Hay virus que tiran el pan bien
encajado bajo el brazo. Las crisis y las guerras se encargan de llevarnos, al
anunciarse otro día carenciado, a esas formaciones decorosas. Para
completar nuestra aventura en la Tierra, nosotros/as también tendremos que
vivir ese agujero en el estómago. Aunque sólo sea para hacer nacer un
corazón solidario, habremos de sentir esa hambre desnuda, sin chicle
de fresa, ni anestesia de limón.
Para completar nuestra
experiencia vital sobre esta bendita escuela de consciencia que representa
nuestro planeta, una mañana vestiremos gafas negras o nos taparemos
con una ancha capucha. Clavaremos en el asfalto nuestra mirada pudorosa.
Llamaremos con tímidos nudillos a una de esas ventanillas generosas.
En alguna vida, no necesariamente
en ésta, nosotros/as también nos pondremos a esa cola que apellidan del
hambre. Una fría y temprana mañana rodará, especialmente ruidoso, nuestro
carrito y no iremos al supermercado, no pasaremos por
ninguna caja registradora. Sobrarán los códigos de unas barras
siempre dispuestas a separarnos.
El agujero del hambre nos unifica. El supremo respeto que les otorguemos a quienes ahora les “toca” hacer la cola, es el que a nosotros mismos nos debemos. Nadie busque votos para su carrera política contra esas colas dadivosas.
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Autor: Koldo Aldai (koldo@portaldorado.com)
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