El ser humano, como muchas otras criaturas, tiene una dimensión
individual y una social. Todas las
demás criaturas tienen determinado, por el instinto
propio de su especie, hasta
qué grado se tienen que desenvolver de forma individual y aislada y en qué medida y en qué momentos
tienen que comportarse de forma gregaria, estando
determinados los comportamientos por patrones muy concretos
[Por mencionar sólo un caso curioso: el pinzón
común, que fuera de la época de apareamiento y cría de polluelos, a partir del
otoño, se reúne por bandadas separadas del mismo sexo, como en comunidades que
guardan celibato; de ahí el nombre científico de la especie: Fringilla coelebs]
Estos patrones de comportamiento son el objeto de estudio de la etología. A diferencia del resto de las criaturas, el ser humano
tiene la libertad de buscar en qué
grado, medida y momento se quiere comportar de forma individual o forma social,
y así buscar el equilibrio en el que se encuentre
cómodo o le resulte adecuado, conveniente o más o menos estimulante para crecer
y progresar. Por supuesto, esto supone una conquista progresiva. Muchos seres humanos se comportan todavía
de forma gregaria,
que no social, y de forma
egoísta, que no individual, todavía sujetos a los instintos atávicos de su parte animal. Estos aspectos son el objeto
de estudio de la etología humana. En cambio, la psicología y la sociología deben tener en cuenta inevitablemente esta capacidad de
libertad, característica, propia y exclusiva del ser humano, si no quieren
caer en el error de llegar a enunciar “leyes”
deterministas, como correspondería a cualquier otra especie,
pero que no serían compatibles con la ontología del ser humano.
El resto de las criaturas llevan inscrito en la corporalidad de su
organismo el instinto propio de su especie. El organismo humano,
en cambio, debe proporcionar
al ser humano la flexibilidad necesaria propia de su naturaleza, de su ontología, que le permita grados de
libertad creciente, a través de un proceso
de evolución en el que, a diferencia del resto de especies, la evolución cultural va ganando terreno a la evolución
natural. En la evolución natural, los organismos de cada especie
se van modificando como respuesta a la influencia de las condiciones ambientales, de modo que las modificaciones
que mejor se adapten serán las que
progresen, dejando más descendencia, y el resto se irá extinguiendo, en un proceso que Darwin acuñó como lucha de las
especies y supervivencia del más
fuerte.
"Con nuevos pensamientos" (https://www.beatrizrubio.com/)
El organismo humano ha mantenido la flexibilidad y la capacidad
necesaria para poder adaptarse a cualquier biotopo terrestre, con los climas
más extremos y las fuentes de alimentación más diversas. Esto es así porque en
realidad es la especie menos especializada de la creación; la especie con
caracteres menos diferenciados y más generalistas. En realidad, la especie
humana constituye una paradoja evolutiva, un caso único en el que las leyes
evolutivas ¡se han de ir “exceptuando” una y otra vez! Por un lado supone la
cima de la evolución por la complejidad y desarrollo de su organismo –especialmente
del sistema nervioso central – respecto del resto de especies; por otro, su
organismo se ha mantenido tan indiferenciado que en todos los diagramas
filogenéticos se puede situar siempre en el centro troncal, del que derivan el
resto de las ramas o taxones [Grupos emparentados por evolución
común; en este caso, el resto de los primates superiores, ya sean actuales o
extintos]. Todos ellos tomaron en
algún momento una senda evolutiva unilateral con una especialización
determinada, con la consiguiente pérdida de plasticidad, en la que ya no hay
vuelta atrás posible. Cada uno de estos caminos sin retorno reducen la gama de
posibilidades de esas especies para optar por nuevas vías, por lo que en
definitiva van perdiendo grados de libertad evolutiva como especie. El
organismo humano ha preservado esa potencialidad generalista que le permitiría eventualmente
tomar vías evolutivas hacia formas más especializadas, gracias a la plasticidad
mantenida, por lo que podemos decir que mantiene un alto grado de libertad en
cuanto a potencialidad evolutiva.
