Nikita Jruschev dijo en un
Comité del Partido Comunista, que Gagarin, cuando “estaba en el cielo,
afirmó que no vio ningún dios allí”. El bulo se ha atribuido al cosmonauta
desde entonces.
Complejidad
El término “Complejidad dinámica”[i]
no se emplea en el lenguaje religioso ni teológico, así que no se podrá
encontrar en ese tipo de textos. Procede de la filosofía de la ciencia y, en
concreto, de la ciencia de los sistemas, pero es lo que mejor describe, a mi
juicio, aquello de que “los designios de Dios son inescrutables” o que “Dios
escribe derecho en renglones torcidos”.
La mente imbuida del deseo de que sus
planes salgan bien, o lo que es lo mismo, estructurada sobre la base de que
ella es dueña de su destino, salvo honrosas excepciones de personas capaces de
pensar a largo plazo las consecuencias de sus acciones, sólo piensa en el
beneficio casi inmediato de sus actos. Es verdad que de jóvenes tenemos eso que
llamamos ideales, vocaciones, planes de futuro, cuentos de lechera por los que
nos imaginamos esto y aquello, pero en general, nuestros actos, la mayoría de
las veces los planteamos con efecto inmediato. Y, sobre todo, nos cuesta mucho
trabajo imaginar el largo plazo, entre otras cosas por algo muy importante que
nos lo imposibilita, la incertidumbre.
Puede que conozcamos el pasado o nuestro
propio pasado, en su caso, pero nos cuesta mucho, a partir de él, proyectar lo
que pueden generar nuestros actos, más allá de un determinado horizonte
temporal. Es por ello, basándonos en el socorrido “más vale pájaro en mano que
ciento volando”, preferimos aprovechar las oportunidades de efecto inmediato o
a corto plazo, satisfacer nuestros deseos próximos que embarcarnos en proyectos
cuyos resultados los veremos a muy largo plazo, que a saber…
La razón de esta incertidumbre es la
cada vez más intensa y acusada complejidad dinámica de la vida. Y tanto más
cuánto más nos situamos en el mundo actual, en el que, en medio de una sociedad
aversa al dolor, líquida e imprevisible, es cada vez más difícil saber cómo se
van a desarrollar los acontecimientos. De esta forma, que “nuestros planes
salgan bien”, es cada vez más debido al propio azar, y desde luego, cada vez
menos debido a que Dios atienda nuestras súplicas, si es que en eso ponemos
nuestra confianza, en que Dios, Jesús o María, atiendan a nuestros deseos a
base de rezos suplicantes, sacrificios y penitencias.
En otras palabras, si el alma ingenua y
su hermana la mente sienten su enamoramiento o desilusión en base a la Divina
satisfacción o frustración de sus deseos, es claro que la desilusión vendrá más
temprano que tarde.
El paroxismo de la simpleza es subir al
cielo (en una nave espacial) y, al no ver a Dios allí, concluir que Dios no
existe.
La complejidad dinámica es una propiedad
de la vida por la que los efectos a corto plazo de una determinada acción van a
ser distintos de los que se puedan producir o en los que vayan a desembocar a
medio y largo plazo. La razón es la “complejidad”, término que alude a
la múltiple interacción de multitud de variables que influyen en el desarrollo
de los acontecimientos. Es decir, cuando nosotros tomamos una decisión y
hacemos algo o vivimos un determinado evento, más allá de los efectos
inmediatos, hemos provocado un conjunto de reacciones en cadena que, en el
extremo, pueden ser determinantes del resto de nuestra vida.
Algo tan fundamental en nuestra vida
como es el encuentro con nuestra pareja, nuestra persona amada es un simple
fruto de la casualidad, como aparentemente casual es la flecha del
enamoramiento, tal como un primer encuentro completamente imprevisto. Cada cual
puede repasar su pasado y comprobará hasta que punto su vida está marcada para
siempre por un conjunto de “bifurcaciones”, que nos obligaron a tomar
una u otra dirección y, dependiendo de las que fueron tomadas, ha dependido
nuestra realidad actual.
