Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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19/7/21

Consciencia de Vida (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 29)


Sí, es la vida, estúpido; como le diría alguien a una persona que no se entera de cuál es la moraleja de la historia, de la parábola.

Los discípulos no solían enterarse de las parábolas de Jesús y luego Él, en privado tenía que explicárselas para que las entendieran.

Pues esto es igual, la mística utiliza la máxima expresión poética de la que es capaz, para explicar los acontecimientos del espíritu, del alma. Pero al final, cualquier texto de espiritualidad es una burda aproximación a lo que realmente sucede en el hondón del ser de la persona, porque Dios es simplemente inefable.

Es por eso por lo que difícilmente nadie, a fuerza de discursos puede aumentar en un codo su estatura. No sirve de nada pensar o meditar, ni siquiera trascendentalmente.

Dios es inefable, no se le puede estudiar; no se pueden escribir sesudos tratados de teología.

Sólo se le puede vivir.

Porque ¡Dios es la vida, estúpido! A ver si te enteras. Dios es tu propia vida, cuando eres consciente de que siempre y, cuando digo siempre, es siempre, ha estado y está contigo, porque tú, yo, nosotros, todos nosotros, somos Dios, cuando dejamos de ser yo.

Esta frase es de Al-Hallay, el cardador, el agitados de las conciencias, el maestro místico sufí del Siglo IX.

“Yo soy Dios cuando dejo de ser yo”

Este es el final de la peli, de la Historia de Marta y de María, porque la barca de marras, realmente no va a ir a ninguna parte, simplemente desaparecerá en medio del Océano del misterio. Si queréis, que se hunda y se ahoguen Marta y María, o que la barca quede varada en algún lejano lugar. Cumplió su misión, fin de la historia.

Todas las explicaciones, todos los tratados, todas las tesis doctorales, son inútiles para explicar el proceso que concluye cuando Marta y María son una, cuando Marta y María son la amada en el Amado transformada, cuando las pobres marineras de la barca son devoradas, invadidas, tragadas, fusionadas, en medio del Océano del misterio; en realidad, cuando dejan de ser ellas, son transformadas, es transformada en el Océano, son, es el Océano. Esto es inefable; no se puede explicar, sólo se puede vivir.

¡Es la propia vida, estúpido! Tu propia vida.

Perdona que te diga ¡estúpido! Porque ante esto, ante el Misterio, todos somos estúpidos.

Y la barca puede ser abandonada y que descanse tranquila entre juncos en la ribera de cualquier extraño paraje.

Con ese abandono de la barca, se materializa, además, el fin del supremacismo religioso, esa creencia de que mi barca, mi religión es mejor que las demás, que es la verdadera frente a las demás, que son falsas. Ya no puedes sentirte superior a nadie, porque tú ya no eres tú, así que todas las máscaras y atributos exteriores, están demás. La barca te ha servido para navegar, como el Camino te ha servido para dirigirte a Compostela sin perderte, ha sido tu fundamento, la pieza clave, el medio para evolucionar, tanto a nivel individual como comunitario, el vehículo que te ha llevado y te ha conducido hasta aquí, pero ya está, ya estás en casa, has llegado al final del viaje, así que puedes hacerle un digno entierro en alguna playa olvidada.

La ola es el Mar

Este es el título de un conocido y precioso libro de Willigis Jäger. Este hombre, monje alemán benedictino, es uno de los más grandes maestros espirituales de nuestra época, que representaba la convergencia de las tradiciones espirituales de Oriente y la mística de Occidente. Lo hizo tranquilamente, en serenidad y en compañía de los que lo amaron. Para muchos de nosotros, su experiencia y su enseñanza ha supuesto una gran revelación y ayuda para renovar nuestra espiritualidad. Murió el 20 de marzo de 2020.

Cuando la ola destaca de entre las demás, puede creerse que ella tiene entidad propia al margen de las otras olas y del Océano que la contiene, pero la ola no es ni más ni menos que un destello fugaz que tan rápido crece como desvanece. Y es ese proceso de desvanecimiento el que ha de hacerte comprender que tú, yo y cualquier ser humano no es otra cosa que un infinitésimo del Océano que cree venirse arriba porque el viento la empuja y se cree que tiene vida propia separada del resto de la existencia. Pero cuando desvanece, en ese proceso de abandono a la Providencia oceánica es cuando comprende que ella misma no es otra cosa que el propio mar. Pero para ello, finalmente ha de dejar de ser ella, para volver a ser Mar, que es lo que ha sido siempre.

Y cuando desdeviene, descansa y entra en paz. Quizás en una siguiente reencarnación volverá a ser otra ola que de la misma forma dejará de ser. Siempre eres Dios, aunque circunstancialmente tus encarnaciones te hacen venirte arriba y creerte una ola.

