Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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28/6/21

Vientos alisios (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 26)


#1.- Una inspiración

Una noche de oscura navegación, la Amada se despierta y a la luz de las estrellas del oceánico desierto, Marta o, María o, acaso ambas, si es que ambas realmente existen, mirando al horizonte con Orión en la proa hacia el Oeste, como en una ensoñación, en un evocador recuerdo de la vida del Maestro, arrancan al unísono una improvisada canción tal que así…

Amado Señor de mis entrañas, que me regalas cada día tu amada y paternal Presencia. Que me infundes a penas sin saberlo, la constancia necesaria para el diario navegar. Enséñame a aceptar los sentimientos que de ti proceden, así sean de consuelo o de amargura.

Así viva sequedades o dulzuras, no dejes que me deje arrastrar por tales hechos, que me desvíen de la senda oscura; oscura para una mente que no entiende de vivencias interiores y así pretende, beber tan sólo del agua de la fuente del saber y la cultura, ajena a las fuentes de Agua Viva que sólo tú Amor puede donar al penitente.

Penitente soy y, por ello soy consciente de mi miseria, que de todo me siento yo carente. Que sé que de ti sólo dependo y no puedo dar un paso sin dudar, si acaso, mi alma se ha desviado del camino trazado desde siempre por tu Santa Providencia, para lograr eliminar ese “casi” que me separa de tu misma Esencia.

Recordando la Santa Tierra que viviste, las quiero transformar en mis vivencias propias; que cada hito por ti vivido sea vivido por mí y por mí sentido, no como emociones lacrimosas o gozosas, fruto de experiencias exteriores, sino como experiencias interiores que brotan de lo profundo del alma.

Que cada sitio, cada imagen, cada altar, cada ruina, no esté ahí fuera de mí, sino dentro de mí, en mis honduras.

Que la casa se María sea mi casa; que el anuncio del ángel a María, sea el anuncio de ángel a la mía, anunciándome la llegada de mi dueño y, me encuentre con las velas encendidas.

Que la visita de la Virgen a Isabel, sea mi visita a aquel que me requiere que le ayude en sus trabajos de búsqueda de la verdad Divina.

Que el anuncio en Belén a los pastores, sea por mí, la acogida de ese anuncio en mis entrañas y, gozoso ante tal merced, vaya presto al pesebre de mi alma, a contemplar al Niño que ha nacido en la séptima morada de mi ser.

Sólo tengo un regalo que ofrecerte, Señor, ante el humilde altar de tu pesebre.

Mis deseos de aceptar lo que Tú quieras, de ser tuyo, de no buscar fuera de ti ningún consuelo; de no aceptar otro mandato que no sea el tuyo.

Y en la vida cotidiana de los días, enséñame Señor, a ser paciente, a no pretender ser impaciente por vivir aventuras de cine imaginadas, cuando tan sólo te sirve el callado “sí” de cada día, el humilde trabajo consecuente con una vida de servicio, simplemente.

Rómpeme Señor mis propios planes. Sea tu voluntad mi bien y, mi alimento, el pan de cada día; la fuente de sabiduría que me enseñe que en la cotidianidad callada del día a día, radica la humildad de lo sencillo, la respuesta que Jesús, José y María, daban a la Vida cada jornada.

Y llegado, en su caso, el momento de aceptar mayores exigencias, bautízame de nuevo en el Jordán y, saberme por ti seleccionado para nuevas y duras encomiendas.

Que no tema, Señor, las situaciones, que no tema, Señor, las tentaciones, que a mí vida me lleguen por temores infundados, aunque ciertos, si contigo no supiera hacerles frente.

Llévame al desierto y háblame al corazón. Sométeme a la aridez de la nada, del vacío, silencio y soledad. Permite, me alcancen tentaciones de hambre, poder y autoridad y dame la necesaria fuerza y valentía para dejarte todo a tu cuidado, y todo mi caudal en tu servicio.

