11. Páginas en blanco
“La verdad es totalmente
interior, no hay que buscarla fuera de nosotros, ni querer realizarla luchando
con violencia con enemigos exteriores.” Mahatma Gandhi. Político, abogado y pensador
indio (1869-1948)
“La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés” Antonio Machado.
Poeta y prosista español. (1875-1939)
Décimo sexta jornada. 08:01 horas. Complejo
aeronáutico de Nairda.
Desde la enfermería llegó el aviso. Jano había despertado. Estaba
consciente y permanecía con constantes muy aceptables, demostrando gran apetito
y ganas de charlar. La médica de guardia, Lelia, notificó que escuchó hasta
seis veces consecutivas el relato de su incidente. Pitt rio ante las
extraordinarias noticias anunciando su inmediata presencia.
Antes de partir, examinó el orden del día. Las clases organizadas
mantenían su dinámica. Los recién estrenados instructores acababan de recibir a
nuevos alumnos y alumnas, los cuales mostraban las percepciones habituales,
nada fuera de lo usual, salvo que uno de ellos era realmente muy joven, sólo
dieciocho años y un mes, pero esa circunstancia tampoco inquietaba en lo más
mínimo; no sería el último, ni era el primero, y, al igual que todos, saldrían
adelante. Observó el cuadrante de clases de Pal. Despegó temprano con una
alumna que tenía problemas con la segunda regla de vuelo. Posiblemente estaría
toda la jornada fuera, aunque si la evolución era la presumida, posiblemente
regresaría para la cena. De cualquier manera, decidió lanzarse a la borradura
del monstruo que habitaba en Jano como un parásito. Cogió el manual de vuelo
del mismo partiendo alegre y sonriente; enfrentarse al ogro que atenazaba cualquier
posibilidad, siempre, fue uno de sus retos personales. Sabía de la dureza en la
demolición del mismo, pero de igual manera conocía el método para su
aniquilación. Una vez más, lanzaría sus torpedos para hundir el navío
pestilente que usaba el depredador para sus fechorías.
Durante el trayecto recordó una frase almacenada en su memoria desde
tiempos incalculables, un enunciado que resumía el súbito problema de Jano: “Es difícil estar con quien no se gusta a
sí mismo, porque no sabe Quién Es.” Que el piloto adquiriera tales
circunstancias desembarazándose del lazo del fantasma que nublaba su mente,
dependía, casi exclusivamente, de la correcta introspección formulada como
fruto del examen exhaustivo del manual de vuelo.
- Buenos días. Según la doctora
te encuentras saludablemente magnífico – indagó comprobando un semblante
sonriente con buen color.
- Buenos días Pitt. Me alegra
volver a verte, no imaginas cuánto. Estoy muy recuperado, tan sólo un pequeño
malestar en las ingles; incluso me han permitido andar, no mucho, pero he
podido hacerlo con energía, sin sentir flaqueza en los músculos. Supongo que me
darán el alta pronto para poder volar de nuevo, me muero de ganas, pues esto de
estar varado en esta playa blanca de algodón inmaculado, rodeado de amabilidad,
buen trato, cordialidad y enfermeras alegres y complacientes, es muy agradable;
pero echo en falta el aire puro y saltar entre las nubes, porque…
- Espera. Espera – hubo de
aplacarle ante un monólogo impulsivo –. Creo que antes de que salgas de aquí,
es necesario que repasemos algunas cuestiones. ¿De acuerdo? – preguntó
insinuando y provocando su atención y entendimiento.
- Como quieras, Pitt. Tú
mandas. Pero, es que me encuentro tan confortable que tenía que expresarlo.
¿Por dónde quieres que empecemos ésta mañana? ¿Qué tengo que aprender ahora,
que antes no haya asimilado?
Pitt le miró complacido tras captar su interés. Del maletín marrón
oscuro de doble hebilla plateada extrajo algo bien conocido. Lo depositó sobre
el borde de la cama, provocando la incorporación hasta la posición de sentado
del enfermo. Lo asió entre sus manos como si de un tesoro se tratara.
- Pensé que lo habría perdido
en el descenso en paracaídas, pues es lo único que no me entregaron de mis
pertenencias personales, además del mono de vuelo, que imagino debe estar
inutilizado.
