Aproximación a la luz de la experiencia
La observación de la
historia y el estudio de las religiones comparadas ponen de manifiesto que
numerosos movimientos, escuelas y corrientes espirituales, tras un periodo de
esplendor temporalmente cercano a la experiencia y vivencia de las personas que
inicialmente los impulsaron, decaen posteriormente y entran en una pronunciada fase
de pérdida de fundamentos y valores que, a menudo, nunca logran superar.
El guión se repite
con reiteración: transcurridos entre 50 y 150 años del fallecimiento de los
fundadores y de la gente más próxima y comprometida con ellos, en el seno del
movimiento empiezan a adquirir un papel preponderante personas de mucha menor
talla espiritual, que, paulatinamente, se afianzan en su dirección en un
contexto caracterizado por: el creciente olvido de los postulados primigenios; la
primacía de unos teóricos intereses de la organización por encima de los objetivos
que motivaron su existencia; la devaluación de tales objetivos mediante la
pretendida necesidad de su actualización o renovación; el incremento de la
ilusión ritualista y de actitudes prepotentes (dogmatismo, secretismo en la gestión y toma de decisiones, imposición del criterio propio, rechazo y descrédito del de
los demás cuando es distinto...); la extensión de la idea de que el fin justifica
los medios; la profusión de conflictos y luchas internas de poder; la descalificación,
marginación y expulsión de los que son críticos ante todo esto; y un largo
etcétera de análoga naturaleza.
Este catálogo de
“malas prácticas” es fácil de realizar porque han sido cuantiosas las escuelas y
corrientes espirituales que las han experimentado a lo largo de la historia. Y
en él hay que incluir igualmente, como un elemento determinante, el
protagonismo cada vez mayor de lo que podemos denominar la lógica del dinero: lucro,
negocio, búsqueda de beneficios, operaciones comerciales y mercantiles…
Normalmente, se comienza introduciendo en la organización pre-ocupaciones y tensiones
de índole económica y pecuniaria y promoviendo actuaciones, inicialmente de
escasa envergadura, de perfil lucrativo y comercial. Y se termina entrando
completamente en dicha lógica, diluyéndose la frontera entre lo espiritual y el
negocio. Este ha sido el camino recorrido incluso por tradiciones serias, que
quedaron pervertidas en su esencia más sagrada. De esta manera, a veces casi imperceptiblemente,
se pone en marcha la dinámica que conduce inexorablemente a caer en manos de
ese diablo -tan conocido y reconocido en la historia de la
espiritualidad- que da dinero, pero roba el alma.
Y cuando una
corriente espiritual sucumbe ante la lógica del dinero, acaba adoptando también
la lógica del poder por el poder y la lógica de las burocracias… Las
prioridades de los nuevos dirigentes, aunque revestidas superficialmente de espiritualidad
e idealismo, ya no difieren realmente de las típicas de corporaciones
mercantiles. De hecho, no se tarda en fomentar acuerdos con estas, publicitando
tamaño desatino con proclamas de éxito y prestigio… En definitiva, se pierde el
Norte… Y las metas monetarias y de poder institucional traen consigo,
inevitablemente, la tergiversación y falsificación de las enseñanzas originales.
En algún momento,
pasado un tiempo a veces muy largo, surgen por fin en el movimiento personas
con la entereza y coherencia espirituales necesarias para acometer con entusiasmo la labor de
reconstrucción de lo que fue destruido. Pero recuperarse de tanto
desatino es tarea ardua, compleja y prolongada. Bastantes movimientos
espirituales nunca lo consiguieron.
Conclusiones: dirigentes que no mantienen el
nivel espiritual y miembros pasivos
En resumen, analizando
los muchos casos habidos, cabe concluir que el punto de inflexión que señala
el inicio del declive de los movimientos espirituales viene marcado por dos
factores básicos: por un lado, la aparición y consolidación de unos dirigentes
que no mantienen el nivel ético y espiritual de sus predecesores; y por otro y
no menos importante, la permisividad o pasividad del resto de los miembros, que
admiten o no se oponen a las actitudes y acciones de aquellos.
Con referencia a lo
primero, los nuevos dirigentes no dan más de sí y son incapaces de hacer suyos
y comprender, en su calado y transcendencia, los principios y proposiciones
que estuvieron en la génesis del movimiento y en el corazón y la cabeza de sus
fundadores. A lo que suman, alejándose de las pautas conscienciales de sencillez
y austeridad, un estilo de vida que multiplica innecesariamente los gastos de
la organización. Curiosamente, este dislate les sirve de excusa para construir
un discurso falaz sobre la necesidad de buscar ingresos, aunque sea a costa de
dilapidar el legado espiritual y material de los que les antecedieron.