Por otro lado, los instintos de cada especie vienen determinados por
la constitución orgánica adquirida por la especialización concreta; de forma
que todos los ejemplares de una misma especie, en gran medida, no pueden
comportarse más que de una forma determinada y estandarizada ante estímulos
similares. Una abeja solo se puede comportar como abeja y no como una avispa o
un mosquito; ni ratón puede comportarse como un topo o un castor. Se pude decir
que la especialización implica la pérdida de grados de libertad en el
comportamiento. La falta de especialización del organismo humano y la
plasticidad mantenida, no condiciona los instintos de un modo tan determinista
como en el resto de las especies, permitiendo mantener un grado de libertad relativamente
alto en la respuesta; incluso la posibilidad de dominar los instintos hasta
cierto punto, e incluso ir conquistando grados de libertad superiores. Libertad
de comportamiento individual frente a la inclinación natural de la especie.
Esta renuncia hacia especializaciones que le permitirían más eficacia
en funciones concretas, pero que le robarían la plasticidad orgánica y
flexibilidad funcional que le caracteriza, la suple el ser humano con la cultura.
Los órganos especializados que desarrollan otras especies por evolución
natural, los suple el ser humano con el desarrollo de utensilios, herramientas
y tecnología –lo que en antropología se denomina cultura.
En la evolución del ser humano, por lo tanto, no sólo interviene la influencia del ambiente, sino también
el progreso cultural y moral que lleva, entre otras cosas, al soporte
social dispensado a los más “débiles”, y permite que estos también sobrevivan, progresen e incluso
que tengan tanta descendencia como los más
“fuertes”.
La evolución cultural puede modelar el organismo humano, tanto por la influencia cultural grupal como por
los hábitos higiénicos individuales (en el
sentido amplio, incluyendo hábitos de la vida anímica, o sea, hábitos ético- morales),
adquiridos de forma más o menos consciente por el crecimiento personal de cada
individuo. Es de suma importancia
comprender la naturaleza de un organismo tan singular y sería muy
conveniente atender a las necesidades propias
de su naturaleza. Así se entendía todavía en la Grecia clásica, incluso hasta tiempos de la Roma clásica, tal como
lo expresó Juvenal: Mens sana in corpore sano.
La plena experiencia del Yo la consigue el ser humano mediante la
encarnación en un cuerpo físico que le permite aislarse
del resto de la creación,
tanto física, anímica como
espiritualmente, siempre que quiera y en cierta medida. Por otro lado, este aislamiento no le impide
abrirse al resto del cosmos, también siempre
que quiera y en cierta medida, y así unirse al resto de la creación,
tanto física, anímica como espiritualmente. Una sana constitución e interrelación de los distintas corporalidades del ser humano
(cuerpo físico, cuerpo vital, cuerpo astral) entre sí, y una adecuada encarnación del Yo en estas corporalidades, permite la sana interrelación del individuo con el mundo exterior preservando su necesaria independencia, por un lado, y respetando
la necesaria interdependencia, por el otro.
Además, esa es la única forma de experimentar la libertad, mediante la progresiva ejercitación y
conquista de grados siempre superiores de esta, quedando
el ritmo y el tempo de esta progresión siempre
a voluntad individual. Cuando esto se entiende bien,
surge fácilmente la imagen del cuerpo humano
(los tres cuerpos en realidad) como Tabernáculo del Yo, como Templo del Espíritu. Esto no es simplemente una bella imagen poética o religiosa. Es
la expresión de una “ley” que se
cumple en todo el universo a todos los niveles, tal como en el antiguo
Egipto la expresaba Hermes Trismegisto: “como es arriba es abajo”; o como también la explica la teoría de los
fractales y la organogénesis goetheana. En
definitiva, la correspondencia entre macrocosmos y microcosmos, entre los niveles de organización superiores y los
inferiores, entre el todo y las partes.
Esta ley la aplicó Rudolf Steiner de forma magistral
para comprender la correspondencia
entre la constitución trinitaria del ser humano integral [Cuerpo, alma y espíritu] con la tri-membración del organismo humano [Cabeza, tronco y extremidades (polo neurosensorial;
sistema rítmico, respiratorio-circulatorio; polo metabólico-motor). Ver en
Rudolf Steiner GA 21 Von Seelenrätsel (De
los enigmas del alma)] y con la tri-articulación del
organismo social [Esfera económica; esfera jurídico-política; esfera
cultural-espiritual. Ver en Rudolf Steiner GA 23 Die Kernpunkte der Sozialen Fragen (Los puntos centrales de la
cuestión social)].