Arrebátame el ganado que antes servía, déjame sin nada y, aunque me cueste, ayúdame a prescindir de lo inservible para así saber yo responderte a todo aquello que quieras encargarme y, así mi Amor por fin gozarte.

Si en el Mar de Galilea me sitúas, con personas amigas compartiendo, con amados amigos disfrutando el día a día de un caminar sincero, bendito seas Señor. Ponme palabras de esperanza en mi boca, capaces de cambiar en Fe el entendimiento, en esperanza la memoria y en amor la voluntad de aquellos afines que me escuchen.

Si las agitadas aguas de tormenta golpean el costado de mi nave, socórreme Señor, pues si perezco, de nada habrán servido mis desvelos e, inútiles serán todos los pasos en pos de tus senderos.

Ayúdame a caminar sobre las aguas de tus caminos en el mar desconocido. Déjame dejarme amar por ti, déjame consentir que me protejas, déjame dejar abandonarme en tus brazos como niño que confía en sus cariñosos padres, de no ver gigantes en molinos, de no temer hundirme en las angustias de momentos acaso complicados, como lo es para un niño su caída.

Y si llega el momento en que decidas qué he de beber el cáliz de la Vida, el sacrificio total de mi existencia, aunque te pida, a ser posible, no lo beba, no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Yo sé que en el Camino llega un punto en el que todo parece insuperable, en el que todo parece tan perdido, que hasta tu Hijo te increpó haberle abandonado y, Tú siquiera respondiste a su grito cuando en la cruz clavado ni siquiera sabía por qué callaste.

Cuando tal trance a mí me llegue y, clavado en mi cruz a ti suplique, no me cierres tu oído a mi lamento, no seas ajeno a mi llanto, porque dudo siquiera soportarlo, porque sin ti nada puedo. Y sólo tú puedes hacer que yo supere el trance al que me tengas designado.

Y La Paz que sigue a la tormenta, el sepulcro que sigue a aquel calvario, de mi muerte como el yo que siempre he sido, emerja como fruto de mi vida así vivida, el renacer de mi esencia como tuya, y la amada en el Amado transformada.

Amén.

En resumen…

Yo no sé, mi Señor cómo quererte,

ni tampoco, mi Dios cómo rogarte

que dentro de mi ser pueda tenerte,

que mis ojos puedan, por fin mirarte.

 

¿Cómo puedo, Señor, tras lo vivido,

meditar con mi alma sosegada,

el torrente de paz que en mí ha nacido,

responder con mi “sí” a tu llamada?

 

Quisiera, mi Señor, emocionarme,

quisiera, mi Señor, por ti llorar.

Y por fin mi Jesús, enamorarme,

 

y en silencio poderte contemplar 

y, al espejo así poder mirarme

y verte a Ti, mi amada Majestad

 

No me brotan, Señor, los sentimientos 

de pena que merece tu Pasión 

ni me brotan, Señor, los de alegría 

de a María, la bella Anunciación.

 

Mis ojos sólo ven lugares santos

mas no alcanzan a vivir con la emoción 

de sentir cómo me has amado tanto,

mas no sale de mi boca una canción 

 

que exprese desde mí lo más profundo

que quisiera sentir mi corazón 

como un campo en flor al fin fecundo

 

librándome, Señor, de mi razón,

lejos ya de las Luces de este mundo,

sosegada mi alma con tu visión.

Como una sobrenatural revelación, la Amada ya no sabe si habla y piensa como Marta o contempla como María. Quizás ya nada importe si ante sí se le abre la increíble aventura de vivir lo inenarrable. La propia vida de Jesús y de María, su madre, como expresión de lo que supone llegar a ser no casi, sino la esencia de todo lo que da sentido a la propia existencia del Universo y de uno mismo. Y dentro de que por la Mar océana no hay senderos ni caminos, pero sí hay rumbos que seguir y puertos que alcanzar y, vientos por los que dejarse impulsar, que son constantes, como los alisios que, de modo seguro, impulsan las naves al Oeste, como los que impulsaron las naves de Colón.

