Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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14/6/21

El abismo de la Noche (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 24)

 


Si navegar de día en semejantes condiciones es de por sí, angustioso para la mente, para Marta, hacerlo por la noche es ya pavoroso.

¿Quién me mandaría a mí hacer caso a la loca de mi hermana? – se diría a sí misma Marta en más de una ocasión, sobre todo cuando en plena noche, mirando por popa, hace ya varias singladuras (cada día de navegación), que ha dejado de ver el faro de Finisterre, con lo cual, ni siquiera esa tenue luz amiga que ilumina desde tierra…

¿Señor por qué quisiste

subirnos a las dos en esta nave

y cómo nos dijiste

con voz serena y suave

que íbamos a volar como las aves?

Le pregunta Marta a Dios, como si desilusionada de las promesas hechas por Jesús, por el práctico del embarcadero, tras haber aceptado subir a bordo (no sin dudas y elevado escepticismo), ahora, cuando ya no hay marcha atrás, porque ni siquiera se ve ya el faro en tierra, Marta se enfrenta a la cruda realidad de una travesía sin rumbo ni control.

¿Promesas sin fundamento?

Para Marta quizás o, más bien certeza de un engaño.

¿Por qué te angustias, Marta?

¿No sabes que tu Dios está contigo?

¿No te sientes tan harta,

no sientes harto hastío

de una vida llena de desvaríos?

Es decir, Jesús le pregunta a la escéptica Marta, a la que siempre duda, a la mente, por qué no confía en Él, por qué siempre ha de estar llena de un mar de dudas que no hace otra cosa que confirmar lo que siempre ha sabido, que está harta de desconfiar, hastiada de sí misma, de no saber, porque “no puede saber lo que a ella le es imposible saber”. Pero no quiere aceptarlo.

Marta se revuelve, aparentemente contra Dios, como si fuera Él el culpable de una mentira que en realidad se ha forjado ella misma. Porque es ella la que se ha imaginado mundos felices, salidos de la chistera de un Dios mago que, si se subía a la barca, ella, Marta, sería feliz como una perdiz.

Ella se imagina, ella se monta las películas que quiere vivir, pero abre los ojos y se encuentra en medio del mar, anocheciendo, mirando a popa y no viendo ya la línea de costa y ni siquiera el faro. Y se ve que anochece y no sabe dónde vá. O sí lo sabe. Va hacia el abismo. Porque cuentan las leyendas que, tras el mar no hay nada más, tan sólo un abismo aterrador.

Y sin embargo Marta ve a María tranquila, casi sonriente.

Marta, la racional Marta, comprueba cómo ya le es imposible controlar nada. Constata el total abandono a la Providencia a la que ella se ha visto sometida, muy a su pesar.

Pero ve a María tranquila y sonriente.

¿Y tú por qué sonríes?

Hermana, cuéntame que no lo entiendo.

Me pides que me fíe,

que deje libre al viento,

cuando veo que está anocheciendo.

María sólo le puede contestar de un tranquilo modo:

Jesús está conmigo.

Le veo junto a ti y a nuestro lado,

también está contigo,

su amor nos es ya dado

y, el riesgo junto a Él, está alejado

#1.- Jesús y María

María ha abordado el tema fundamental que hace, que esta para la mente, incierta travesía, pueda ser posible, aún en los momentos más arriesgados, cuando la Mar océana se embravezca con olas arboladas que casi hagan naufragar a la nave. Y la clave es Él, Jesús.

Cuentan que un periodista que entrevistaba a Teresa de Calcuta, exclamó que él no se atrevería a hacer lo que ella hacía ni por un millón de dólares. Ni yo tampoco, le contestó ella, porque “yo no lo hago por algo, sino por Alguien”.

María ha comprendido las tres personas de Dios, el Padre trascendente, que está ahí, en todas partes, hasta en los confines del Universo, inabarcable, infinito, inabordable, pavoroso, temible e incomprensible.