- Aquí nunca nada se pierde, sólo se encuentra lo que se quiere. –
apostilló Pitt buscando su complicidad, indagando en su curiosidad, recordando
que un Starfighter había desaparecido, y ello de alguna manera, contradecía su
actual afirmación.
Jano no contestó; no captó. Mantenía fija su mirada en el manual que un
día recibió inmaculado y perfecto; ahora, un cofre de papel deteriorado y sucio
de manchas de grasa de aceite de aviación y cierto olor a keroseno. Acarició
sus pastas y lomo queriendo darle el consuelo por el mal trato y descuido
ofrecidos. El voluminoso libro estaba repleto de páginas en blanco de las que
tan sólo pudo leer unas pocas, las que estaban escritas con breves sentencias;
frases, al principio, sin aparente contenido a las que no prestó la suficiente
consideración ni relevancia cuando le fue confiado, pero repletas de un sentido
maravilloso que aportaron fe, seguridad y un nuevo fervor por experimentar el
gozo del vuelo, y que ahora quería y creía necesitar como la guía que le
conduciría hasta completar su instrucción. Intuyó que, si de nuevo estaba en su
posesión, no era por casualidad; alguna lógica habría que descubrir. Pitt, como
siempre, no hacía nada porque sí.
- ¿Qué quieres que haga con el
libro? ¿Acaso hay más reglas de vuelo que aprender? Pal dijo que mi instrucción
había concluido. ¿Adónde quieres llegar, Pitt?
- Veras Jano. Escucha sin
interrupción, por favor. Lo que voy a decir es relevante e importante, aunque
pueda parecer disparatado. Ese libro, es,
en realidad el contenido total, y exacto, de toda tu, digamos, “existencia
mortal” – aclaraba mientras era oído con asombro por tal revelación –. Es
personal. Único. Es, con concreción, el reflejo milimetrado de cada instante,
de cada sensación, de cada situación, de cada notoriedad vivenciada,
experimentada. En él podrás encontrar, al leerlo, paladeándolo, aunque puedas
no creerlo, el proceso seguido hasta el momento actual. No. Aún no lo abras por
favor – advirtió ante su intento -. Escucha sin distracción. Recordarás cuando
te lo entregué el primer día, y al hojearlo, que encontraste la mayor parte de
su contenido sin escritura – Jano asintió con tímido gesto –, pero eso ha
debido ser restituido al pasar el entrenamiento. Es lo que sucede siempre.
Ahora podrás leerlo. Hazlo con esmero. Presta cuidado a cada frase, coma y
punto. Es la forma adecuada de extraer lo que falta y necesitas para destrozar
tu escollo. Después, estoy seguro, tendrás preguntas y cuestiones que resolver,
y yo estaré presente para solventarlas; pero no antes. Es preciso y conveniente
que ello sea así. Es el método adecuado y operativo, el que siempre se ha
empleado, el que mejores resultados otorga. Es, la fórmula desde la cual
acometerás el proceso al que voluntariamente te sometiste. Sé que lo que
manifiesto puede turbar o asombrar, incluso anular tu entendimiento. No
obstante, confía en mí. Por mucha estupefacción y extrañeza que puedas
encontrar al albergar el descubrimiento del aporte de esas páginas, todo es
posible. Ese libro eres tú; créeme; sólo y exclusivamente tú. Descubrirás, a
pesar de lo que yo pueda decir, añadir o promulgar, el auténtico alcance de la
esencia de Quién Eres en realidad – respiró en profundidad produciendo
expectación –. Por muy fascinante, asombroso y quizá turbulento que pueda
parecerte, lo que leas eres tú, no lo que has sido o podrás ser. Es en realidad
lo que Eres. ¿Entendido? – preguntó atesorando una respuesta afirmativa.
Jano pensaba detalladamente. La información recibida describía algo
inaudito; inesperado. Presentaba un aspecto que no imaginó en ninguno de sus
mejores sueños. Ni aun siendo adivino, hubiese descubierto tal muestra. No
sabía qué responder. Las ganas por empezar la lectura constituían el afán de
sus ademanes. Su inquietud por comprobar tales aseveraciones, motivaba el
asueto al que se veía relegado. Pitt, tranquilo, esperaba la conclusión de sus
reflexiones. Cada vez que un alumno llegaba a este punto, se producía un efecto
similar. La paciencia le mostró siempre a Jano que era el mejor sendero; por lo
tanto, debía esperar sin aspavientos, en calma, solícito.
