Los discípulos no solían
enterarse de las parábolas de Jesús y luego Él, en privado tenía que
explicárselas para que las entendieran.
Pues esto es igual, la
mística utiliza la máxima expresión poética de la que es capaz, para explicar
los acontecimientos del espíritu, del alma. Pero al final, cualquier texto de
espiritualidad es una burda aproximación a lo que realmente sucede en el hondón
del ser de la persona, porque Dios es simplemente inefable.
Es por eso por lo que
difícilmente nadie, a fuerza de discursos puede aumentar en un codo su estatura.
No sirve de nada pensar o meditar, ni siquiera trascendentalmente.
Dios es inefable, no se le
puede estudiar; no se pueden escribir sesudos tratados de teología.
Sólo se le puede vivir.
Porque ¡Dios es la vida, estúpido! A ver si
te enteras. Dios es tu propia vida, cuando eres consciente de que siempre y,
cuando digo siempre, es siempre, ha estado y está contigo, porque tú, yo,
nosotros, todos nosotros, somos Dios, cuando dejamos de ser yo.
Esta frase es de Al-Hallay,
el cardador, el agitados de las conciencias, el maestro místico sufí del Siglo
IX.
“Yo soy Dios
cuando dejo de ser yo”
Este es el final de la
peli, de la Historia de Marta y de María, porque la barca de marras, realmente
no va a ir a ninguna parte, simplemente desaparecerá en medio del Océano del
misterio. Si queréis, que se hunda y se ahoguen Marta y María, o que la barca
quede varada en algún lejano lugar. Cumplió su misión, fin de la historia.
Todas las explicaciones,
todos los tratados, todas las tesis doctorales, son inútiles para explicar el
proceso que concluye cuando Marta y María son una, cuando Marta y María son la
amada en el Amado transformada, cuando las pobres marineras de la barca son
devoradas, invadidas, tragadas, fusionadas, en medio del Océano del misterio;
en realidad, cuando dejan de ser ellas, son transformadas, es transformada en
el Océano, son, es el Océano. Esto es inefable; no se puede explicar, sólo se
puede vivir.
¡Es la propia vida,
estúpido! Tu propia vida.
Perdona que te diga
¡estúpido! Porque ante esto, ante el Misterio, todos somos estúpidos.
Y la barca puede ser
abandonada y que descanse tranquila entre juncos en la ribera de cualquier
extraño paraje.
Con ese abandono de la
barca, se materializa, además, el fin del supremacismo religioso, esa creencia
de que mi barca, mi religión es mejor que las demás, que es la verdadera frente
a las demás, que son falsas. Ya no puedes sentirte superior a nadie, porque tú
ya no eres tú, así que todas las máscaras y atributos exteriores, están demás.
La barca te ha servido para navegar, como el Camino te ha servido para
dirigirte a Compostela sin perderte, ha sido tu fundamento, la pieza clave, el
medio para evolucionar, tanto a nivel individual como comunitario, el vehículo
que te ha llevado y te ha conducido hasta aquí, pero ya está, ya estás en casa,
has llegado al final del viaje, así que puedes hacerle un digno entierro en alguna
playa olvidada.
La ola es el Mar
Este es el título de un
conocido y precioso libro de Willigis Jäger. Este hombre, monje alemán
benedictino, es uno de los más grandes maestros espirituales de
nuestra época, que representaba la convergencia de las tradiciones espirituales
de Oriente y la mística de Occidente. Lo hizo tranquilamente, en serenidad y en
compañía de los que lo amaron. Para muchos de nosotros, su experiencia y su
enseñanza ha supuesto una gran revelación y ayuda para renovar nuestra
espiritualidad. Murió el 20 de marzo de 2020.
Cuando la ola destaca de entre las demás, puede
creerse que ella tiene entidad propia al margen de las otras olas y del Océano
que la contiene, pero la ola no es ni más ni menos que un destello fugaz que
tan rápido crece como desvanece. Y es ese proceso de desvanecimiento el que ha
de hacerte comprender que tú, yo y cualquier ser humano no es otra cosa que un
infinitésimo del Océano que cree venirse arriba porque el viento la empuja y se
cree que tiene vida propia separada del resto de la existencia. Pero cuando
desvanece, en ese proceso de abandono a la Providencia oceánica es cuando
comprende que ella misma no es otra cosa que el propio mar. Pero para ello,
finalmente ha de dejar de ser ella, para volver a ser Mar, que es lo que ha
sido siempre.
Y cuando desdeviene, descansa y entra en paz.
Quizás en una siguiente reencarnación volverá a ser otra ola que de la misma
forma dejará de ser. Siempre eres Dios, aunque circunstancialmente tus
encarnaciones te hacen venirte arriba y creerte una ola.
De alguna forma, nosotros, incluso desde el punto
de vista biológico, formamos parte del Océano de donde surgió la vida. La
célula es un conjunto de estructuras, básicamente formadas por proteínas y membranas
plasmáticas lípidos-proteicas que conforman orgánulos que “nadan” en medio del
agua orgánica que constituye tanto el líquido intracelular como el medio
interno extracelular. Es decir, ese 70% de agua que conforma nuestro organismo
biológico, es agua oceánica de algún modo. No es un símil, un “es como si…”.
