Me he ido quedando solo en
medio de la algarabía, apaciblemente alerta en el tumulto desconcertado que
corre sin saber hacia donde. Me he ido quedando acompañado por la soledad de
todos, rodeado por los miedos de la gente, teniendo por momentos la ridícula
percepción que soy un humilde cardo borriquero en un bancal de habichuelas, Y
hasta siento vergüenza de mis incurables ganas de tenderme boca arriba en la
hierba y mirar el cielo, de repartir abrazos y hacer una fiesta.
Me he ido quedando solo con
la música, me he atrevido, incluso, a abrir la puerta a la tristeza, decirle
que pase y me ayude a escribir un poema.
Me he ido refugiando
egoístamente en los atardeceres, en esas diminutas flores que brotan en los
parques.
A mi lado la gente respira
y se afana, viven jugando a la gallina ciega y se matan a cabezazos contra las
farolas. Me han dejado las puertas de sus casas abiertas de par en par, si
quiero puedo entrar y robar sus pertenencias, puedo llevarme el coche y lo que
quiera, pero han puesto tantos cerrojos en el corazón, que sólo logro compartir
una pulsación de fe, un cuanto de esperanza con muchos menos de los que
quisiera… Y las estrellas siguen brillando en los ojos de la gente, y cada
noche salen mil expediciones de mariposas a quemarse las alas en las farolas de
la ciudad, deslumbradas por el engaño de las formas.
Me he ido quedando solo en
mi barca, mientras los hombres le declaran la guerra al desamor.
Me he ido quedando dueño
del patrimonio que abandonan en la huida: un teclado obediente, música del
alma, ideas y palabras que buscaban la divinidad de un hombre para
materializarse y una madrugada que me acuna en su vientre, me enamora y me
posee para que el amor no muera.
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Autor: José Miguel Fernández Nápoles (josemiguelvale@gmail.com)
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