Una
de las principales cualidades requeridas para entrar en el Sendero es la mente
de orientación fija y aplicada, a un sólo punto.
Los
mismos hombres mundanos logran éxito porque se dedican a un solo objeto de
pensamiento y acción, y de ellos podemos aprender el valor de determinarnos en
nuestra peculiar dirección. Nuestro objetivo no es tan concreto y tangible como
el de los profanos; y por lo tanto, nos es más difícil mantenernos en una fija
orientación mental; pero en la India se reconoce mayormente que en los países
occidentales la importancia de lo invisible, y así conviene buscar el trato y
compañía de los más adelantados, para quienes las realidades del Sendero están
siempre presentes, lo mismo que leer, oír y pensar con frecuencia sobre nuestro
propósito, y practicar constantemente las virtudes por cuyo ejercicio podemos
tan sólo adquirir el perfecto conocimiento.
Estamos
en una época de precipitación y chapucería. Las gentes gustan hacer de todo un
poco, pero nada completo, y mariposear de una cosa a otra. Nadie consagra hoy
su vida a una sola obra magistral, como tan a menudo sucedía en la Edad media
en Europa y antiguamente en la India.
El
ocultismo transmuta de muchos modos la conducta de un hombre; pero más
señaladamente dándole una absoluta fijeza mental. Desde luego que esto no
significa el incumplimiento de ninguno de sus deberes; sino que, por el
contrario, lo primero que se le prescribe es la incesante vigilancia en el
cumplimiento de todos sus deberes. Pero el ocultismo le da la nota fundamental
de la vida, que siempre resuena en sus oídos y que ni por un instante olvida.
Esta nota fundamental es la de ayuda y auxilio. ¿Por qué así? Porque sabe cuál
es el plan del Logos y procura colaborar en él.
Esto
entraña muchas modalidades de acción. Para ayudar con eficacia debe capacitarse
para la ayuda; y por lo tanto, ha de autoeducarse cuidadosamente eliminando las
malas cualidades y desarrollando las buenas, así como vigilar constantemente
las ocasiones de auxilio.
Uno
de los métodos especiales de ayudar al mundo está a disposición de los miembros
de nuestra Sociedad y consiste en difundir las verdades teosóficas. No tenemos
el derecho ni la intención de convencer a nadie por la fuerza; pero es nuestro
deber y nuestro privilegio dar a las gentes ocasión de conocer el verdadero
sentido de los problemas de la vida. Si al ofrecer el agua de vida, alguien la
rechaza, no es asunto de nuestra incumbencia; pero al menos hemos de procurar
que nadie perezca por la ignorancia de que existe el agua de vida.
Por
lo tanto, tenemos el deber de difundir la verdad y nada ha de impedirlo. Esta
es la obra que como Sociedad nos compete, y hemos de recordar que este deber
nos corresponde a cada uno de nosotros. Hemos de pensar de continuo en él y
tratar siempre de cumplirlo en cualquiera ocasión que se nos depare. No ha de
servirnos de excusa la inactividad de otros miembros, pues allá se la habrán
con ellos mismos y nada nos importa su indolencia; pero si nosotros no hacemos
cuanto nos sea posible, faltaremos a nuestro deber. Recibimos esta gloriosa luz
no tan sólo para alumbrar nuestro sendero sino también para ser a nuestra vez
antorchas de nuestros agobiados hermanos.
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Autor: C. W. Leadbeater
Obra: La Vida Interna,
publicada en 1910
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Las Enseñanzas Teosóficas
se publican en este blog cada domingo,
desde el 19 de febrero de 2017
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