Había silencio. Ni mucho, ni poco. Había silencio...
El silencio no se puede medir. O hay silencio, o no hay silencio.
Existía el silencio. Por fin. Siempre existió. El silencio existe.
Solo el ruido apaga el silencio. O, ¿es el silencio quien ahoga el ruido? No lo
sé. Quizá sea que el ruido aparece desde el silencio y se apaga en el silencio.
Abandoné aquel mundo. Aquella existencia. Ahora manejaba la mía.
Navegaba en silencio. Viajaba a una velocidad ensordecedora, pero en compañía
del silencio.
Buena compañera el silencio, para ser de género masculino.
No iba a ninguna parte. No había rumbo. Sí gobierno. Sola iba. Iba
sola.
Éramos muchos. Ahora era una en la inmensidad de aquel vacío
teórico, en silencio.
Pasé por la soledad en silencio. Y en silencio, pasé por la soledad
sin soledad. Una soledad sin ruido en la que había de todo.
Había de todo. Aunque eso no fue todo.
Todo fue un ruido silencioso, apagado en el recuerdo, en la
distancia; pero no en el olvido. Todo estaba impreso con ruido y en silencio.
No hubo sangre ni estupor. Fue un murmullo. Luego, todo se apagó. Y
en el mismo instante empezó. Surgió. Surgió un día. Un día sin fecha. Sin
retórica.
Fue un murmullo, luego todo se apagó y había silencio; y así, un
día sin fecha, todo empezó.
Aquí me alcanzo, entre vosotras, mis queridas almas. Soñé contigo y volé a tu hogar.
Ahora te invito a un reflexionar, en silencio. En un silencio
infinito. Y me oirás. He llegado, ¿tú estás?
Sea la que sea tu respuesta, yo estoy dispuesta y lista.
Escúchame, léeme, contesta si llegas.
Silencio, por favor. Silencio.
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Autor: Deéelij (cuando fue Nebulosa)
Fuente: De su
libro Alas sin plumas (Ediciones Ende, 2016):
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