-
Pitt –dijo con la mirada ida en las sábanas donde sus manos albergaban
el quid de las cuestiones que habían forjado su incierto, pero al parecer real
deambular, aún inescrutado –. Alcanzo a entender lo expuesto, aunque sea un
tanto extraño, pero hay una cuestión que quisiera resolver, ¿qué me pasó con el
Starfigther? Por más vueltas que le doy y repaso aquellos instantes, no
encuentro respuestas; no sé en qué me equivoqué. Creí estar preparado al
finalizar el curso, para realizar ese vuelo, pero algo falló. ¿Qué piensas que
fue?
- Tenemos la respuesta en los informes y
análisis realizados por el ingeniero jefe de seguridad en vuelo, son
definitorios y contrastados. Tropezaste con el escollo al que tenías que
enfrentarte, el problema que te trajo a Nairda. No es que no quiera o no pueda
contarlo; no obstante, sí debo abstenerme de mencionarlo. Considero que la
mejor opción, así lo dicta la experiencia, es que lo descubras por ti mismo
tras la lectura. El libro de tu existencia mostrará el aspecto que has de
reparar – hizo una pausa estudiada –. Te enfrentas al más implacable de los
problemas, a lo que llamamos “el destructor” – concurrió con un exhausto
silencio esperando indicios en sus gestos –. Pero ten la seguridad de que te
ayudaremos a reparar las adversidades que encuentres. Ahora, solicito una vez
más tu confianza en mí. Lee; hazlo sin prisas, delicadamente, y hallarás las
claves desde donde abordar y aniquilar cualquier inconveniente que te impida
volver a volar. ¿Confías en mí?
- Sí, por supuesto – respondió
sin dudar – sé que puedo hacerlo.
- Te pido, entonces, que del
mismo modo confíes especialmente en ti, por muy absurdo que pueda parecer esta
solicitud.
Ambas miradas quedaron en suspensión sin necesidad de articular sonido
alguno. La complicidad se había establecido hacía tiempo. Jano supo que debía
seguir el sendero marcado, descubrir y desentrañar. Dejaría que el río
continuara por su cauce sin precipitar un torrente irreflexivo que desembocara
en una catarata de inciertos. Confiaría. Lo haría, en Pitt, y en él.
El
General le asió por sus hombros con sus manos procurando transmitir fortaleza
al despedirse. El alumno quedó enclaustrado en una soledad circunspecta, sólo,
con la única compañía de sus pensamientos, sentado en la cama. El mapa de lo
que parecía ser su existencia iba a ser abierto. Cerró los ojos y respiró
profundo varias veces. Pitt no podía engañarle, por tanto, lo que iba a saber
podría resultarle cuanto menos intrigante, por no decir perturbador. Comenzaron
las cavilaciones: ¿Y si no le gustaba lo que descubriera? ¿Qué podría encontrar
que pudiera asustarle tanto como para no atreverse aún a leer? ¿Qué sería lo
que Pitt llamo “el destructor”? Esa palabra sonaba tremenda. Cierta angustia
invadía sus escrutinios, pero tenía que hacerlo, afrontar el reto, descubrirlo
y descubrirse el mismo. Quizá al leer podría recordar cómo fueron todas sus
vidas anteriores antes de llegar a Nairda. Quizá, sólo quizá, ello le aportaría
algunas claves ilustrativas. Incluso podría recordar su auténtico nombre, pues
el actual no le sonaba al real.
La
puerta se abrió interrumpiendo su introspección. Nunsi entraba pidiendo permiso
con sutileza y encanto.
- Buenos días, Jano, esto es
de parte de Pitt; ha mencionado que te serían de utilidad – decía entregando un
pequeño bloc de notas y algunos lápices bien afilados –. Si
necesitas cualquier otra cosa pulsa ese botón ámbar – concluyó señalando la
posición en la pared del avisador y dejando, al marcharse, el encanto estelar
de una dulce sonrisa.
