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17/11/09

Derecho a la Pereza

Algun@s amig@s del Blog me han escrito acerca de la interrelación entre el Movimiento Slow (ver entrada del pasado 11 de noviembre) y el denominado derecho a la pereza. Efectivamente, entre ambos hay analogías, aunque, a la par, son muy distintos en sus contenidos y trasfondos.

Como se señaló en la entrada referida, el Movimiento Slow es una reacción contemporánea ante el culto a la velocidad que arrastra nuestros días hacia el precipicio del estrés y la ansiedad, dificultando, cuando no impidiendo, que disfrutemos de la vida misma y del único lugar donde realmente existe: el presente. En cuanto al derecho a la pereza, se inscribe en la ideología de una parte del movimiento obrero y socialista y sus raíces son muy anteriores. Se podría citar el Derecho al ocio, escrito por Moreau-Christpphe en 1848. Pero con quien mejor engarzan es con Paul Lafargue (1842-1911) y su obra titulada precisamente El derecho a la pereza (Fundamentos; Madrid, 1973).

Sobre la biografía de Lafargue, puede consultarse su ficha básica en Wikipedia:

http://es.wikipedia.org/wiki/Paul_Lafargue

Resalto en ella su nacimiento en Santiago de Cuba en 1842 (su madre fue una mulata y su padre el hijo de un emigrado francés), su matrimonio en 1868 con Laura Marx (hija de Carlos Marx) y su estancia en España entre 1871 y 1873. Aquí entró en contacto con Pablo Iglesias y escribió en La Emancipación. Entre sus artículos en esta publicación ha de ser subrayado La organización del trabajo, en el que defiende la reducción de la jornada laboral a seis horas y vierte una serie de argumentos que después desarrollará en El derecho a la pereza.

Este texto fue su primer trabajo teórico significativo (entre los posteriores sobresalen El origen de las ideas abstractas, de 1898, y El método histórico, de 1903), siendo redactado en Inglaterra en 1880 y publicado primero en L´Egalité y, en 1883, como folleto. En él se manifiesta por vez primera uno de los rasgos más característicos de toda su obra posterior: la utilización de la paradoja como instrumento de difusión y clarificación de la doctrina marxista -también de las aportaciones originales del propio Lafargue- entre la clase obrera. El tono irónico y mordaz, visible desde el mismo título, y el perfil descaradamente polémico del libro lo convirtieron en uno de los más populares e influyentes en la tradición socialista del siglo XIX, sólo superado probablemente por el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. En el siguiente enlace se puede acceder a su contenido integro:

http://www.marxists.org/espanol/lafargue/1880s/1883.htm

El tema central de sus páginas, causa tanto de su éxito inicial como de su postergación, es la refutación del derecho al trabajo (de hecho, este es su subtítulo). Con ello, Lafargue pretendió ampliar el marco de las reivindicaciones obreras y ciudadanas hacia objetivos que fueran realmente superadores del capitalismo al rechazar su expresión más íntima y consustancial: su visión productivista y mercantilista (la visión que hoy es absolutamente hegemónica y dominante) de la economía, la sociedad y la vida.

Lafargue explica con talento y agudeza como el trabajo no es absoluto un derecho de las personas, sino una imposición con consecuencias nefastas: “en la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual y de toda deformación biológica”. Frente a ello, hay que blandir y definir “los derechos de la pereza”, “mil y mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos Derechos del Hombre, defendidos por los abogados metafísicos de la revolución burguesa” como únicas metas legítimas de la vida humana.

Se trata de poner en pie una forma de existencia no sólo diferente, sino más acorde con la Naturaleza, en general, y la naturaleza humana en particular. Un modelo de vida radicalmente distinto del derivado de las exigencias productivas del capital y cualificado por el desprecio al trabajo impuesto a cambio de un salario y por el amor a los placeres de la vida, el gozo del momento presente y la actividad ejercida en aquello que vocacionalmente nos gusta y nos llena. La pereza no es holgazanería, sino ruptura de las reglas del juego del productivismo y la mercantilización de la vida para dedicarse a aquellas actividades que nos entusiasman, con las que disfrutamos y con las que, además, ayudamos a la sociedad.

Lafargue sostiene sus posturas con base en un elevado número de textos clásicos (Herodoto, Tito Livio, Jenofonte, Antiparos, Aristóteles, Virgilio, Juvenal,…) y de fuentes literarias o artísticas de épocas preindustriales (el Romancero, la pintura flamenca, Rabelais, Quevedo, Cervantes, la novela picaresca,…), no dudando en citar al Maestro Jesús y su proverbial canto a favor de la confianza en la divina Providencia. Lo reflejan muy bien estos párrafos de su libro: “Hombres ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; seres débiles y detestables, han pretendido rehabilitar lo que su Dios ha maldecido. Yo que afirmo no ser cristiano, ni economista, ni moralista, hago apelación frente a su juicio al de su Dios, frente a las prescripciones de su moral religiosa, económica o librepensadora, a las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista (…) Jesús, en su Sermón de la Montaña, predicó la pereza: “contemplad cómo crecen los lirios del campo; ellos no trabajan, ni hilan y, sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo más espléndidamente vestido” (…) También el proletariado, traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo”.

Y Paul Lafargue no se contenta con ofrecer un discurso moral o unas consideraciones utópicas, sino que pone su empeño en demostrar la posibilidad de sustituir el sistema imperante por uno nuevo, capaz de satisfacer las exigencias del derecho a la pereza, abogando por una reducción de la jornada laboral a tres horas y el aumento del poder adquisitivo de los ciudadanos y vaticinando lo que sucederá si esto no se lleva a cabo: colonización (globalización), crisis periódicas, creación de necesidades ficticias, adulteración de los productos,…

“La maquina es la redentora de la Humanidad”, afirma Lafargue. ¡Qué escribiría ahora en plena revolución tecnológica!. Parece como si la Providencia se hubiera empeñado en darle la razón y hubiera colocado en manos de los seres humanos los instrumentos que pueden levantar para siempre el teórico "castigo divino" de ganar el pan de cada día con el sudor de nuestra frente. Eso sí, Lafargue alerta lo que el adelanto tecnológico (maquinismo, en expresión de la época) conllevará mientras domine la visión capitalista: “generalización de la miseria y paro obrero”.

Es evidente la proximidad de todos estos planteamientos con los más modernamente defendidos por Marcuse o Henri Lefebvre, particularmente en las referencia de éste al “derecho a la fiesta” como uno de los puntos fundamentales de sus propuestas. Y los teóricos actuales de la “civilización del ocio” e, incluso, los del Movimiento Slow, como el japonés Club de la Pereza (Sloth Club), pueden encontrar en Lafargue unos de los pioneros más contundentes y ejemplares.

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