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¿Estamos tan cerca del Apocalipsis como parecen indicar las cinco grandes religiones del mundo?
El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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¿Estamos tan cerca del Apocalipsis como parecen indicar las cinco grandes religiones del mundo?
Presentación
Mientras los cristianos y
los seguidores del islam esperan la inminente segunda venida de Cristo, los
hinduistas están convencidos de que la “última Edad” o, lo que es lo mismo, el
preludio del final de los tiempos, está a punto de culminar. Una creencia que
comparten con los budistas, según los cuales nos hallamos en el período
fatídico en el que su religión morirá o sobrevivirá como un auténtico
“fantasma”. En el judaísmo, muchos identifican la “herejía del reino” anterior
a la llegada del Mesías de la que habla el Talmud con el actual estado de
Israel. ¿Estamos tan cerca del Apocalipsis como parece indicar la tradición
apocalíptica de las cinco grandes religiones del mundo?
“Escatología”, literalmente
la “ciencia de las últimas cosas”, es un término que puede referirse a varias
cuestiones: la muerte del individuo, su destino particular en el otro lado, el
final de este mundo o ciclo de manifestación o la renovación de la vida y la
existencia tras el final universal. En este artículo trataremos solo las dos
últimas acepciones del término: el Apocalipsis o, expresado de una forma
platónica, la reabsorción de las formas en sus arquetipos y la remanifestación
de esas formas en la Edad de Oro del ciclo siguiente.
Fundamental para la
comprensión de estas cuestiones es la doctrina de los ciclos. Esta doctrina es
justamente lo contrario a la creencia de nuestros contemporáneos en lo que se
ha venido a llamar progreso o evolución. Según la doctrina de los ciclos, el
devenir humano no se desarrolla de forma lineal, como comúnmente se cree, sino
cíclica. La sucesión de las edades constituye el proceso de descenso cíclico,
que es lo contrario de la concepción moderna: la humanidad no sigue una línea
ascendente de progreso, sino una evolución descendente que culminará con un
cataclismo apocalíptico purificador. Para la práctica totalidad de las
tradiciones espirituales, el período que precede al cataclismo que debe
destruir o “depurar” a la humanidad actual está marcado por desórdenes que son
signos anunciadores de su final. Dios, o los dioses, no pueden destruir más que
las sociedades que se han alejado de su función, que han transgredido la ley
natural. En este artículo vamos a tratar de resumir de forma sucinta las
tradiciones apocalípticas de cinco religiones o tradiciones espirituales
–hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo e Islam– para que podamos comprobar
las sorprendentes analogías y similitudes existentes entre ellas.
Hinduismo: Al borde de la Edad Oscura
Los textos hindúes
conocidos como Puranas fueron
compuestos entre los siglos IV y XVI, aunque con seguridad recogen tradiciones
mucho más antiguas. Entre los dieciocho Puranas
mayores, los seis dedicados al dios Vishnú son los que contienen la doctrina
hindú de los ciclos cósmicos, así como las predicciones sobre el advenimiento
de Kalki Avatara, la décima manifestación terrestre de Vishnú, al final del
Kali Yuga o Edad Oscura.
Una humanidad como la
nuestra se desarrolla en un gran período que en la terminología hindú se
denomina Manvantara y que abarca 64.800 años. Esta etapa se divide en cuatro
edades o yugas, que corresponden exactamente a las edades de la tradición grecolatina:
Edad de Oro, Plata, Bronce e Hierro. Según la doctrina hindú de los ciclos, hoy
en día nos aproximamos al final de la última edad, caracterizada por los
conflictos, las guerras, la inversión de los valores tradicionales, la
aparición y puesta en práctica de sistemas de pensamiento y sociales aberrantes
y la colocación del saber científico en manos irresponsables. Las razas y las
castas se mezclan y la nivelación siempre es preludio -y consecuencia- de la
muerte.
