Tras el rechazo de la
visión religiosa, en Occidente la visión del mundo y de la vida se basa
implícitamente en lo que dice (y lo que no dice) “la ciencia”, considerada la
medida casi irrefutable para determinar lo que es cierto y lo que no. Pero esta
estudia únicamente lo cuantitativo y mensurable, y deja escapar el resto (que,
por acción u omisión, se considera no existente o “no probado”), y (a pesar de
los descubrimientos de la física cuántica) parte de la base de que hay un mundo
exterior material hecho de objetos independientes entre sí —y, más importante,
del sujeto que los percibe— que se puede investigar de manera “objetiva”, esto
es, sin que la consciencia que lo estudia tenga un lugar prominente. Una
consciencia sobre cuya naturaleza la ciencia queda, de pronto, muda.
La mentalidad cientificista
(la ideología que proclama que la ciencia tiene el monopolio del conocimiento)
contiene, a menudo de forma inconsciente, muchos dogmas filosóficos y
metafísicos. Por otro lado, “la ciencia” no constituye una unidad: las
distintas ciencias no convergen en una imagen unificada del hombre y el
universo. Las ciencias —de precisión y fiabilidad variables, y de teorías y
especulaciones continuamente cambiantes— descubren muchos conocimientos
ciertos desde el punto de vista que les es propio, pero no tienen la capacidad
de dibujar una cosmovisión cierta y coherente, dada la multitud de factores que
escapan a sus redes. La imagen que se presenta, explícita o implícitamente, de
un universo ciego y únicamente material, donde todo sucede por azar y la
consciencia es un extraño invitado, es solo una extrapolación filosófica a
partir de unos pocos datos científicos acordes con el tipo de preguntas que se
le han hecho a la naturaleza.
De la misma manera en que
no puede hablarse de “la ciencia”, tampoco puede hablarse de “la religión” como
de un algo unificado. Lo que hay son distintas religiones que se manifiestan
adaptándose a las diferentes sensibilidades y circunstancias socio-culturales
de los seres humanos, y cuyos seguidores reflejan o distorsionan en distintas
medidas. La ciencia, la religión, la política, son actividades humanas con sus
luces y sus inevitables sombras, responsables tanto de grandes bienes como de
grandes males.
No se puede pretender
erradicar estas actividades humanas naturales -que inevitablemente resurgirían
bajo otras formas- para evitar los perjuicios que traen consigo; se trata de
intentar practicar buena política, buena ciencia, buena religión.
Por otro lado, en todos los
tiempos y latitudes, una larga cadena de santos y sabios han aseverado conocer
el corazón del universo, la última realidad. Esos hombres y mujeres, a menudo
las mejores mentes de cada generación, eran las personas más veneradas y
consideradas más dignas de confianza hasta tiempos recientes, y han constituido
el corazón contemplativo de las religiones. Aunque con muchas variaciones, sus
testimonios son asombrosamente coincidentes, o, cuando menos, convergentes.
¿Cómo ignorar lo que todos ellos nos dicen? ¿Es concebible que todos, desde el
primero hasta el último, estuvieran alucinados?
El significado de la vida
no puede hallarse mediante el estudio del mundo exterior, sino profundizando en
la consciencia, en el mundo interior del ser humano: el camino de la
contemplación, distinto del razonamiento pero no irracional. Este es el mundo
en el que se sumergieron los santos y sabios. Este libro es una llamada a la
dimensión interior, a la mística que representa el corazón y el significado más
profundo de todas las religiones. Muestra también la contribución que el
pensamiento de la India puede ofrecer para salir de la confusión y la falta de
dirección en que se encuentra actualmente el mundo.
Trayendo a sus páginas una
cantidad impresionante de citas de muchos científicos, pensadores y santos de
todas las tradiciones, este libro, escrito desde la convicción y que trata
temas de urgente actualidad, es imprescindible para empezar a desentrañar los
retos metafísicos a los que se encuentra enfrentado el mundo moderno. Un libro
para la reflexión.
Avinash Chandra, profundo conocedor de las
culturas de la India y de Europa, expone que la nueva cosmovisión tan
urgentemente necesaria no puede ser sino lo que se ha llamado la “filosofía
perenne”, las enseñanzas de todos los sabios, siempre y en todo lugar.
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Sinopsis del libro de Avinash Chandra titulado El Científico y el Santo:
Los límites de la ciencia y el testimonio de los sabios
(José J. de Olañeta,
editor, Palma de Mallorca, 2016)
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