En cuanto a lo
segundo, para que lo anterior sea posible, es requisito imprescindible la
permisividad o pasividad del resto de los miembros. Ciertamente, siempre hay
excepciones, esto es, personas que se
resisten y se movilizan ante la decadencia espiritual. Sin embargo, la
tendencia dominante suele ser la inacción de la mayoría, que se limita a
justificar o simula ignorar el camino torcido elegido por sus dirigentes. ¿Por qué esta
conducta? Según muestran numerosos ejemplos, lo hacen por cuatro grandes
motivos: inconsciencia, comodidad, intereses creados o, simplemente, miedo.
Confianza en la Vida, Aceptación, No Juicio y
Acción Correcta
Los sabios y sabias
de todas las épocas y culturas han llamado a Confiar en la Vida desde el
discernimiento de que todo tiene su sentido profundo, su porqué y para qué, en clave de nuestro crecimiento personal y colectivo, desarrollo consciencial y
evolución espiritual. De hecho, en la vida no hay problemas, sino factores de
impulso. Y lo relevante no es el "qué" (qué pasa, qué deja de
pasar...), que tanto inquieta a nuestra mente concreta, sino el
"cómo" vivimos el "qué": cómo afrontamos y experimentamos
en el aquí-ahora cada circunstancia de la vida cotidiana, sea lo que sea.
También han abogado
por la Aceptación y la ausencia de queja ante todo lo que acontece. Esto no
significa, en absoluto, resignación, ni impotencia, ni encogerse de hombros
afirmando "no puedo hacer nada ante lo que ocurre". No, la Aceptación
es otra cosa: es fruto de la citada Confianza en la Vida. Cuando esta resplandece en el corazón del ser humano, la Aceptación es su efecto natural.
Por fin, los sabios
y maestros han insistido en que no juzguemos, ni a nadie ni a nada. Cada cual
está recorriendo su propio Sendero y se encuentra en su propio estado de
consciencia. En consonancia con él, entiende, ve y vive la vida. Y cada ser humano
está en su derecho de experimentar el estado de consciencia que en el momento
presente ostenta. Solo así podrá avanzar en auto-consciencia y hacia una
comprensión de la vida más plena y auténtica.
Todo lo que se acaba
de sintetizar acerca de esa triada perfecta configurada por la Confianza en la
Vida, la Aceptación y el No Juicio se ha traído aquí porque es perfectamente
válido para los procesos de decadencia de los movimientos espirituales. En
todos ellos hay un sentido profundo y han de observarse y vivirse desde la
ausencia de quejas y de juicios.
Ahora bien, hay que
ahondar un poco más, pues los maestros que han practicado
la indicada triada nos has mostrado que el ejercicio de la misma no conduce a
la inacción, sino que se complementa con la acción. Eso sí, estará impregnada por
la alta vibración consciencial del ser humano en el que la triada ha enraizado. Por esto, Buda Gautama la llamó Acción Correcta. En su marco, el
No Juicio no significa mirar para otro lado, ni justificar el daño o el
sufrimiento que las personas menos conscientes causan a su alrededor, a sus
congéneres o a cualquier modalidad de vida. A este respecto, la Acción Correcta
nos enseña cómo actuar en el aquí-ahora desde la Sabiduría-Compasión. Y es
obvio que esto es igualmente aplicable a las dinámicas de declive de las
escuelas espirituales. En particular, a los miembros que no reaccionan ante la
pérdida de rumbo de los dirigentes.
Lo más imperdonable en términos kármicos es
la pasividad
Es más, desde un
punto de vista teosófico, el cómo actuar ante dicha perdida de rumbo es, para
cada uno de los miembros del movimiento, una experiencia enormemente
transcendente: una auténtica probación de su estado de consciencia y de la
entidad, veracidad y consistencia de su vivencia espiritual.
La multiplicidad de percepciones y opiniones
es un regalo de la Vida, que siendo Una, se manifiesta en la diversidad, no en
la uniformidad. Es por esto que la fraternidad conlleva, entre otras cosas, efectuar
críticas serias y sinceras, que se basan en hechos, están abiertas a examen y
permiten al otro defender y clarificar su punto de vista. Como subrayó Helena
P. Blavatsky en 1888: “Si un compañero está errado, señalar el error lo
ayudará. El diálogo libre y la apertura grupal a la sinceridad mutua previenen
la hipocresía” (El significado de un
Compromiso -Revista Lucifer, Vol.
III Septiembre, pág. 63-). Y en el polo opuesto a la fraternidad se halla la
crítica escondida y ruin y, desde luego, el silencio y la omisión por
comodidad, interés o miedo.
A partir de ahí, cada cual ha de actuar en consciencia. Eso sí, estaría bien recordar lo que Eliphas
Levi escribió en 1859: "No hacer nada es tan nefasto como hacer el mal,
pero más cobarde. Lo más imperdonable en términos kármicos es la
pasividad" (La Clave de los grandes misterios -Parte III, Axioma XVI-).
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Autor: Emilio Carrillo
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Las Enseñanzas
Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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