Te marchaste de repente
y un grito ahogó mi alma.
No podía entender el fin
tan duro e injusto
de una vida tan infeliz y
desgraciada.
Me faltó tiempo para
ayudarte.
¿Infeliz?, ¿desgraciada?
Qué equivocada estaba.
Era mi ego el que se abría
paso.
¿Qué sabía yo?
¿Ayudarte?, ¿a qué?
Si eres tú el gran maestro
para todos y para todo.
Gran alma valiente.
Con ese gran pacto de amor
realizado,
bello campeón,
joven maestro,
niño asomando sus años a la
adolescencia.
En la sonrisa de tus ojos pude ver la belleza de tu alma,
que amorosamente reflejaba
la mia
siendo Uno contigo.
En su profundidad reflejaba
la inmensidad del Amor.
Uno con todos y con todo,
en la inmensidad del Amor
que Es, que Eres,
dejaste las estelas
encendidas
de muchos corazones.
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Autora: Isabel Bermudo Castro (isabelbermudoc@gmail.com)
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