TALLER DE ESPIRITUALIDAD PARA BUSCADORES
(Se publican en el Blog las entradas correspondientes a los distintos Módulos que configuran el Taller conforme éste se va desarrollando para l@s que lo siguen de manera presencial, comenzando el sábado 6 febrero y concluyendo el domingo 16 de mayo de 2010)
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Taller de Espiritualidad para Buscadores:
+ Módulo 1: Ver entradas del sábado 6 y domingo 7 de febrero.
+ Módulo 2: Ver entradas del sábado 13 y domingo 14 de febrero.
+ Módulo 3: Ver entradas del sábado 20 y domingo 21 de febrero.
+ Módulo 4: Ver entradas del sábado 6 y domingo 7 de marzo.
+ Módulo 5: Ver entradas del sábado 13 y domingo 14 de marzo.
+ Módulo 5: Mente, momento presente y práctica del ahora (continuación)
Sábado 20 de marzo:
38. Las dos dimensiones del momento presente.
39. “Espacio” y nueva interacción con la vida.
40. Una sencilla práctica.
41. Otra práctica elemental y espiritual.
Domingo 21 de marzo:
42. Consciencia del Yo Soy y no oponerse a la vida.
43. Actuar en las dos dimensiones.
44. Ojos nuevos para otro mundo mejor posible.
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38. Las dos dimensiones del momento presente
Para adentrarnos en la dimensión profunda del ser humano y su relación con el ahora, es crucial que primero reconozcamos y desvelemos interiormente las mentiras que han sido sintetizadas y por las que ha discurrido nuestra vida. Este reconocimiento es la llave que abre el acceso a esa otra dimensión: adquiramos consciencia del contenido y consecuencias reales de las mentiras reseñadas y convirtamos esa consciencia en la llave que conduce a nuestra dimensión más profunda. ¿Cuál es la puerta en cuya cerradura hay que introducir la llave?. La puerta es la esencia subyacente del momento presente. Veamos por qué.
Como ya se ha resaltado, el momento presente es el único sitio donde la vida existe. La vida llena y abundante es la eterna, la que no está sujeta al tiempo, un continuo momento presente en el que lo eterno se desenvuelve. Nuestra dimensión profunda se encuentra donde el ego nunca la buscaría: en el aquí y ahora. No obstante, el momento presente cuenta también con dos dimensiones: la superficial y cambiante; y la subyacente y fija.
La primera es la forma del momento presente, sus contenidos percibidos por nuestros sentidos. Y es cambiante. De un momento a otro varían los sonidos, silencios y ruidos; las luces y las sombras; la respiración y otras facetas corporales; las circunstancias personales y del entorno; las situaciones, lugares y paisajes; los estados de ánimo; la temperatura y la climatología; los olores y lo que el tacto toca; los pensamientos que transitan por la mente; los sentimientos y emociones; etcétera.
La segunda, la esencia subyacente por debajo de las formas, es la existencia, la vida misma, que siempre es ahora y nunca será no ahora. La existencia es “ser” y “ser” es ahora; no cuando fue, ni cuando será; no es un pensamiento o un objeto mental. Es el ahora; es “Ser”; es lo “Real”.
El ego, en su pilotaje automático, transitando entre creaciones mentales, ni sabe en qué consiste la esencia subyacente del momento presente. Sólo reconoce su aspecto superficial, la forma del ahora, que muta cada día, cada hora, cada minuto e, incluso, cada segundo. Por ello, el pequeño yo cree que es el propio momento presente el que se transforma de momento en momento. Casi ni existe, llega a pensar, dada su volatilidad, oscilando entre el momento que ya ha pasado y el que después vendrá.
Pero hay una esfera no superficial del momento presente que escapa a la comprensión del ego. Valga el ejemplo de un río, verbigracia el muy milenario Guadalquivir, el Baetis o Beitis de antes de los tartesios, que fluye desde tiempos remotos por tierras andaluzas. El falso yo, sentado a su orilla, sólo atiende a las formas y observa el curso de sus aguas, que en un punto concreto varía a cada momento o baja más o menos caudaloso. Es incapaz de entender que el río, por encima de tales cambios, es el río; que el Guadalquivir existe y es con independencia de las formas que adopte, más allá del discurrir de sus aguas, de las modificaciones de su caudal y del transcurrir del tiempo.
