La división entre lo interior y lo exterior
es una falacia. Existe una íntima y estrecha conexión entre el interior y el
mundo exterior, es decir, entre tú mismo -lo que realmente eres y tu estado de
consciencia- y lo que llamas realidad -en la que vives y te desenvuelves-. La
teórica separación entre lo interior y lo exterior deriva del postulado
racionalista clásico según el cual la Naturaleza, el Cosmos y la Creación, sus
características y sucesos, pueden examinarse desde fuera. Pero esto no se
corresponde con lo real. Hoy son numerosos los científicos que han llegado a
esta conclusión. Uno de los pioneros fue Werner Heisenberg, Nobel de Física en
1932, cuyas investigaciones le condujeron a argumentar que “lo que observamos
no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método
inquisitorial”. Aplicado a cualquier ser humano, los sentidos corpóreo-mentales
que usa para percibir la realidad no son objetivos, sino que formatean y
moldean ese realidad subjetivamente en consonancia con la capacidad y la forma
de percepción de esos sentidos: se ve sólo una determinada gama de colores, se
oyen sólo los sonidos que se encuentran en una cierta banda de frecuencia, el
tacto transmite sensación de solidez ante lo que en verdad carece de tal,
etcétera. Consciente cada vez más de esto, la ciencia está planteando una
visión de la realidad y todos y cada uno de sus componentes. Un escenario en el
que, volviendo a utilizar palabra de Heisenberg, “la división común entre mundo
interno y mundo externo ha dejado de ser adecuada”. De hecho, es la mente, al
funcionar con base en los contrastes y al usarla para lo que no le corresponde
ni está preparada, la que divide y distorsiona la realidad inventando un mundo
ficticio lleno de opuestos, de extremos… La ciencia está saltando hoy por
encima de ellos y mostrando que la vida es la totalidad, por lo que toda ella
merece ser vivida sin rechazar nada porque la vida nada rechaza: ¿cómo iba a
hacerlo si todo forma parte de ella misma y en ella existe y se integra? Por
tanto, no te clasifiques, no te autolimites, no optes por lo exterior ni por lo
interior. Esas divisiones pertenecen a la mente. El interior y el exterior son
uno: el exterior es sólo la prolongación del interior; el interior, la
penetración del exterior… Llevando esto a la práctica de tu vida cotidiana,
date cuenta de que si optas por lo exterior, notarás que te falta algo, que tu
vida no es completa porque te has volcado excesivamente en lo externo y no
captas ni disfrutas experiencias interiores. Y si eliges lo interior,
percibirás esa misma carencia de algo en tu vida porque le has prestado
demasiada atención a lo interno y eso te ha lastrado y coartado para vivenciar el
mundo exterior… Todo tiene su sitio exacto en la vida -lo interior y lo
exterior, lo espiritual y lo mundano…-, pero no como vivencias separadas y
confrontadas, sino conectadas e interrelacionadas, interactuando y
retroalimentándose siempre entre sí… Esos hipotéticos opuestos son igual que
los dos ojos: si elijes uno serás capaz de ver, pero tu visión perderá hondura.
No dividas. La vida es una, tú eres uno. No te vayas a los extremos. Entonces
los dos extremos se encontrarán, se equilibrarán. Y en ese equilibrio entre
ambos, tú trascenderás los dos y ya no serás ni esto ni aquello: ni mundano, ni
espiritual; ni exterior ni interior. Serás conscientemente el observador y
estarás en condiciones de constatar como, desde el interior, actúas y modificas
lo observado, el exterior, ambos planos en una dinámica de retroalimentación
constante.
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