Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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29/3/21

La desilusión (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 13)

La etapa del enamoramiento es tan fugaz como maravillosa. Es un glorioso suspiro de ilusión y romance que Dios y la Naturaleza utilizan para aprovechar el embalamiento emocional que genera esa chispa inicial de amor que une dos almas en un solo corazón, para iniciar, a partir de ese embeleso, todo ese largo proceso de andadura entre una vida focalizada en el “yo”, a una vida focalizada en el “tú”, siendo tú, el amado o la amada, el otro, al que sin saber por qué, hemos entregado nuestra vida entera. A eso, a ese “entregar nuestra vida al otro”, es a lo que denominamos habitualmente “amor”.

Hay muchas formas de representar en símiles, lo que le sucede al alma y a la mente, a María y a Marta. Me gusta a mí asociarlo a dos ejemplos. El primero es al Camino de Santiago, donde ese primer embalamiento emocional que nos arrebata es el inicio del Camino en Roncesvalles (o en tu casa), que comienza con un paseo muy agradable descendiendo entre frescas y agradables umbrías salteadas de arroyos sonorosos por donde el peregrino va ligero, con los pies frescos y escuchando el trino de los pajarillos de buena mañana. O también lo asocio a nuestro pardillo, que se ha atrevido a montarse a lomos del águila con el que alza el vuelo y queda maravillado de lo alto que puede volar.

Pero ese romance, en el que todo induce y llama a la ilusión, pronto se empieza a tornar en dificultad. Es, en primera instancia, la dificultad y la desilusión que le provoca a un enamorado o enamorada, comprobar que su amado/a también suda o se enfada, o muestra comportamientos que no son de su agrado; que el príncipe azul ya no es tan azul como ella creía. También tiene defectos y, poco a poco comienza a aparecer la decepción de que no todo es vivir en éxtasis; que comienza la dura convivencia, con alguien que es igual que tú, que es de carne y hueso.

Y esta primera decepción se evidencia en el hecho de que la chica, el alma, descubre, no sé si con horror, que eso que sentía y que creía que era amor, se está desvaneciendo día a día; que la rutina comienza a hacer su efecto. No se puede estar en un permanente éxtasis, en arrobamientos amorosos, entre otras cosas, porque eso no hay quien lo soporte.

Este es el primer y duro trance que el alma ha de pasar para comprender que el amor NO ES un sentimiento de embeleso eterno. Y si eso es lo que el alma cree y no se da cuenta de su error, poco le durará el enamoramiento, que en el fondo es un simple “estado de estupidez transitoria”, absolutamente necesario para caer en la cuenta del error inicial con el que (gracias a él), toda relación amorosa, humana y divina, comienza. En el símil del Camino, los primeros síntomas de desilusión se muestran en el cansancio y en las primeras molestias en los pies al calzar unas botas nuevas, que no hemos trotado antes para hacerlas a nuestra hechura. Pero sobre todo, la primera gran prueba está en la tremenda subida al Alto del Erro, trepada descomunal que anticipa una bajada aún más descomunal hasta Zubiri, final de la primera etapa, al que la gente llega con los pies y corazones destrozados por el esfuerzo. Y nuestro pajarillo, resulta que el águila le deja en un risco a una altura imponente, que al pardillo le da vértigo, porque se ve solo, ya que el águila ha ido a por comida.

Y María se lamenta diciendo:

¿A dónde te escondiste,
Amado y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido. (S. Juan de la Cruz)

Mientras Marta, la experimentada mente bragada en mil batallas, le comenta con cierta ironía. “¿No te lo decía yo? Si este chico no te conviene”.

Es duro, durísimo, aprender y comprender que el amor no es un sentimiento. Y para eso, tanto Jesús como la Naturaleza, se ven obligados a forjar el espíritu humano como el hierro, a fuerza de golpes. Para eso, el alma, María ha de luchar contra la desilusión que produce la aparente ausencia de Dios en su vida, con la mente partida de risa diciéndole “te lo dije, un arrebato, un amor de niño, agua en cestiño”.

Y el alma se ve realmente entre la espada y la pared, sin saber qué hacer, si hacer caso a Marta y abandonar, como abandonan el 60% de los peregrinos al llegar a Zubiri y comprobar que el Camino es demasiado duro para ellos.

