La etapa del enamoramiento es tan fugaz como maravillosa. Es un
glorioso suspiro de ilusión y romance que Dios y la Naturaleza utilizan para
aprovechar el embalamiento emocional que genera esa chispa inicial de amor que
une dos almas en un solo corazón, para iniciar, a partir de ese embeleso, todo
ese largo proceso de andadura entre una vida focalizada en el “yo”, a una vida
focalizada en el “tú”, siendo tú, el amado o la amada, el otro, al que sin
saber por qué, hemos entregado nuestra vida entera. A eso, a ese “entregar
nuestra vida al otro”, es a lo que denominamos habitualmente “amor”.
Hay muchas formas de representar en símiles, lo que le sucede al
alma y a la mente, a María y a Marta. Me gusta a mí asociarlo a dos ejemplos.
El primero es al Camino de Santiago, donde ese primer embalamiento emocional
que nos arrebata es el inicio del Camino en Roncesvalles (o en tu casa), que
comienza con un paseo muy agradable descendiendo entre frescas y agradables
umbrías salteadas de arroyos sonorosos por donde el peregrino va ligero, con
los pies frescos y escuchando el trino de los pajarillos de buena mañana. O
también lo asocio a nuestro pardillo, que se ha atrevido a montarse a lomos del
águila con el que alza el vuelo y queda maravillado de lo alto que puede volar.
Pero ese romance, en el que todo induce y llama a la ilusión,
pronto se empieza a tornar en dificultad. Es, en primera instancia, la
dificultad y la desilusión que le provoca a un enamorado o enamorada, comprobar
que su amado/a también suda o se enfada, o muestra comportamientos que no son
de su agrado; que el príncipe azul ya no es tan azul como ella creía. También
tiene defectos y, poco a poco comienza a aparecer la decepción de que no todo
es vivir en éxtasis; que comienza la dura convivencia, con alguien que es igual
que tú, que es de carne y hueso.
Y esta primera decepción se evidencia en el hecho de que la chica,
el alma, descubre, no sé si con horror, que eso que sentía y que creía que era
amor, se está desvaneciendo día a día; que la rutina comienza a hacer su
efecto. No se puede estar en un permanente éxtasis, en arrobamientos amorosos,
entre otras cosas, porque eso no hay quien lo soporte.
Este es el primer y duro trance que el alma ha de pasar para
comprender que el amor NO ES un sentimiento de embeleso eterno. Y si eso es lo
que el alma cree y no se da cuenta de su error, poco le durará el
enamoramiento, que en el fondo es un simple “estado de estupidez transitoria”,
absolutamente necesario para caer en la cuenta del error inicial con el que
(gracias a él), toda relación amorosa, humana y divina, comienza. En el símil
del Camino, los primeros síntomas de desilusión se muestran en el cansancio y en
las primeras molestias en los pies al calzar unas botas nuevas, que no hemos
trotado antes para hacerlas a nuestra hechura. Pero sobre todo, la primera gran
prueba está en la tremenda subida al Alto del Erro, trepada descomunal que
anticipa una bajada aún más descomunal hasta Zubiri, final de la primera etapa,
al que la gente llega con los pies y corazones destrozados por el esfuerzo. Y
nuestro pajarillo, resulta que el águila le deja en un risco a una altura imponente,
que al pardillo le da vértigo, porque se ve solo, ya que el águila ha ido a por
comida.
Y María se lamenta diciendo:
Mientras Marta, la experimentada mente bragada en mil batallas, le
comenta con cierta ironía. “¿No te lo decía yo? Si este chico no te conviene”.
Es duro, durísimo, aprender y comprender que el amor no es un
sentimiento. Y para eso, tanto Jesús como la Naturaleza, se ven obligados
a forjar el espíritu humano como el hierro, a fuerza de golpes. Para eso, el
alma, María ha de luchar contra la desilusión que produce la aparente ausencia
de Dios en su vida, con la mente partida de risa diciéndole “te lo dije, un
arrebato, un amor de niño, agua en cestiño”.
