Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

22/4/21

El organismo humano, su relación con el mundo y la mal llamada vacuna ARNm (1 de 3)

El ser humano, como muchas otras criaturas, tiene una dimensión individual y una social. Todas las demás criaturas tienen determinado, por el instinto propio de su especie, hasta qué grado se tienen que desenvolver de forma individual y aislada y en qué medida y en qué momentos tienen que comportarse de forma gregaria, estando determinados los comportamientos por patrones muy concretos [Por mencionar sólo un caso curioso: el pinzón común, que fuera de la época de apareamiento y cría de polluelos, a partir del otoño, se reúne por bandadas separadas del mismo sexo, como en comunidades que guardan celibato; de ahí el nombre científico de la especie: Fringilla coelebs] Estos patrones de comportamiento son el objeto de estudio de la etología. A diferencia del resto de las criaturas, el ser humano tiene la libertad de buscar en qué grado, medida y momento se quiere comportar de forma individual o forma social, y así buscar el equilibrio en el que se encuentre cómodo o le resulte adecuado, conveniente o más o menos estimulante para crecer y progresar. Por supuesto, esto supone una conquista progresiva. Muchos seres humanos se comportan todavía de forma gregaria, que no social, y de forma egoísta, que no individual, todavía sujetos a los instintos atávicos de su parte animal. Estos aspectos son el objeto de estudio de la etología humana. En cambio, la psicología y la sociología deben tener en cuenta inevitablemente esta capacidad de libertad, característica, propia y exclusiva del ser humano, si no quieren caer en el error de llegar a enunciar “leyes” deterministas, como correspondería a cualquier otra especie, pero que no serían compatibles con la ontología del ser humano.

El resto de las criaturas llevan inscrito en la corporalidad de su organismo el instinto propio de su especie. El organismo humano, en cambio, debe proporcionar al ser humano la flexibilidad necesaria propia de su naturaleza, de su ontología, que le permita grados de libertad creciente, a través de un proceso de evolución en el que, a diferencia del resto de especies, la evolución cultural va ganando terreno a la evolución natural. En la evolución natural, los organismos de cada especie se van modificando como respuesta a la influencia de las condiciones ambientales, de modo que las modificaciones que mejor se adapten serán las que progresen, dejando más descendencia, y el resto se irá extinguiendo, en un proceso que Darwin acuñó como lucha de las especies y supervivencia del más fuerte.

"Con nuevos pensamientos" (https://www.beatrizrubio.com/)


El organismo humano ha mantenido la flexibilidad y la capacidad necesaria para poder adaptarse a cualquier biotopo terrestre, con los climas más extremos y las fuentes de alimentación más diversas. Esto es así porque en realidad es la especie menos especializada de la creación; la especie con caracteres menos diferenciados y más generalistas. En realidad, la especie humana constituye una paradoja evolutiva, un caso único en el que las leyes evolutivas ¡se han de ir “exceptuando” una y otra vez! Por un lado supone la cima de la evolución por la complejidad y desarrollo de su organismo –especialmente del sistema nervioso central – respecto del resto de especies; por otro, su organismo se ha mantenido tan indiferenciado que en todos los diagramas filogenéticos se puede situar siempre en el centro troncal, del que derivan el resto de las ramas o taxones [Grupos emparentados por evolución común; en este caso, el resto de los primates superiores, ya sean actuales o extintos]. Todos ellos tomaron en algún momento una senda evolutiva unilateral con una especialización determinada, con la consiguiente pérdida de plasticidad, en la que ya no hay vuelta atrás posible. Cada uno de estos caminos sin retorno reducen la gama de posibilidades de esas especies para optar por nuevas vías, por lo que en definitiva van perdiendo grados de libertad evolutiva como especie. El organismo humano ha preservado esa potencialidad generalista que le permitiría eventualmente tomar vías evolutivas hacia formas más especializadas, gracias a la plasticidad mantenida, por lo que podemos decir que mantiene un alto grado de libertad en cuanto a potencialidad evolutiva.

