En los casos en los que en el post-tránsito, al acceder
al plano de luz, desaparece cualquier idea de identidad –sea física, álmica o
espiritual; individual o colectiva-, se vive la experiencia de la “Nadeidad” y acontece
la disolución consciencial en la más absoluta y radical nada de toda noción de
sujeto -de la modalidad que sea-, con lo que también dejará de haber objetos,
quedando sujeto y objetos fundidos en la Unicidad. Por tanto, en esta experiencia, muy poco frecuente entre los desencarnados que han sido seres humanos, se disipa toda “historia
personal”, cualquier visión de “personalidad” álmica o espiritual y toda asociación consciencial con cualquier tipo de identidad, de la
clase que sea. Lo que antes se percibía así mismo como algo, ya no se percibe
de manera alguna. Se ve entonces la
Realidad antes de desaparecer en ella: lo que ser percibía
como “yo”, en cualquiera de sus manifestaciones (física, álmica o espiritual) constituía una falacia consciencial,
pues sólo existe el todo y las individualidades, del tipo que sean, son falsas.
Así que el “yo” no es nada; y cuando ya no hay “yo” y eres nada, entonces eres
el todo. La experiencia de la “Nadeidad” abre las puertas a la “talidad”. Y lo
mismo le ocurre al todo, que para ser todo es nada, aunque esa nada es el todo…
En este punto, el viaje consciencial se ha completado y acontece la “Nataldeidad”:
la consciencia que emanó del todo al todo vuelve (recordando el famoso símil:
la ola toma consciencia de que no es tal, que realmente no existe, que sólo es
y existe el océano en su inmensidad). Esto es lo Real: eres nadie y eres el
todo, la consciencia infinita y eterna que nunca nació y nunca morirá y es
tanto la raíz de toda la existencia como su propio florecimiento… ¿Dónde está?,
¿dónde mora? No se puede decir dónde se halla, aunque, desde luego, está en ti,
es tu verdadero ser, porque esta consciencia se encuentra en todas partes.
Mejor expresado: “todas partes” están en ella. Esta consciencia ha ido más allá
del más allá y nada la limita. Por supuesto que está más allá de la mente y el
lenguaje. Y también del espacio y el tiempo… Ambos, el tiempo y el espacio
existen en la consciencia y esta consciencia no existe en el tiempo y el
espacio. Es la consciencia iluminada que constituye tu propia luz. Por eso la
iluminación es ser la luz para ti mismo y “ver” lo que realmente siempre has
sido, eres y serás: nada y, por ello, todo. Una vez que ocurre esta iluminación,
todo está en ti porque tú ya no eres nada en particular. Todo empieza a moverse
en ti porque tú ya no existes como tal… Los mundos surgen de ti y se disuelven
en ti porque tú, lejos de ser tú, lejos de ser algo, eres el todo… Al
difuminarse cualquier noción de identidad y en el momento previo a la
disolución en la nada y vivir el todo, ¿es posible volver a encarnar en el
plano humano? Sí, aunque no por necesidad, como pasa al identificarse con un
alma, sino sólo por puro fluir del Amor. A lo
que estas encarnaciones representan aquí, en el plano material, se han
aproximado, por ejemplo, la tradición hindú -se refiere a ello como
reencarnación voluntaria o vyutthana-,
el budismo -mediante la figura de los llamados bodhisattvas- y el cristianismo -con los 144.000 sellados que se citan en el Apocalipsis (capítulos 7 y 14)-.
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