Y el alma se ve realmente entre la espada y la pared, sin saber qué
hacer, si hacer caso a Marta y abandonar, como abandonan el 60% de los
peregrinos al llegar a Zubiri y comprobar que el Camino es demasiado duro para
ellos.
Así que, si la primera chispa del amor aparentaba ser un salto de
fe, en realidad, el auténtico salto de fe se produce ahora, cuando el alma
comprueba la dureza de lo que significa amar, sin el apoyo maravilloso de ese
sentimiento que Santa Teresa denomina “contento”, que no sino tan sólo una
alegría tan pasajera como un fuego fatuo, fuego que ha permitido el despegue
del cohete hacia las estrellas, pero que sólo es la primera fase. Si la segunda
fase del cohete no se enciende al desprenderse este, todo el cohete caerá y se
estrellará en tierra haciéndose añicos. Y esa segunda fase supone dar el auténtico
y gran salto de fe, consciente de que lo que le espera al alma, si dice “sí”,
no va a ser un camino de rosas, como se imaginaba cuando comenzó, sino un
camino que impresiona de ser bastante duro. Con lo que ambas, mente y alma, han
de plantearse “a qué han de renunciar, con tal de seguir a Jesús”. Y es duro
darse cuenta de que la renuncia a la que han de optar es, simple y llanamente,
a la propia vida, a ese modelo que el pensamiento había elaborado sobre sí
mismo.
Esto es algo que al alma y, sobre todo a la mente, les va a costar
toda la vida metabolizar. No será fácil a Marta convencerse de que ella NO ES
la importante, sino la loca de su hermana, que ha elegido la mejor parte. Y
María ha de convencerse de que no puede basar su fe y su amor en la falsa idea
de ese sentimiento de alegría fatua que es tan fugaz como un soplo, y que le
espera largos periodos de duro caminar, con algún que otro oasis en el camino.
O nuestro pardillo, que ha de vencer el vértigo que le va a producir poder
volar a lomos del águila.
Es, en fin, todo un proceso de aprendizaje, que comenzará con ese
lamento del alma que se queja a su amado por haberla dejado con gemido, por
haber huido como el ciervo, habiéndola herido y viéndose obligada a salir tras
Él clamando y ver que es ido.
Así comenzará la dura búsqueda de una verdad que, costará trabajo
encontrar, pues los montes y riberas, los prados y los bosques van a dar fe del
Amado, pero simplemente porque Él habrá pasado por ellos vistiéndoles de toda
su hermosura, pero no está allí.
Esta es la tragedia del alma y de Marta también, que comenzarán la
búsqueda por lugares equivocados.
La aridez de la Segunda vía
La desilusión, en el Camino de Santiago, tiene como representación
física, las etapas mesetarias de Castilla.
Para los supervivientes que han aprendido la lección de la humildad
y de la auto superación, les queda afrontar la segunda vía, la iluminativa. Ya
saben que la cosa no es sólo navegar con el viento de popa, sino saber ceñir y
armarse de paciencia para afrontar horizontes abiertos, como el que nos ofrece
el Valle del Ebro desde Viana.
Esta vía es, según se mire más fácil que la primera. No hay cumbres
importantes que superar, pero lo que no se gasta en ascensos y descensos, se
invierte en etapas extremadamente largas y monótonas, donde el calor y el frío
extremos afectan mucho más que las cumbres hasta ahora superadas, que tampoco
han sido muchas.
Es la larga época de la vida en la que se instaura algo parecido a
la rutina. Todos los días lo mismo, levantarse, desayunar, ir a trabajar,
quizás un trabajo más bien monótono, sin aliciente y con muchos problemas sin
solución aparente, y en tu vida interior, “nada”. No sucede nada. Atrás
quedaron esas avalanchas de entusiasmo y de amor que te hacían parecer ir en
volandas.
