Cayendo la tarde,
se enturbiaron las aguas de mi vida...
Sentí los enormes truenos, olas y ventiscas
que cimbreaban mi barco.
Miré al Capitán, mi corazón;
me indicó que me quedará en el centro del huracán.
Me acurruqué en el hondón de mi alma:
amé los vientos, los rayos, los truenos...
Comencé a saborear la quietud del vacío sereno,
cuando acabara la tormenta.
Palpé la fuerza de nuestra esencia
cuando sabemos lo que somos.
Se calmó la mar
y la luz del día se instaló en la cubierta de mi barco.
Amé, una vez más, la incertidumbre y el misterio…
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Autora: Concha Redondo Tarodo (concharedondo@gmail.com)
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