Decididamente, el control que tenemos
sobre esas bifurcaciones y sobre la complejidad de la vida, es literalmente
nulo, vivimos en una espesa nube de desconocimiento, de ignorancia de la
realidad. Pero sucede que, a pesar de todo, estamos tomando de modo continuo y
bastante alegremente, conclusiones que se basan en razonamientos tan infantiles
como el de Gagarin y decisiones que tratan de responder a nuestros deseos,
previendo solamente los efectos inmediatos, porque nos es imposible penetrar en
el futuro, porque la extrema complejidad dinámica de la vida nos lo impide.
En nuestro encuentro con Jesús, lo que
hacemos es incluir a Dios en la ecuación de nuestra vida de una forma mucho más
consciente que en la simple práctica religiosa. Le sentimos en lo más profundo
de nosotros. María, nuestra bella durmiente, es despertada con un beso y
comienza a sentir los amores y las mercedes de la misericordia de Dios,
reflejada en que inicialmente, gracia a sus plegarias, sus planes le salen
bien, hasta que le dejan de salir bien. La cuestión radica en que, al ponernos
en manos de Dios, y decirle (de boquilla), que nos ponemos en sus manos, en
realidad, Él comienza a influir en el devenir de nuestras vidas; actúa según su
lógica, y no según la nuestra. Suavemente nos introduce en un modelo de
aprendizaje espiritual basado en enseñarnos a dejarnos amar por Él y,
ese proceso pasa por tener que aceptar que sus planes sobre nosotros difieren
de los nuestros sobre nosotros mismos. Y algo más.
Nosotros no incorporamos en nuestro
razonamiento ni en nuestras decisiones la extrema complejidad dinámica de la
vida, porque la desconocemos, pero Él sí la incorpora, porque sí la conoce y conoce cada una de las siete mil carambolas
que han de suceder para que su voluntad obre el beneficio que proceda en
nuestra vida. Pero lo único que vemos nosotros es que nuestros planes, los que
le hemos pedido, nos ayude, no han salido bien.
Si del Universo, de la vida en La Tierra
y de nuestro mundo, a penas sabemos una pizca, de Dios, no sabemos nada. Así
que si hasta en las cosas más domésticas, la complejidad dinámica nos
sobrepasa, en entrando en los dominios de Dios, la famosa nube del desconocer
anula completamente nuestra capacidad de saber.
La desilusión es inevitablemente útil
para tomar consciencia de que nuestra relación amorosa con Jesús exige el
abandono de nuestras exigencias. Todo pasa porque aceptemos la realidad del
“Fiat voluntad tua”, hágase tu voluntad. Porque aceptar esa “tu voluntad”,
inevitablemente nos obligará a aceptar que la nuestra, nuestra voluntad, pase a
un segundo plano, en la medida en que contraste con la suya. Y hemos de
comenzar a aceptar esa desalineación, resignándonos a que no se haga nuestra
voluntad, sino la suya. Y mientras tanto “guardar todas esas cosas en nuestro
corazón”.
Aceptar su voluntad, nos hace
experimentar, poco a poco, la Paz y el sosiego de esa música callada que supone
vivir el Plan de Dios, y sobre todo, aceptar su voluntad, tiene en nosotros el
efecto de sentir la potente violencia del vuelo del águila y sentir el aire y
el vértigo de volar a su grupa; e ir comprendiendo poco a poco que, más nos
vale dejarnos amar por Él, antes de querer nosotros meter la pata y
fastidiarla.
Y todo consiste en “poner a Dios en todo
lo que hagamos, para así poder verle en todo lo que nos suceda” coincida o no
con nuestros planes, hasta que estos, los nuestros, sean simplemente los suyos.
Esta es una filosofía de vida antagónica con el egocentrismo.