Dobló la almohada encontrando una posición que
le permitía mayor comodidad. Recordó que anteriormente sólo pudo ir
visualizando las páginas a medida que su entrenamiento avanzaba. Probó abriendo
por el inicio. La primera estaba en blanco, algo que esperaba. La siguiente
mostraba un índice sorprendente dividido en varias partes: La primera se
refería a las seis normas de vuelo, las que él pudo ver hasta el momento. La
segunda, muy extensa, hacía referencia a las diversas vidas que había
experimentado sin existir ninguna cronología, sino sólo un título que dedujo
podría ser el nombre usado en cada una de ellas, en total once, la última con
un nombre que le era familiar: Jerónimo.
La
curiosidad por infiltrarse en esas páginas era latente, pero escogió la prudencia
y recorrer el libro por orden. El tercer título lo determinaba una palabra: “Marcaciones”. ¿Qué sería o contendría
el mismo? La respuesta a su curiosidad debió ser controlada nuevamente.
Paciencia, se dijo. Precipitarse podría descomponer la realidad que ofrecía el
volumen atesorado entre sus manos, ahora sudorosas por el descubrir reciente.
El cuarto y último título estaba definido como “Conclusiones”. Examinó con rapidez lo que antes fueron hojas en
blanco. Ahora, al pasarlas pulsándolas sobre su pulgar derecho, comprobó lo
contrario: Estaban repletas de palabras. Ninguna permanecía unida a la otra sin
poder ver su contenido. Lo que antes no existía, se manifestaba. Era la prueba
evidente de la predicción de Pitt.
Pasó cada una de las seis lecciones aprendidas. Esperaba encontrar
algunas otras frases, pero todo permanecía exacto a como lo recordaba. Nada de
lo que extraer consecuencias; no obstante, volvió a releer. Quizá no lo hizo
con la debida concreción y meticulosidad. Miró desde distintos ángulos; quizá
algún reflejo lumínico ofreciera algún matiz peculiar: Nada. Repitió el examen,
esta vez exponiéndolas al trasluz: El mismo resultado. Lo intentó con el tacto,
pues podría haber algunas palabras marcadas en resalte: Desistió. Lo que había
era, exclusivamente, lo que pudo ver y leer.
Iba
a empezar con el relato de sus vidas cuando una idea llegó como un flash. En el
bloc de notas escribió el alfabeto otorgando una numeración a cada letra.
¿Sería posible que al reducir las frases y las palabras a números pudieran
ofrecer algún dato? Parecía una idea interesante, se dijo; el libro podría
encerrar algún mensaje en clave.
Durante más de una hora permaneció sumido afanosamente en la búsqueda de
algo que pudiera parecerse a un enigma o jeroglífico del que extraer una
solución o alternativa viable, pero por más que insistía, el aporte era
totalmente insustancial. Había emborronado la mitad del bloc sin resultados. El
cansancio mental anunciaba al mismo tiempo el agotamiento por la posición en la
que permanecía. Decidió salir de la cama buscando la comodidad en el butacón
que formaba parte del mobiliario de su habitación. La maniobra podría acarrear
una nueva caída, por lo que prefirió avisar a la enfermera y solicitar su
ayuda.
Nunsi acudió con prontitud, realizando las presentaciones personales.
Escuchó y atendió la petición, pues Lelia había aconsejado la conveniencia de
iniciar cortos paseos que permitieran el fortalecimiento de los músculos. En el
transcurso hasta la butaca, percibió como sus piernas, mediante cortos pasos,
ofrecían la potencia adecuada para un desplazamiento sin gran esfuerzo, ni
mucho dolor.
Cómodamente sentado y pertrechado, emprendió la lectura. Algo debería
encontrar en los relatos que le esperaban, de al parecer, sus vidas anteriores.
Ø “Grüich, era el nombre que anunciaba sus comienzos. Inmediatamente
el relato lo sumergió en una oda de fascinación y estupor. No podía dar crédito
a la increíble belleza estilística y semántica de la exposición de los hechos,
ni al contenido del continente. Simplemente no imaginaba que él hubiese podido
encarnarse en tales circunstancias. Grüich
fue, según el libro, la primera experiencia que vivenció como un temido
gigantón entre el resto de los habitantes de aquel planeta, de aspecto feroz,
con una espesa capa de pelo que rodeaba su cuerpo y siempre desnudo. Era una
especie de guerrero, un mercenario que, con las armas de su altura y fuerza,
algún palo y el uso de piedras lanzadas con gran puntería y destreza, era
contratado por las tribus rivales para realizar venganzas, ganar batallas, o
simplemente ajustarle las cuentas a quien se le tuviera cierta manía o envidia.