Lo mismo ocurre con el ser humano, que, como el momento presente, cuenta con una dimensión superficial, su forma percibida por los sentidos, y otra subyacente. La primera es la persona temporal, cuya fisonomía y circunstancias mutan a cada momento y cuyo fin, al cabo de unas pocas décadas, se halla en el cementerio. Allí serán enterrados o quemados todos sus anhelos, dramas, temores, ambiciones, éxitos y fracasos; allí quedará su forma reducida a polvo o ceniza. Por el contrario, la esencia subyacente no sabe de variaciones ni de muertes. Es inalterable, es la existencia, es el ser; el verdadero Yo, no el falso y pequeño yo; lo único real.
Contemplar lo transitorio y efímero del momento presente -sea de un río o de un ser humano- es una buena manera no sólo de percibir la forma, sino, igualmente, de percatarse de la esencia subyacente: el ser; el ahora ajeno a las formas y sus modificaciones. Se “es” en el ahora, en el momento presente. La forma de éste sí se transforma continuamente, pero sólo la forma. Por debajo del cambio hay algo que no tiene forma. Y ese algo no es “algo”; es sólo algo cuando pensamos en él y pretendemos llevarlo al mundo del ego. Pero, realmente, carece de forma, no es un objeto mental: es Ser, Existir, este momento, ahora.
No se puede ir más allá de este punto con el entendimiento. De hecho, ni hace falta ni es conveniente. Paramos el ajetreo incesante de los pensamientos, nos contemplamos a nosotros mismos y sentimos internamente que ser es existir y existir es ser. ¡Ya está!. Ni más, ni menos. No necesitamos pensar en que existimos y somos. Se trata, sencillamente, de tomar consciencia de ser, de existir. La mente está a nuestro servicio, no al revés; la mente está al servicio del ser, no a la inversa. Y ser conlleva atributos y potestades que pierden su esencia -se desnaturalizan- si son mentalmente tratados. Ser, existir, no precisa de racionalización alguna. Cuando intentamos situarlo al nivel del entendimiento lo convertimos mentalmente en “algo”, lo empaquetamos en un objeto mental; y desvirtuamos de modo lamentable su esencia y entidad. Si lo nombramos, clasificamos y etiquetamos, ya no es real, sino una interpretación mental que nada tiene que ver con lo real.
39. “Espacio” y nueva interacción con la vida
Por todo lo visto, hay una estrecha ligazón entre el momento presente -su forma y su dimensión subyacente- y la esencia subyacente del ser humano. Es obvio que si el momento presente existe, con sus dos dimensiones, es porque Yo existo. Si Yo no existiera, no habría momento presente ni en su forma ni en su fondo.
Verbigracia, si usted está aquí y ahora leyendo estas palabras -sentado en un sitio u otro, solo o acompañado, en silencio o no, con una temperatura mayor o menor, luciendo el sol o lloviendo,…- es porque usted “es” (ser), porque existe. Si no existiera –ser, lo subyacente- no habría este momento de lectura en ninguna de sus posibles y cambiantes circunstancias -la forma-. Y cuando termine de leer o haga un descanso, la forma del ahora será distinta a la del momento en el que inició la lectura o la del momento actual. Sin embargo, “algo” no habrá cambiado: el hecho de que usted es y existe.
Por tanto, el momento presente está absorbido en el Ser. Es en el Ser en donde existe la dimensión profunda del momento presente, su esencia subyacente y fija, la existencia, la vida. Y también es en el Ser donde existe la dimensión superficial y cambiante del ahora -su forma, sus contenidos-. Por ello se puede afirmar que el Ser es el “espacio” en el que emanan las formas del momento presente.
Para que exista el momento presente en sus dos dimensiones es imprescindible que Yo exista. Y este hecho tan obvio nos acerca espectacularmente al Yo verdadero, al que es y existe más allá de las formas cambiantes del continuo momento presente. Más allá de lo variable y mutable que hay en nuestra vida actual o, incluso, en la cadena de vidas que podemos transitar en nuestra encarnación en el plano humano, hay “algo” que no cambia: el hecho de que Yo existo; y de que si no existiera, todo lo demás tampoco existiría, pues mi Ser es la referencia obligada para que exista todo lo demás que muta y se transforma de un momento a otro. Mi dimensión subyacente –ser, existir- es la esencia de la dimensión subyacente del ahora, del momento presente. Y conforma el espacio en el que el momento presente se desenvuelve
Este hecho es de enorme trascendencia para la vida cotidiana de cualquiera de nosotros y son muchas y muy notables sus implicaciones en nuestra existencia, en el ahora. Al ego le parece una locura, pero hay que volver a subrayar que la única demencia es la suya cuando intenta filtrar todo por el único plano que él conoce, el mental. Pero lo real es el Ser, el Yo verdadero. Y su existir explica el momento presente en sus dos dimensiones. El Ser es el espacio en el que surgen las formas del ahora.