Por las umbrías gallegas
En adentrados en Galicia, el Camino deja de ser abierto, claro y
luminoso, aunque recto y desesperadamente plano, para convertirse en senderos
de infinitos toboganes de sube y baja, con alta probabilidad de ser brumosos,
con niebla y resbaladizas “corredoiras” por efecto de la pertinaz lluvia. Aquí
se hace imprescindible buscar las flechas amarillas, porque a veces, es la
única forma de saber que no nos hemos perdido, porque nuestra capacidad de ver
lontano, a veces no supera los veinte metros.
Es lo que tiene entrar en las profundidades de Dios, aventura que
es inútil, si lo hacemos con una mentalidad tan infantil como la de Gagarin (Jruschev), y ver que en la exosfera, más allá de la
Línea de Kármán, no está Dios.
Una jornada gallega envuelta en espesa niebla y con agotadores
toboganes, puede suponer una prueba mucho más dura que la tediosa etapa de
Carrión de los condes a Sahagún de 40 km. Porque es irritante no ver y tener
que estar buscando desojados las flechas amarillas para no perderte.
Pero a veces, esa flecha amarilla no aparece en nuestro horizonte, y
esos signos que esperamos de Dios callan.
A dónde te
escondiste, Amado, salí tras ti clamando y eras ido…
El clamor del alma
Uno podrá pensar que estos razonamientos son válidos en la esfera
religiosa, de los místicos muy subidos en la oración. Pero hasta el ateo más
recalcitrante, hasta el marxista más de libro, siente la desesperación de que
el Amado se esconda y le deje allí clamando como el ciervo herido.
Y es que, algo que sólo se descubre al haberlo pasado, es que
cuando el muro que separa la mente del alma, cuando Marta y María se ignoran,
aquella no es capaz de comprender ni tomar consciencia de lo que esta ni
necesita ni siente, y así, mientras Marta puede estar convencida de que Dios no
existe, porque ningún astronauta da fe de haberlo visto tras la Línea de Kármán,
María puede estar clamando porque el Amado es ido.
Esta es la gran tragedia del ser humano, la esquizofrenia
físico-espiritual que viven en su interior, razón por la que su vida se
convierte en un continuo “caminar por cañadas oscuras”. Y así, mientras el alma
clama por su Amado, Marta se tira de los pelos por no saber cuál es el último
decimal del número Pi o cuántos copos de nieve tiene una gran nevada. Y todavía
es más trágico aún es no tomar consciencia de que caminamos (todos) por cañadas
oscuras en esta vida. Así que la diferencia entre un ateo y un creyente, es ser
consciente de la oscuridad vital que nos envuelve a todos. Mientras aquellos
sólo creen que pueden contar con sus propios recursos, ignoran el sentido que
tienen las flechas amarillas, estos, son conscientes del valor que tiene
encontrarlas y seguirlas.
Es por eso por lo que, la fe no es sólo creer en algo,
aceptar y dar por cierto el sueño del Planeta, el sueño de la Iglesia, sino
confiar en Aquel en quien se supone creemos.
La mente puede llegar a creer, pero el alma confía. Si la mente
cree pero el alma no confía, de nada sirve la fe, salvo para dar discursos
vacíos, aunque dialéctica y teológicamente impecables.
Esto les pasa a los fariseos de comunión diaria, que diría mi
padre. Al menos eso sucedía en los años cincuenta y sesenta en el esplendor del
nacional catolicismo. Ahora no hay que ir a misa por el “qué dirán”, casi es
todo lo contrario.
La gestión de lo complejo
Y aquí volvemos al problema de la complejidad, atributo general de
los devenires de este mundo, pero aún más complejo en los devenires de la vida
interior.
Si para muchos puede ser desesperante no conocer el final del
número Pi, lo es mucho más no conocer el sistema de bifurcaciones que se
entrelazan en la vida, y que sólo Dios conoce, para desesperación de los ateos.