La dificultad de la vida en esta época no radica en tener que
superar grandes cimas, todo lo contrario, el terreno es absolutamente llano,
tan llano, tan plano, como la insoportable rutina diaria. Pero sobre todo, tan
llano, tan plano como la insoportable situación de “sin noticias de Dios”.
Simplemente desapareció de tu vida. No existe, se fue. Te ha dejado sol@.
Cuando el camino discurre al menos entre colinas, el horizonte se te muestra
ahí, esperándote. Y a medida que avanzas ves como la colina se acerca más y
más, hasta que tras el esfuerzo de la subida, tu “espíritu de la colina” queda
recompensado al poder ver en la cima del collado o de alcor, o del otero un
nuevo horizonte, una nueva perspectiva de tu vida.
Pero no, aquí entre la dureza extrema del clima y la total
monotonía de los mares amarillos de cereal, tu caminar se convierte en algo
parecido a una tontería. Total, para qué. Si camine lo que camine, mis ojos ven
siempre lo mismo. Una aldea allí, otra allá y un pueblo algo más grande acullá.
Te pesa todo, sobre todo el macuto que parece ganar en peso kilo a
kilo, kilómetro a kilómetro.
Y los pies no digamos. Aunque curtidos ya por los tres o
cuatrocientos kilómetros que llevas ya a las espaldas, y cuando las ampollas de
la desilusión ya no deberían ser problema (aunque siempre aparece alguna que
otra cuando menos te lo esperas), las eternas etapas de ni se sabe cuántos
kilómetros hacen que de repente, tras veinte o veinticinco kilómetros, chillen
y te digan, “basta” ya no podemos más. Nos rendimos. Sigue tú, que nosotros nos
quedamos. Es como si tu cuerpo te pidiera seguir, pero tus pies se pusieran en
huelga.
Es duro esto. Sólo el delicado cuidado de ti mismo, de tus pies, te
permiten superar ese dolor y ese sufrimiento.
Pero en realidad avanzas. En realidad caminas rápido. No te das
cuenta porque el exiguo sistema de referencias no te permite triangular y
comprobar que estás caminando, pero al final de la jornada consigues alcanzar
in extremis el anhelado albergue, donde una litera súper cutre te está
aguardando. Y cuando la ves, te parece que acabas de entrar en la habitación de
un “cinco estrellas”.
En realidad ¿qué está sucediendo en tu vida durante este largo y
monótono periodo?
Es el largo periodo en el que Dios nos somete al duro entrenamiento
del fortalecimiento de la voluntad, a soportar inclemencias, y no tanto reveses
y tragedias como el desaliento de “la nada”, de la sequedad, del desierto
interior.
Los sentimientos que se invaden a lo largo de estas etapas son
bastante desagradables, porque habituados como estamos a nuestra increíble
capacidad de diversión, de pasarlo bien, de tener nuestra mente ocupada en
cientos de cosas, un Burgos – Castrojeriz, o un Carrión – Sahagún, es como
caminar por el desierto… Aparentemente.
La cuestión es que en este largo segmento del Camino, tienes dos
alternativas, o abandonas por mero aburrimiento y decepción, o logras
entender la mente de Dios, y comienzas a admirar la belleza del silencio y
de la Paz de Dios.
Se produce una curiosa paradoja. Por un lado, el calor abrasador
del mediodía te obliga a caminar en plena noche. Hay momentos en los que no
ves, y a riesgo de perderte, una humilde linterna es tu única forma de ver las
marcas del camino, esas flechas amarillas que te indican el camino recto. Por
otro lado, en pleno día el espléndido sol de Castilla ilumina, invade todo tu
ser. Te ciega, te abrasa. Como te ciega y te abrasa la presencia de Dios. Un
Dios al que no ves, porque aparentemente “no pasa nada en tu vida”, el joven
peregrino cogió carrerilla hasta dejar a las hermanas (Marta y María) tiradas
en el camino. Le llamas y no contesta, le gritas y se hace el sordo, hasta que
te das cuenta de que está ahí. Siempre está ahí, siempre ha estado a tu lado.