De este modo, la Amada (o Marta o, María o, ambas a la vez), descubre cómo el viento sopla siempre, básicamente en la misma dirección y, cómo, cuanto más izado está el velamen, más velocidad alcanza la nave.

Y entonces todo parece cobrar sentido, Marta comprende por fin, qué ha de hacer y María cómo vivir y cómo estrechar los lazos de Amor con aquel que la está transformando tanto como para invitarle a vivir su propia vida, la que vivió en sus años en la Tierra, entre nosotros.

La Amada descubre a modo de esquizofrenia, cómo vivía engañada creyendo que en ella habitaban dos seres, dos hermanas, Marta y María, cada cual a su bola y peleadas por tener visiones y actitudes a veces diametralmente opuestas de su propia vida. Y cómo alcanza a ver, a ser consciente de que no hay dos fantasmas en su cerebro o en su corazón o en su mente, sino un solo ser humano dualizado falsamente por infundadas creencias en propios enemigos de uno mismo.

La Amada descubre que realmente es amada, que nada ha de temer, que esa nave afortunadamente sin timón, es el lugar más seguro de la Tierra. Y se da cuenta de que es ella misma y que es como si cuerpo, mente y espíritu se fundieran en una misma y divina esencia en decidido camino y proceso de fusión espiritual con el Amado.

La amada es en el Amado transformada.

Desaparecen ahora el espacio y el tiempo. Es como si comenzara a vivir en una perfecta y brillante quietud, donde la propia vida, pasada presente y futura se transformara en la propia vida de su Amado. Como si quizás, el camino de perfección consistiera en vivir lo mismo que Él vivió, en el fondo, amar como Él nos amó.

¿Y si la vida espiritual, ese viaje que Marta y María iniciaron hacia Santiago de Compostela y luego a Finisterre y ahora a bordo de la frágil navecilla sin timón, fuera realmente un holograma (o algo así), una parábola mostrada por el Padre para hacernos entender que todo consiste en “amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado”?

Lo refería en el capítulo 3, al hablar de cómo, ante la imposibilidad de conocer la realidad, nos montamos nuestros particulares modelos de realidad, para así comprender algo, los misterios que realmente nos rodean.

La parábola del Camino de Santiago, Finisterre y la Mar océana, no son sino sólo eso, parábolas, modelos, formas de imaginarnos cómo es el camino, la vía directa hacia nuestra propia y única esencia, aquella que nos fue arrebatada, vaya usted a saber por qué razón o, no, en ningún caso se nos quitó nada, sino que hemos sido engañados por astutos trampantojos de nosotros mismos, como en un espejo roto donde nuestra única imagen se ve duplicada. O algo así.

En este punto, a la Amada sólo le queda volver a la vida real y vivir como Él vivió.

Ahora, tras esa oración y súplica en el desierto de la oceánica noche comprende que desde que salió del seno materno y en especial, desde que dijo sí a la aventura de salir sin ser notada y quedando ya la casa sosegada, lo que ha hecho y le queda por vivir es sencillamente la vida de Jesús y de María.

Sin meterme en vericuetos teológicos, ¡líbreme Dios!, es esta Realidad, vivida desde la más profunda espiritualidad (incomprensible para una mente asilvestrada), la que da pleno sentido a la Redención, a la llegada de Jesús a nuestro ser, a nuestra alma.

#2.- Lo sobrenatural

Los místicos, al tratar los procesos del alma en las noches del sentido y del espíritu, diferencian lo que son procesos o hechos naturales de los sobrenaturales. Estos últimos se suelen referir a situaciones o acontecimientos extraordinarios como pudieran ser los arrobamientos, los éxtasis, la transverberación y demás fenómenos descritos por ellos y que, por ser justamente excepcionales y absolutamente gratuitos, es decir, que Dios concede sin mediar mérito alguno por el alma, son virtualmente excepcionales y no se pueden considerar como fenómenos a tener en cuenta en el proceso de la vida espiritual.