Por otro lado, los instintos de cada especie vienen determinados por la constitución orgánica adquirida por la especialización concreta; de forma que todos los ejemplares de una misma especie, en gran medida, no pueden comportarse más que de una forma determinada y estandarizada ante estímulos similares. Una abeja solo se puede comportar como abeja y no como una avispa o un mosquito; ni ratón puede comportarse como un topo o un castor. Se pude decir que la especialización implica la pérdida de grados de libertad en el comportamiento. La falta de especialización del organismo humano y la plasticidad mantenida, no condiciona los instintos de un modo tan determinista como en el resto de las especies, permitiendo mantener un grado de libertad relativamente alto en la respuesta; incluso la posibilidad de dominar los instintos hasta cierto punto, e incluso ir conquistando grados de libertad superiores. Libertad de comportamiento individual frente a la inclinación natural de la especie.

Esta renuncia hacia especializaciones que le permitirían más eficacia en funciones concretas, pero que le robarían la plasticidad orgánica y flexibilidad funcional que le caracteriza, la suple el ser humano con la cultura. Los órganos especializados que desarrollan otras especies por evolución natural, los suple el ser humano con el desarrollo de utensilios, herramientas y tecnología –lo que en antropología se denomina cultura. En la evolución del ser humano, por lo tanto, no sólo interviene la influencia del ambiente, sino también el progreso cultural y moral que lleva, entre otras cosas, al soporte social dispensado a los más “débiles”, y permite que estos también sobrevivan, progresen e incluso que tengan tanta descendencia como los más “fuertes”.

La evolución cultural puede modelar el organismo humano, tanto por la influencia cultural grupal como por los hábitos higiénicos individuales (en el sentido amplio, incluyendo hábitos de la vida anímica, o sea, hábitos ético- morales), adquiridos de forma más o menos consciente por el crecimiento personal de cada individuo. Es de suma importancia comprender la naturaleza de un organismo tan singular y sería muy conveniente atender a las necesidades propias de su naturaleza. Así se entendía todavía en la Grecia clásica, incluso hasta tiempos de la Roma clásica, tal como lo expresó Juvenal: Mens sana in corpore sano.

La plena experiencia del Yo la consigue el ser humano mediante la encarnación en un cuerpo físico que le permite aislarse del resto de la creación, tanto física, anímica como espiritualmente, siempre que quiera y en cierta medida. Por otro lado, este aislamiento no le impide abrirse al resto del cosmos, también siempre que quiera y en cierta medida, y así unirse al resto de la creación, tanto física, anímica como espiritualmente. Una sana constitución e interrelación de los distintas corporalidades del ser humano (cuerpo físico, cuerpo vital, cuerpo astral) entre sí, y una adecuada encarnación del Yo en estas corporalidades, permite la sana interrelación del individuo con el mundo exterior preservando su necesaria independencia, por un lado, y respetando la necesaria interdependencia, por el otro.

Además, esa es la única forma de experimentar la libertad, mediante la progresiva ejercitación y conquista de grados siempre superiores de esta, quedando el ritmo y el tempo de esta progresión siempre a voluntad individual. Cuando esto se entiende bien, surge fácilmente la imagen del cuerpo humano (los tres cuerpos en realidad) como Tabernáculo del Yo, como Templo del Espíritu. Esto no es simplemente una bella imagen poética o religiosa. Es la expresión de una “ley” que se cumple en todo el universo a todos los niveles, tal como en el antiguo Egipto la expresaba Hermes Trismegisto: “como es arriba es abajo”; o como también la explica la teoría de los fractales y la organogénesis goetheana. En definitiva, la correspondencia entre macrocosmos y microcosmos, entre los niveles de organización superiores y los inferiores, entre el todo y las partes.