No te ha dejado ni un solo momento. Es el propio Sol que te envuelve, y a penas
permite un poco de sombra en al cobijo de algún árbol. Es cada flecha amarilla
que te marca la dirección de tus pasos. Es el mismo Camino por el que andas ya
casi sin darte cuenta. Es la verde pradera al borde de un arroyo donde te
permite recostar, te conduce hacia fuentes tranquilas, calma tu sed y apacigua
tu alma.
¿Dónde está Dios? ¿Dónde está Jesús? Está ahí, es el Universo
que te envuelve, que te acoge, que te exige el duro esfuerzo de cada etapa,
de cada larga, larguísima etapa. Porque nadie va a caminar por ti. Nadie va a
encender la linterna por ti. Pero si tu voluntad, tu resiliencia se fortalece, si tu consciencia aprende a ver
y a entender, entonces, etapa tras etapa, kilómetro tras kilómetro, lo vas
viendo todo cada vez más claro.
Si no, ya estás tardando en coger el tren o el autobús de regreso a
tu casa. Lo triste es que en este caso, lo recorrido, así hayan sido cientos de
kilómetros, no te habrá servido de nada.
Pero cuando te sientas a descansar al borde del camino y un
peregrino se sienta a tu lado y te dice, “calla y escucha el silencio, la paz,
la soledad de Dios”. Y tus oídos alcanzan a sentir la suave brisa, el canto de
alguna cigarra, y nada más. Cuando tus sentidos se calman, se apaciguan, cuando
el paisaje es tan simple que a penas hay nada que te pueda distraer, cierras
los ojos y te pones a la escucha; entonces, y sólo entonces es cuando descubres
dos cosas, la primera que Dios te ha regalado una inconmensurable vida
interior, que eres inmortal, trascendente, y que lejos de sentirte solo, aunque
no haya nada ni nadie en diez kilómetros a la redonda (lo que la vista alcanza
en un horizonte totalmente llano), comprendes que estás totalmente inundado de
Dios, que Él lo aguanta todo, tus pesares, tus sacrificios, tus decepciones,
tus caídas, tus limitaciones, tus ampollas, tus dolores de pies, tus remilgos
ante una litera no muy limpia, en suma, tus pecados. Sólo te pide una cosa,
constancia para entender que “Amar es una decisión”, que Él no
puede decidir por ti. Que amar es seguir el Camino, es exclamar “¡ultreia!
Ultreia Es una palabra antigua, que se escucha en varias ocasiones
a lo largo del Camino. Viene del latín, y son dos palabras juntas:
"ultra" y "eia". Ultra significa más, y eia significa allá.
Su significado fue y sigue siendo a la vez saludo entre peregrinos y a modo de
dar ánimos. Esta palabra sale del Codex Calixtinus, de una canción en latín del
siglo XII. Hay una frase que dice "e Ultreia, e suseia, deus adjuvanos".Otros
dicen que antes se decía "ultreia, suseia, Santiago", como diciendo
"ánimo, que más allá, más arriba está Santiago".
Ultreia, suseia, notas cómo te dice un anónimo peregrino que te ve
en el borde del camino lamiéndote las heridas. Y es que Dios no sólo se manifiesta
en tu interior, sino en tu exterior, a través de cada peregrino que te
saluda y te desea “¡buen Camino, hermano!”.
Desierto
La desilusión es un estado en el que la amada, cansada y aburrida,
siente la aspereza de la aridez del desierto. Y aparece el conflicto. La
desilusión hace que la pareja de enamorados se replantee qué es lo que sienten
el uno por el otro. Si creían que el amor era ese “embalamiento emocional”, ya
están tardando en desvanecer esa ilusión para tener que enfrentarse a la cruda
realidad de que amar no supone estar enamorado, que esa es una etapa tan dulce
y gloriosa como frágil y fugaz. El enamoramiento se basa en la misma falsa
creencia que los guiñapos egoístas de Bernard Shaw, que no hacen más que
quejarse porque el mundo no les hace felices. Ahora no es el mundo el que no te
hace feliz, sino Jesús, del que te habías enamorado locamente.
