Estaba al borde de un acantilado.
Bajo mis pies, el mar bramaba de forma ensordecedora.
Veía como las olas chocaban furiosamente contra las rocas.
Percibí que, en su ir y venir,
miles de gotas quedaban adheridas a la sólida piedra,
mientras que otras retornaban al agua.
Súbitamente, mis pensamientos se dirigieron hacia el interior.
Vi al mar como a Dios y a las gotas
como a la humanidad.
Algunas personas eran aquellas gotas que quedaban asidas a la roca.
Estas, no eran otras que las miles de almas
que se apegan a lo material.
Son las que pierden el camino de retorno al antiguo hogar.
Aquellas que se creen independientes e individuales
y que se proclaman como autosuficientes.
Las mismas que se zambullen en el lodo de la materia,
renegando de su procedencia.
Las que han creado las divisiones jerárquicas,
raciales y planetarias.
Después, me encontré con las gotas que impactan en la roca,
pero que vuelven a su cuna primigenia.
Estas son las almas que, habiendo conocido el mundo sensorial,
añoran su procedencia y tornan a su Destino.
Las que se sienten huérfanas
en un mundo que no comprenden ni comparten.
Son aquellas que desean la unidad,
que suspiran por un mundo sin barreras.
Estas aún recuerdan de donde vienen
e intentan arrastrar a las que han perdido el rumbo.
Desgraciadamente, sus esfuerzos,
suelen quedar en meros intentos fallidos.
Vuelvo de nuevo a la realidad,
despertado por el retumbar de las olas.
Noto algunas lágrimas deslizadas en mi rostro.
¿Cuándo comprenderás, humanidad?
Todo es Uno.
Todo forma parte de ese mar
al que llamamos Dios.
No somos más que esas gotas,
que se han desligado aparentemente de su procedencia.
Todas las gotas forman el mar.
Toda la humanidad es Uno.
Es DIOS.
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Autor: Matías Márquez (gaudapada@hotmail.com)
Fuente: De su libro Alma embriagada (Editorial: Visión
Libros)
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