Según el Linga Purana, “los bajos instintos
estimularán a los hombres de la Edad Oscura. Los libros sagrados ya no se
respetarán. Los ritos serán descuidados. En la Edad Oscura se extenderán las
falsas doctrinas y los escritos engañosos. Los hombres no tendrán principios
elevados y serán irritables y sectarios. El número de príncipes y agricultores
disminuirá gradualmente. La mayor parte de los nuevos señores no será de origen
elevado. Los hombres de bien renunciarán a tener un papel activo. Se matará a
los fetos en el vientre de sus madres y se asesinará a los héroes. Muchas serán
las mujeres que tendrán relaciones con varios hombres. Hombres viles que habrán
adquirido un poco de ciencia serán honrados como sabios. Los hombres no tendrán
alegrías ni placer, y muchos se suicidarán. Ya no se respetará más el linaje de
los ancestros. Sufriendo de hambre y de miseria, tristes y desesperadas, muchas
poblaciones pobres emigrarán hacia los países en los que crece el trigo y el
centeno”.
Los Puranas indican también que, al final del Kali Yuga, este proceso
se acelerará hasta la aparición de Kalki, el sacerdote-guerrero –su nombre
viene a significar “aquel que hace desaparecer la suciedad del mundo”–. Nacerá
en el seno de un linaje sacerdotal, en la ciudad de Shambhala y en la
iconografía hindú casi siempre se le representa cabalgando sobre un caballo
blanco y en actitud belicosa. Kalki deberá, al término de este período,
aniquilar a los perversos, manifestar de nuevo la Tradición en su integridad e
iniciar una nueva Edad de Oro, hasta el punto de que, según el Vishnu Purana, “los hombres que sean
cambiados en virtud de ese tiempo particular (el Kali Yuga) serán como la
semilla de los nuevos seres humanos, y traerán al mundo una raza que seguirá
las leyes de la Edad de la pureza”. Según la tradición, Kalki recorrerá la
Tierra al frente de su ejército y, tras acabar con los demonios Koka y Vikoka (los
Gog y Magog de la Biblia y de la
tradición islámica), se enfrentará, en la gran batalla del final de los
tiempos, al demonio Kali, el “Anticristo” de los Puranas, en la ciudad de Bishasan, lugar aún sin identificar.
Budismo: En la era del olvido
La doctrina budista del
tiempo cíclico es claramente ahistórica. El budista concibe el tiempo cíclico
con una visión más horizontal que el hinduista, como el ascenso y la caída de
un vastísimo océano eónico agitado por las olas. Así, la capacidad del Cosmos de
recibir y asimilar la Verdad crece y decrece de forma periódica. En cualquier
caso, la mayoría de los budistas están de acuerdo en que hoy nos encontramos en
“los últimos quinientos años del Dharma”, en el período final en el que el
budismo morirá o sobrevivirá solo como una sombra de lo que fue. Según el sutra
(texto sagrado budista) Pitaka, las
“diez actitudes morales de conducta” desaparecerán y la humanidad seguirá “los
diez conceptos inmorales”, es decir, el robo, la violencia, el asesinato, la
mentira, el lenguaje inapropiado, el adulterio, la charlatanería, la mala voluntad,
la codicia y la lujuria.
Algunos comentaristas son
aún más precisos. Budhaghosa predijo en el siglo V una desaparición gradual de
la doctrina. En una primera etapa no habrá más arhats (discípulos perfectos) en
el mundo. Después desaparecerá el contenido de las enseñanzas del Buda y solo
sobrevivirá su aspecto exterior, que también terminará desapareciendo. Durante
la etapa final no quedará ni siquiera el recuerdo de Buda y sus reliquias serán
destruidas. Este período finalizará con una guerra total antes de la llegada de
Maitreya, el Buda futuro, el último Buda de este ciclo de manifestación.
Maitreya aparecerá durante el reinado de un monarca universal, un chakravartin,
es decir, “aquel que hace girar la rueda de la Ley”. Será anunciado por
Kasyapa, uno de los discípulos de Sidharta Gautama, el buda Shakyamuni o Buda
histórico, que, según la tradición, permanece en un estado de “animación
suspendida” en el mundo invisible. Al final de los tiempos, aparecerá en el
mundo físico de nuevo para ser el heraldo de Maitreya.