Pero esa locura de amor vivida con apasionamiento es un
trampantojo, una falsa percepción de una Arcadia feliz a donde al alma y a la
mente les gustaría vivir. Por eso, en la vida interior (y exterior también),
vivir el desierto es fundamental para crecer y madurar, para comprender que la
paz y la felicidad se nutre de esa longanimidad, referida a la constancia, la paciencia y la
fortaleza de ánimo ante las situaciones adversas de la vida.
La vida no es un juego, no
es un tiempo dedicado a pasarlo bien. En la noche de los tiempos se enraíza esa
característica del ser humano que le impide ser un ángel, dejándole a medio
camino entre los ángeles y los demonios. El por qué es así, nadie lo sabe,
aunque las religiones acuden a la teoría del demonio, el pecado de Adán y Eva y
todas esas cosas. Pero acaso la razón sea bastante más prosaica, como el hecho
de ese proceso evolutivo desde el comportamiento instintivo de los animales
hasta el intencional del ser humano, donde la inteligencia tiende a anteponer
el individualismo a la colectividad.
Pero esto es un tema para un
debate aparte.
El hecho cierto es que a
cada uno de nosotros nos toca vivir cíclicamente el proceso de romance –
desilusión y júbilo (que abordaremos en la próxima entrega). Y es un ciclo en
tres escalas de tiempo, en el corto, medio y largo plazo; es decir, a lo largo
del día podemos vivir un ciclo de ilusión, desilusión y superación y a lo largo
de una época de semanas o meses y a lo largo de largos años sobre todo de
desilusión y de desierto.
Lo peor que nos puede pasar
es que no nos guste el plan de Dios para los seres humanos, pero no queda otra
que aceptarlo y sobre todo, de sacarle el rédito correspondiente a esos
periodos de desilusión, que gracias a ellos, aprendemos a comprender que la
vida NO ES según creemos que debería ser, sino como es en realidad, con sus
luces y con sus sombras.
La pobre María,
desilusionada de que su amado peregrino se dio a la fuga, trató de buscarle y
no le encontraba. Y pregunta al búho que por ahí pulula al atardecer o, a la ardilla
desde la rama de los árboles, si acaso le han visto y, sí, le responden, “por aquí pasó el otro día y nos trató con
mucho cariño”
María al comprobar que su príncipe está por ahí, pero parece que es
esquivo, vuelve a su casa, repitiendo como si fuera un penoso mantra de “a
dónde te escondiste”…
Y el búho, que observa impasible le dice a María, “error, así no”.
¿Cómo así no?
¿Qué más puedo hacer, Señor para encontrarte? Llevo toda la vida
intentándolo, recorriendo caminos, yendo por
las majadas al otero y preguntando a todo pastor con el que me cruzo
“¡si por ventura vierdes aquel que yo más
quiero, decidle que adolezco, peno y muero!”.
Pero sólo te dicen una y otra vez que sí, pasó por los sotos con
presura.
Qué les pasa a mis ojos, Señor mío.
Cómo puedo saber cómo ofrecerte
todo mi ser y, así saber quererte,
y así salir, por fin de mi desvío.
¿Que le pasa a mi mente que no sabe,
comprender aquello que tú quieres?
Aceptar el dolor que tú me hieres.
Más dolor y lamento ya no cabe
y, mis pies ya no pueden dar más pasos.
Las piedras del camino me tropiezan,
las espinas me atan con sus lazos.
Para así cada día que amanece
casi casi, la muerte casi abrazo
y mi alma se pierde y desvanece.
Y cuanto más lo intentas, buscando tus amores por montes y riberas, sin pararte
siquiera a coger flores y sin temer las fieras, tanto más te das cuenta, María,
(y casi Marta también), que esto es una tontería, que el búho tenía razón.
“Así, no”.
====================================================
Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este
blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
====================================================
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.