La
búsqueda del amor imperfecto
El sueño de la Iglesia, como cualquier otro sueño de la magnitud
que nos imaginemos, familiar, colectivo, social o nacional, tiene la gran
virtud de prepararnos con las “herramientas” y conocimiento necesario para
hacer “nuestro propio camino de desarrollo personal”. Esto es
absolutamente esencial para comprender el inmenso valor del legado de la
Iglesia, sin la que no conoceríamos la Historia de la Salvación. Quiero decir,
que la Iglesia se puede desgañitar enseñándonos el camino, asesorándonos,
advirtiéndonos de los peligros de las bifurcaciones, etc. Pero quien ha de
hacer el camino hemos de ser cada uno de nosotros. Nadie puede caminar con
nuestros pies, que son nuestros, personales e intransferibles.
Y sucede como cuando vamos en grupo, que podemos caminar o viajar
siendo conscientes de por donde pasamos, de dónde estamos y hacia dónde nos
dirigimos o; podemos caminar inercialmente como una maleta o como uno que va en
el grupo del Imserso o de un viaje turístico donde “si hoy es martes esto es
Cuenca”, caso de que se consulte el folleto del viaje. Es decir, el viaje de la
fe en modo inercial es una auténtica estupidez. Es el viaje del joven rico,
fiel cumplidor de un código perfecto donde el foco está en “no pecar” por miedo
al castigo. Incluso sabiendo que Dios nos ama.
Pero igual que no es lo mismo “pelar patatas” que “pelar patatas”,
es decir pelarlas por imposición de la parienta que, por amor a la esposa,
tampoco es lo mismo saber que Dios me ama que ser consciente de que Dios me
ama. Lo primero me induce a no pecar, no sea que… Lo segundo me induce a amar
yo también y a dejarme amar.
Es la diferencia abismal entre refuerzo negativo (hacer por miedo)
y el refuerzo positivo (el deseo de crecer en el amor). En el primero la
persona vive a la defensiva; en el segundo vive a la ofensiva, entendiendo
“ofensiva” como proactividad, asertividad (esto es muy importante) y donación,
es decir, amistad y entrega.
Lo de la asertividad es muy importante porque supone tener una habilidad social de saber
comunicar y defender sus propios derechos e ideas de manera adecuada y
respetando las de los demás. La asertividad es una aptitud que le permite a la
persona comunicar su punto de vista desde el equilibrio entre un estilo
agresivo y un estilo pasivo de comunicación. La palabra asertividad viene del
latín assertus, que
denota una afirmación sobre la certeza de algo, pero que no invade el terreno del otro obligándole sí o sí a
aceptar lo nuestro y nuestras razones.
Todo esto supone el
trascendental cambio de paradigma de vida que consiste en pasar de limitarnos a
vivir para no pecar (cumplir la Ley católica adorando al Pantócrator) a vivir
para amar (seguir a Jesús, el hijo de María). No me atrevo a decir que el
primero, Jesucristo sea diferente a Jesús el hijo de María, pero sí hay
diferencia…
No me mueve, mi Dios, para
quererte
el Cielo que me tienes prometido
ni me mueve el Infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor. Muéveme
el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas, y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y
en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque
te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
(Soneto al crucificado, Anónimo Siglo XVI)
Se trata de la búsqueda del derecho y el deber
imperfecto, basado en amar “porque sí”, porque me amas y te amo. Lejos de mí la
obsesión por el pecado y por las condenas. Lejos de mí el amor de compromiso y
la rigidez de los códigos penales.
Puede que al principio no haya otra forma de
reaccionar frente a la propia insensatez y perversión, pero superado ese
trance, no tiene sentido seguir amarrado a las cadenas.
Es más, la tibieza del católico practicante
acaso viene porque, al ser bautizado de tierno infante, no ha decidido él su
destino, sino que lo han hecho otros por él. Ni siquiera en la Primera Comunión
uno está en sus cabales a los nueve años. Acaso la Confirmación es un intento
sacramental de que el joven deje la Playstation y “se dé cuenta” de lo que
tiene entre manos, que sea consciente de lo que significa ser cristiano. Pero,
claro, volvemos a una toma de consciencia trascendente, filosófico – teológica
de altos vuelos, muy al gusto de las autoridades eclesiástica, que para eso
tienen estudios.
No sé como explicarlo. Sólo sé que es un enfoque
adoratriz que me deja vacío. Todo muy solemne, todo muy bien pensado, las
oraciones impecablemente redactadas por expertos en catequética, mayéutica o
exegética o como se llamen las elevadísimas doctrinas teológicas y, etc., etc.