Y si algo impresiona de ser sorprendentemente complejo es la
“lógica de Dios”. Esta complejidad es aplicable a muchos aspectos de la vida,
pero uno que ha sido y es al menos para muchos de nosotros, desesperante, es la
comunidad de fe, las personas que supuestamente creemos en Jesús, versus los
que no creen. Que la cosa no es tan dicotómica como uno pudiera creer. Me
refiero a esa división maniquea entre “los unos y los otros”, entre los buenos
y los malos, entre fieles e infieles, creyentes y no creyentes, judíos y
gentiles, gitanos y payos, fachas y rojos. Es decir, ideologías levantadoras de
muros. Como dice Consuelo Martín, “la verdad une, pero la mentira separa”.
Todas las ideologías que nos obligan a levantar muros, a veces irreconciliables
entre seres humanos, por definición son falsas. Y si los humanos somos expertos
en levantar muros entre “nosotros, los nuestros” y “ellos, los otros”, donde ha
sido y es especialmente doloroso y sangrante es en la esfera religiosa.
Dicen que a lo largo de la Historia, más se ha matado en el nombre
de Dios que en el nombre del diablo. Puede que sea una exageración, pero esta
exageración revela, hasta qué punto las peleas religiosas (como las políticas)
han despertado los peores instintos.
Jesús vino a derribar estos muros, tirando por tierra todo aquello
que contaminara la relación del hombre con Dios y, mira, le mataron como un
malhechor, porque amenazaba a la casta sacerdotal de arruinarles el negocio
religioso. Y si sus seguidores formaron inicialmente comunidades de amor, como
manifiesta la “carta a Diogneto” (anónimo del año 158DC: https://www.primeroscristianos.com/carta-a-diogneto/),
con el tiempo, tal y como predijo el propio Jesús, la cizaña contaminó los
campos de trigo, convirtiendo a los cristianos en algo cada vez más alejado del
origen, con una jerarquía que se hizo dueña absoluta de vidas y haciendas.
La Iglesia católica está perfectamente dividida en línea y staff,
siendo el staff. El 1% de clero con sus reglas canónicas y la línea, el 99% de
personas mansamente dirigidas por el 1%. Pero ha sido tanta la influencia del
staff en la vida de los cristianos, que un día me dio por examinar el santoral
y me pude dar cuenta de que, más o menos,
del conjunto de santos canonizados, el 99% forman parte del clero y el
1% de los feligreses. Y por otro lado, el predominio del hombre sobre la mujer
también ha sido abrumador, con un 80% de santos varones sobre un 20% (más o
menos) de santas. En realidad este esquema se repite en todas las
organizaciones humanas (nobleza vs plebe, élite vs sociedad).
A lo mejor exagero (probablemente), pero sólo desde el Vaticano II,
la Iglesia ha reconocido que no solo cuenta el clero, sino también el pueblo.
Pero es por ese predominio aplastante del clero frente a los fieles, lo que ha
hecho identificar la palabra Iglesia con ellos, en vez de con todos. Esta
abrumadora deriva, calificada por el teólogo Juan Martín Velasco como
“eclesiastización de la fe”, en su libro “El malestar religioso de nuestra
cultura, 1993”, es lo que nos hace preguntarnos a muchos de nosotros, si
esto es lo que Jesús vino a implantar o no. ¿Vino a fundar una religión más? Es
decir, ¿dónde está la lógica de Dios en todo esto?
Cuando uno se da cuenta de que justamente el que iba a ser el
cabeza de la Iglesia, lo primero que hizo fue negar a Jesús tres veces y que
esas primeras comunidades sufrían continuas rencillas, como revelan “Los
hechos de los apóstoles” y que Pedro y Pablo, la verdad es que no se
aguantaban y, en general, que las luchas de poder se suscitaron desde el primer
momento, hasta desembocar en los lamentables cismas y desgarros que han
fragmentado el cristianismo en numerosas ramas, facciones y sectas y, el tronco
católico ha vivido muchísimos episodios de franca corrupción y, por último,
recordamos la parábola del trigo y la cizaña, está claro que Jesús contaba con
todo esto. Es decir, contaba con que su Obra y su Mensaje se la entregaba a
hombres y mujeres de carne y hueso y que su Comunidad de fe, tenía que recorrer
ella misma, como entidad, su propio Camino de Santiago, desbrozando constantemente
los campos de la maleza.