No, nuestro organismo físico literalmente “nada” en agua oceánica; nuestra ola
particular que resulta en lo que vemos al mirarnos ante el espejo, es simple y
puramente mar con algunas cosas (materia orgánica) flotando en él. El mar que
llevamos dentro, en el que nadan nuestras células es la más pura y mística
expresión de la vida a la que todos pertenecemos.
Por eso, Willigis
Jäger no pudo expresar mejor nuestra íntima relación con Dios que la misma que
existe entre la ola y el mar. No sé si él cayó en la cuenta de esta biológica
peculiaridad, pero es así. Los seres vivos celulares y pluricelulares son todos
oceánicos, porque es el océano el que nos ha dado la vida.
Las virtudes de mis defectos
Las tradiciones religiosas nos inculcan la maldad
del pecado, y cuando a los católicos nos toca confesarnos o en el comienzo de
la misa, nos toca reconocernos miserables pecadores que por nuestra culpa, por
nuestras grandísimas culpas, hemos sido capaces de pecar y de cometer actos
horribles de pensamiento, obra y omisión. Una vez haber reconocido que somos
unos miserables, pedimos perdón y etc., etc.
¿Y si “pecar” forma parte de la evolución? ¿y si
el pecado forma parte del devenir de la existencia y nuestra vida no tiene otro
sentido que evolucionar desde una naturaleza imperfecta a una espiritualidad
perfecta?
¿Y si el nacimiento natural de la consciencia que
nos permite ser conscientes de nosotros mismos no es sino el principio
necesario para alcanzar esa plenitud consciente de que somos realmente parte
indivisible del todo?
¿Y si el pecado no es otra cosa que las
imperfecciones, las debilidades, los errores inherentes a la consciencia natural
que nace así, imperfecta y, el sentido último de la vida es el proceso de
reconocimiento de nuestra propia divinidad?
Por eso, el sentido de la vida, de nuestra vida
es la Vida misma, que la vida (en minúscula, la nuestra, nuestro pequeño yo)
forma parte indivisible de la Vida (en mayúscula, la Divinidad). Es así como la
Naturaleza sale de su realidad física hasta alcanzar su plena realidad
espiritual; que la ola nace para ser consciente de que es, primero ola, para
alcanzar la consciencia de que es Océano.
Así que el pecado, lejos de ser una amenaza, es
realmente una oportunidad para darte cuenta de que eres imperfecto, que cometes
errores, que eres débil y, ser consciente de tus errores y de tus debilidades
te abre, querido amigo, la puerta a proyectar tu vector vital hacia tu propio
nuevo amanecer.
Creo sinceramente que el pecado, despreciado por
las religiones, es en el fondo una bendición, de nuevo un oxímoron.
En mis años de estudiante de medicina, cuando mi
interior ardía fascinado por mis primeras lecturas de San Juan de la Cruz y de
Santa Teresa, leí un librito que se titulaba “Las virtudes de mis defectos”.
Fue la primera vez que pude comprender el sentido profundo de reconocerte
pecador. Y no es el hecho de reconocerte culpable de delitos inconfesables
merecedores de la pena eterna, como te hacen creer, sino el reconocerte que te
queda mucho camino, toda una vida por evolucionar. Es como los alcohólicos, que
no pueden comenzar su desintoxicación hasta que no reconocen que lo son.
Reconocer los pecados tiene la gran virtud de
reconocerte imperfecto, pero con una inmensa capacidad de crecer y de
evolucionar. Es lo mismo que la persona que habla y se comporta cargadita de
razón, plenamente consciente de que ella está en posesión de la verdad. Pues la
ha “cagado”, porque si así va por la vida, creyéndose la máxima autoridad de
los temas, nada tiene que aprender y se quedará en un injustificado subidón de
autoestima y narcisismo, que le anclará en las profundidades de la ignorancia.
Reconocer la verdad del error, creer en un sueño
imposible, el de imaginar un mundo perfecto dentro de un mundo con apariencia
casi demoníaca como el que nos ha tocado vivir o, el que en cada época de la
Historia nos ha tocado vivir es de nuevo, dar el último giro de tuerca al Plan
de Dios en nuestra vida.
Moradas séptimas
Cuando vamos al cine o al teatro y vemos una
película o una obra o un concierto de música clásica, todos ellos espectáculos sublimes,
te transportan a un clímax dramático que casi te dejan en éxtasis. Siempre me
acordaré cuando asistí al concierto en el que escuché por primera vez la
Sinfonía Manfredo de Tchaicovsky.
https://www.youtube.com/watch?v=Dp_zFiFg7OA
Ese final con esos acordes de órgano que, hasta
donde yo sé, fue la primera vez que se empleó este instrumento en una sinfonía
(luego Saint Saens escribió su tercera sinfonía para órgano), no sé vosotros,
pero a mí me transportaron al séptimo cielo.
Es decir, la vivencia de un libro de mística o de
poesía o de una obra bellamente escrita y representada, te transportan a un
personal idilio con la belleza, pero cuando la representación termina y cesan
los aplausos del público, queda simplemente la vida cotidiana.