Y de ese modo se puede comprender cómo las
peculiaridades del cuerpo físico
del organismo humano tienen que estar en consonancia con la esencia del
ser humano como ser natural que se
distingue del resto de las criaturas. Tener esta comprensión, como la tenía sin duda Hipócrates, iniciado en la escuela de misterios
de Asclepios, hizo posible desarrollar un arte de la medicina capaz de ayudar al ser humano, no solo a sanar enfermedades
una vez contraídas, sino a prevenirlas
llevando una vida saludable a todos los niveles. Podríamos hablar de muchos aspectos singulares del ser humano
y su correspondencia entre niveles superiores
del ser y su reflejo en el cuerpo físico. Pero vamos a centrarnos aquí en el aspecto de la flexibilidad necesaria
para lograr un sano equilibrio entre la autonomía
individual y una interrelación con el entorno, social y natural, con otros seres humanos y en general
con el resto de la creación.
El cuerpo físico necesita por lo tanto aislarse del entorno exterior y
la principal barrera es la piel, que constituye uno de los órganos fundamentales del organismo humano.
Pero este organismo necesita una sana interrelación con su entorno para poder vivir. La piel misma no
es una barrera infranqueable, puesto que tiene poros a través de los cuales se produce un cierto intercambio de gases y líquidos con el exterior mediante la transpiración,
y puede sufrir heridas por donde entran sustancias nocivas
y patógenos. Los órganos de los sentidos
también facilitan la conexión con el mundo exterior a través estímulos
de energías más sutiles, como la luz, sonido, etc.
Por otro lado, tanto la piel, como las mucosas, y especialmente el
tubo digestivo, están “protegidas” por millones de células bacterianas, la llamada flora
bacteriana, o microbiota, que constituyen un ecosistema microbiano que, mientras se
mantenga en equilibrio con las células del ser humano, serán la mejor barrera de protección frente la invasión de otros microbios patógenos. Esta microbiota,
en la que no solo hay bacterias sino también hongos y virus, tiene un número mayor de células que las
del propio organismo humano. Esto ya nos
puede hacer reflexionar sobre la importancia determinante de los aspectos cualitativos en biología frente a los
cuantitativos. En cualquier caso, la primera
interrelación del organismo humano con el resto de la creación se
produce en el interior del mismo y en su propia piel, donde porta más células
de otros organismos que propias. O ¿tendríamos que decir que son parte de nuestro
propio organismo? En cuyo caso podríamos también
reflexionar sobre la flexibilidad necesaria para fijar los límites
entre el individuo y el mundo.
Pero el intercambio principal de sustancias físicas con el exterior se
produce a través del aparato digestivo
y el respiratorio. La mayoría
de las sustancias ingeridas son digeridas en el estómago
e intestino (y la microbiota ayuda también en gran medida
a una sana digestión de esas sustancias), reduciéndose a fracciones de tamaño molecular suficientemente pequeño como
para poder ser absorbidas por la
pared intestinal. Todo lo que no
logra pasar este primer filtro se elimina en la excreción. Las sustancias absorbidas se deben metabolizar ahora. El riñón logra excretar
en la orina la mayor parte de las sustancias absorbidas que no son necesarias, y las que son tóxicas o pueden
llegar a serlo si aumenta su concentración;
así mismo elimina los derivados
innecesarios del metabolismo que también pueden llegar a ser tóxicos
si aumenta su concentración. Sin embargo,
la mayor parte de las moléculas
absorbidas son comunes a la mayor parte de los organismos que comparten el
mundo con el ser humano, y por lo
tanto no necesitan una transformación específica ni menos aun individual, ya que los distintos organismos las reconocen fácilmente como “propias”. Es el
caso de los hidratos de carbono, las grasas, las sales minerales e incluso
las vitaminas. Todas ellas pueden entrar directamente en las rutas metabólicas, ya sea en el catabolismo, para producir
energía y facilitar
la funcionalidad de los distintos
órganos, o en el anabolismo, para almacenar reservas
de energía y “construir” el organismo.