De alguna forma, nosotros, incluso desde el punto de vista biológico, formamos parte del Océano de donde surgió la vida. La célula es un conjunto de estructuras, básicamente formadas por proteínas y membranas plasmáticas lípidos-proteicas que conforman orgánulos que “nadan” en medio del agua orgánica que constituye tanto el líquido intracelular como el medio interno extracelular. Es decir, ese 70% de agua que conforma nuestro organismo biológico, es agua oceánica de algún modo. No es un símil, un “es como si…”. No, nuestro organismo físico literalmente “nada” en agua oceánica; nuestra ola particular que resulta en lo que vemos al mirarnos ante el espejo, es simple y puramente mar con algunas cosas (materia orgánica) flotando en él. El mar que llevamos dentro, en el que nadan nuestras células es la más pura y mística expresión de la vida a la que todos pertenecemos.

Por eso, Willigis Jäger no pudo expresar mejor nuestra íntima relación con Dios que la misma que existe entre la ola y el mar. No sé si él cayó en la cuenta de esta biológica peculiaridad, pero es así. Los seres vivos celulares y pluricelulares son todos oceánicos, porque es el océano el que nos ha dado la vida.

Las virtudes de mis defectos

Las tradiciones religiosas nos inculcan la maldad del pecado, y cuando a los católicos nos toca confesarnos o en el comienzo de la misa, nos toca reconocernos miserables pecadores que por nuestra culpa, por nuestras grandísimas culpas, hemos sido capaces de pecar y de cometer actos horribles de pensamiento, obra y omisión. Una vez haber reconocido que somos unos miserables, pedimos perdón y etc., etc.

¿Y si “pecar” forma parte de la evolución? ¿y si el pecado forma parte del devenir de la existencia y nuestra vida no tiene otro sentido que evolucionar desde una naturaleza imperfecta a una espiritualidad perfecta?

¿Y si el nacimiento natural de la consciencia que nos permite ser conscientes de nosotros mismos no es sino el principio necesario para alcanzar esa plenitud consciente de que somos realmente parte indivisible del todo?

¿Y si el pecado no es otra cosa que las imperfecciones, las debilidades, los errores inherentes a la consciencia natural que nace así, imperfecta y, el sentido último de la vida es el proceso de reconocimiento de nuestra propia divinidad?

Por eso, el sentido de la vida, de nuestra vida es la Vida misma, que la vida (en minúscula, la nuestra, nuestro pequeño yo) forma parte indivisible de la Vida (en mayúscula, la Divinidad). Es así como la Naturaleza sale de su realidad física hasta alcanzar su plena realidad espiritual; que la ola nace para ser consciente de que es, primero ola, para alcanzar la consciencia de que es Océano.

Así que el pecado, lejos de ser una amenaza, es realmente una oportunidad para darte cuenta de que eres imperfecto, que cometes errores, que eres débil y, ser consciente de tus errores y de tus debilidades te abre, querido amigo, la puerta a proyectar tu vector vital hacia tu propio nuevo amanecer.

Creo sinceramente que el pecado, despreciado por las religiones, es en el fondo una bendición, de nuevo un oxímoron.

En mis años de estudiante de medicina, cuando mi interior ardía fascinado por mis primeras lecturas de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa, leí un librito que se titulaba “Las virtudes de mis defectos”. Fue la primera vez que pude comprender el sentido profundo de reconocerte pecador. Y no es el hecho de reconocerte culpable de delitos inconfesables merecedores de la pena eterna, como te hacen creer, sino el reconocerte que te queda mucho camino, toda una vida por evolucionar. Es como los alcohólicos, que no pueden comenzar su desintoxicación hasta que no reconocen que lo son.

Reconocer los pecados tiene la gran virtud de reconocerte imperfecto, pero con una inmensa capacidad de crecer y de evolucionar. Es lo mismo que la persona que habla y se comporta cargadita de razón, plenamente consciente de que ella está en posesión de la verdad. Pues la ha “cagado”, porque si así va por la vida, creyéndose la máxima autoridad de los temas, nada tiene que aprender y se quedará en un injustificado subidón de autoestima y narcisismo, que le anclará en las profundidades de la ignorancia.

Reconocer la verdad del error, creer en un sueño imposible, el de imaginar un mundo perfecto dentro de un mundo con apariencia casi demoníaca como el que nos ha tocado vivir o, el que en cada época de la Historia nos ha tocado vivir es de nuevo, dar el último giro de tuerca al Plan de Dios en nuestra vida.

Moradas séptimas

Cuando vamos al cine o al teatro y vemos una película o una obra o un concierto de música clásica, todos ellos espectáculos sublimes, te transportan a un clímax dramático que casi te dejan en éxtasis. Siempre me acordaré cuando asistí al concierto en el que escuché por primera vez la Sinfonía Manfredo de Tchaicovsky.

https://www.youtube.com/watch?v=Dp_zFiFg7OA

Ese final con esos acordes de órgano que, hasta donde yo sé, fue la primera vez que se empleó este instrumento en una sinfonía (luego Saint Saens escribió su tercera sinfonía para órgano), no sé vosotros, pero a mí me transportaron al séptimo cielo.

