Planteamiento
Desde numerosas tradiciones y corrientes espirituales se insiste en que
debemos matar o extinguir el deseo. Pero, ¿qué significa exactamente esto?;
¿tiene realmente sentido?; ¿cómo llevarlo a cabo?
El presente artículo se dirige a responder con brevedad estos interrogantes.
Utilizaré para ello las reflexiones compartidas C. W. Leadbeater (*) en su esplendida obra La Vida Interna (páginas 223 y 224 de la edición de la Biblioteca Orientalista ;
Barcelona, 1919):
Distintos
tipos de deseos
Lo primero a tomar en consideración es que el ser humano tiene, obviamente,
deseos de muy distinta naturaleza. Básicamente, los hay de dos grandes tipos:
los de perfil egocéntrico (deseos egoístas, vulgares, soeces, ignorantes…); y
los de carácter fraternal (deseos altruistas, generosos, conscientes…).
Sabiendo esto, cuando se alude a la extinción de los deseos, se está
señalando a los de la primera clase, los deseos bajos y groseros, a los que
hace mención el término sánscrito “kamas”, del que deviene, a su vez, la
expresión “kamásico” usada para referirse a las influencias en las personas de
las emociones y pasiones materiales.
En cambio, no se han de eliminar de ningún modo los deseos de naturaleza
elevada. Por ejemplo, el de evolucionar en nuestro proceso espiritual y
colaborar, igualmente, en el de la humanidad.
Se trata, por tanto, de conocernos a nosotros mismos y, desde la
observación y la aceptación de lo que se mueve en nuestras esferas emocional y
mental, extinguir lo inferior y potenciar lo superior.
La
transmutación de los deseos
Lo segundo a tener en cuenta es la necesidad de transmutar los deseos. Concretamente, hay que referirise a una doble transmutación.
Primeramente, descartados ya los deseos egocéntricos y centrados en los altruistas, una
transmutación fundamental consiste en transformar estos, los deseos
de naturaleza elevada, en auténticas aspiraciones de corazón. Esto servirá para
sacar al deseo del ámbito “kamásico” y situarlo en la órbita de lo “manásico”.
Más concretamente, en lo que en Teosofía se conoce como “manas superior”: la
mente abstracta y transcendente, que es capaz de ir de lo universal a lo particular y está íntimamente ligada al alma humana y sus cualidades.
Mas no queda aquí la cosa, pues corresponde, a continuación, efectuar una
segunda transmutación que es más sutil: la transfiguración de la aspiración en
voluntad.
Se puede entender bien en qué consiste volviendo al ejemplo del deseo de
evolucionar espiritualmente. Conforme a lo precedente, siendo un deseo de
perfil elevado, lo habremos transformado ya en aspiración. Pues bien, la nueva
transmutación radica en tomar consciencia de que continuamente estamos
evolucionando en la medida de nuestras posibilidades y de nuestro empeño. Y será
así como la aspiración se transforme en determinación y resolución, yendo más
allá del ámbito de los deseos y entrado de lleno en el campo de la voluntad.
Llegados a este punto, Leadbeater indica: “Ya nada lamentaremos, pues
sabréis que obrando a más y mejor recibiréis en correspondencia lo más y mejor
que merezcáis. Algunos desean ardientemente adquirir esta o aquella cualidad.
No malgastéis vuestras energías en desear, sino empleadlas en querer”.
A modo de
síntesis
En definitiva, sintetizando todo lo visto:
1º No hay que
dejar de tener sentimientos o emociones, pues si así fuese, ¿dónde quedarían, por
ejemplo, la empatía, la simpatía, la comprensión o la compasión –tanto hacia
nuestros congéneres como la universal hacia todos los seres vivos-?
2º. Lo que hay
que extinguir son los deseos de baja frecuencia vibracional, asociados al egocentrismo,
el egoísmo, la ignorancia, la irresponsabilidad y la inconsciencia.
3º. En
paralelo, hay que potenciar los deseos de naturaleza elevada y mayor gradación
vibratoria y transmutarlos en aspiraciones vitales sentidas y alentadas desde
el corazón.