Así que, si la primera chispa del amor aparentaba ser un salto de fe, en realidad, el auténtico salto de fe se produce ahora, cuando el alma comprueba la dureza de lo que significa amar, sin el apoyo maravilloso de ese sentimiento que Santa Teresa denomina “contento”, que no sino tan sólo una alegría tan pasajera como un fuego fatuo, fuego que ha permitido el despegue del cohete hacia las estrellas, pero que sólo es la primera fase. Si la segunda fase del cohete no se enciende al desprenderse este, todo el cohete caerá y se estrellará en tierra haciéndose añicos. Y esa segunda fase supone dar el auténtico y gran salto de fe, consciente de que lo que le espera al alma, si dice “sí”, no va a ser un camino de rosas, como se imaginaba cuando comenzó, sino un camino que impresiona de ser bastante duro. Con lo que ambas, mente y alma, han de plantearse “a qué han de renunciar, con tal de seguir a Jesús”. Y es duro darse cuenta de que la renuncia a la que han de optar es, simple y llanamente, a la propia vida, a ese modelo que el pensamiento había elaborado sobre sí mismo.

Esto es algo que al alma y, sobre todo a la mente, les va a costar toda la vida metabolizar. No será fácil a Marta convencerse de que ella NO ES la importante, sino la loca de su hermana, que ha elegido la mejor parte. Y María ha de convencerse de que no puede basar su fe y su amor en la falsa idea de ese sentimiento de alegría fatua que es tan fugaz como un soplo, y que le espera largos periodos de duro caminar, con algún que otro oasis en el camino. O nuestro pardillo, que ha de vencer el vértigo que le va a producir poder volar a lomos del águila.

Es, en fin, todo un proceso de aprendizaje, que comenzará con ese lamento del alma que se queja a su amado por haberla dejado con gemido, por haber huido como el ciervo, habiéndola herido y viéndose obligada a salir tras Él clamando y ver que es ido.

Así comenzará la dura búsqueda de una verdad que, costará trabajo encontrar, pues los montes y riberas, los prados y los bosques van a dar fe del Amado, pero simplemente porque Él habrá pasado por ellos vistiéndoles de toda su hermosura, pero no está allí.

Esta es la tragedia del alma y de Marta también, que comenzarán la búsqueda por lugares equivocados.

La aridez de la Segunda vía

La desilusión, en el Camino de Santiago, tiene como representación física, las etapas mesetarias de Castilla.

Para los supervivientes que han aprendido la lección de la humildad y de la auto superación, les queda afrontar la segunda vía, la iluminativa. Ya saben que la cosa no es sólo navegar con el viento de popa, sino saber ceñir y armarse de paciencia para afrontar horizontes abiertos, como el que nos ofrece el Valle del Ebro desde Viana.

Esta vía es, según se mire más fácil que la primera. No hay cumbres importantes que superar, pero lo que no se gasta en ascensos y descensos, se invierte en etapas extremadamente largas y monótonas, donde el calor y el frío extremos afectan mucho más que las cumbres hasta ahora superadas, que tampoco han sido muchas.

Es la larga época de la vida en la que se instaura algo parecido a la rutina. Todos los días lo mismo, levantarse, desayunar, ir a trabajar, quizás un trabajo más bien monótono, sin aliciente y con muchos problemas sin solución aparente, y en tu vida interior, “nada”. No sucede nada. Atrás quedaron esas avalanchas de entusiasmo y de amor que te hacían parecer ir en volandas.

La dificultad de la vida en esta época no radica en tener que superar grandes cimas, todo lo contrario, el terreno es absolutamente llano, tan llano, tan plano, como la insoportable rutina diaria. Pero sobre todo, tan llano, tan plano como la insoportable situación de “sin noticias de Dios”. Simplemente desapareció de tu vida. No existe, se fue. Te ha dejado sol@. Cuando el camino discurre al menos entre colinas, el horizonte se te muestra ahí, esperándote. Y a medida que avanzas ves como la colina se acerca más y más, hasta que tras el esfuerzo de la subida, tu “espíritu de la colina” queda recompensado al poder ver en la cima del collado o de alcor, o del otero un nuevo horizonte, una nueva perspectiva de tu vida.

Pero no, aquí entre la dureza extrema del clima y la total monotonía de los mares amarillos de cereal, tu caminar se convierte en algo parecido a una tontería. Total, para qué. Si camine lo que camine, mis ojos ven siempre lo mismo. Una aldea allí, otra allá y un pueblo algo más grande acullá.

Te pesa todo, sobre todo el macuto que parece ganar en peso kilo a kilo, kilómetro a kilómetro.

Y los pies no digamos. Aunque curtidos ya por los tres o cuatrocientos kilómetros que llevas ya a las espaldas, y cuando las ampollas de la desilusión ya no deberían ser problema (aunque siempre aparece alguna que otra cuando menos te lo esperas), las eternas etapas de ni se sabe cuántos kilómetros hacen que de repente, tras veinte o veinticinco kilómetros, chillen y te digan, “basta” ya no podemos más. Nos rendimos. Sigue tú, que nosotros nos quedamos. Es como si tu cuerpo te pidiera seguir, pero tus pies se pusieran en huelga.

Es duro esto. Sólo el delicado cuidado de ti mismo, de tus pies, te permiten superar ese dolor y ese sufrimiento.