Sin embargo las proteínas son caso aparte en el complejo sistema
metabólico, y requieren procesos
específicos e individualizados con un nivel de complejidad incomparable. Las proteínas juegan el
papel fundamental en la construcción del organismo,
son las estructuras arquitectónicas con las que se construye el edificio
físico, la casa donde se encarna el
Yo, el Templo donde habita el Espíritu. Estas estructuras, las proteínas, a diferencia del resto de las moléculas
que forman parte del metabolismo, sí que son específicas. Esto
es, cada especie tiene que fabricarse de nuevo
proteínas propias, estructuras específicas, diferentes a las proteínas de otras especies. En el caso del ser humano la
diferenciación alcanza el nivel individual. Aunque
todos los humanos comparten muchas proteínas comunes propias de la especie, hay otras que son propias y
exclusivas de distintas poblaciones humanas, como por ejemplo las de los grupos
sanguíneos; otras lo son de subgrupos humanos
más reducidos, como por ejemplo
las proteínas de los factores de coagulación sanguínea;
y así hasta llegar al nivel de consanguinidad familiar, y finalmente al nivel individual, en que cada ser humano tiene cierto numero de proteínas
que son exclusivas y determinan su identidad
biológica (esto es lo que hace, por ejemplo, que los transplantes de órganos, por lo general, presenten menos
riesgo de rechazo cuanto más estrecho sea el grado de consanguinidad).
Esta identidad biológica
es la expresión de su código genético, también
individual, exclusivo e irrepetible. El código genético es a
su vez parte de la expresión
de la identidad individual, exclusiva e irrepetible del Yo, y del karma planeado por este para cada encarnación.
Las investigaciones más modernas ven la
necesidad de ampliar el concepto del genoma humano, que es la información genética
heredada de los progenitores, ampliándolo al concepto de genoma del bioma humano, y epigenoma,
donde se incluye no sólo la información genética heredada, sino el conjunto de la información genética de los
microorganismos de la microbiota
humana, que están en simbiosis con el organismo humano. Así como el genoma humano es exclusivo, único y diferente
para cualquier ser humano,
incluso entre gemelos monocigóticos, el genoma
del bioma humano también es exclusivo, único y diferente
para cualquier ser humano. Más aun, esto podría ser la forma en que cada ser humano intenta “desarrollar” y transformar la herencia genética
recibida de sus progenitores, para personalizarla de un modo más adecuado a la morada que necesita
su Yo, más allá de la que sus progenitores
pudieron proporcionarle. Las enfermedades infantiles también contribuyen a este fin
como explicamos más adelante.
Los materiales, o “ladrillos”, para fabricar las proteínas, o
estructuras arquitectónicas, son los aminoácidos. El ser humanos obtiene estos
“ladrillos” en buena parte a partir de las proteínas de otros seres vivos
ingeridas en su dieta. Estas
proteínas tienen que ser primero desintegradas en la digestión y sólo
a partir de estos materiales primarios, los aminoácidos, podrá el ser humano formar sus propias
proteínas, tanto específicas como individuales. Hay una veintena
de diferentes aminoácidos que se enlazan
entre sí, en cantidad, proporción y secuencia determinada,
formando largas cadenas que finalmente se aglutinan dando lugar a las macromoléculas
de proteínas, cada una con una estructura espacial
propia y exclusiva
de cada proteína. El metabolismo (anabolismo) de la síntesis de proteínas se produce
en el interior de las células por los ribosomas, unos orgánulos celulares presentes en el citoplasma que logran encadenar los aminoácidos en la secuencia determinada de
cada proteína particular, que luego
dará lugar a la forma concreta.
"La Tierra se hará luz" (https://www.beatrizrubio.com/)
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Autor: Vicente Machí Gómez
Las tres entregas de este texto, concluido en Freiburg
el pasado 19 de febrero,
se publican en este blog los jueves 22 y 29 de abril
y 6 de mayo de 2021.
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