4º. Y,
finalmente, se deben sacar estas aspiraciones del marco propio de los deseos
para introducirlas e inscribirlas en el ámbito de la voluntad y, por ende, de
nuestra capacidad de actuar con consciencia.
El dominio
de nuestra esfera emocional
Los cuatro puntos anteriores desembocan en el requerimiento de dominar nuestra
esfera emocional –denominada por Leadbeater “cuerpo astral” y asociada al
aspecto “kamásico” del ser humano-.
De hecho, está en nuestra mano mantener la esfera emocional bajo nuestro
mando consciente. O, lo que es lo mismo, tener completamente activa nuestra
facultad de actuar sobre ella a voluntad desde el profundo discernimiento de
que no basta con abstenerse de torpes acciones, sino que se requiere absoluto
in-egoísmo para avanzar en el sendero espiritual.
No en balde, la voluntad de cada ser humano forma parte de una voluntad
mayor –la del Logos, indica Leadbeater- y esta significa intrínsecamente
evolución: “El Logos quiere la evolución (…) Todos somos parte del Logos y
parte de él es nuestra voluntad. Únicamente cuando no echamos de ver esta
realidad levantamos deseos en nuestros separados caminos”. Lo que recuerda en parte a lo sabiamente expresado por Rumi en el siglo XIII: "Quien no escapa de la voluntad, carece de Voluntad".
En cualquier caso, el dominio de nuestra esfera emocional pasa obligatoriamente por tres grandes fases: la observación serena y reflexiva de las emociones que sentimos y vivimos; el reconocimiento y la aceptación de las mismas, sin autoengaños ni rechazos mentales; y, por fin, mediante el silencio, la respiración consciente y la introspección, meternos en ellas hasta el fondo para detectar y examinar lo que está en su raíz, lo que las causa en su origen. Será así, mediante esta práctica continuada, como iremos conociendo nuestro mundo emocional y aportándole un equilibrio y una armonía crecientes.
En cualquier caso, el dominio de nuestra esfera emocional pasa obligatoriamente por tres grandes fases: la observación serena y reflexiva de las emociones que sentimos y vivimos; el reconocimiento y la aceptación de las mismas, sin autoengaños ni rechazos mentales; y, por fin, mediante el silencio, la respiración consciente y la introspección, meternos en ellas hasta el fondo para detectar y examinar lo que está en su raíz, lo que las causa en su origen. Será así, mediante esta práctica continuada, como iremos conociendo nuestro mundo emocional y aportándole un equilibrio y una armonía crecientes.
La religión
de los Buddhas
Y terminaremos tal como lo hace Leadbeater en su texto, esto es, subrayando
que la regulación de nuestra conducta está acabadamente resumida por Buddha en
estos cuatro versos:
Sabapapassa akaranam
Sâchitta pariyo dapanam
Etam Buddhâna sâsanam
Es decir: “Cesad de obrar mal; aprended a obrar bien; purificad vuestro
corazón. Esta es la religión de los Buddhas”.
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(*) Charles
Webster Leadbeater, nacido en Manchester en 1854, fue un
destacado miembro de la
Sociedad Teosófica (http://sociedadteosofica.es/), fundada en 1875 por H. Blavatsky, H. Olcott y W. Judge, entre otros.
Clérigo de la iglesia anglicana, su interés por el espiritualismo le llevó
a desvincularse de la misma e integrarse, en 1883, en la Sociedad Teosófica ,
donde colaboró estrechamente con Annie
Besant.
Descubrió por su aura a J. Krishnamurti, cuando era un adolescente, en las playas de Sociedad Teosófica de Adyar,
en Chennai (antigua Madrás), siendo adoptado y criado bajo la tutela de Besant
y Leadbeater.
Autor de numerosos libros de una variada temática, se centró en la
teosofía, la sabiduría divina a través de los tiempos (http://www.logiaraja.org/AuthorProfile.aspx?profileid=10).
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