Esta ley la aplicó Rudolf Steiner de forma magistral para comprender la correspondencia entre la constitución trinitaria del ser humano integral [Cuerpo, alma y espíritu] con la tri-membración del organismo humano [Cabeza, tronco y extremidades (polo neurosensorial; sistema rítmico, respiratorio-circulatorio; polo metabólico-motor). Ver en Rudolf Steiner GA 21 Von Seelenrätsel (De los enigmas del alma)] y con la tri-articulación del organismo social [Esfera económica; esfera jurídico-política; esfera cultural-espiritual. Ver en Rudolf Steiner GA 23 Die Kernpunkte der Sozialen Fragen (Los puntos centrales de la cuestión social)].

Y de ese modo se puede comprender cómo las peculiaridades del cuerpo físico del organismo humano tienen que estar en consonancia con la esencia del ser humano como ser natural que se distingue del resto de las criaturas. Tener esta comprensión, como la tenía sin duda Hipócrates, iniciado en la escuela de misterios de Asclepios, hizo posible desarrollar un arte de la medicina capaz de ayudar al ser humano, no solo a sanar enfermedades una vez contraídas, sino a prevenirlas llevando una vida saludable a todos los niveles. Podríamos hablar de muchos aspectos singulares del ser humano y su correspondencia entre niveles superiores del ser y su reflejo en el cuerpo físico. Pero vamos a centrarnos aquí en el aspecto de la flexibilidad necesaria para lograr un sano equilibrio entre la autonomía individual y una interrelación con el entorno, social y natural, con otros seres humanos y en general con el resto de la creación.

El cuerpo físico necesita por lo tanto aislarse del entorno exterior y la principal barrera es la piel, que constituye uno de los órganos fundamentales del organismo humano. Pero este organismo necesita una sana interrelación con su entorno para poder vivir. La piel misma no es una barrera infranqueable, puesto que tiene poros a través de los cuales se produce un cierto intercambio de gases y líquidos con el exterior mediante la transpiración, y puede sufrir heridas por donde entran sustancias nocivas y patógenos. Los órganos de los sentidos también facilitan la conexión con el mundo exterior a través estímulos de energías más sutiles, como la luz, sonido, etc.

Por otro lado, tanto la piel, como las mucosas, y especialmente el tubo digestivo, están “protegidas” por millones de células bacterianas, la llamada flora bacteriana, o microbiota, que constituyen un ecosistema microbiano que, mientras se mantenga en equilibrio con las células del ser humano, serán la mejor barrera de protección frente la invasión de otros microbios patógenos. Esta microbiota, en la que no solo hay bacterias sino también hongos y virus, tiene un número mayor de células que las del propio organismo humano. Esto ya nos puede hacer reflexionar sobre la importancia determinante de los aspectos cualitativos en biología frente a los cuantitativos. En cualquier caso, la primera interrelación del organismo humano con el resto de la creación se produce en el interior del mismo y en su propia piel, donde porta más células de otros organismos que propias. O ¿tendríamos que decir que son parte de nuestro propio organismo? En cuyo caso podríamos también reflexionar sobre la flexibilidad necesaria para fijar los límites entre el individuo y el mundo.

Pero el intercambio principal de sustancias físicas con el exterior se produce a través del aparato digestivo y el respiratorio. La mayoría de las sustancias ingeridas son digeridas en el estómago e intestino (y la microbiota ayuda también en gran medida a una sana digestión de esas sustancias), reduciéndose a fracciones de tamaño molecular suficientemente pequeño como para poder ser absorbidas por la pared intestinal. Todo lo que no logra pasar este primer filtro se elimina en la excreción. Las sustancias absorbidas se deben metabolizar ahora. El riñón logra excretar en la orina la mayor parte de las sustancias absorbidas que no son necesarias, y las que son tóxicas o pueden llegar a serlo si aumenta su concentración; así mismo elimina los derivados innecesarios del metabolismo que también pueden llegar a ser tóxicos si aumenta su concentración. Sin embargo, la mayor parte de las moléculas absorbidas son comunes a la mayor parte de los organismos que comparten el mundo con el ser humano, y por lo tanto no necesitan una transformación específica ni menos aun individual, ya que los distintos organismos las reconocen fácilmente como “propias”. Es el caso de los hidratos de carbono, las grasas, las sales minerales e incluso las vitaminas. Todas ellas pueden entrar directamente en las rutas metabólicas, ya sea en el catabolismo, para producir energía y facilitar la funcionalidad de los distintos órganos, o en el anabolismo, para almacenar reservas de energía y “construir” el organismo.