Así que en realidad estamos, en relación con la Iglesia, ante la
misma situación de cualquiera de nosotros ante la trascendencia, ante la
Eternidad. Y lo mismo que nos quía a los peregrinos a Santiago a recorrer el
Camino, es lo que guía a la Iglesia a recorrer su propio Camino como entidad.
Por eso nosotros, cada uno de nosotros, somos Santos de Dios, de la misma forma
que la Iglesia una, es santa, porque camina, a trompicones, pero camina;
envuelta en continuos escándalos, pero camina.
Dice Caroline Myss en su libro “Anatomía del espíritu”, que
el encuentro entre Oriente y Occidente en lo relativo a la espiritualidad, se
produjo a causa de dos hechos fundamentales y coincidentes en el tiempo, la
invasión del Tíbet por China y el Concilio Vaticano II. Lo primero provocó la
diáspora de los lamas y monjes tibetanos a Occidente y lo segundo provocó el
interés de Occidente por lo Oriental. De modo que finalmente, ambas tendencias,
de alguna forma se han encontrado y, no es que se haya producido un sincretismo
religioso, pero sí un encuentro que a muchos nos ha hecho ver que las
filosofías de la Era Axial y el cristianismo, ni mucho menos son opuestas, sino
que se conjugan de un modo excelente, hasta concluir que: “Uno sólo existe,
que los sabios llaman con diferentes nombres”.
Sólo cuando uno es consciente de que la Divinidad es verdadera si la
fe está basada en el amor y la misericordia (“porque tuve hambre y me
disteis de comer”) y es falsa cuando detrás sólo hay egoísmo (“porque
tuve hambre y NO me disteis de comer”) es cuando la ceguera impuesta por
las corrientes religiosas que anteponen las creencias al amor, desaparece y te
conviertes en ciudadano del mundo, cuando un cristiano, en la frontera, puede
abrazar a un musulmán o a un hindú y éste abrazar en su frontera a un judío o a
un católico. Y que todos somos uno, si el amor y la misericordia prevalecen
sobre las creencias religiosas.
El término “pagano” (habitante del campo) se empezó a utilizar por
la Iglesia, cuando tras la declaración del cristianismo como religión oficial
del Imperio, esta comenzó su difusión en las grandes ciudades, tardando mucho
más tiempo en llegar a las aldeas del campo, donde los “paganos” seguían con
sus creencias “falsas”.
Mientras no dejemos de dividir el mundo en dos (nosotros y ellos),
mal nos va a ir. Caminaremos a ciegas, porque todo este entramado de creencias
y de “modelos de realidad” son elaborados de la mente que sólo, el Camino y la
fatigosa lucha entre la mente (Marta) que se monta todas estas películas (con
la inestimable colaboración del “Sueño del Planeta”) y el alma (María), que
sólo ve por los ojos del Amado, tiene que desaparecer, como se les cayeron las
escamas de los ojos a San Pablo y darse cuenta de la obcecación en la que
vivía.
En suma, lo complejo es sólo tal y como la mente es capaz de ver el
Mundo. Lo complejo es consecuencia de esa “nube del no saber” (https://www.cartuja.org/wp-content/uploads/2017/07/La-nube-del-no-saber.pdf)
que nos obliga a imaginarnos cómo será la maquinaria del reloj sobre la base de
cómo se mueven las manecillas.
Al final, purificado el pensamiento de la mente y el corazón, todo
esta claro y sí…,
Si uno pudiera atravesar la Línea de Kármán y flotara en el Espacio
exterior, sería capaz de ver a Dios, de la misma forma que lo puede ver y
sentir aquí, en lo escondido del alma.
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este
blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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