La escatología budista
tibetana difiere en algunos aspectos de la de otras ramas del budismo. Dice el Shambhala Smoulan: “Sin miedo, en medio
de tu ejército de dioses,/ entre tus doce divisiones,/ cabalga a lomos de su
caballo./ Empujas tu lanza/ hacia el pecho de Hanumanda [el equivalente
tibetano del Anticristo],/ ministro de las fuerzas del mal/ alzadas contra
Shambhala./ Y el mal será destruido”.
Shambhala es el nombre de
una ciudad y una región “hacia el Norte” en la que, según la tradición, se
originó la doctrina del budismo tibetano. Al final de este ciclo de la
humanidad, cuando la religión y la moral hayan degenerado y “la Tierra se haya
enfriado”, la ciudad de Shambhala será el único lugar de la Tierra en el que
las enseñanzas del Buda se mantengan. Pero cuando la creciente corrupción del
mundo exterior alcance “los muros de la ciudad”, el rey de Shambhala saldrá a
combatir al líder de las fuerzas del mal y acabará con él. Tras la destrucción
del mal, el budismo será renovado y durará aún mil años más. Después tendrá
lugar el fin del mundo, que se producirá primero por medio del fuego, después
por el viento y, finalmente, por medio del agua. Muy pocos seres humanos
sobrevivirán, refugiados “en las copas de los árboles y en las simas” (es
decir, simbólicamente hablando, en virtud de su “altura” y su “profundidad”
espiritual). Los dioses vendrán del paraíso Ganden y se llevarán a estos
hombres con ellos, que recibirán enseñanzas espirituales y se volverán
inmortales. Finalmente, cuando el viento bata de nuevo el océano de leche y el
Universo sea creado otra vez, estos seres iluminados de los días del fin,
salvados del ciclo anterior de manifestación, serán las estrellas en el nuevo
cielo.
Resulta curioso constatar
que, según el budismo tibetano, cuando llegue el fin de los tiempos, Lhasa, la
capital del Tíbet, “estará cubierta por las aguas”.
Judaísmo: Mesías futuros, ocultos y “desdoblados”
En la apocalíptica judía
hay una palabra clave: Mesías. Su figura, más o menos velada, aparece a lo
largo de la literatura espiritual de esta tradición tanto canónica como
apócrifa. Esta figura será un rey de la casa de David o un sacerdote del linaje
de Leví o de Aarón que acabará con los enemigos de Israel y establecerá un
reino de paz. La era mesiánica es vista como una total renovación, o
restauración, de la vida terrestre tal y como Dios quiso que fuera al principio
de la Creación. La luz de Dios irrumpirá desde una fuente trascendente,
destruirá la historia y la transformará por completo.
Las tradiciones describen
la atmósfera que precederá la llegada del Mesías como un tiempo de guerras
mundiales, revoluciones, epidemias, hambre y catástrofe económica, apostasía y
olvido de Dios, subversión de toda moral hasta el punto de ir en contra de las
leyes naturales, etc. En el tratado Sanhedrín
del Talmud se nos dice que “el hijo de David no vendrá hasta que el reino
se haya subvertido en herejía”. No son pocos los que han interpretado esto como
una predicción de que el genio judío se desarrollaría en direcciones
aberrantes, como la representada por el actual Estado de Israel.
Paradójicamente, el tikkun
mesiánico, la “restauración universal” tal y como la describe la Cábala, solo sucederá cuando, merced al
trabajo espiritual de los seres humanos, todas las chispas dispersas de la
Shejiná (la presencia divina) se reúnan de nuevo y los “vasos” que se rompieron
en el momento de la Creación, al no poder soportar el flujo del poder de Dios,
sean restaurados. De hecho, el tratado Sanhedrín
del Talmud nos dice que el Mesías vendrá solo “en una generación
completamente inocente o completamente culpable”.