Destronó a jefes y jefecillos de clanes. Su recompensa siempre era la misma:
alimento sin límites y las mujeres que escogiera a su disposición; esa era la
moneda de cambio que usaba. Él nunca quería pertenencias de ningún otro tipo.
Tampoco se sometió a ninguna norma, ni razón más que las suyas propias. Siempre
fue temido, y, en muchas ocasiones, su sola presencia dirimía el conflicto de
parte del bando que mejor le hubiese pagado. Grüich murió como vivía, luchando, en solitario, sin familia, sin
compañera, sin descendencia reconocida. Fue sorprendido en mitad de una oscura
noche por una de las tribus a la que más dolor había infringido en esa vida:
Una noche, un gran griterío y antorchas encendidas le despertaron de su sueño.
Aletargado, no supo reaccionar consecuentemente, cayendo en la trampa a la que
fue conducido: al lanzarse fiero contra los enemigos que se le enfrentaban
penetró en el lugar escogido por los mismos. En ese instante, una tremenda
piedra de casi media tonelada caía desde unos diez metros de altura sepultando
cualquier ulterior suspiro y continuidad”.
Ningún escritor hubiese podido imaginar, pensó, aquélla fascinante
historia relatada con todo lujo de detalles. Miró el reloj de la pared: Eran
las doce y diez. Tardó algo más de dos horas en leer las primeras cuarenta y
tres páginas repletas de una minúscula letra que dificultaba el proceso. Sea
como fuese, constituyó algo tremendamente apasionante, se dijo convencido. Más
que sacar consecuencias, el impulso de la curiosidad concluyó en el siguiente
relato.
“Haltemm sería el seudónimo al que respondía en esa segunda experiencia.
Vivía en una gran isla con forma de banana gigante. Era de piel marrón oscura,
con una prominente barba acaracolada. Vestía con pieles procedente de la caza
de animales salvajes, y para su tremenda sorpresa era el chamán de toda la
población indígena que se vio sometida al dominio de una raza de color
amarillento. Su fuerza estaba establecida por la contundencia de las armas que
usaban. La paz siempre reinó hasta la llegada de los invasores. Desde ese
instante pasaron del disfrute de una vida en libertad, sin problemas, ni
compromisos, con la única ley de morar procurando el bien para el resto de los
habitantes, a ser operarios de los conquistadores. Fueron organizados para
realizar ciertos trabajos de agricultura y extracción de minerales. La
población disminuía con rapidez debido al alto número de horas a las que se les
sometía en el trabajo del que sólo obtenían la recompensa de algo de comida
insustancial para poder sobrevivir.
Haltemm fue respetado y liberado de esas cargas debido a su papel
dirigente, aunque especialmente era temido por el arte desarrollado en el
ámbito de la brujería. Como hechicero, curandero y guía espiritual, fue dejado
en la más absoluta libertad de movimientos. Tales facetas le permitieron no
sufrir la ignominia, ni los abusos. Dedicó cada uno de sus instantes a velar
fundamentalmente por la salud de sus congéneres, a los que, a pesar de sus
esfuerzos, veía desaparecer sin que la tasa de nacimiento fuese superior a la de
mortandad. Él fue uno de los últimos en fallecer; pero dispuso del tiempo
suficiente para comprobar cómo repoblaban su tierra con personas de tez similar
que hablaban un idioma ininteligible, traídos de otras tierras lejanas. Fue una
existencia productiva, a su juicio actual. Luchó por el bienestar de los suyos,
sin poder conseguirlo. El ocaso de sus días lo provocó la desolada tristeza de
ver desaparecer a toda una civilización que vivía en paz, armonía y felicidad.
Contempló la completa destrucción de una realidad inigualable, realmente
maravillosa, y eso apagó el éxtasis de un corazón que fue envenenado por la
amargura que progresivamente culminaría en una apatía total. Simplemente se
apagó sin dolor, pero precedido de un tremendo sufrimiento”.
Posdata:
En el artículo del día 1
de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre.
III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una
serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el
80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de
esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la
Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en
tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas
maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que,
con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis
tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una
formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os
habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas
(Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su
correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las
actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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