El Ser es la consciencia misma que permite afirmar “soy el que soy”. Todo lo demás es consciencia de objetos. La consciencia del Ser significa estar concentrado en Ser; existir en alerta y en el único sitio en donde la vida es posible: el ahora. El ahora es el Ser y en su espacio surgen las formas del momento presente, aunque el Yo verdadero esté más allá de las formas y no se llene de sus contenidos.
40. Una sencilla práctica
Para vislumbrar lo que significa Ser sirve un sencillo ejercicio. Basta con dejar un lapso entre dos pensamientos de los que bullen en nuestra mente. Concentrémonos e intentemos que haya un instante, uno sólo, por pequeño que sea, entre ambos. Cada uno de estos pensamientos es un objeto mental. El lapso que conscientemente dejamos entre ellos es la presencia del Ser, el Yo verdadero. Los pensamientos van y vienen incluso cuando dormimos. En el lapso en el que los interrumpimos radica la consciencia: estar muy despierto sin nombrar o interpretar el momento. Simplemente, quietud en alerta. Una quietud que está presente, igualmente, en el movimiento, en la acción. Para el Yo verdadero, la quietud es movimiento y el movimiento es quietud.
Y los seres humanos estamos en condiciones de lograr que en nuestra vida la consciencia que percibimos durante el referido lapso sea no sólo un corto instante entre dos pensamientos, sino que florezca e impregne toda ella, de modo que el Yo verdadero coja las riendas, en lugar del ego, y que la mente esté a nuestro servicio, no al revés. En realidad todo consiste en ser consciente de que Yo soy, de que existo, y de que mi ser y existencia es tanto la dimensión subyacente del ahora –inmutable, inalterable- como el espacio en el que surge y se despliega la forma del momento presente –mutable, variable-. Y con esta toma permanente de consciencia se produce la conexión entre nuestro Yo profundo –interior, eterno y situado más allá de la mente- y el mundo y circunstancias que nos rodean –exterior, efímero y mental-, que quedan así bajo el mando del Yo verdadero.
La nueva visión que esta toma de consciencia aporta es extraordinaria. Yo Soy; y todo es y se desenvuelve porque Yo soy. Si Yo no fuera, nada sería. Yo soy es la razón de cuanto existe. Y, como veremos en próximos capítulos, mi Yo soy es idéntico al Yo soy del otro y sólo se explica y se sostiene en
41. Otra práctica elemental y espiritual
La citada nueva visión eleva nuestro grado de consciencia por arriba del correspondiente a la consciencia de los objetos y transforma el “no” inconsciente y demente a la vida en su “sí” consciente y cuerdo; plasma en el ahora una nueva interacción con la vida que conlleva un rotundo sí a la misma que no es sólo mental, sino consciente, interiormente sentido. Esta nueva interacción radica en abandonar toda oposición o resistencia contra el momento presente y la forma y contenidos con las que aparece. La práctica que ello conlleva es fácil de exponer: dejar de nombrar, etiquetar y clasificar todo lo que nos rodea y a nosotros mismos; cesar de interpretar y enjuiciar cada cosa del mundo de los objetos, cada persona que encontramos, cada situación o acontecimiento, cada acción propia o ajena, cada pensamiento,... .
Se trata de dejar de discutir con lo que es. Es una práctica elemental: es lo que hacen las plantas, los árboles o los animales. Y es una práctica espiritual: hace que aflore el Ser, el Yo profundo. Conseguimos la alineación interior con el momento presente; aceptamos su forma, sus contenidos cualesquiera que sean, de manera abierta y amistosa. No polemizamos con lo que es y que no puede ser de otra manera que como ya es. Lo cual no supone ni resignación ni inacción. Al contrario, hace la acción mucho más eficiente, pues se actúa alineado con la vida, no desde la negatividad del ego. Al no poner a otras personas en prisión mental, tampoco me meto en ella yo mismo. Y al no juzgar, siento y genero una paz que se convierte en bendición para cada persona que encuentro.
Comprobaremos que esta práctica, ejercitada de modo continuo en el presente, proporciona una gran sensación de libertad. No en balde, dejamos de estar atrapados en la pequeña historia del ego. Ya no hay piloto automático: El Ser toma el mando.
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Continúa mañana domingo:
42. Consciencia del Yo soy y no oponerse a la vida.
43. Actuar en las dos dimensiones.
44. Ojos nuevos para otro mundo mejor posible.
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