Según algunas tradiciones
de la Aggadah, el Mesías ya está entre nosotros. Nació el día en el que el
segundo templo fue destruido (en el año 70 d.C.) y ha permanecido oculto hasta
nuestros días. En una tradición del siglo II, el Mesías aparece residiendo
secretamente en Roma. En ocasiones su figura se muestra desdoblada: habrá un
mesías “hijo de José” y otro mesías “hijo de David”. El primero morirá en el
combate escatológico, derrotado por una figura equivalente a la del Anticristo
cristiano, que a su vez será finalmente derrotado por el mesías “hijo de
David”. Por otra parte, según el comentario al profeta Habacuc que se encuentra
entre los manuscritos del Mar Muerto, el mesías sacerdotal del fin de los días
será alguien que abarque pasado, presente y futuro, y por tanto será capaz de
interpretar las visiones de los antiguos profetas de la humanidad.
Una interesante predicción
sobre el final de los tiempos es la del rabí Israel de Rizhin (1797-1850),
quien dijo que “en los días del Mesías, el hombre ya no se peleará con su
compañero, sino consigo mismo”. Más enigmático si cabe es otro de sus augurios:
“El mundo mesiánico será un mundo sin imágenes en el que la imagen y su objeto
no podrán relacionarse más”
Cristianismo: Apocalíptica segunda venida
La palabra clave en la
doctrina cristiana del final de los tiempos es, sin duda, “parusía”. Este
término griego, que significa literalmente “presencia”, aunque también
“venida”, alude a la segunda venida de Cristo a la Tierra. San Agustín hace en
su obra La ciudad de Dios un resumen
de los acontecimientos de la escatología cristiana: el profeta Elías regresará
a la Tierra, los judíos creerán en Cristo, el Anticristo perseguirá a los
creyentes, Cristo regresará en gloria para juzgar a los hombres y tendrá lugar
la resurrección de los muertos y la separación entre los justos y los malvados.
Después, el mundo será consumido y renacerá renovado.
Junto con el Apocalipsis, el texto de la Biblia del que el cristianismo ha
extraído la mayor parte de la información sobre el final de los tiempos es
quizá el Libro de Daniel. Las
impresionantes visiones de las “cuatro bestias”, simbolizando otros tantos
“reinos”, han originado numerosas interpretaciones desde los primeros siglos
del cristianismo hasta nuestros días. En sus páginas, los exégetas han
vaticinado el retorno de los judíos a Tierra Santa y la restauración del Templo
de Jerusalén, en el que el Anticristo será reconocido por los judíos como el
Mesías. Esto provocará una gran apostasía en la que la mayoría de los
cristianos abandonarán su fe.
Por otro lado, la
convicción de que el Anticristo será de origen judío –más concretamente, de la
tribu de Dan– fue algo casi unánime entre los padres de la Iglesia. Como
también lo fue la identificación de los profetas Enoc y Elías –los dos únicos
hombres que según la Biblia no han muerto, sino que han sido trasladados por
Dios a un lugar desconocido– con los dos “testigos” que aparecen en el Libro del Apocalipsis. Enoc y Elías
regresarán para desenmascarar al Anticristo y sufrirán martirio a manos de
este. Tras esto comenzará la Gran Tribulación. La Bestia pondrá su marca en
todo aquel que se someta a ella y esclavizará al mundo entero. Según el texto
bíblico, la batalla final tendrá lugar en Meguido, en el norte de Israel.
Los pueblos de Gog y Magog,
aliados del Anticristo, serán destruidos por fuego proveniente del cielo y el
mayor terremoto de la historia de la Tierra tendrá lugar. Tras una devastación
a escala mundial, no total –pero sí de proporciones cataclísmicas– ni tampoco
definitiva, pues se tratará de algo que sucederá “antes del Fin” –aunque el Fin
ya no tardará–, hay razones para anticipar un “enderezamiento antes del final
del ciclo”. Este se basa en la profecía que aparece en Mateo 24 relativa a la
“tribulación como no ha tenido lugar desde el inicio del mundo”, en cuyo
versículo 22 se especifica: “Y si aquellos días no se abreviasen, no se
salvaría nadie, pero en atención a los elegidos se abreviarán esos días”.
