vivo y quiero que tú vivas. ¿Dime que vas a recapacitar Lola?. Piensa un poco, piensa, párate y busca quién te pueda tender una mano y que esté cerca de ti.

Qué le estaba pasando. La sangre empezaba a correr de nuevo por sus venas, sentía calor en el corazón. Estaba viva. Había movimiento en su cuerpo, por fin veía una salida, sí, tal vez aquel hombre tuviese razón y huir fuese la mejor solución pero... ¿dónde? Estaba nerviosa, no sabía qué decir pero quería alejar la tentación. ¿Quién, quién podía ayudarla?.

Espera Ismael, no te marches tengo que hacer algo urgentemente, espérame.

Salió corriendo por el pasillo y bajó hasta la planta baja. Se acercó a la mesa y cogió el frasco con las pastillas. Las manos le temblaban, estaban heladas. Tenía que tirarlas, o las tiraba ahora o no tendría fuerzas para tirarlas después. Se dirigió al baño y desenroscó el tapón, aún dudaba. De pronto algo cambió: vino a su mente el recuerdo de la última bronca con Fernando, recordaba que le había dicho mil veces que no servía para nada, que era poco más que una basura, que no tenía ningún valor; sintió el calor de las bofetadas en su rostro. Sí, sí que tenía algún valor. Lástima que fuese aquel extraño el que lo descubriera. Gracias a aquel extraño tenía ganas de romper con todo. Giró el tapón del frasco, escuchó el sonido de las pastillas chocando contra la porcelana sanitaria y tiró de la cisterna. Subió las escaleras de dos en dos y se sentó de nuevo frente a la pantalla.

Ismael, gracias por alejar la muerte de mi costado. Con tu ayuda acabo de romper con muchas cosas en un solo momento pero ahora viene lo más difícil... no tengo dónde ir.

La respuesta tardó un poco. Ismael pensaba rápidamente para ayudarla.

Sí, si tienes dónde ir. Piensa quien puede ayudarte pero tiene que ser ahora, no puedes seguir un minuto más en tu casa, si lo haces no serás capaz de salir de ella. Corre, corre y no pares Lola. Y si quieres, mi vida y mi amistad están abiertas para ti.

La mujer pensaba rápidamente: había tomado la decisión de correr y no iba a parar hasta que las piernas se le rompieran.

Espera Ismael, no te alejes de mí. Voy a coger una bolsa con ropa y el dinero. Cuando lo tenga todo volveré a despedirme de ti.

Corrió como una loca, metió algo de ropa en una bolsa de viaje. Iba pensando conforme iba recorriendo la casa. Recordó que Fernando el viernes por la tarde había dejado dinero de la empresa en su mesilla de noche para entregarlo el lunes y fue a por él; dos mil euros, bueno no estaba mal. Iría al cajero y sacaría todo lo que pudiese entre esta noche y mañana muy temprano, antes de que notasen la falta. No era mucho lo que tenía en su cuenta pero lo suficiente para empezar y ya sabía dónde empezar. Buscó entre sus documentos y recogió el pasaporte, igual podría hacerle falta.

Mientras deambulaba como loca por la casa revolviendo cajones, lloraba amargamente por el abandono de sus hijos pero también lloraba de felicidad, por ser capaz de tomar una decisión de una buena vez. Los perdería momentáneamente pero estaba segura de que los recuperaría. Era mejor marcharse, pensar con la cabeza fría, no podía dejar que aquel mal hombre se la volviera a llenar con maldad. No, no iba a darle la oportunidad de hacerle más daño y tampoco se quedaría con sus hijos, de eso estaba segura. Serían suyos otra vez costase lo que costase.

Estoy aquí otra vez, dame tu número de teléfono en Panamá. Dime como puedo localizarte y dame tu dirección. Recibirás noticias mías en breve, tal vez antes de lo que imaginas. ¡Ah!, y no me llamo Lola, me llamo Alicia.

Sorprendido de la confesión se tomó la licencia de bromear en un momento tan oscuro:

¡Vaya!, bonito nombre. Márchate Alicia y llámame en cuanto puedas, que tengas suerte y si te sirve de algo recuerda que te quiero mucho.

Aquel “te quiero mucho” dicho de forma apurada le supo a limpio, a sincero, a felicidad, sabía que no era una palabra de amor pero ella quería creerla, la recibía con todo el amor del mundo. Desconectó el ordenador, eran las dos de la madrugada pero no importaba, a sus ojos era pleno día, todo estaba lleno de luz. Solo le quedaba hablar con su hermano, necesitaba hablar con él y decirle que se marchaba, que lo dejaba todo. Juan era el único que sabía, aún sin decirle nunca nada, que ella estaba sufriendo desde siempre, que no había sido feliz en su matrimonio aunque él nunca le había preguntado nada, apenas habían tenido trato en los últimos diez años. Le pediría que hablase con su madre mientras ella juntaba el valor suficiente para enfrentarse con todos. Escribiría una carta para David, le diría lo mucho que los quería y que muy pronto estaría de vuelta.

Marcó el número de su hermano y una voz soñolienta le respondió al sexto timbrazo.

¿Diga?.

Juan, soy Alicia. No, no te preocupes no pasa nada malo. Solo te llamo para decirte que me marcho, que abandono a Fernando. Tienes que ayudarme.

Alicia, ¿qué dices?. ¿Qué te pasa?.

Que me voy Juan, que no puedo soportar esto ni un sólo minuto más. Tú sabes como estoy viviendo desde que me casé, las pocas veces que nos has visto y no te ha dejado acercarte a mí más de cinco minutos para que no pudiese contarte todas las barbaridades que me ha hecho.

¿Estás segura, Ali?, porque si es así cuenta conmigo, deja de llorar y dime qué necesitas.

Necesito que hables con un abogado, que le cuentes lo que pasa y que intente encontrar una salida a esta situación, yo temo que Fernando me haga algo si me quedo aquí. Habla con mamá, sé que aunque le cueste lo entenderá, pero hazlo cuando yo me haya marchado. Habla con mis hijos y no dejes que ese monstruo los dañe, no permitas que les hable mal de mí, te haré llegar una carta para David y te diré en dónde me encuentro en cuanto pueda.

¿Necesitas dinero?.

No, creo que tengo el suficiente para llegar a donde voy y no creo que allí me haga falta. Te quiero.

Te quiero Ali. Adiós.

Adiós.

Colgó el teléfono y cogió la bolsa deportiva donde había metido un álbum con las fotos de sus hijos y parte de su ropa, poca, pero era más que suficiente para empezar una nueva vida. Llamó un taxi por teléfono y apagó todas las luces. Eran cerca de las tres de la madrugada cuando cerró la puerta de la verja de su casa y subió al taxi. Intentó no llorar al recordar a sus hijos, en todo caso tendría que llorar de alegría por decir adiós al terror, la desazón y la humillación. Nacía para ella una nueva vida llena de todo lo que se había perdido viviendo con aquel ser despreciable. A sus hijos los recuperaría en cuanto pudiese y eso iba a ser muy pronto. Miró hacia delante con decisión y coraje, y secó sus lágrimas de un manotazo. Se giró al taxista y con voz firme le ordenó la ruta.

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+Estrella Celeste (26 de abril)

+Carmen (3 de mayo)

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