Sin embargo las proteínas son caso aparte en el complejo sistema metabólico, y requieren procesos específicos e individualizados con un nivel de complejidad incomparable. Las proteínas juegan el papel fundamental en la construcción del organismo, son las estructuras arquitectónicas con las que se construye el edificio físico, la casa donde se encarna el Yo, el Templo donde habita el Espíritu. Estas estructuras, las proteínas, a diferencia del resto de las moléculas que forman parte del metabolismo, sí que son específicas. Esto es, cada especie tiene que fabricarse de nuevo proteínas propias, estructuras específicas, diferentes a las proteínas de otras especies. En el caso del ser humano la diferenciación alcanza el nivel individual. Aunque todos los humanos comparten muchas proteínas comunes propias de la especie, hay otras que son propias y exclusivas de distintas poblaciones humanas, como por ejemplo las de los grupos sanguíneos; otras lo son de subgrupos humanos más reducidos, como por ejemplo las proteínas de los factores de coagulación sanguínea; y así hasta llegar al nivel de consanguinidad familiar, y finalmente al nivel individual, en que cada ser humano tiene cierto numero de proteínas que son exclusivas y determinan su identidad biológica (esto es lo que hace, por ejemplo, que los transplantes de órganos, por lo general, presenten menos riesgo de rechazo cuanto más estrecho sea el grado de consanguinidad).

Esta identidad biológica es la expresión de su código genético, también individual, exclusivo e irrepetible. El código genético es a su vez parte de la expresión de la identidad individual, exclusiva e irrepetible del Yo, y del karma planeado por este para cada encarnación. Las investigaciones más modernas ven la necesidad de ampliar el concepto del genoma humano, que es la información genética heredada de los progenitores, ampliándolo al concepto de genoma del bioma humano, y epigenoma, donde se incluye no sólo la información genética heredada, sino el conjunto de la información genética de los microorganismos de la microbiota humana, que están en simbiosis con el organismo humano. Así como el genoma humano es exclusivo, único y diferente para cualquier ser humano, incluso entre gemelos monocigóticos, el genoma del bioma humano también es exclusivo, único y diferente para cualquier ser humano. Más aun, esto podría ser la forma en que cada ser humano intenta “desarrollar” y transformar la herencia genética recibida de sus progenitores, para personalizarla de un modo más adecuado a la morada que necesita su Yo, más allá de la que sus progenitores pudieron proporcionarle. Las enfermedades infantiles también contribuyen a este fin como explicamos más adelante.

Los materiales, o “ladrillos”, para fabricar las proteínas, o estructuras arquitectónicas, son los aminoácidos. El ser humanos obtiene estos “ladrillos” en buena parte a partir de las proteínas de otros seres vivos ingeridas en su dieta. Estas proteínas tienen que ser primero desintegradas en la digestión y  sólo a partir de estos materiales primarios, los aminoácidos, podrá el ser humano formar sus propias proteínas, tanto específicas como individuales. Hay una veintena de diferentes aminoácidos que se enlazan entre sí, en cantidad, proporción y secuencia determinada, formando largas cadenas que finalmente se aglutinan dando lugar a las macromoléculas de proteínas, cada una con una estructura espacial propia y exclusiva de cada proteína. El metabolismo (anabolismo) de la síntesis de proteínas se produce en el interior de las células por los ribosomas, unos orgánulos celulares presentes en el citoplasma que logran encadenar los aminoácidos en la secuencia determinada de cada proteína particular, que luego dará lugar a la forma concreta.

"La Tierra se hará luz" (https://www.beatrizrubio.com/)


====================================================

Autor: Vicente Machí Gómez

Las tres entregas de este texto, concluido en Freiburg el pasado 19 de febrero,

se publican en este blog los jueves 22 y 29 de abril y 6 de mayo de 2021.

====================================================

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.