Después el arcángel Miguel derrotará al dragón, Cristo descenderá de los cielos
y, tras él, lo hará la Jerusalén celestial. Tras la resurrección de los muertos
y el Juicio Final, habrá “un cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer
cielo y la primera Tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apocalipsis
21.1).
En torno al año 1800, San
Nilo reveló que el Anticristo nacería “sin haber sido sembrado por un hombre”.
Hay quien ha visto en esto una referencia a que será concebido por inseminación
artificial o mediante manipulación genética, como un remedo grotesco de la
concepción milagrosa de Cristo.
Islam: La religión del final de los tiempos
El islam es, posiblemente
más que ninguna otra, la “religión del final de los tiempos”, ya que se ve a sí
misma como la última revelada por Dios a la humanidad. Será, por tanto, la que
“traiga el Apocalipsis consigo”, puesto que se sitúa al final de la historia,
previa a la última etapa, que en el Corán recibe el nombre genérico de “la
Hora”. Numerosas azoras (capítulos) del Corán,
libro sagrado de los musulmanes, hablan del día del Juicio, como la titulada El oscurecimiento: “Cuando el sol sea
oscurecido,/ cuando las estrellas pierdan su brillo,/ cuando las montañas sean
puestas en marcha…”, o la titulada La
hendidura: “Cuando el cielo se hienda,/ cuando las estrellas se dispersen,/
cuando los mares se desborden…”.
Pero los signos de “la
Hora” aparecen mayoritariamente en los hadices, las palabras de Mahoma, el
profeta del islam, recogidas en las compilaciones tradicionales: la luna se
partirá en dos, los árabes construirán altos edificios en el desierto o las
mujeres vestirán como los hombres y los hombres como las mujeres, entre otros.
El Corán también predice un terremoto
equivalente al que aparece en el Libro
del Apocalipsis. Gog y Magog, las fuerzas del inframundo, penetrarán por
las “fisuras” de la Gran Muralla que protege nuestro mundo y se extenderán por
la Tierra, devastándola.
La escatología islámica
comparte con la cristiana la creencia en la segunda venida de Cristo. Según el
hadiz, Cristo será el encargado de acabar con el Anticristo, que en el islam
recibe el nombre de Dajjâl (mentiroso). La tradición dice que tendrá un solo
ojo y en su frente llevará escrita la palabra kâfir (impío), que todo el mundo
podrá leer “aunque sea analfabeto”. Su llamada proclamando su divinidad se oirá
en todos los rincones de la Tierra. Confundirá a la mayoría de la humanidad con
sus prodigios, hasta que Jesús acabe con él. Este descenderá para este fin en
Damasco. Esta tradición se mantiene viva en esta ciudad siria, donde el
minarete oriental de la célebre mezquita de los Omeyas, identificado con el
minarete blanco de Damasco del hadiz, es conocido como “minarete de Jesús”.
Además de Jesús, los
musulmanes también esperan la llegada del Mahdi (“el bien guiado”), un ascendiente
de Mahoma que aparecerá “cuando los corazones se hayan endurecido y la Tierra
esté llena de maldad”. El Mahdi “llenará la Tierra de equidad y justicia, como
había estado llena de injusticia y opresión”. Aparecerá al final de los
tiempos, “cuando el Sol salga por Occidente”. Como el Cristo del Apocalipsis
cristiano, el Mahdi se caracterizará por su justicia inflexible y su rigor,
aunque no será su labor juzgar, sino restablecer el sentido de lo sagrado. Su
función será universal y restaurará el sentido original y auténtico de la
religión, aunque vendrá, no lo olvidemos, con una espada en la mano. Su reino
durará 19 años y algunos meses. Los hadices hablan de signos del final de los
tiempos como la Luna partiéndose en dos, los árabes construyendo altos
edificios en el desierto o las mujeres vistiendo como los hombres.
Igualmente, los hadices nos
hablan de una futura situación de naturaleza bélica que tendrá lugar en Oriente
Próximo, al parecer entre el islam y el mundo occidental, que recibe en estas
tradiciones el nombre de Rûm. Ciudades como Basora o Damasco, entre otras,
parecen desempeñar un papel destacado en los momentos del fin, previos a la
aparición del Anticristo.
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