Pero en realidad avanzas. En realidad caminas rápido. No te das cuenta porque el exiguo sistema de referencias no te permite triangular y comprobar que estás caminando, pero al final de la jornada consigues alcanzar in extremis el anhelado albergue, donde una litera súper cutre te está aguardando. Y cuando la ves, te parece que acabas de entrar en la habitación de un “cinco estrellas”.

En realidad ¿qué está sucediendo en tu vida durante este largo y monótono periodo?

Es el largo periodo en el que Dios nos somete al duro entrenamiento del fortalecimiento de la voluntad, a soportar inclemencias, y no tanto reveses y tragedias como el desaliento de “la nada”, de la sequedad, del desierto interior.

Los sentimientos que se invaden a lo largo de estas etapas son bastante desagradables, porque habituados como estamos a nuestra increíble capacidad de diversión, de pasarlo bien, de tener nuestra mente ocupada en cientos de cosas, un Burgos – Castrojeriz, o un Carrión – Sahagún, es como caminar por el desierto… Aparentemente.

La cuestión es que en este largo segmento del Camino, tienes dos alternativas, o abandonas por mero aburrimiento y decepción, o logras entender la mente de Dios, y comienzas a admirar la belleza del silencio y de la Paz de Dios.

Se produce una curiosa paradoja. Por un lado, el calor abrasador del mediodía te obliga a caminar en plena noche. Hay momentos en los que no ves, y a riesgo de perderte, una humilde linterna es tu única forma de ver las marcas del camino, esas flechas amarillas que te indican el camino recto. Por otro lado, en pleno día el espléndido sol de Castilla ilumina, invade todo tu ser. Te ciega, te abrasa. Como te ciega y te abrasa la presencia de Dios. Un Dios al que no ves, porque aparentemente “no pasa nada en tu vida”, el joven peregrino cogió carrerilla hasta dejar a las hermanas (Marta y María) tiradas en el camino. Le llamas y no contesta, le gritas y se hace el sordo, hasta que te das cuenta de que está ahí. Siempre está ahí, siempre ha estado a tu lado. No te ha dejado ni un solo momento. Es el propio Sol que te envuelve, y a penas permite un poco de sombra en al cobijo de algún árbol. Es cada flecha amarilla que te marca la dirección de tus pasos. Es el mismo Camino por el que andas ya casi sin darte cuenta. Es la verde pradera al borde de un arroyo donde te permite recostar, te conduce hacia fuentes tranquilas, calma tu sed y apacigua tu alma.

¿Dónde está Dios? ¿Dónde está Jesús? Está ahí, es el Universo que te envuelve, que te acoge, que te exige el duro esfuerzo de cada etapa, de cada larga, larguísima etapa. Porque nadie va a caminar por ti. Nadie va a encender la linterna por ti. Pero si tu voluntad, tu resiliencia  se fortalece, si tu consciencia aprende a ver y a entender, entonces, etapa tras etapa, kilómetro tras kilómetro, lo vas viendo todo cada vez más claro.

Si no, ya estás tardando en coger el tren o el autobús de regreso a tu casa. Lo triste es que en este caso, lo recorrido, así hayan sido cientos de kilómetros, no te habrá servido de nada.

Pero cuando te sientas a descansar al borde del camino y un peregrino se sienta a tu lado y te dice, “calla y escucha el silencio, la paz, la soledad de Dios”. Y tus oídos alcanzan a sentir la suave brisa, el canto de alguna cigarra, y nada más. Cuando tus sentidos se calman, se apaciguan, cuando el paisaje es tan simple que a penas hay nada que te pueda distraer, cierras los ojos y te pones a la escucha; entonces, y sólo entonces es cuando descubres dos cosas, la primera que Dios te ha regalado una inconmensurable vida interior, que eres inmortal, trascendente, y que lejos de sentirte solo, aunque no haya nada ni nadie en diez kilómetros a la redonda (lo que la vista alcanza en un horizonte totalmente llano), comprendes que estás totalmente inundado de Dios, que Él lo aguanta todo, tus pesares, tus sacrificios, tus decepciones, tus caídas, tus limitaciones, tus ampollas, tus dolores de pies, tus remilgos ante una litera no muy limpia, en suma, tus pecados. Sólo te pide una cosa, constancia para entender que “Amar es una decisión”, que Él no puede decidir por ti. Que amar es seguir el Camino, es exclamar “¡ultreia!

Ultreia Es una palabra antigua, que se escucha en varias ocasiones a lo largo del Camino. Viene del latín, y son dos palabras juntas: "ultra" y "eia". Ultra significa más, y eia significa allá. Su significado fue y sigue siendo a la vez saludo entre peregrinos y a modo de dar ánimos. Esta palabra sale del Codex Calixtinus, de una canción en latín del siglo XII. Hay una frase que dice "e Ultreia, e suseia, deus adjuvanos".Otros dicen que antes se decía "ultreia, suseia, Santiago", como diciendo "ánimo, que más allá, más arriba está Santiago".