Pero también ha descubierto, desde que estaba confinada en la Torre de doña Urraca, que Dios, su Santo Espíritu estaba en lo más profundo de su ser y la inundaba hasta el último rincón de sus entrañas. Pero también ese Espíritu que aguarda en el hondón de la séptima morada, para ella es también inaccesible, porque necesita recorrer las seis moradas anteriores y no se veía capaz.

Pero María descubrió su “as en la manga”, Jesús y… María.

Ambos son dos personas de carne y hueso, que le demostraron “cómo” caminar, mientras recorría el Camino de Santiago. Caminaron al lado de María (y de Marta) y, aunque Marta no se lo crea, porque sigue creyendo que ella recorrió el Camino gracias a su entereza y voluntad, hicieron posible llegar a Finisterre.

La figura de Jesús y de María, su madre, son esenciales para abordar la oceánica navegación, porque son esa mano amiga que te dice “aquí estamos los dos, Jesús y María. Sólo tienes que confiar y agarrarnos la mano.

Y esta es la diferencia abismal que existe entre la mística cristiana y la de los demás sistemas espirituales de los demás pueblos de la Tierra, la figura de Jesús y de María.

El abismo de la noche es tan abrumador, que realmente es imposible atreverse a él sin aceptar la ayuda directa de la mano física de Jesús y de María, su madre.

María, la hermana de Marta, tiene un enfoque aparentemente distinto, aunque complementario al de su hermana. Marta, la intelectual, concibe a Dios trascendente y eterno, el inabarcable, y pretende meter el Océano en un hoyo en la arena de la playa, como intentó San Agustín y, Santo Tomás e intenta, cualquier teólogo que se precie. Pero María tiene un enfoque más práctico. María sabe que Dios Padre está ahí, en las inmensidades cósmicas, que para eso es el Creador, pero también es inmanente y reside en el interior de su corazón, aguardando en la séptima morada. Pero también sabe que tiene dos colegas que están dispuestos a caminar a su lado, Jesús y María. ¿Qué problema hay? Se pregunta María. Ninguno, se responde a sí misma y a su hermana. No es que esté chupado, pero la travesía, sí es posible.

Este as en la manga, Jesús y María, que descubrió (o mejor dicho, describió), Teresa del Niño Jesús en su “caminito”, el camino de perfección para niños pequeños.

Y todo concuerda, la mano de Jesús y de María extendida, no a los soberbios, sobrados de sí mismos, sino a los niños pequeños que realmente están dando sus primeros pasitos.

Yo creo que la figura de Jesús y de María, como compañeros de viaje, en este caso de navegación, va más allá del argumentario teológico que los califica de redentores de la Humanidad, que también. Es algo más de andar por casa, algo más doméstico. Es un, yo no sé navegar y me monto en el barco de un amigo que sí sabe, en el que yo voy como pasajero. O algo así. O yo ciego, me agarro a un buen amigo que impide que me extravíe.

Es algo como muy tangible, que no necesita de grandes circunloquios filosóficos y metafísicos para comprenderlo. Es muy simple. Yo no sé y me arrimo a aquel que sabe. Y ese es Jesús.

Como modelo de actitud y comportamiento está bien, incluso para que lo entienda Marta, aunque creo que no se fía demasiado de su hermana. Demasiado bonito y simple para ser verdad, sospecha.

No sé si hacerte caso

María, ¿no será que tu confías

tanto que a ver si acaso,

tu mente desvaría

de ilusiones llenas de fantasía?

Puede que existan otras razones más profundas para que Marta y María se crean que no son la misma persona, pero esta es, para mí, sin lugar a dudas, una razón muy convincente: la diferente percepción de la realidad entre ver para creer o creer para ver, una fundamental exigencia para dar el salto de fe, como referí en el capítulo 7 al hablar de las tres exigencias para desenmascarar nuestro yo real, transformar el entendimiento en fe (creer para ver), la memoria en esperanza (perdonar para soñar) y la voluntad en amor (amar para vivir). Marta cree en lo que su mente elabora a partir de sus percepciones, mientras María simplemente cree.

¿Y vosotros, quién decís que soy?

Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo.

Bienaventurado tú, Simón porque no ha sido tu mente ni tu carne quien te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los Cielos.

Que María sepa que Jesús camina a su lado, no es una conclusión meditada. Ni siquiera es una verdad transmitida por las enseñanzas del catecismo. Simplemente lo sabe; y lo sabe porque le ha sido revelado. Es un conocimiento sobrenatural. Pero consentido, como María de Jesús consintió en la anunciación del ángel.

En la vida espiritual en modo de oceánica navegación, la diferencia entre “algo y lo mismo”, a veces puede llegar a ser abismal. Un ejemplo; la diferencia entre aceptar y aceptar puede ser como la noche y el día. La diferencia entre saber que Dios me ama y saber que Dios me ama es radicalmente distinto. Así que la diferencia entre saber que Jesús está a mi lado y saber que está a mi lado, puede llegar a ser radicalmente diferente.

Es la diferencia entre saber y ser consciente. Saber indica conocimiento adquirido por el aprendizaje, muchas veces académico. Ser consciente indica vivencia personal, experiencia de vida. Así que saber que Dios me ama, me lo enseñaron en la catequesis de primera comunión. Pero ser consciente de que Dios me ama, supone haber tenido experiencia, haber vivido su amor en mí, en mis carnes y en mis huesos y en mi corazón. Nadie tiene que enseñarme qué es el amor de Dios, porque lo he vivido y lo sigo viviendo.

En la navegación oceánica del Espíritu de Dios, la persona (y me refiero a la persona, por primera vez, en vez de referirme a la mente y o el alma), entra en el terreno de la Sabiduría, donde la lógica de Dios, ni de lejos tiene nada que ver con la lógica ni de la mente ni del alma. Es terreno totalmente desconocido, así se empeñen los teólogos en que no lo sea.

Mientras durante el Camino de tierra la lógica mental prevalecía de tal modo que la mente, Marta, podía acceder a aceptar sus condiciones (las impuestas durante el Camino), en la fase de navegación, todas las reglas, simplemente saltan por los aires. La mente ha de aceptar sin comprender y el alma simplemente contemplar.

Así que, en este escenario de vida, las figuras de Jesús y de María, entran en la realidad de la persona, por revelación consciente. Y además lo hace adaptándose como el agua, al recipiente que le contiene, a la personalidad de alma y mente.

#2.- Las noches

Y aquí comienzan Marta y María a percibir que sus límites, lo que separan a ambas, la una de la otra, comienza a desdibujarse, a difuminarse. Ya Marta no tiene tan claro lo que en realidad le hace distinta de María, ni María acierta a ver con claridad lo que le hace distinta de Marta. “De noche todos los gatos son pardos.

Así que, si consideramos que la división entrambas fuera meramente metodológica, es decir, para entendernos, para comprender el porqué de las dos formas de ver la vida, en prosa la primera y en poesía la segunda, comenzaríamos a entender un poco, sólo un poco, las dos formas en las que Dios tiene y se emplea para abordar la evolución de la persona, la primera como Dios-luz y la segunda como Dios-amor.

La luz de Dios ilumina la mente, esa potencia humana que nos hace inteligentes, pero como, debido al empecinamiento humano de ser independientes y de valernos por nosotros mismos (“yo solito”, que diría el niño), el entendimiento falla más que una escopeta de feria, o es tan poco evolucionado, que sólo alcanza a comprender lo que para ella es tangible, dicha luz, adquiere tintes de tiniebla, de noche.

Dios-amor, habla a la voluntad, motiva, emociona y arrebata para transformar la voluntad en amor.

Por todo ello, la persona en su faceta intelectual ha de ser sometida a las pruebas de la noche de los sentidos

Las noches son pruebas muy severas de resistencia a la adversidad, según refieren los místicos, en especial Teresa y Juan de la Cruz. En ellas, tanto la mente como el alma han de ser probadas como el oro en el crisol. En ellas, las figuras de Jesús y de María, más allá de lo expuesto formalmente en la doctrina de la Iglesia (o acaso no haga falta llegar a tanto), suponen simplemente “la mano amiga” que te guía y la propia oración se transforma de algo solemne y cargado de ritualidad, en un sencillo y sereno diálogo allí, en lo escondido, con aquel y aquella que sabes, te aman, como hermano mayor y como madre amorosa. Y lo más importante, te ayudarán a soportar el proceso de “deprivación”.

