En todas las tradiciones
religiosas antiguas (excepto el jainismo) aparecidas después del Neolítico es
común la teoría de que el ser humano es superior a los animales, porque posee
un espíritu distinto y singular capaz de reflexionar y razonar con una
semejanza a lo divino que no poseen los demás animales.
El judeo-cristianismo es el
responsable de esta teoría de superioridad. A lo largo de los siglos, salvo ciertas
voces discrepantes, ha sido así. Solo se ha puntualizado usarlos sin crueldad
gratuita, con el único objeto de no animar la misma crueldad contra los
humanos.
Curiosamente, a pesar de
las evidencias científicas que dicen lo contrario, se sigue afirmando que los animales
no sufren. Esta teoría viene de nuevo de raíces cristianas derivadas del
Génesis, donde se afirma que el sufrimiento solo es consecuencia del pecado
original.
En honor a la verdad, es
cierto que siempre han surgido en el Cristianismo voces discrepantes sobre lo anteriormente
expuesto. Nos consta de algunos santos, como Francisco de Asís, Martín de
Porres, Antonio Abad, san Roque y muchos otros… Y, sobre todo, destacando por
su singularidad, la postura firme del Papa San Pío V, que en 1567 promulgó una
bula anti-taurina rotunda, que actualmente sigue vigente, en el sentido de que serian
excomulgados de la Iglesia aquellos fieles que asistieran a espectáculos taurinos
y no serian enterrados en cementerios cristianos en caso de fallecimiento. A lo
largo de los siglos, algunas autoridades eclesiásticas la han recordado,
manifestando que la Iglesia continua condenando en voz alta, estos espectáculos
sangrientos, como en su día, lo hizo el Papa Pio V. Sin embargo, se siguen
celebrando corridas en homenaje a los santos locales. Y curas y párrocos
bendicen a toreros y colaboran en festejos brutales con los animales, en honor
de sus santos y vírgenes; siguen existiendo capellanes de toreros, así como
celebraciones de misas en mataderos. Demasiada incongruencia y ausencia de
rigor, que da lugar en algunas almas a la desorientación.
Sumergidos en esta cultura
estamos. Y forma parte de nuestras creencias más primigenias. Consciente o
inconscientemente, nos creemos los reyes de la Creación. Nos situamos en la
cima del Planeta.
Nos hemos identificado, con
imágenes y creencias vinculadas a la sociedad que nos rodea, nos sentimos tan
sumergidos en esta realidad que sin darnos cuenta las hemos elevado a la
categoría de Verdad. Así, poco a poco, se han ido creando patrones de vida individualista
ajena a nuestras raíces, a nuestra verdadera pertenencia a la Tierra y al Universo
creado en su conjunto. De esta manera, hemos ido perdiendo la consciencia de
nosotros mismos, nos distraemos y nos entretenemos en aspiraciones
materialistas que, día
a día, nos separan de nuestra verdadera realidad y nos convierten
en objetos de mercado, imbuidos en un mundo de ilusiones ficticias que se va
retroalimentando.
Y he aquí que ha sido
creado el humano consumista, cargado de soberbia, que se cree el rey de la Creación
y única realidad inteligente existente, que piensa las demás criaturas del
Universo están a su servicio para explotarlos a su conveniencia, sin respeto
alguno por su sufrimiento y por sus vidas. Qué el medio natural es una realidad
ciega y el único foco de luz, es la mente humana que debe poner cauces
“racionales” al mundo natural.
Como consecuencia,
partiendo de esta ignorancia inconsciente, el debido respeto sagrado a la Tierra,
a sus ciclos y a sus ritmos, a nuestro cuerpo, a las plantas, a los animales,
al cielo, al agua, al aire, a las piedras… no existe, pues se percibe el medio
natural como un vasto campo neutro, carente de significado intrínseco, que por
tanto podemos manipular y explotar a nuestro antojo.
Esta arrogancia, tan miope
y torpe, es consecuencia de la gran capacidad de destrucción de nuestra civilización
y la criminalización de los animales, nuestros hermanos sintientes.
Tal vez, nuestro error
principal es nuestra excesiva inconsciencia, que nos hace olvidar que
absolutamente todo es expresión de la Inteligencia Universal, que es el
entramado mismo de todo lo existente. Por ello, cuando el ser humano alcanza un
determinado nivel de consciencia, contempla la existencia con una mirada muy
distinta.
Siente que es lo mismo que
cualquier cosa existente, procede de la misma fuente, tiene las mismas
partículas, está hecho de la misma luz… y no es mejor que nadie, ni nadie mejor
que el, pues están hechos de la misma sustancia. En este plano de evolución,
quedamos absortos y maravillados ante el mundo que nos rodea, escuchamos la
Inteligencia Universal que nos habla continuamente a través del Todo. Parece
que estamos vinculados en una unidad en la que cada aprendizaje individual
supone una ventaja evolutiva para la especie; y que existe un campo mental
planetario que une todas las especies en general y cada una en particular.
El doctor David R. Hawkins,
pionero de la medicina y de la investigación de la consciencia, explica en su
libro Trascender los niveles de consciencia
que “el campo intemporal de la consciencia es permanente y, por tanto, registra
todo lo ocurrido dentro del tiempo/espacio/evolución (…) Este campo infinito es
omnipresente, omnipotente, omnisciente, y solo puede ser identificado como el
absoluto (…) Todo en el Universo, incluyendo un pensamiento pasajero, queda
registrado para siempre en el campo intemporal de la Consciencia, que esta
igualmente presente por doquier”.
Desde esta mirada, quienes
entienden a los animales como parte de este Todo, donde la energía fluye de una
vida a otra, sienten la necesidad no solo de protegerlos y respetar sus vidas,
sino también de ofrecerles el más puro amor. Y como consecuencia, observar todo
lo animado con un respeto reverencial, sagrado y amoroso.
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Autora: Ruth Santiago Barragán (luzdehuma@gmail.com)
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