Pero si esto fuera así, si lo sobrenatural quedara reducido exclusivamente a estas situaciones de bajísima probabilidad, propias de santos excepcionales, en esencia, quedaría excluido del devenir normal del alma en su ascenso hacia la Divinidad.

Pero, partiendo de la preciosa definición que Santa Teresa de Jesús da de lo que es la oración como “el trato de amistad con Aquel que sabes, te ama”, en la medida en que esta relación se va haciendo más íntima y personal, más profunda y extensa a lo largo del día y de la noche, es decir, cuando la oración deja de ser aquel momento en el que en recogimiento estás ante el sagrario o una imagen del Señor y progresivamente se extiende a lo que son las situaciones comunes y normales de una jornada de trabajo; cuando la oración deja de ser una plegaria puntual, un mantra, una jaculatoria o una letanía para convertirse en “presencia” prácticamente permanente de Dios en ti, es en la medida en que de esa presencia surge lo sobrenatural, es decir, comienzas a ver a Dios en todo lo que acontece, porque está presente en todo lo que haces.

Cuando esto comienza a suceder en la vida del espíritu y Dios inunda todos los rincones de la existencia y, no hace falta oírle, como Moisés oía a Yaveh, sino que comienzas a escucharle en las casualidades de la vida.

Cuando ves que todo, hasta lo más secundario, tiene sentido y, es un sentido basado en acontecimientos que suceden porque Algo actúa en nuestra vida.

Cuando vas comprobando cómo la voluntad de Dios se manifiesta claramente en los acontecimientos de la vida, incluso en aquellos que no tienen importancia o que consideramos frutos del azar,

Cuando el azar deja de ser azar para convertirse en manifestación de Dios, es entonces cuando lo sobrenatural aparece en nuestra vida, hasta convertirse en “algo” habitual. Y es en la medida en que Marta, a pesar de estar atareada con las cosas de la casa, también escucha, aunque sea de soslayo, las explicaciones que Jesús le confiesa a María. Es decir, cuando la oración pasa de ser un rezo a una presencia, es en la medida en que Marta y María, mente y alma, se fusionan y dejan de ser dos para convertirse en una sola entidad, que jamás debieron estar separadas o jamás debimos sentirlas separadas.

Esto, todo esto, es lo sobrenatural plasmándose, mostrándose en la vida humana.

#3.- Lo natural

El viento que impulsa nuestra nave sopla cómo y cuando quiere. Unas veces es brisa suave en un mar en calma, otras es un viento ligero, con borreguitos rompiendo el oleaje, pero realmente, su fuerza puede llegar a ser huracanada y el oleaje pudiera parecer que amenaza la barquita mecida violentamente. Es lo que definía el vicealmirante Inglés Douglas con su escala de oleaje, eso de marejadilla, marejada, fuerte marejada, mar gruesa, muy gruesa, hasta la mar enorme.

Así es la vida y, en todo momento el Destino, la Providencia, Dios nos somete a situaciones a veces, muy comprometidas. Dicen que en momentos de extremada dureza en la vida de Teresa de Calcuta, llegó a dudar de la existencia de Dios, porque no cabía en cabeza humana semejante maldad desplegada ante sus ojos.

Lo vemos todos los días en los medios de comunicación, ¿cómo es posible que Dios esté callado ante la inconcebible (a veces) tragedia humana.

La Mar océana te puede exponer a cualquier escenario y, todos son naturales, todos entran en el guion de la película que Dios ha desplegado ante nosotros. Y nos somete a la durísima evidencia de que es imposible semejante crueldad del hombre como lobo del hombre. Esta es quizás la mayor de nuestras tragedias, armonizar la poesía ante Jesús crucificado como el desgarrador grito de desesperación ante la tragedia humana.

Es lo que tiene ser humano, que en nuestra vida cabe el mar en calma y todos los grados de oleaje hasta la “mar enorme”, aún superior a la montañosa.

¡Dios mío, por qué me has abandonado!

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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