Las noches son en esencia todo un proceso de deprivación, sensorial primero y espiritual después. Es como si te encerraran en una celda a oscuras, donde nada sucede, no se puede ver, ni oír, ni oler, ni sentir nada. Por eso a las noches, los místicos la califican de aridez, sequedad, desierto o, cualquier otro estado o situación en el que los sentidos, primero y el espíritu después, no recibieran ningún estímulo ni información. O aún peor, lo que recibieran fuera todo menos lógico, comprensible o estimulante.

En esta situación, es razonable que la mente y el alma experimente un insoportable sentimiento de soledad que puede llegar a ser demoledor. Así que disponer de una “mano amiga”, que sabes, ya pasó ella misma por todo eso y, que te agarra fuerte y puede enseñarte cómo atravesar tú ese mismo trance, es un verdadero alivio.

De todo eso, tanto Jesús como María tienen mucho que contarnos. Empezaría María cómo una chiquilla se ve embarazada de un divino ser, por el anuncio de un ángel, seguiría Jesús con sus treinta años de vida oculta, que fue (esto es muy importante) el tiempo que le costó a su naturaleza humana, aceptar su naturaleza divina. Y las tentaciones, y la incomprensión de las gentes y su pasión de cruz. Y a María, cómo se vio obligada a guardar durante toda su vida, todos estos acontecimientos en su corazón, sin entender absolutamente nada de lo que sucedía. Así que, si nos empleamos sólo un poco, cada momento de nuestra vida, tiene un equivalente en la vida, tanto de María como de Jesús.

Y esta íntima cercanía en la oración y en cada momento de nuestra vida es lo que convierte en única la mística cristiana, respecto de cualquier otra forma de aproximación a Dios en el resto de culturas y religiones. Porque tanto Marta como María, pueden tomar el báculo de Jesús y de María para caminar, durante el Camino de tierra o izar las velas de la nave para que la brisa del Mar la lleven donde el corazón de Dios disponga.

#3.- Amar es una decisión

La descripción de la noche espiritual tiene también su equivalente en la vida de pareja; lo de allí arriba se corresponde con lo de aquí abajo.

En la vida de pareja nadie se escapa del trance de tener que tomar la decisión de amar, a pesar de que los sentimientos que provoca la situación creada inciten al conflicto o incluso a considerar si acaso fue un error amar a esa persona.

Quien no haya vivido una situación así, que levante la mano.

Así las cosas quedan dos opciones; la primera, entrar en un bucle reforzador del conflicto o de los silencios donde cada cual experimentará un cada vez mayor alejamiento del otro hasta que acaso lleguemos a pensar “¿qué hago yo aquí, con ese señor (o esa señora) en mi vida?”. Ese sentimiento de extrañeza es el principio de lo que puede terminar en una ruptura.

La otra opción es, a pesar de los sentimientos negativos, acaso muy fuertes generados, tomar la decisión de amar, de perdonar o de tratar de pedir perdón, que por eso el perdón es esa “decisión unilateral de esperanza”, que es el origen de la reconciliación, de pasar página.

Cuando la pareja entra en estos escenarios de obligado fortalecimiento del ánimo, vive esa “noche de los amantes”, donde no parece haber esperanza si el verdadero amor no actúa. Si el amor no actúa, sobreviene finalmente el fracaso de la relación, pero si lo hace, sobreviene el júbilo del coraje ante la adversidad y, al final, siempre amanece, siempre el sol deslumbra en el horizonte.

Cuando el amor prevalece y, lo hace voluntariamente optando por esa “decisión unilateral de esperanza”, Sobreviene la paz y el sosiego, ese “salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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