Es decir, la vivencia de un libro de mística o de poesía o de una obra bellamente escrita y representada, te transportan a un personal idilio con la belleza, pero cuando la representación termina y cesan los aplausos del público, queda simplemente la vida cotidiana.

Pues esto es igual, cuando en el capítulo anterior introduje ese ¡corten! o ese “The end”, como final de la peli que os he contado como la “Historia de Marta y de María”, como forma de representar la aventura de la mente y el alma en la búsqueda de la Esencia, uno se queda con un fugaz éxtasis al que se añade esa pregunta sobre qué ha sido de ellas, de Marta y de María.

No hay otra respuesta que la de que en el Océano ellas se transformaron en el agua del Mar, que es en realidad en lo que fueron siempre, pero ellas no lo sabían, porque prevalecía la apariencia orgánica que vemos al mirarnos ante el espejo, sobre la esencia que es ese mar que nos inunda por dentro, en el que flotan todas y cada una de nuestras células.

Es la misma sensación de Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús les dice. Venga, bajemos del monte, que tenemos mucho curro por delante. Se desvanece la magia del relato místico y queda la vida cotidiana, la de todos los días, a la que te enfrentas cada día que sales de casa a trabajar, con los embotellamientos de tráfico, con el metro atestado de gente, con el jefe que siempre te putea, con las noticias que dan cuenta de una nueva metedura de pata del Gobierno.

Es por eso por lo que cuando uno lee las moradas séptimas del Castillo Interior de Santa Teresa, creyendo que el alma quedará en un eterno éxtasis como pintan los autores barrocos, y lee que al final del camino lo que queda es la simple vida cotidiana, la de todos los días, uno como que se desilusiona, pues se da cuenta de que lo que ha leído ha sido una simple novela, una historia de amor, muy bonita, tanto como que hasta has derramado alguna lágrima de emoción, para que todo termine como empezó, en la misma vida cotidiana del comienzo.

Es lo que tiene fiarse de los pintores como Sebastiano Conça, autor del cuadro, o de Murillo o Velázquez.

Es quedarse en una apariencia imaginaria que sólo sirve para enfervorizar a los doctrinos o a la gente de buen corazón, pero que no refleja la realidad del alma que ha llegado a esas cumbres de la vida espiritual.

Lo otro sí, lo que la propia Teresa afirma, “que Marta y María han de vivir y trabajar juntas”. Que todo consiste en que Marta y María reconozcan que esa dualidad entrambas es pura fantasía y que ambas son una con Dios.

Es por tanto que tanto Marta como María se den cuenta de que ¡es la vida, estúpidas! Que no sois dos sino una y que no sois una separada de Dios, sino Dios mismo que es vuestra misma esencia, como el Mar es la esencia de la ola o como el Mar es la esencia de los seres vivos y que todos los seres vivos formamos parte de un único Mar Universal.

Bueno, esto último, dicho con mucho cuidado porque lo más seguro es que los curas y los teólogos se revuelvan contra mí y quienes afirmen esto, que esto le sonará a panteísmo, esa doctrina y creencia según la cual todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios es inmanente al mundo. Para la teología y doctrina católica, me malicio que el panteísmo es considerado herético.

Lo que sí se es que esta visión de la “ola es el Mar”, no nace de la fe católica sino del concepto de Tao oriental. De hecho Jäger, se fue a Oriente a buscar las raíces de la mística en la filosofía oriental y, cuenta él que, al conversar con un lama sobre estas cosas, el lama le dijo algo así como “¿Para qué vienes aquí a buscar lo que tenéis allí, perfectamente descrito en vuestra mística cristiana?”.

Y es verdad, concluye, el cristianismo se asienta en las mismas bases que la mística oriental y en la sufí, porque la mística es universal, donde todo es Uno.

Esa es la diferencia entre concluir el Camino de Santiago en Compostela, en el Pórtico de la Gloria, donde se sigue manteniendo el muro que separa a las religiones mutuamente excluyentes por sus respectivas doctrinas y terminarlo en Finisterre haciendo el ejercicio mental y espiritual de embarcar en la aventura mística del Océano, donde las barreras religiosas simplemente desaparecen y resultan constructos que sirven para lo que sirven, para iniciar la andadura desde la realidad de cada cual, sea de la religión que sea y viva donde vida, pero que decididamente no son en ningún caso el final del Camino.

Así que las moradas séptimas que, desde una perspectiva mística es la fusión de Marta y María en una sola entidad y de esta en Dios, deviene en una visión y experiencia de la vida absolutamente diferente a la que uno tendría cuando comenzó en Roncesvalles (o en Nurenberg o Sydney) donde viviera su vida cotidiana.

Tras la experiencia mística del Océano de Dios, el alma y la mente vuelve al origen, a Roncesvalles o Nurenberg o Sydney, pero ya nada será igual y lo describe muy bien San Juan de la Cruz.

En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía,
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía.

Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su esposa.

Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

Que ya sólo en amar es mi ejercicio. Quedaos con esta última frase, porque lo que sigue va de esto…

Que ya sólo en amar es mi ejercicio.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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