Se
ofrece seguidamente el artículo titulado Consciencia, del que es autor Emilio
Carrillo, publicado en el número de Febrero de 2017
de la revista Tú Mismo.
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Se habla mucho, cada vez
más, de consciencia, expansión de la consciencia, despertar consciencial… Pero,
¿qué significa exactamente la palabra “consciencia”? Atendiendo al Diccionario de la Lengua Española ,
la consciencia se asocia a dos capacidades estrechamente interconectadas: la de
reconocer la realidad que hay a tu alrededor; y la de conocerte a ti mismo.
Muy ligado a ello está la
expresión “estado de consciencia”, que puede ser definido como la percepción
que uno tiene de sí mismo y de los demás, de su vida y las de los otros, del
mundo y lo que en él sucede, de la muerte, de la divinidad… En definitiva, la
visión de las cosas con la que andas por la vida. Eso sí, esta visión es
distinta para cada ser humano, pues cada cual tiene la suya e, incluso, para
una misma persona no siempre es igual, porque va evolucionando como
consecuencia de las experiencias que vive y, sobre todo, de cómo las vive.
Por tanto, la consciencia,
siendo algo objetivo (la doble capacidad a la que se ha hecho mención), se
plasma de modo íntimo en cada persona y en cada momento de su vida por la vía de
las experiencias. Y esta plasmación configura su estado de consciencia, que
está siempre en evolución (más lenta o más rápida, según los casos).
Llegados a este punto, es
importante subrayar que, aunque la evolución de la consciencia es individual,
cuando alguien abre nuevas puertas conscienciales para sí mismo, repercute e influye
en el estado de consciencia de la humanidad, que viene a ser algo así como la
suma de los estados de consciencia de cada uno de sus integrantes. Algunos
científicos lo han llamado “campo mórfico o morfogenético” y han explicado que
la evolución del estado de consciencia global, siendo impulsado por el de cada
cual, retroalimenta, igualmente, el de todos y cada uno de los miembros de la
especie. Por lo que la evolución del estado de consciencia, siendo personal, es
también colectiva; y la colectiva influye en la individual. Pero, ¿en qué
consiste tal evolución? Expresado coloquialmente: ¿de dónde viene y hacia dónde
va?
En cuanto a lo primero, la
humanidad tuvo en su origen una consciencia prehomínida,
desde la que, por las experiencias vividas a lo largo de milenios, se progresó
a otra mágica, luego mítica y, finalmente, mental y racional. El resultado ha
sido el nacimiento y la consolidación del «yo» y la percepción de uno mismo y
de los demás como individuos, como sujetos. De este modo, se ha ido forjando en
la humanidad una consciencia asociada a ese yo, la consciencia egocéntrica, que, retomando lo indicado por el Diccionario de la Lengua , cuenta con dos
grandes señas de identidad: la
capacidad de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella se
centra en el uso de los sentidos corpóreo-mentales y se practica a través de
los medios, la información y la interpretación que ellos facilitan; y el conocimiento
que el sujeto tiene de sí mismo viene dado por la identificación con su yo físico, mental y emocional y con su
personalidad creada desde la experiencia de individualidad en libre albedrío. Sobre
estos dos pilares se han construido las pautas civilizadoras de las que
proceden la forma de vida de cada persona y el modelo de sociedad imperante en
la humanidad.
Sin
duda, el «yo» (autopercepción como sujeto; identificación con el yo físico,
mental y emocional; asociación a una personalidad forjada desde la experiencia
de individualidad; y gestación de una consciencia egoica como lógica consecuencia
de lo anterior) constituye un éxito de la evolución. Pero, a su vez, llegado un
punto concreto del proceso evolutivo, supone un obstáculo para que la evolución
continúe su avance. Esta es precisamente la tesitura consciencial, nunca mejor
dicho, en la que actualmente se halla el género humano y, por tanto, tú mismo.
Una
tesitura que te sitúa y nos sitúa ante la necesidad de impulsar una expansión
de la consciencia. ¿Qué implica y comporta? Fundamentalmente, darse cuenta de
que el ser humano es mucho más que su yo físico, mental y emocional -acabando
así con el aferramiento al «yo»- y goza de potencialidades y capacidades para
comprender la realidad de una manera que resulta imposible para la mente
concreta, que, teniendo facultades prodigiosas, es un instrumento muy limitado
para entender, ver y vivir la vida.
Muchos
piensan todavía que la identificación con el yo físico, mental y emocional y la
consciencia egoica constituyen la única vía para saber y comprender. Sin
embargo, esto es tan ridículo como lo fue la creencia de que la Tierra era el centro del
universo. Con esta concepción, la humanidad se ha instalado en un gran
egocentrismo, que es la causa de los problemas, los conflictos y el sufrimiento
que sientes en tu vida y en el mundo. Para salir de esta limitación, es momento
de dar un paso en el proceso evolutivo y adentrarse en otro estado de
consciencia desde el discernimiento de que la auténtica y genuina existencia
del ser humano no es la consciencia egoica del yo, sino la consciencia del Ser,
que es algo que no nace y no muere.
Esto abre las puertas a una nueva visión que se relaciona con lo
transpersonal y que, sin rechazar ni renunciar a la diversidad, sino todo lo
contrario, percibe la
Unicidad en la constatación de que somos uno con todo. Lo
que no es algo teórico, ni teológico, sino eminentemente práctico. Y tiene
rotundas e importantísimas repercusiones en la vida de cada uno y en el devenir
colectivo y social.
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