Y por supuesto, todo celebrado con el vestido adecuado para la ocasión, que va
desde la gala de un traje de solemne ceremonia hasta una reluciente armadura de
un soldado de Cristo.
El alma, creo, lo que busca es “amar en
bata y zapatillas”, incluso desnuda, sin tapujos, sin protocolo, en lo
escondido. El alma busca un amor de alcoba.
Es la búsqueda del amor imperfecto,
porque sí, porque te amo y sé que me amas.
2¡Bésame
con los besos de tu boca! | ¡Tus amores son más dulces que el vino! 3 ¡Qué
exquisito el olor de tus perfumes; | aroma que se expande es tu
nombre; | por eso te aman las doncellas! 4 Llévame
contigo, ¡corramos!; | condúzcame el rey a su alcoba; | disfrutemos y
gocemos juntos, | saboreemos tus amores embriagadores. | ¡Con razón
te aman las doncellas! (Cantar de los cantares 1, 2-4)
¡Qué sabio era Salomón cuando escribió estos
versos de la bella amada a su Amado!
¿Por qué los doctrinólogos jamás nos hablan de
que esta es la relación auténtica del alma con Dios? ¿Por qué se nos oculta que
la auténtica vida de fe es “la vida interior”, la que vive la amada en
brazos del Amado? Nuestros santos místicos lo descubrieron y casi fueron
condenados por la Inquisición.
Reconozco que hay tantas vidas de fe como
personas y que ninguna será igual que la de otra, pero, con el debido respeto
de los que saben más que yo de estos temas, creo que hasta que el cristiano no
descubre la puerta estrecha que Jesús abrió en “El Muro”, que abre el camino de
la vida interior, vive en la superficie de la apariencia de la fe, pero es
incapaz de descubrir su esencia; participa en celebraciones y solemnidades,
pero puede que por dentro esté vacío y, hasta incluso, puede vivir la paradoja
del que aparenta ser de comunión diaria.
Es la advertencia que me hizo una vez mi
padre, “no os fieis de ese, que es de comunión diaria”, avisándonos de
cómo determinada persona le hizo sufrir, siendo o aparentando ser un piadoso
cofrade.
En cuestión de fe, por mucha educación
cristiana recibida y practicada, existe un antes y un después de un
acontecimiento fundamental en la vida, que es “la Llamada y su respuesta”, el
“flechazo” o el caer el alma rendida a los pies de su enamorado; o ese beso que
obra el milagro del despertar de la “bella durmiente”.
El salto de fe
Aristóteles, en su tratado sobre la comedia, refiere que
la trama de una obra de teatro tiene tres fases, presentación de personajes y
situación, desarrollo y desenlace. En el desenlace, en un momento determinado
se tiene que producir “el salto de fe”, que es una decisión que al protagonista
le supone un dilema entre lo que los demás esperan de él y lo que realmente
desea él, a riesgo de no ser aceptado por los demás. Supone un salto en el
vacío, donde te juegas prácticamente el resto de tu vida. Los guiones de Hollywood,
habitualmente se han ajustado a este esquema. El ejemplo típico es “Pretty
woman”, en el que el adinerado Edward Lewis (Richard Gere) ha de elegir entre
amar y vivir el resto de su vida con Vivian (Julia Roberts), la prostituta que
le prestó los servicios sexuales durante su estancia en Los Ángeles, a riesgo
de ser rechazado por los suyos, o renunciar a ese amor, para satisfacer lo que
la gente esperaba de él.
Pues “mutatis mutandi”, en la vida de fe, el creyente en
algún momento de su vida ha de tomar esa misma decisión, porque “vivir a Jesús”
va mucho más allá del cumplimiento de los preceptos religiosos. En realidad, no
tiene nada que ver. Incluso puede ser antagónico a esa vivencia inercial del
sueño de la Iglesia. Porque cuando Jesús entra realmente en tu vida, lo hace
incluso con violencia, la que desplegó al expulsar a los mercaderes del templo
o incluso diciéndoles a los vendedores de palomas, “quitad eso de ahí” (Jn. 2,
16), como explicaba el Maestro Eckhart en uno de sus sermones. Es decir, decir
sí a Jesús, supone dejar tu templo vacío, desnudo de todo apego inútil, incluso
de los apegos espirituales, que dice S. Juan de la Cruz, que es lo que
significa ese “quitad eso de ahí”.
Es decir, el encuentro por primera vez con Jesús es
algo que no se olvida jamás; es ese beso del Príncipe que despierta a la
bella doncella dormida, al alma que, por primera vez es consciente de sí misma.