Pues esto es igual, cuando en el capítulo
anterior introduje ese ¡corten! o ese “The end”, como final de la peli que os
he contado como la “Historia de Marta y de María”, como forma de representar la
aventura de la mente y el alma en la búsqueda de la Esencia, uno se queda con
un fugaz éxtasis al que se añade esa pregunta sobre qué ha sido de ellas, de
Marta y de María.
No hay otra respuesta que la de que en el Océano
ellas se transformaron en el agua del Mar, que es en realidad en lo que fueron
siempre, pero ellas no lo sabían, porque prevalecía la apariencia orgánica que
vemos al mirarnos ante el espejo, sobre la esencia que es ese mar que nos
inunda por dentro, en el que flotan todas y cada una de nuestras células.
Es la misma sensación de Pedro, Santiago y Juan
cuando Jesús les dice. Venga, bajemos del monte, que tenemos mucho curro por
delante. Se desvanece la magia del relato místico y queda la vida cotidiana, la
de todos los días, a la que te enfrentas cada día que sales de casa a trabajar,
con los embotellamientos de tráfico, con el metro atestado de gente, con el
jefe que siempre te putea, con las noticias que dan cuenta de una nueva
metedura de pata del Gobierno.
Es por eso por lo que cuando uno lee las moradas
séptimas del Castillo Interior de Santa Teresa, creyendo que el alma quedará en
un eterno éxtasis como pintan los autores barrocos, y lee que al final del
camino lo que queda es la simple vida cotidiana, la de todos los días, uno como
que se desilusiona, pues se da cuenta de que lo que ha leído ha sido una simple
novela, una historia de amor, muy bonita, tanto como que hasta has derramado
alguna lágrima de emoción, para que todo termine como empezó, en la misma vida
cotidiana del comienzo.
Es lo que tiene fiarse de los pintores como
Sebastiano Conça, autor del cuadro, o de Murillo o Velázquez.
Es quedarse en una apariencia imaginaria que sólo
sirve para enfervorizar a los doctrinos o a la gente de buen corazón, pero que
no refleja la realidad del alma que ha llegado a esas cumbres de la vida
espiritual.
Lo otro sí, lo que la propia Teresa afirma, “que
Marta y María han de vivir y trabajar juntas”. Que todo consiste en que Marta y
María reconozcan que esa dualidad entrambas es pura fantasía y que ambas son
una con Dios.
Es por tanto que tanto Marta como María se den
cuenta de que ¡es la vida, estúpidas! Que no sois dos sino una y que no sois
una separada de Dios, sino Dios mismo que es vuestra misma esencia, como el Mar
es la esencia de la ola o como el Mar es la esencia de los seres vivos y que
todos los seres vivos formamos parte de un único Mar Universal.
Bueno, esto último, dicho con mucho cuidado
porque lo más seguro es que los curas y los teólogos se revuelvan contra mí y
quienes afirmen esto, que esto le sonará a panteísmo, esa doctrina y creencia
según la cual todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios
es inmanente al mundo. Para la
teología y doctrina católica, me malicio que el panteísmo es considerado
herético.
Lo que sí se es que esta
visión de la “ola es el Mar”, no nace de la fe católica sino del concepto de
Tao oriental. De hecho Jäger, se fue a Oriente a buscar las raíces de la
mística en la filosofía oriental y, cuenta él que, al conversar con un lama
sobre estas cosas, el lama le dijo algo así como “¿Para qué vienes aquí a
buscar lo que tenéis allí, perfectamente descrito en vuestra mística cristiana?”.
Y es verdad, concluye, el
cristianismo se asienta en las mismas bases que la mística oriental y en la
sufí, porque la mística es universal, donde todo es Uno.
Esa es la diferencia entre
concluir el Camino de Santiago en Compostela, en el Pórtico de la Gloria, donde
se sigue manteniendo el muro que separa a las religiones mutuamente excluyentes
por sus respectivas doctrinas y terminarlo en Finisterre haciendo el ejercicio
mental y espiritual de embarcar en la aventura mística del Océano, donde las
barreras religiosas simplemente desaparecen y resultan constructos que sirven
para lo que sirven, para iniciar la andadura desde la realidad de cada cual,
sea de la religión que sea y viva donde vida, pero que decididamente no son en
ningún caso el final del Camino.
Así que las moradas
séptimas que, desde una perspectiva mística es la fusión de Marta y María en
una sola entidad y de esta en Dios, deviene en una visión y experiencia de la
vida absolutamente diferente a la que uno tendría cuando comenzó en
Roncesvalles (o en Nurenberg o Sydney) donde viviera su vida cotidiana.
Tras la experiencia mística
del Océano de Dios, el alma y la mente vuelve al origen, a Roncesvalles o
Nurenberg o Sydney, pero ya nada será igual y lo describe muy bien San Juan de
la Cruz.
Que ya sólo en amar es mi ejercicio. Quedaos con
esta última frase, porque lo que sigue va de esto…
Que ya sólo en amar es mi ejercicio.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de la
Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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