Ultreia, suseia, notas cómo te dice un anónimo peregrino que te ve en el borde del camino lamiéndote las heridas. Y es que Dios no sólo se manifiesta en tu interior, sino en tu exterior, a través de cada peregrino que te saluda y te desea “¡buen Camino, hermano!”.

Desierto

La desilusión es un estado en el que la amada, cansada y aburrida, siente la aspereza de la aridez del desierto. Y aparece el conflicto. La desilusión hace que la pareja de enamorados se replantee qué es lo que sienten el uno por el otro. Si creían que el amor era ese “embalamiento emocional”, ya están tardando en desvanecer esa ilusión para tener que enfrentarse a la cruda realidad de que amar no supone estar enamorado, que esa es una etapa tan dulce y gloriosa como frágil y fugaz. El enamoramiento se basa en la misma falsa creencia que los guiñapos egoístas de Bernard Shaw, que no hacen más que quejarse porque el mundo no les hace felices. Ahora no es el mundo el que no te hace feliz, sino Jesús, del que te habías enamorado locamente.

Pero esa locura de amor vivida con apasionamiento es un trampantojo, una falsa percepción de una Arcadia feliz a donde al alma y a la mente les gustaría vivir. Por eso, en la vida interior (y exterior también), vivir el desierto es fundamental para crecer y madurar, para comprender que la paz y la felicidad se nutre de esa longanimidad, referida a la constancia, la paciencia y la fortaleza de ánimo ante las situaciones adversas de la vida.

La vida no es un juego, no es un tiempo dedicado a pasarlo bien. En la noche de los tiempos se enraíza esa característica del ser humano que le impide ser un ángel, dejándole a medio camino entre los ángeles y los demonios. El por qué es así, nadie lo sabe, aunque las religiones acuden a la teoría del demonio, el pecado de Adán y Eva y todas esas cosas. Pero acaso la razón sea bastante más prosaica, como el hecho de ese proceso evolutivo desde el comportamiento instintivo de los animales hasta el intencional del ser humano, donde la inteligencia tiende a anteponer el individualismo a la colectividad.

Pero esto es un tema para un debate aparte.

El hecho cierto es que a cada uno de nosotros nos toca vivir cíclicamente el proceso de romance – desilusión y júbilo (que abordaremos en la próxima entrega). Y es un ciclo en tres escalas de tiempo, en el corto, medio y largo plazo; es decir, a lo largo del día podemos vivir un ciclo de ilusión, desilusión y superación y a lo largo de una época de semanas o meses y a lo largo de largos años sobre todo de desilusión y de desierto.

Lo peor que nos puede pasar es que no nos guste el plan de Dios para los seres humanos, pero no queda otra que aceptarlo y sobre todo, de sacarle el rédito correspondiente a esos periodos de desilusión, que gracias a ellos, aprendemos a comprender que la vida NO ES según creemos que debería ser, sino como es en realidad, con sus luces y con sus sombras.

La pobre María, desilusionada de que su amado peregrino se dio a la fuga, trató de buscarle y no le encontraba. Y pregunta al búho que por ahí pulula al atardecer o, a la ardilla desde la rama de los árboles, si acaso le han visto y, sí, le responden, “por aquí pasó el otro día y nos trató con mucho cariño

María al comprobar que su príncipe está por ahí, pero parece que es esquivo, vuelve a su casa, repitiendo como si fuera un penoso mantra de “a dónde te escondiste”…

Y el búho, que observa impasible le dice a María, “error, así no”.

¿Cómo así no?

¿Qué más puedo hacer, Señor para encontrarte? Llevo toda la vida intentándolo, recorriendo caminos, yendo por las majadas al otero y preguntando a todo pastor con el que me cruzo “¡si por ventura vierdes aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero!”.

Pero sólo te dicen una y otra vez que sí, pasó por los sotos con presura.

Qué les pasa a mis ojos, Señor mío.

Cómo puedo saber cómo ofrecerte

todo mi ser y, así saber quererte,

y así salir, por fin de mi desvío.

¿Que le pasa a mi mente que no sabe,

comprender aquello que tú quieres?

Aceptar el dolor que tú me hieres.

Más dolor y lamento ya no cabe

y, mis pies ya no pueden dar más pasos.

Las piedras del camino me tropiezan,

las espinas me atan con sus lazos.

Para así cada día que amanece

casi casi, la muerte casi abrazo

y mi alma se pierde y desvanece.

Y cuanto más lo intentas, buscando tus amores por montes y riberas, sin pararte siquiera a coger flores y sin temer las fieras, tanto más te das cuenta, María, (y casi Marta también), que esto es una tontería, que el búho tenía razón.

“Así, no”.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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