Y sí, es un salto en el vacío, porque decir “sí” a ese beso, a esa llamada,
supone la entrega total de la vida de uno mismo a Dios. A partir de entonces,
ya nada volverá a ser lo mismo, porque supone soltar los mandos de tu vida y
entregárselos a Él. Incluso pones en riesgo satisfacer lo que los demás esperan
de ti.
¿Por qué una chica o un chico se enamora de él o de ella?
Nadie lo sabe, simplemente se produce. Es ese encuentro fortuito que
simplemente “porque sí”, enciende la llama y se clava en el corazón una flecha
que tritura la propia vida, reduciéndola a cenizas, de donde surge una nueva
vida basada en una entrega total y absoluta al otro. Y la mente, que es como la
madre de la chica, piensa que “ese chico no te conviene”, y espera que no seas
ligera de cascos y recapacites. Pero Él insiste y la mente empieza a hacerse
preguntas tales como:
(Lope de Vega)
Resulta que el sí a Jesús, el regocijo de María pone
contra las cuerdas a Marta, a la mente, que sabe que va a dejar de ser la dueña
de la casa (¡de su propia casa! Como siempre ha sido) para ser ese intruso de
Jesús, que enamora a la lela de su hermana.
Pues ya está el follón armado; cuando la fe pasa de
consistir en aceptar un conjunto de creencias y practicar de modo inercial un
conjunto de ritos y liturgias a vivir el amor apasionado del alma con Jesús,
todo se pone patas arriba, porque se enfrenta la alegría del alma con las dudas
de la mente. Cada cual lo vivirá a su modo, pero se establecerá una lucha muy
incómoda y a veces intensa entre la bella doncella enamorada de Aquel que con
un beso la ha despertado de su sueño, y su hermana mayor, la mente, para la que
se le ha descompuesto una vida que ya tenía ella organizada, donde en la casa
cada cosa tenía su lugar y había un lugar para cada cosa. Ahora “todo está
revuelto”. Antes era todo perfecto, ahora es imperfecto, vamos, un desastre.
En mi caso particular, mi encuentro con Jesús fue a los
nueve años recién cumplidos, el día de mi Primera comunión. Más allá de la
inconsciencia de un niño a esa edad, sé que Jesús besó mi alma, en el mismo
acto de recibir por primera vez la Sagrada forma. Y siempre le he sentido en lo
más profundo de mí. Pero por lo general, el alma recuerda una vida anterior
dominada por los deseos y veleidades de la mente, así como la violencia de ese
encuentro que sucede “porque sí”.
Cada cual que se considere cristiano, ha de preguntarse
si vive una fe aprendida y practicada correctamente (en su caso), o ha hecho
íntimamente suyo ese “sueño de la Iglesia”. No tiene absolutamente nada que
ver. Cuando el bautismo se recibe de adulto, aceptar ese sueño de la Iglesia y
el personal encuentro con Jesús, el despertar del alma, van en el mismo pack, a
riesgo de defraudar lo que la gente espera de ti; por eso, abrazar la fe
cristiana en edad adulta supone un auténtico salto de fe, porque su vivencia,
no podrá ser nunca inercial, a no ser que el doctrino sea un gilipollas.
La trama de la película, según el planteamiento de
Aristóteles (o de Hollywood), sería tal como dos hermanas, Marta y María, que
viven en una casa una vida normal y cotidiana, donde la mayor, Marta es el ama
de casa y María es esa loca pequeña con la cabeza llena de pájaros, atolondrada
y dormilona que, una vez paseando por el campo en flor se encuentra con un
chico de la que se queda prendada y locamente enamorada “porque sí”. Y el chico
también se ha fijado en ella y se acerca y le da conversación, hasta que dan
las diez y ha de volver a casa, no sea que su hermana la regañe. Se lo cuenta y
Marta con el ceño fruncido le dice que “ese chico no te conviene”, mientras le
dice a María que espabile porque si no van a llegar tarde a misa, que es
domingo. Claro, María se ha pasado toda la noche soñando despierta con su gran
amor y ahora tiene sueño…
Lo dicho, nada que ver. El día que uno pasa de vivir una
fe inercial a experimentar el encuentro con el amor de su vida, ese día no se
olvida jamás; que lo digan los enamorados. ¡Ese día todo es maravilloso! Ese
día uno siente que despierta a la vida, porque ese día el es día del encuentro
con el Amor, “el primer día del resto de la vida”.
¡Mil campanas suenan en el corazón! entonando un Aleluya
como jamás escuchó oído alguno. Pero hace falta decir un “sí” consciente a la
llamada, un salto de fe, a riesgo de ser denostado por uno mismo y por los
demás, y arriesgarse a vivir toda una revolución interior. Es una entrada triunfal
a un camino que no será precisamente de rosas.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física
de la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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